127 – AL OTRO LADO DEL ESPEJO

El Salón del Trono brillaba con cientos de colores debido a la luz que atravesaba las cristaleras. Ni rastro quedaba del destrozo de años anteriores. Lo cierto es que a pesar de la sangre derramada en aquella misma sala, los brillos ambarinos de las decoraciones espantaban cualquier recuerdo aciago del pasado.

Los súbditos de la Reina Sancha iban desfilando por el Salón, aunque no era la Reina la que los atendía. Sus consejeros, Barastyr y Erebos, se encargaban de los detalles menores de la gestión cotidiana del reino.

– Como entenderá, señor Cebollino, la Reina no puede ser responsables de todas las catástrofes que le acucian – explicó con paciencia Barastyr, con su calva reluciente ante la luz de las cristaleras.

El hortelano estrujaba nerviosamente su sombrero picudo entre sus manos.

– ¡Oh, no estaba diciendo eso! Solo digo que las Amazonas están mu peleonas y han raptado pequeños patata para sus cosas oscuras. Una miaja de ayudita no nos vendría mal para asegurar los cultivos y los secuestros raros – explicó sudando profusamente.

Mientras Barastyr despachaba al hortelano con vagas promesas y zalameras sonrisas, Érebos guiñó los ojos a causa de la luz. Un molesto reflejo en alguna superficie de la habitación distraía su atención. Miró hacia una cristalera, donde se veía reflejado y distorsionado. Su reflejo se movía, profiriendo mudos gritos, tratando de abrirse inútilmente paso con sus puños. Y Érebos recordó…

… recordó una época que parecía lejana, recorriendo las catacumbas polvorientas de Skuchaín, restos de una civilización nómada antigua. Glifos profanos se hallaban tallados en las paredes de los túneles, en un orden aparentemente caótico. Dos inocentes eruditos se adentraban en la oscuridad iluminados solo por una temblorosa vela. Los guiaba una voz gutural y cadenciosa, como un blasfemo mantra que provocaba un extraño mareo con sólo escucharlo.

La voz los guió hacia las profundidades de la tierra, allí donde la luz no tenía lugar, allí donde las sombras se multiplicaban con frenesí. Un fulgor azulado fantasmagórico provenía de una lejana arcada, hacia la que se dirigieron como polillas. Se trataba de una caverna cavada por temerosas manos humanas. Los glifos se arremolinaban por las paredes como nubes de mosquitos y parpadeaban con una macilenta luz azul. En el centro de la sala, un enorme espejo con un marco recargado, compuesto por cuerpos tallados en plata en posturas antinaturales y mostrando un claro dolor. Dentro del  espejo bullía una galaxia de matices oscuros, una infinidad de ausencia de luz. Una figura se erguía ante ella, gritando eufórico las últimas frases de aquel impío hechizo. Era una visión imposible…

– … es imposible, le digo! No podremos mantenerlo en secreto mucho más tiempo. ¡El chico ya supera en tamaño a la mayoría de los hombres adultos! – dijo el mayordomo, gesticulando de manera exagerada con los brazos.

Érebos retomó la consciencia y respondió con la rapidez asesina de una serpiente.

– Tengo entendido que tiene los fondos suficientes para callar todas las bocas que necesite, incluso si es con métodos más …expeditivos – dijo con una amplia sonrisa el consejero -. Debe saber que el anterior mayordomo de la hacienda de verano tuvo que ser sustituido por usted debido a su falta de proactividad. No quisiera que le ocurriese lo mismo.

El mayordomo abrió los ojos desmesuradamente y se apresuró a responder.

– ¡Claro, por supuesto! Quería compartir cómo avanzaba el crecimiento del descendiente de la corona, eso es todo. Sólo digo que ese crecimiento se suele asociar a la marca del Titán, pero todos sabemos que esa marca nunca se ha transmitido por medio de la sangre de los Sancha. Eso despierta preguntas incómodas – terminó diciendo con un hilo de voz el asustado mayordomo.

– La Alta Curia sabrá dar una explicación a eso. Los designios del Titán son inescrutables, ya lo sabe.

Mientras Érebos profería alguna sutil amenaza más para tener amarrado al pobre mayordomo, Barastyr dejó que su mirada se pasease por la Sala del Trono, hasta que topó con una extraña visión. En una columna forrada de ámbar, veía claramente su reflejo, con los ojos abiertos de pavor, palpando la superficie, echando miradas nerviosas hacia atrás, como si temiese ser atacado por algo. Ah, el temor…

…. el temor recorrió a ambos eruditos mientras un zarcillo viscoso y negro como el petróleo emergía de la tersa superficie del espejo. Palpó a la oscura figura conocida como Okura Rensin, y mientras este seguía gritando gozoso las últimas palabras del hechizo, fue cortado en seco cuando el zarcillo lo estranguló por la garganta y lo arrastró hacia la oscuridad del otro lado del reflejo. Cruzó la superficie con un bulboso chasquido y tras el espejo se agitó un océano imparable de olas de oscuridad.

Los glifos de la sala se encendieron con un poderoso toque azulado que le daba a toda la situación un aura fantasmal y extraña. Los dos eruditos entendieron que algo trataba de cruzar el espejo, una fuerza eterna, pensante y profundamente maligna. Se miraron presas del pánico, pero en vez de huir, recordaron a todas las personas que vivían sus vidas con inocencia, por encima de ellos. Con resolución temblorosa, cargaron hacia el espejo gritando por sus vidas. El choque tiró el gran armatoste contra el suelo, astillando su reflejo. Un viento huracanado antinatural sopló por la cueva, seguido de un gemido de ultratumba. Ambos eruditos cayeron al suelo sujetándose las cabezas, aullando de dolor, suplicando al Titán que les liberase de esa tortura. Pero no fue el Titán quien contestó, sino algo mucho peor…

– ¡…es mucho peor de lo que pensaba! Creíamos que habíamos parado los intentos de los Von Vondra, y hemos tenido mucho éxito en Instántalor, pero se están haciendo fuertes en el Condado de Sí a Huevo. Ahí nuestros agentes no tienen poder. Dicen que los Von Vondra han hecho un pacto con los muertos: tienen vampiros, zombis… ¡e incluso un fantasma! ¿Cómo vamos a competir contra eso? – dijo un preocupado mensajero.

– Las arcas reales no tienen fin. Rumores y leyendas no nos pararán. Estoy seguro que esos supuestos fantasmas también pueden morir y dejar de molestar – comentó Érebos con tranquilidad -. Créame, existen cosas peores que simples habladurías norteñas.

– Pero es lo que inspiran en las comarcas del norte. Los nobles de ahí son tradicionales, asustadizos… no son refinados como en Instántalor – explicó lastimero el desdichado.

– Exhibamos la misma paciencia que nuestra amada Reina. Esto es la guerra. Y no podemos ganar batallas sin sacrificar peones. Diles a  tus superiores hagan lo que tienen que hacer. Y si no lo hacen… lo sabremos – sonrió Barastyr mientras el mensajero se marchaba con repentinas prisas.

Las puertas se cerraron, proporcionando un momento de respiro a los dos Consejeros. Se quedaron mirando fijamente el infinito, sonriendo. Mientras, a sus espaldas, sus reflejos en las cristaleras y las columnas del Salón del Trono gritaban y aullaban de terror, mirando la gigantesca sombra que se abalanzaba sobre ellos.