126 – UNA AMISTAD IRROMPIBLE

– ¡Atención a todos! ¿Os acordáis de la vez en la que mi padre se escapó de los Zíngaros que lo tenían prisionero en el Bosque de la Desconexión? Me he inspirado en esa hazaña para hacer un osado plan. Tendremos que seguirlo al pie de la letra.

– Ukho, solo he venido yo. No hace falta fingir que hay más gente escuchando – dijo Zabyty, urgándose la oreja.

El niño suspiró con exasperación mientras señalaba con su espada de madera el burdo mapa que había dibujado en el cobertizo.

– Ya lo sé Zabyty, pero queda mucho más chulo si hablo como si hubiese venido mucha gente. El resto de niños se lo pierden, son unos cobardes. ¡Nosotros en cambio, somos los valientes que escaparemos de este sitio! – dijo alzando un puño al cielo.

– Vale, vale. ¿Y cuál es ese plan? – dijo mirando con atención el resultado de sus extracciones orejiles.

– Mañana es el día en el que la Guardia Real viene a pagar los servicios a Juancho. Es cuando nos obligan a bañarnos, llevar ropa cara y trabajar poco. Él y Bénedi están súper nerviosos ese día, así que tenemos que aprovechar la confusión y huir – dijo señalando con su espada a lo que se suponía que era un dibujo del almacén de grano -. Aquí está el pasadizo que descubrimos el día que luchamos con el maligno Rey Rata, esa terrible criatura con ojos sangrientos.

– ¡Era una rata enorme! – dijo Zabyty temblando. Ese día admiró a su amigo más que nunca al ver como hacía aspavientos con su espada de madera para espantar a la rata de campo.

– ¡Pero juntos somos más fuertes! Y haremos como mi padre: saldremos de ese túnel, que da al pozo seco cerca de la frontera de la finca, treparemos por él y nos escondemos en el bosque, donde nos convertiremos en héroes legendarios – terminó Ukho, cruzándose de brazos y asintiendo con la cabeza, como si ya hubiesen escapado.

– Si nos pillan, nos van a castigar, Ukho…

– ¡No lo harán! Solo tenemos que ser sigilosos como mi padre, como gatos en la oscuridad – le recriminó el chico.

– Siempre cuentas nuevas historias sobre tu padre y yo creo que te las inventas – dijo suspirando Zabyty -. Ninguno de aquí tenemos padres por que si los tuviéramos, no estaríamos trabajando casi como esclavos para Juancho y Bénedi.

– ¡Retíralo! ¡Retíralo! – Ukho se lanzó gritando sobre su amigo y rodaron por el suelo discutiendo como solían hacer. Pelearse era su pasatiempo favorito.

Una chica, de edad similar a los dos inseparables amigos, entró en el cobertizo, mirando a su alrededor.

– ¿Qué hacéis? – preguntó, mirando los garabatos de las paredes, con las manos en la espalda y pivotando el peso del cuerpo de una pierna a otra.

Ambos se incorporaron con rapidez poniendo una cara inocente claramente fingida.

– ¡Nada! ¡Cosas de héroes! – dijo Ukho

– ¡Yo también quiero ser una heroína! Puedo trepar muy alto a los árboles – dijo enfadada Nakali, la hija de los Molineros y dueños del lugar.

– Tu no puedes ser heroína, solo pueden los niños que no tienen a sus papás cerca – dijo Zabyty, ajustándose el sombrero.

Ambos niños echaron a correr entre risas dejando a Nakali con la palabra en la boca, haciendo que se enfurruñase aún más, mordiéndose los carrillos de las mejillas mientras los veía salir corriendo.

Al día siguiente, la hacienda de Bénedi bullía de actividad. Era el único día del año en el que los niños huérfanos del molino podían tener una vida normal, jugar y pasar el rato holgazaneando. Mientras, los guardias de la Reina inspeccionaban todo con detenimiento, acechando cualquier tipo de irregularidad. Siguiéndoles como un perrito faldero, Juancho les atendía solícito a cada una de sus peticiones, frotándose compulsivamente las manos.

Era, en efecto, el escenario ideal para una gran evasión. Es por eso que nadie se fijó en que una pequeña cabeza mal peinada se asomaba al borde del lejano y seco pozo de los confines de la hacienda. Dos niños emergieron de él, trepando trabajosamente.

– ¡Libres! ¡Por fin! ¡Todos los caramelos del mundo son nuestros! – gritó Ukho, levantando los brazos.

– ¡Calla, loco! ¡Nos descubrirán si gritas así! – dijo Zabyty colocándose bien el sombrero.

– Habéis tardado mucho, pequeños diablillos – dijo una voz femenina.

Ambos se giraron en redondo para ver que Bénedi esperaba junto al pozo, de brazos cruzados. Tratando de esconderse detrás de ella estaba Nakali, sujetando uno de los grandes sacos de los Molineros.

– ¡Traidora! ¡Chivata! – le gritó Ukho, lleno de rabia -. ¡Por eso no vas a tener nunca amigos!

– Mi pequeño caramelito sabe que no puede guardarme secretos, ¿Verdad que sí, amor mío? – le preguntó la molinera con una sonrisa aviesa -. Ella escuchó vuestros pequeños planes en los que os escabullíais como ratitas. ¡Con lo que yo os quiero!

Ambos niños fueron retrocediendo contra la valla, pero no tenían escapatoria. Los brazos de Bénedi eran muy largos y la mujer era sorprendentemente ágil para su pequeño tamaño. Los atraparía, como tantas otras veces. Cerraron los ojos aceptando su destino, pero los abrieron al escuchar gritos ahogados.

Nakali había usado el propio saco con su madre. Pero lejos de taparle solo la cabeza, el saco estaba engullendo el cuerpo entero aunque era imposible que cupiese dentro. El saco se quedó en el suelo, retorciéndose mientras de él emanaban gritos sordos de furia.

– ¡Corred! ¡Pronto saldrá y nos atrapará! – les dijo Nakali.

– ¿Y por qué deberíamos confiar en tí? – pregunto Zabyty, mientras trataba de seguirle el ritmo.

– Porque yo siempre he querido vivir aventuras. Porque yo también puedo ser una heroína. Y porque necesitáis a alguien inteligente que os ayude – dijo levantando la barbilla y sonriendo con malicia.

Los jóvenes empezaron a escalar la valla, escuchando a lo lejos gritos de alarma. Los niños que vieron la huida de lejos empezaron a aplaudir y a corear gritos de ánimo. Juancho se deshizo en reverencias ante los confusos guardias de la Reina y echó a correr detrás de los niños.

Nuestros tres valientes héroes corrieron por el bosque entre risas, presas de la emoción y del nerviosismo. Los gritos de sus perseguidores les seguían, rebotando por los árboles del bosque. La luz bañaba la hojarrasca del suelo y hacía difícil esconderse, no había mucha vegetación entre los troncos.

Llegaron a un camino con tan mala suerte que se cruzaron con un viajero que iba comiendo plácidamente una manzana. Trataron de volverse a esconder, pero Zabyty, que iba el último, no pudo frenar a tiempo y cayó sobre sus amigos, derribándolos a todos sobre el polvoriento camino.

– Vaya vaya. Qué tenemos aquí. ¡Niños perdidos! – dijo Drawets, el pícaro, mientras mordía la manzana llenándose la boca de pulpa. No parecía sorprendido ni interesado por lo que estaba viendo.

– Señor, tiene que escucharnos. Estamos huyendo de gente malvada que quieren evitar que seamos héroes – dijo Urkho con gran seriedad.

– Bueno, y trabajar para siempre en su molino – aclaró Zabyty.

– Por favor señor, no nos delate – dijo Nakali con cara de tristeza.

Drawets los miró de uno en uno, deteniéndose extrañado al mirar a Ukho. Pese a su aparente nulo interés, asintió y dando otro bocado a la manzana dijo:

– Está bien. Vamos, corred, ¡escondeos detrás de ese árbol!

Al poco rato, los molineros irrumpieron en el camino en el que Drawets les estaba esperando apoyado inocentemente en un árbol.

– ¡Ah! ¡Eres tú, al que llaman Drawets el pícaro! – dijo Juancho, tratando de recobrar el aliento y sujetando con las manos tensas el saco.

– ¡Así es! Me alegro que mi fama llegue hasta estos lugares recónditos.

– ¿Has visto pasar unos niños? – pregunto Bénedi, mirando hacia los lados.

– ¡No he visto ni un alma en este bosque! Y es una lástima porque con mi belleza extrema y el día  tan hermoso que hace para cantar… ¿No queréis cantar conmigo? ¡Hoy comámos, y bebamos y cantemos, y folgemos…! – exclamó cantando, alzando los restos de la manzana como si fuese una copa.

Ambos molineros lo miraron con una torva mirada y se giraron hacia el camino. Drawets tenía fama de ser un charlatán, un embustero y un bromista. No iban a perder tiempo con él. Tras intercambiar un par de gruñidos, ambos se apresuraron a recorrer el sendero hasta desaparecer de la vista del pícaro y de su cantinela.

– Ya podéis salir. Se han ido – dijo dándole otro bocado satisfecho a la manzana -. No saben apreciar el arte de un posible poeta.

Ukho cayó como un fardo de la rama de un árbol. Los otros dos niños se asomaron por detrás del tronco.

– ¡Gracias, señor! Cuando escriban historias sobre nosotros seguro que hablan de la ayuda que nos ha brindado – dijo Ukho mientras se incorporaba, echándose ese harapo al que llamaba capa a la espalda

– Anda pillastres, desapareced de aquí, que bastante herido me siento por ser llamado “señor”. Y recordad: los adultos no son de fiar y con vuestra astucia podréis conseguir todo lo que queráis.

Mientras los niños agitaban las manos despidiéndose y desapareciendo entre la espesura, Drawets se quedó pensativo. Recordaba sus tiempos como huérfano, con su hermana, robando lo que podía por las calles de Instántalor. Fue una época oscura, pero añoraba la vida sencilla y el brillante poder de la amistad. El chico de la espada de madera le recordaba tanto a él a su edad, fingiendo ser fuerte y queriendo proteger a sus amigos. “Ya aprenderá cómo es la vida en realidad” pensó tirando la manzana a la espesura. “El Titán sabe que yo lo hice”