129 – CUNA DE OSCURIDAD

– La esencia de un Dios, Barastyr. Este Torneo ha sido de lo más sencillo.

– Así es. Sobretodo cuando sabíamos que siempre íbamos a ganar.

Los Consejeros de la Reina Sancha dialogaban entre ellos como si estuviesen en un salón de la corte, y no en medio de la arboleda de Catch-Un-Sum. A su alrededor, la Alta Curia, Van Bakari y Aurobinda esperaban pacientemente, con diferentes estados de embelesamiento.

– ¡Alabado sea el Titán Oscuro! Ha ganado la pareja elegida por nuestro dios – gritó Inocencio.

– Nadie nos está prestando la más mínima atención, pero seamos discretos. No tardarán en darse cuenta que algo no va bien – aconsejó Aurobinda.

– Tranquila querida. Me temo que hemos armado un buen revuelo y aún no se han dado cuenta del cambiazo. Aún siguen pensando que los ganadores son los Impromagos y que se han bebido la verdadera Esencia de la Divinidad – comentó ufano Van Bakari.

En el claro del bosque donde se celebraba la final del gran Torneo de Calamburia, los participantes corrían de aquí para allá. Los Impromagos gritaban y hacían aspavientos mientras el público se ponía cada vez más nervioso. Habían bebido la esencia de la divinidad y nada había pasado. ¿Acaso el Titán los había olvidado?

Pero alguien mantenía la calma entre tanto caos. Y es que los momentos de oscuridad son también grandes momentos de esperanza.

¡Impromagos! – gritó Ukho, acercándose a ellos y mirando entre los árboles con la mirada ágil – ¡Convocad vuestra magia y protegeros, algo muy malo va a pasar! Lo sé porque mi instinto de héroe me lo dice.

– Es verdad, Grahim. Quizás esto tiene que ver con el libro que nos dieron los Consejeros – aventuró, dudosa, Trai.

– Esto me da muy mala espina, Trai…

Los Impromagos apartaron su confusión y conjuraron una burbuja protectora a su alrededor, un remanso de paz en un océano de locura.

Los soldados de la Reina Sancha trataban de acordonar la zona, pero era imposible controlar a la multitud cada vez más nerviosa. Zarcillos de bruma se desplazaban entre los árboles como si tuviesen vida propia y acariciaban el alma de los mortales ahí reunidos, provocando una serie de terribles escalofríos.

– Sea pues. Es el momento de pedir nuestro deseo – dijo Barastyr mientras se remangaba con parsimonia.

– Y lo tenemos muy claro. Salmodiad, hijos de la Oscuridad – ordenó Érebos.

El siniestro conciliábulo empezó a entonar un cántico lúgubre y tenebroso que los rodeó como un pesado sudario. Los zarcillos de niebla se empezaron a acumular a su alrededor y la luz del frasco que contenía la Esencia de la Divinidad fue lentamente absorbida por el cántico maligno que revoloteaba alrededor de sus figuras, convertida en un orbe de oscuridad en las manos de Barastyr. Las voces aumentaron la cadencia, las cabezas bamboleantes sobre los hombros, con movimientos casi espasmódicos. La tensión era insoportable, los aullidos de ultratumba horripilantes, hasta que Barastyr aplastó la oscuridad entre sus manos con un chasquido similar a huesos al partirse. Érebos alzó el frasco y bebió de su contenido con una avidez grotesca. No derramó ni una sola gota y se relamió la boca con lujuriosos aspavientos.

Los cánticos cesaron de golpe y todos los ojos se fijaron en el consejero, quien aún tenía los ojos cerrados. Tras dejar de relamerse, dijo:

– Ha despertado.

Mientras tanto, muy lejos de ahí, en las profundidades de una mina, Stinker Comecobalto miraba con atención una enorme y multicolor veta que emergía de una pared imitando la vena de un cuerpo humano.  Como enano más veterano de los mineros, conocía las piedras de Calamburia mejor que a su propia madre, pero últimamente andaba bastante confuso. Las diferentes catástrofes habían marcado la tierra con un caleidoscopio de colores. Había tanta magia atrapada bajo tierra que incluso un experto como él sólo podía mirar perplejo y tratar de elucubrar cuál sería el siguiente estrato que se añadiría al mutable continente de Calamburia. ¡Si solamente su discípulo Failgrim le echase una mano! Pero llevaba días sin ver a ese holgazán. Quién sabe en qué agujero calentito se había refugiado para dormir una legendaria siesta.

Pero los pesares de Stinker no habían hecho más que empezar. Porque en ese mismo momento, mientras daba suaves golpecitos con un cincel a la multicolor veta, la tierra empezó a gemir y a gruñir. El capataz de los enanos tocó la pared e inmediatamente sintió el grito de la tierra. Sus pupilas se dilataron al sentir el terror que manaba del centro de la creación. A borbotones, como una imparable marea de inmundicia y escoria, la oscuridad se abría camino hacia la superficie.

Muchos oyeron historias sobre este aciago día. Muchos incluso peregrinaron hacia lo que llamaron más tarde “Cuna de la Oscuridad”. Pero muy pocos fueron testigos de su propio nacimiento. Unos pocos entre los que se incluía a Dorna y Corugan.

Apostados en lo alto de un cerro en las colinas que bordean las grandes montañas del norte de Calamburia, vieron ante sus atónitos ojos como la tierra del valle se abría en una explosión de tierra pulverizada y escoria. Una marea negra y densa como el petróleo surgió en forma de  geiser, ensanchando el agujero y escupiendo ceniza al cielo. La tierra se ensanchó con un gemido de profundo dolor y las almenas de un negro castillo empezaron a surgir de la tierra. Como un aparatoso gigante que trataba de incorporarse, las almenas se alzaron orgullosas e impertinentes, desafiando al cielo con su sola presencia. Las torres trataban de horadar el cielo y los ventanales relucían mortecinamente, absorbiendo la propia luz. La ceniza alcanzó las nubes y las tiñó de un gris antinatural, hasta reducir el brillo del sol a una luz apagada y débil.

Dorna se incorporó poco a poco, posando la mano para tranquilizar al enorme lobo negro que gruñía sordamente, mirando el castillo. Sus ojos se veían atraídos por aquella fantasmal construcción, como si de un imán se tratase. Sentía que su interior deseaba pertenecer a ese castillo y la fría y azul antorcha de su corazón se encendió, ansiosa de devorar más y más calor.

Tan absorta estaba que ni siquiera se dio cuenta de que Corugan ya no estaba a su lado. Dando unos temblorosos pasos, seguida de su lobo, se dirigió al castillo.

Y no fue la última. La luz del sol desapareció, reemplazada por una luz pálida y mortecina que auguraba la llegada de la noche. Se estableció un toque de queda ya que nadie osaba salir pasada la medianoche a la intemperie. No solo eso, sino que al asomar el pálido y enfermizo sol por la mañana, muchos  descubrían la habitación de sus seres queridos vacía. Como guiados por una tenebrosa flauta, algunos calamburianos, en un patrón aleatorio, se levantaban sonámbulos de sus camas por la noche, despertándose en medio del bosque entre gritos de pánico. Y esos eran los más afortunados: los demás formaban una inquietante y silenciosa fila, que caminaba cruzando todo Calamburia hasta llegar a Cuna de la Oscuridad. Una vez despiertos cerca de la muralla, los Caminantes no volvían, sino que se estaban asentando a la sombra y el refugio de aquel inquietante palacio.

La paz de la Reina Sancha se había roto y el Palacio de Ámbar bullía como un avispero. Urraca había sido enviada en misión diplomática para hablar con Arishai y sus seguidores, que rondaban la frontera con la Puerta del Este y las bravuconerías de los Von Vondra cada vez alcanzaban nuevas cotas de descaro. Cuna de la Oscuridad había trastocado la balanza de poder y las puertas de aquel extraño palacio se hallaban cerradas a cal y canto. Los emisarios enviados habían vuelto con las manos vacías y habían sido expulsados de ahí por los  Caminantes que estaban erigiendo una pequeña ciudad de chabolas y edificios improvisados a la sombra de las murallas.

Un antiguo mal había empezado a desperezarse. No era un Dragón, Un Leviatan o una explosión de energías y elementos. Era mucho más sutil, sibilino y acechaba con paciencia, esperando a dar un solo y mortífero golpe.  Sus primeros temblores habían puesto patas arriba toda la estabilidad conseguida a golpe de sangre y lucha. ¿Qué ocurrirá cuando este antiguo mal termine de despertarse y camine por la tierra de nuevo? Sólo las Nornas podían saberlo… y ya sabéis que todo conocimiento, tiene un precio.

128 – UN FANTASMA DISUASORIO

Tilaria pasó revista a su ejército de mercenarios. Le gustaba hacerlo, transmitía una imagen de liderazgo y quería que todos estuviesen impolutos para la batalla. Otras compañías de mercenarios eran casi salvajes, con armaduras dispares, saqueadas de los cuerpos de sus enemigos vencidos. Pero eso no ocurría en la Alegre Compañía de Tilaria.

Se detuvo delante de un soldado que sudaba profusamente. El pobre hombre miraba hacia arriba como si todas las respuestas a su sino estuviesen entre las nubes, pero no pareció encontrar nada que le ayudase a capear la ira de Tilaria.

– ¿Qué es esto? – espetó con desprecio la Comandante Tilaria, señalando con asco un descosido en el tabardo del soldado.

– ¡Piedad, mi señora! Esta mañana, al colocarlo con prisas, se ha rasgado con mi espada. Soy muy torpe para coser y el Gremio de Costureras tiene precios muy altos y… – empezó a explicar apresuradamente.

– ¡SILENCIO! Jacobs, te hago responsable que este descosido sea arreglado de inmediato – dijo dirigiendose a su fiel mayordomo, situado a sus espaldas con la espalda envarada -. Y tú, sólo recibirás diez azotes para aprender que las prisas pueden precipitarte a la muerte y a vestir con mal gusto.

El soldado cayó de rodillas con lágrimas en los ojos, agradeciendo la magnanimidad de su líder. El resto de soldados soltaron la respiración que estaban conteniendo. Los castigos de Tilaria eran siempre justos, pero aún así nadie quería recibirlos.

Subiéndose a un montículo, se dirigió a su ejército que se mantenían en posición, expectantes, y sobre todo, con el uniforme absolutamente impoluto.

– ¡Hombres y mujeres de la Alegre Compañía de Tilaria! Hoy nos espera una batalla dura. Sí, se trata solo de una casa menor, casi irrelevante para nuestro potencial militar. Pero hemos perdido el favor de nuestros líderes y lo tenemos que demostrar de nuevo en el campo de batalla. Aniquilar esta casa será una tarea fácil y rutinaria, pero no debemos por ello dejar que nuestro uniforme se manche. ¡Antes muertos que harapientos!

– ¡ANTES MUERTOS QUE HARAPIENTOS! – contestaron rugiendo todos.

– Las tácticas del enemigo son tediosas y aburridas. Buscan estancar el movimiento y distraer con estúpidas anécdotas. Pero debemos salir de esta escaramuza con un acuerdo. Es importante que… ¿Qué demonios haces aquí?

Entre la multitud había un hombrecillo con sombrero de copa y tez cetrina aplaudiendo con entusiasmo mirando embobado hacia Tilaria

– ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Qué discurso, que potencia, querida! – dijo mientras zarandeaba su cabeza de emoción.

– ¿Cómo osas estropear mi discurso? ¡Estaba arengando a mis tropas! – siseó con furia, mientras los soldados se miraban entre sí confusos.

– ¡Y lo hacías muy bien amor mío! Pero me temo que tengo que sacarte de tus ensoñaciones: Lady Gertrudis lleva un rato mirando fijamente al ver que no contestas a su pregunta. Se está creando lo que llamamos un silencio incómodo y Lord Hanfard ha carraspeado sonoramente al ver que la situación se alargaba.

– dijo la aparición mientras las montañas del horizonte iban deshaciendose como un espejismo.

– ¡Malditos sean todos! ¡Los aplastaré! ¡Los destruiré! ¡Haré que mi ejército los pase por la espada! – exclamó Tilaria, apretando los puños con ira mientras los soldados empezaban a desvanecerse, como la neblina en el amanecer. Su visión se tambaleó, todo se volvió borroso y cuando volvió a pestañear lentamente los ojos, se hallaba en un lugar completamente diferente.

Sostenía una tacita de humeante té, sentada en un recargado sillón. Enfrente suya se hallaban expectante Lady Gertrudis con su ojos saltones de sapo y su constante mueca de asco y el idiota de Lord Hanfard, con los pelos de su calva peinados para adelante, en un inútil gesto por esconder su calvicie. También estaba sentada cerca Lady Mildred, una amiga de sus anfitriones, cuyo único objetivo en la vida parecía ser beberse las reservas de té de la mansión. Y haciendo el máximo ruido posible.

– Disculpa, querida. ¿Decías? A veces sueño despierta – repuso Lady Tilaria Von Vondra con una encantadora sonrisa.

Sus anfitriones se relajaron de una manera ridículamente visible.

– Oh, no pasa nada Tilaria. Decía que los Von Vondra ultimamente estáis muy socialmente… activos – dijo Gertrudis con lo que parecía ser una sonrisa pero que se veía truncada por su mueca de asco constante.

– Oh, si. Mi hermana siempre ha sido una persona con gran corazón y quiere lo mejor para Calamburia. Concretamente, reforzar vuestros pactos de vasallaje – respondió mecánicamente mientras bebía con delicadeza de su taza.

– Nosotros siempre hemos creído en la labor de los Von Vondra. Sois unos estupendos vecinos y Si A Huevo nunca ha gozado de tanta salud económica – dijo Lord Hanfard con su voz temblorosa. Siempre parecía estar a punto de llorar. Ojalá lo hiciera.

– Pues no lo parece – dijo con voz cortante Tilaria, arrepintiéndose en el momento. Se mordió la lengua con fuerza. Eran aburridos, insufribles y rastreros, pero su hermana le había prácticamente ordenado que reforzase las alianzas con sus vecinos. La Marquesa no entendía que el fuerte de Tilaria no era la diplomacia sino las aventuras, los combates y los retos. Pero tenía que salir indemne de esta si quería recuperar su favor desde el…”accidente” -. Quiero decir, no estamos recibiendo mucho apoyo por parte de vuestra casa. Nos encantaría una colaboración más estrecha. Es solo firmar un pergamino y apoyar a los Von Vondra en eventos sociales.

Un ambiente aún más tenso invadió la sala. Los ruidosos sorbidos de Lady Mildred reverberaban por el aire, ajena a la conversación.

– Han sido tiempos difíciles. La Reina no ve con buenos ojos los nuevos pactos de vasallaje. Se susurra que usa métodos…disuasorios para impedirlo – dijo Gertrudis con cuidado, midiendo sus palabras -. Sé que tampoco ha sido fácil para tí, querida. Lo digo por lo de la… condición de tu marido.

Con que esas tenía.Al diablo con la diplomacia, quería destripar a aquella mujer.

– ¿Condición? Está muerto, Gertrudis. Yo misma enterré su cuerpo – espetó Tilaria. Lady Mindred se atragantó con el té y tosió con fuerza.

– Compartimos tu dolor, Tilaria – dijo con tono lastimero Lord Hanfard mientras miraba preocupado a Mindred -. Pero debes entender que aunque embargada por la pena debido a la muerte de tu marido, no puedes dejar que tus emociones te posean.

– No os preocupéis por las posesiones. Lo llevo bien. Está sentado al lado vuestra, al fin y al cabo.

Ambos giraron los cuellos a toda velocidad, como si de búhos se tratasen. En el hueco libre del sillón se hallaba sentado con recato Lord Gadeslao Colby, heredero de los Colby y fantasma oficial desde que un zumo le sentó francamente mal a su sistema digestivo. Su cuerpo flotaba a unos centímetros de la tapicería del sillón. Saludó con timidez a la anonadada pareja.

– ¡Ah, hola! Mi mujer es una oradora tan fantástica que suelo dejarla que disfrute llevando la batuta de la conversación. ¡No veáis qué discursos hace! Podéis llamarme Gadeslao, no me gusta la pomposidad de los títulos – dijo extendiendo la mano hacia la pareja.

Lady Mindred fue la primera en reaccionar, gritando con un insoportable grito agudo que casi raja los vasos y desmayándose como un fardo en su sillón. Lord Hanfard atropelló a su mujer tratando de alejarse del fantasma, mientras esta se tropezaba con el dobladillo de su falda.

– Ah sí, se me olvidó comentarlo: está muerto, pero a la vez, me sigue a todas partes. Somos felices – dijo con una sonrisa radiante y falsa -. Y ahora, ¿vais a firmar este acuerdo de vasallaje o no?

Lady Tilaria y su marido salieron a los pocos minutos de la mansión, una con paso firme y el otro levitando con aire despistado.

– Zora va a estar encantada, amor mío. ¡Eres tan maravillosa cuando te propones algo! – dijo con devoción Lord Gadeslao.

Y lo era. Tilaria sabía que estaba destinada a grandes cosas. Sólo había fallado una vez, y ese error la perseguía flotando a todas partes, incluso en sus sueños. El asesinato fallido de su aburrido marido no había salido como esperaba, pero gracias al Titán (nunca mejor dicho), aún tenía alguna que otra utilidad.

– Claro que sí cariño. ¿Qué haría sin ti? – preguntó inocentemente Tilaria. Pero ella ya conocía la respuesta: muchísimas cosas. Sólo tenía que hallar una manera de sacar todo el provecho de esta situación y deshacerse de su etéreo marido. Una vez más.

127 – AL OTRO LADO DEL ESPEJO

El Salón del Trono brillaba con cientos de colores debido a la luz que atravesaba las cristaleras. Ni rastro quedaba del destrozo de años anteriores. Lo cierto es que a pesar de la sangre derramada en aquella misma sala, los brillos ambarinos de las decoraciones espantaban cualquier recuerdo aciago del pasado.

Los súbditos de la Reina Sancha iban desfilando por el Salón, aunque no era la Reina la que los atendía. Sus consejeros, Barastyr y Erebos, se encargaban de los detalles menores de la gestión cotidiana del reino.

– Como entenderá, señor Cebollino, la Reina no puede ser responsables de todas las catástrofes que le acucian – explicó con paciencia Barastyr, con su calva reluciente ante la luz de las cristaleras.

El hortelano estrujaba nerviosamente su sombrero picudo entre sus manos.

– ¡Oh, no estaba diciendo eso! Solo digo que las Amazonas están mu peleonas y han raptado pequeños patata para sus cosas oscuras. Una miaja de ayudita no nos vendría mal para asegurar los cultivos y los secuestros raros – explicó sudando profusamente.

Mientras Barastyr despachaba al hortelano con vagas promesas y zalameras sonrisas, Érebos guiñó los ojos a causa de la luz. Un molesto reflejo en alguna superficie de la habitación distraía su atención. Miró hacia una cristalera, donde se veía reflejado y distorsionado. Su reflejo se movía, profiriendo mudos gritos, tratando de abrirse inútilmente paso con sus puños. Y Érebos recordó…

… recordó una época que parecía lejana, recorriendo las catacumbas polvorientas de Skuchaín, restos de una civilización nómada antigua. Glifos profanos se hallaban tallados en las paredes de los túneles, en un orden aparentemente caótico. Dos inocentes eruditos se adentraban en la oscuridad iluminados solo por una temblorosa vela. Los guiaba una voz gutural y cadenciosa, como un blasfemo mantra que provocaba un extraño mareo con sólo escucharlo.

La voz los guió hacia las profundidades de la tierra, allí donde la luz no tenía lugar, allí donde las sombras se multiplicaban con frenesí. Un fulgor azulado fantasmagórico provenía de una lejana arcada, hacia la que se dirigieron como polillas. Se trataba de una caverna cavada por temerosas manos humanas. Los glifos se arremolinaban por las paredes como nubes de mosquitos y parpadeaban con una macilenta luz azul. En el centro de la sala, un enorme espejo con un marco recargado, compuesto por cuerpos tallados en plata en posturas antinaturales y mostrando un claro dolor. Dentro del  espejo bullía una galaxia de matices oscuros, una infinidad de ausencia de luz. Una figura se erguía ante ella, gritando eufórico las últimas frases de aquel impío hechizo. Era una visión imposible…

– … es imposible, le digo! No podremos mantenerlo en secreto mucho más tiempo. ¡El chico ya supera en tamaño a la mayoría de los hombres adultos! – dijo el mayordomo, gesticulando de manera exagerada con los brazos.

Érebos retomó la consciencia y respondió con la rapidez asesina de una serpiente.

– Tengo entendido que tiene los fondos suficientes para callar todas las bocas que necesite, incluso si es con métodos más …expeditivos – dijo con una amplia sonrisa el consejero -. Debe saber que el anterior mayordomo de la hacienda de verano tuvo que ser sustituido por usted debido a su falta de proactividad. No quisiera que le ocurriese lo mismo.

El mayordomo abrió los ojos desmesuradamente y se apresuró a responder.

– ¡Claro, por supuesto! Quería compartir cómo avanzaba el crecimiento del descendiente de la corona, eso es todo. Sólo digo que ese crecimiento se suele asociar a la marca del Titán, pero todos sabemos que esa marca nunca se ha transmitido por medio de la sangre de los Sancha. Eso despierta preguntas incómodas – terminó diciendo con un hilo de voz el asustado mayordomo.

– La Alta Curia sabrá dar una explicación a eso. Los designios del Titán son inescrutables, ya lo sabe.

Mientras Érebos profería alguna sutil amenaza más para tener amarrado al pobre mayordomo, Barastyr dejó que su mirada se pasease por la Sala del Trono, hasta que topó con una extraña visión. En una columna forrada de ámbar, veía claramente su reflejo, con los ojos abiertos de pavor, palpando la superficie, echando miradas nerviosas hacia atrás, como si temiese ser atacado por algo. Ah, el temor…

…. el temor recorrió a ambos eruditos mientras un zarcillo viscoso y negro como el petróleo emergía de la tersa superficie del espejo. Palpó a la oscura figura conocida como Okura Rensin, y mientras este seguía gritando gozoso las últimas palabras del hechizo, fue cortado en seco cuando el zarcillo lo estranguló por la garganta y lo arrastró hacia la oscuridad del otro lado del reflejo. Cruzó la superficie con un bulboso chasquido y tras el espejo se agitó un océano imparable de olas de oscuridad.

Los glifos de la sala se encendieron con un poderoso toque azulado que le daba a toda la situación un aura fantasmal y extraña. Los dos eruditos entendieron que algo trataba de cruzar el espejo, una fuerza eterna, pensante y profundamente maligna. Se miraron presas del pánico, pero en vez de huir, recordaron a todas las personas que vivían sus vidas con inocencia, por encima de ellos. Con resolución temblorosa, cargaron hacia el espejo gritando por sus vidas. El choque tiró el gran armatoste contra el suelo, astillando su reflejo. Un viento huracanado antinatural sopló por la cueva, seguido de un gemido de ultratumba. Ambos eruditos cayeron al suelo sujetándose las cabezas, aullando de dolor, suplicando al Titán que les liberase de esa tortura. Pero no fue el Titán quien contestó, sino algo mucho peor…

– ¡…es mucho peor de lo que pensaba! Creíamos que habíamos parado los intentos de los Von Vondra, y hemos tenido mucho éxito en Instántalor, pero se están haciendo fuertes en el Condado de Sí a Huevo. Ahí nuestros agentes no tienen poder. Dicen que los Von Vondra han hecho un pacto con los muertos: tienen vampiros, zombis… ¡e incluso un fantasma! ¿Cómo vamos a competir contra eso? – dijo un preocupado mensajero.

– Las arcas reales no tienen fin. Rumores y leyendas no nos pararán. Estoy seguro que esos supuestos fantasmas también pueden morir y dejar de molestar – comentó Érebos con tranquilidad -. Créame, existen cosas peores que simples habladurías norteñas.

– Pero es lo que inspiran en las comarcas del norte. Los nobles de ahí son tradicionales, asustadizos… no son refinados como en Instántalor – explicó lastimero el desdichado.

– Exhibamos la misma paciencia que nuestra amada Reina. Esto es la guerra. Y no podemos ganar batallas sin sacrificar peones. Diles a  tus superiores hagan lo que tienen que hacer. Y si no lo hacen… lo sabremos – sonrió Barastyr mientras el mensajero se marchaba con repentinas prisas.

Las puertas se cerraron, proporcionando un momento de respiro a los dos Consejeros. Se quedaron mirando fijamente el infinito, sonriendo. Mientras, a sus espaldas, sus reflejos en las cristaleras y las columnas del Salón del Trono gritaban y aullaban de terror, mirando la gigantesca sombra que se abalanzaba sobre ellos.

126 – UNA AMISTAD IRROMPIBLE

– ¡Atención a todos! ¿Os acordáis de la vez en la que mi padre se escapó de los Zíngaros que lo tenían prisionero en el Bosque de la Desconexión? Me he inspirado en esa hazaña para hacer un osado plan. Tendremos que seguirlo al pie de la letra.

– Ukho, solo he venido yo. No hace falta fingir que hay más gente escuchando – dijo Zabyty, urgándose la oreja.

El niño suspiró con exasperación mientras señalaba con su espada de madera el burdo mapa que había dibujado en el cobertizo.

– Ya lo sé Zabyty, pero queda mucho más chulo si hablo como si hubiese venido mucha gente. El resto de niños se lo pierden, son unos cobardes. ¡Nosotros en cambio, somos los valientes que escaparemos de este sitio! – dijo alzando un puño al cielo.

– Vale, vale. ¿Y cuál es ese plan? – dijo mirando con atención el resultado de sus extracciones orejiles.

– Mañana es el día en el que la Guardia Real viene a pagar los servicios a Juancho. Es cuando nos obligan a bañarnos, llevar ropa cara y trabajar poco. Él y Bénedi están súper nerviosos ese día, así que tenemos que aprovechar la confusión y huir – dijo señalando con su espada a lo que se suponía que era un dibujo del almacén de grano -. Aquí está el pasadizo que descubrimos el día que luchamos con el maligno Rey Rata, esa terrible criatura con ojos sangrientos.

– ¡Era una rata enorme! – dijo Zabyty temblando. Ese día admiró a su amigo más que nunca al ver como hacía aspavientos con su espada de madera para espantar a la rata de campo.

– ¡Pero juntos somos más fuertes! Y haremos como mi padre: saldremos de ese túnel, que da al pozo seco cerca de la frontera de la finca, treparemos por él y nos escondemos en el bosque, donde nos convertiremos en héroes legendarios – terminó Ukho, cruzándose de brazos y asintiendo con la cabeza, como si ya hubiesen escapado.

– Si nos pillan, nos van a castigar, Ukho…

– ¡No lo harán! Solo tenemos que ser sigilosos como mi padre, como gatos en la oscuridad – le recriminó el chico.

– Siempre cuentas nuevas historias sobre tu padre y yo creo que te las inventas – dijo suspirando Zabyty -. Ninguno de aquí tenemos padres por que si los tuviéramos, no estaríamos trabajando casi como esclavos para Juancho y Bénedi.

– ¡Retíralo! ¡Retíralo! – Ukho se lanzó gritando sobre su amigo y rodaron por el suelo discutiendo como solían hacer. Pelearse era su pasatiempo favorito.

Una chica, de edad similar a los dos inseparables amigos, entró en el cobertizo, mirando a su alrededor.

– ¿Qué hacéis? – preguntó, mirando los garabatos de las paredes, con las manos en la espalda y pivotando el peso del cuerpo de una pierna a otra.

Ambos se incorporaron con rapidez poniendo una cara inocente claramente fingida.

– ¡Nada! ¡Cosas de héroes! – dijo Ukho

– ¡Yo también quiero ser una heroína! Puedo trepar muy alto a los árboles – dijo enfadada Nakali, la hija de los Molineros y dueños del lugar.

– Tu no puedes ser heroína, solo pueden los niños que no tienen a sus papás cerca – dijo Zabyty, ajustándose el sombrero.

Ambos niños echaron a correr entre risas dejando a Nakali con la palabra en la boca, haciendo que se enfurruñase aún más, mordiéndose los carrillos de las mejillas mientras los veía salir corriendo.

Al día siguiente, la hacienda de Bénedi bullía de actividad. Era el único día del año en el que los niños huérfanos del molino podían tener una vida normal, jugar y pasar el rato holgazaneando. Mientras, los guardias de la Reina inspeccionaban todo con detenimiento, acechando cualquier tipo de irregularidad. Siguiéndoles como un perrito faldero, Juancho les atendía solícito a cada una de sus peticiones, frotándose compulsivamente las manos.

Era, en efecto, el escenario ideal para una gran evasión. Es por eso que nadie se fijó en que una pequeña cabeza mal peinada se asomaba al borde del lejano y seco pozo de los confines de la hacienda. Dos niños emergieron de él, trepando trabajosamente.

– ¡Libres! ¡Por fin! ¡Todos los caramelos del mundo son nuestros! – gritó Ukho, levantando los brazos.

– ¡Calla, loco! ¡Nos descubrirán si gritas así! – dijo Zabyty colocándose bien el sombrero.

– Habéis tardado mucho, pequeños diablillos – dijo una voz femenina.

Ambos se giraron en redondo para ver que Bénedi esperaba junto al pozo, de brazos cruzados. Tratando de esconderse detrás de ella estaba Nakali, sujetando uno de los grandes sacos de los Molineros.

– ¡Traidora! ¡Chivata! – le gritó Ukho, lleno de rabia -. ¡Por eso no vas a tener nunca amigos!

– Mi pequeño caramelito sabe que no puede guardarme secretos, ¿Verdad que sí, amor mío? – le preguntó la molinera con una sonrisa aviesa -. Ella escuchó vuestros pequeños planes en los que os escabullíais como ratitas. ¡Con lo que yo os quiero!

Ambos niños fueron retrocediendo contra la valla, pero no tenían escapatoria. Los brazos de Bénedi eran muy largos y la mujer era sorprendentemente ágil para su pequeño tamaño. Los atraparía, como tantas otras veces. Cerraron los ojos aceptando su destino, pero los abrieron al escuchar gritos ahogados.

Nakali había usado el propio saco con su madre. Pero lejos de taparle solo la cabeza, el saco estaba engullendo el cuerpo entero aunque era imposible que cupiese dentro. El saco se quedó en el suelo, retorciéndose mientras de él emanaban gritos sordos de furia.

– ¡Corred! ¡Pronto saldrá y nos atrapará! – les dijo Nakali.

– ¿Y por qué deberíamos confiar en tí? – pregunto Zabyty, mientras trataba de seguirle el ritmo.

– Porque yo siempre he querido vivir aventuras. Porque yo también puedo ser una heroína. Y porque necesitáis a alguien inteligente que os ayude – dijo levantando la barbilla y sonriendo con malicia.

Los jóvenes empezaron a escalar la valla, escuchando a lo lejos gritos de alarma. Los niños que vieron la huida de lejos empezaron a aplaudir y a corear gritos de ánimo. Juancho se deshizo en reverencias ante los confusos guardias de la Reina y echó a correr detrás de los niños.

Nuestros tres valientes héroes corrieron por el bosque entre risas, presas de la emoción y del nerviosismo. Los gritos de sus perseguidores les seguían, rebotando por los árboles del bosque. La luz bañaba la hojarrasca del suelo y hacía difícil esconderse, no había mucha vegetación entre los troncos.

Llegaron a un camino con tan mala suerte que se cruzaron con un viajero que iba comiendo plácidamente una manzana. Trataron de volverse a esconder, pero Zabyty, que iba el último, no pudo frenar a tiempo y cayó sobre sus amigos, derribándolos a todos sobre el polvoriento camino.

– Vaya vaya. Qué tenemos aquí. ¡Niños perdidos! – dijo Drawets, el pícaro, mientras mordía la manzana llenándose la boca de pulpa. No parecía sorprendido ni interesado por lo que estaba viendo.

– Señor, tiene que escucharnos. Estamos huyendo de gente malvada que quieren evitar que seamos héroes – dijo Urkho con gran seriedad.

– Bueno, y trabajar para siempre en su molino – aclaró Zabyty.

– Por favor señor, no nos delate – dijo Nakali con cara de tristeza.

Drawets los miró de uno en uno, deteniéndose extrañado al mirar a Ukho. Pese a su aparente nulo interés, asintió y dando otro bocado a la manzana dijo:

– Está bien. Vamos, corred, ¡escondeos detrás de ese árbol!

Al poco rato, los molineros irrumpieron en el camino en el que Drawets les estaba esperando apoyado inocentemente en un árbol.

– ¡Ah! ¡Eres tú, al que llaman Drawets el pícaro! – dijo Juancho, tratando de recobrar el aliento y sujetando con las manos tensas el saco.

– ¡Así es! Me alegro que mi fama llegue hasta estos lugares recónditos.

– ¿Has visto pasar unos niños? – pregunto Bénedi, mirando hacia los lados.

– ¡No he visto ni un alma en este bosque! Y es una lástima porque con mi belleza extrema y el día  tan hermoso que hace para cantar… ¿No queréis cantar conmigo? ¡Hoy comámos, y bebamos y cantemos, y folgemos…! – exclamó cantando, alzando los restos de la manzana como si fuese una copa.

Ambos molineros lo miraron con una torva mirada y se giraron hacia el camino. Drawets tenía fama de ser un charlatán, un embustero y un bromista. No iban a perder tiempo con él. Tras intercambiar un par de gruñidos, ambos se apresuraron a recorrer el sendero hasta desaparecer de la vista del pícaro y de su cantinela.

– Ya podéis salir. Se han ido – dijo dándole otro bocado satisfecho a la manzana -. No saben apreciar el arte de un posible poeta.

Ukho cayó como un fardo de la rama de un árbol. Los otros dos niños se asomaron por detrás del tronco.

– ¡Gracias, señor! Cuando escriban historias sobre nosotros seguro que hablan de la ayuda que nos ha brindado – dijo Ukho mientras se incorporaba, echándose ese harapo al que llamaba capa a la espalda

– Anda pillastres, desapareced de aquí, que bastante herido me siento por ser llamado “señor”. Y recordad: los adultos no son de fiar y con vuestra astucia podréis conseguir todo lo que queráis.

Mientras los niños agitaban las manos despidiéndose y desapareciendo entre la espesura, Drawets se quedó pensativo. Recordaba sus tiempos como huérfano, con su hermana, robando lo que podía por las calles de Instántalor. Fue una época oscura, pero añoraba la vida sencilla y el brillante poder de la amistad. El chico de la espada de madera le recordaba tanto a él a su edad, fingiendo ser fuerte y queriendo proteger a sus amigos. “Ya aprenderá cómo es la vida en realidad” pensó tirando la manzana a la espesura. “El Titán sabe que yo lo hice”


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