151 – LA DILIGENTE DISCRECIÓN

Kesia tomó el cubo lleno de agua y lo levantó del suelo. Lo hizo con esfuerzo y soltó un leve quejido al alzar el peso y colocárselo en la cabeza. Las mismas tareas cotidianas que durante años había hecho con facilidad, comenzaban ahora a suponerle un notable esfuerzo físico. Hacía un tiempo que cada uno de los quehaceres que llevaba a cabo en el templo parecían empeñados en recordarle a gritos que ya no era ninguna niña. Dentro de no muchos años, debería ceder el testigo. Así lo marcaba la tradición. No le gustaba pensar en ello, pero, en el fondo, sabía que era inevitable que, algún día, una nueva custodia —más joven y llena de energía— la sustituyera en su labor de asistir y servir a la Sacerdotisa. Tal era el destino de los Custodios del Templo: servir con diligente discreción y, más tarde o más temprano, marchitarse haciendo gala de esa misma discreción.

Pero ella se resistiría. Kesia sabía que no se podía luchar contra el paso del tiempo, pero llevaría sus labores hasta el mismo límite que marcaran sus fuerzas. Era la única manera de permanecer cerca de ella; de garantizarse que la seguiría viendo dormir, comer y sonreír. Y es que Naisha Denali, la todopoderosa Sacerdotisa del Templo, la gran Guardiana del Equilibro Elemental, era lo más parecido que Kesia Mishra había tenido jamás a una hija.

Vertió el agua en el caldero para calentarla y luego añadió dos leños más al fuego. Y, justo cuando empezó a rumiar sobre la necesidad de traer más leña, apareció él. Con su gesto sereno y su andar pausado, Kaju depositó el hatillo en el suelo. Hasta el momento en el que había oído el leve sonido de la madera contra el suelo, Kesia no se apercibió de la presencia del joven.

Al verlo colocar la nueva remesa de leña, pensó en el paso del tiempo y en cómo la cercanía respecto a las personas, a veces nos hace difícil percibir el cambio en las mismas. Observó a Kaju y se admiró —por primera vez en años— de cómo había crecido y hasta qué punto se había convertido en todo un hombre. Diligente y responsable; a la par que callado y taciturno. A todo el mundo le parecían cualidades encomiables para un buen Custodio del Templo, pero a Kesia le recordaban que, a diferencia de Naisha, el joven Kaju Dabán tendría una existencia inmerecidamente gris. Su actitud melancólica no hacía más que recordarle constantemente esa triste realidad. Suspiró y echó otro leño a la hoguera. El agua debía calentarse cuanto antes. Kesia Mishra escuchó la madera crepitar y su mirada se sintió atraída por el efecto hipnótico del fuego. La luz de la llama del hogar hizo que, a su mente, acudieran otras llamas. Llamas del pasado; llamas ya extintas.

Entre la luz anaranjada que se imprimía en sus pupilas, asaltó su mente de forma vívida su llegada a la aldea incendiada. El aire le traía el insoportable hedor de la carne calcinada y el humo se metía poco a poco en sus pulmones haciéndola toser. Penetró en el interior de la choza de la que parecía provenir la señal y, al retirar la cortina de pieles sintió cómo una ola de calor le abofeteaba el rostro. El techo de paja y las paredes ardían, y una viga de madera crujió viniéndose abajo. Nada de eso la detuvo. Seguía oyendo aquellas risas, las mismas risas que habían aparecido en sus sueños durante las últimas noches; las risas sinceras y abiertas de un bebé. Por eso estaba allí y por eso no podía marcharse, al menos no hasta cumplir su cometido. Solo era una novicia, pero los Elementos la habían elegido para cumplir una importante misión.

Al penetrar en la cabaña, se encontró con una imagen que nunca podría borrar de su mente: una recién nacida Naisha levitando sobre los restos de una cuna que el fuego casi había devorado. Al instante, supo que se encontraba ante aquella que lograría de nuevo el equilibrio elemental. Un inmenso poder emanaba de su cuerpecito de bebé y parecía protegerlo del calor de las llamas.

Sin embargo, Naisha no sonreía. Había en su rostro una expresión triste que, aunque contenida, escondía una profunda resignación. No había en ella felicidad alguna. La risa, sin embargo, seguía inundando la estancia; continuaba alzándose por encima del fuego. Miró a su alrededor entre las llamas que se extendían y vio una segunda cuna, milagrosamente intacta. Se acercó hasta ella y encontró un segundo bebé. Un bebé que, a pesar del incendio reía a pierna suelta poniendo el alma en cada carcajada. Kesia tomó al pequeño entre sus brazos. Esa risa la había guiado hasta allí, esa risa plena y sincera: abierta y sobrenatural.

Y así fue como Kaju Dabán entró en su vida. Y, paradójicamente, esa fue la última vez que le oyó reír. Llevó a los dos bebés al Templo de los Elementos. La niña fue proclamada Protectora de los Elemental, la reencarnación de la anterior sacerdotisa. Respecto al niño, pensó en entregarlo a cualquier hospicio, pero finalmente decidió llevarlo también con ella, pues tenía una fuerte corazonada sobre su destino. Para que fuera aceptado en el Templo, dijo a todos que se trataba del bebé de su difunta hermana. Nadie hijo demasiadas preguntas. Todos sabían que los bebés sin madre se convertirían, a medio plazo, en brazos que podrían servir en las tareas del Templo, algo que era cada vez más necesario ante la creciente falta de vocaciones.

Kaisa lo crio como si fuera su propio hijo y trató de procurarle tanto amor como el que le dio a la propia Naisha. Lo educó como Custodio enseñándole el valor de la abnegación y el servicio que ella misma había aprendido de sus superiores cuando era novicia. Para protegerle le dio un nombre falso: Kaju Dabán y le mantuvo en secreto su origen. Nunca le contó que, en realidad, era el hermano de la poderosa Sacerdotisa, ni tampoco las sorprendentes circunstancias en que los encontró. Le trató con cariño y llegó a amarlo como si de su propio vientre hubiera nacido. Y, sin embargo, nunca había llegado a verle realmente feliz. Nunca… excepto aquella vez. Fue durante una de las mayores amenazas que habían tenido que habría sufrido el equilibro elemental, cuando el taimado traficante de almas que se hacía llamar Van Bakari estuvo a punto de destruir el templo. Cuando Kaju y ella llegaron al Gran Salón de los Elementos, los redivivos habían sido rechazados y habían escapado de nuevo a refugiarse en la ciénaga a la que pertenecían, aunque no sin antes causar ciertos estragos en el propio templo. A Kesia se le heló la sangre cuando vio a su dulce niña, la Sacerdotisa de los Elementos yacía inconsciente en el suelo, con las piernas aprisionadas por una columna que se había desplomado. El guardián Nimai, llamado la Espada Insomne, y dos hermosas doncellas que, por su atuendo, parecían salidas de la mismísima Corte de Ámbar, trataban infructuosamente de retirar la inmensa mole de piedra que aprisionaba el cuerpo de la Sacerdotisa. Kesia se sumó a los esfuerzos poniendo todo su ahínco en ayudar a liberar a su pequeña Naisha antes de que fuera demasiado tarde. Kaju, sin embargo, se había quedado quieto, mirando la escena con todos los músculos de su cuerpo en máxima tensión. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué no acudía en ayuda de aquellos que trataban de liberar a la Sacerdotisa?

En aquel mismo instante, se desató el milagro. Los ojos de Kaju Dabán se pusieron en blanco y un aura brillante le envolvió. A Kesia le pareció oír entonces, de nuevo, la risa abierta y sanadora del bebé que, años antes la había guiado hasta Naisha. De repente, una gran fuerza emanó del cuerpo de Kaju que se tensó aún más como sacudido por una corriente de energía de inconmensurable poder. El trozo de columna de desintegró ante los ojos atónitos de los presentes que, aún acostumbrados a los prodigios, no esperaban ni ese último fenómeno ni mucho menos su origen.

Una vez liberado el cuerpo de Naisha, Nimai se abalanzó sobre ella y la tomó en sus brazos. No respiraba y sus heridas en las piernas y el torso eran graves. Sin embargo, antes de que nadie el resto pudiera reaccionar, el cuerpo de Kaju se sacudió por segunda vez emitiendo una luz blanca y cegadora. Tras ese último espasmo, cayó al suelo desvaneciéndose víctima del sobresfuerzo. Kesia gritó su nombre y acudió en su ayuda. Las cortesanas que observaban atónitas la prodigiosa escena se miraron entre ellas constatando su mutuo estupor.

Al volver la vista sobre el cuerpo de Naisha, Nimai pudo ver con asombro que, como por encanto, la Sacerdotisa había recuperado el color de sus mejillas y sus heridas parecían haber sanado. Abrió los ojos y preguntó algo confusa: «¿Nimai, dónde estoy?».

Kesia logró reanimar a Kaju que tenía el cuerpo dolorido y parecía no recordar nada de lo sucedido. Luego hizo prometer a Nimai Kalu “La espada Insomne”, a Beatrice y Anabella que no hablarían con nadie de lo allí sucedido. Y así fue pues, por la naturaleza de sus profesiones, los protectores y las cortesanas, saben mejor que nadie mantener un secreto.

—Kesia —la llamó Kaju con su suave y discreta voz—, el agua ya hierbe.

Ella volvió en sí. ¿Cuánto tiempo había estado ausente?

—Cierto, gracias Kaju. Lo cierto es que hoy no se dónde tengo la cabeza. ¿Puedes acercarme las verduras?

—Oigo y obedezco —respondió Kaju Dabán utilizando el lema de los Custodios con su habitual y diligente discreción.

 

138 – EL FARO DEL TIEMPO

El faro partido presidía en lo alto de una colina, erguido ante la inmensidad del mar. Antigua estructura construida por los marineros de Calamburia cuyo origen resulta desconocido, cayó en desuso hace decenas de años. Su imponente figura se enfrenta a los elementos, encajando el viento y la espuma con sólido estoicismo, mientras el Ojo de la Sierpe deja manar un constante reguero de espumosa agua bajo sus cimientos.

Muchos creen que ese faro cayó en desuso por la falta de navegación por la zona. Pero en realidad, es porque el faro debía cumplir otro propósito. Nadie lo sabía, pero el faro tenía que guiar a viajeros una vez más, pero no de la manera en la que había sido concebido. De hecho, nada era ya lo que parecía en este faro.

Los inventores residían en él, llenándolo con sus invenciones y cachivaches. Acostumbrados a la soledad y al grito de las gaviotas, estaban un tanto inquietos por tener a tantos invitados dando vueltas por su taller.

– ¡No, no, no, es un invento muy delicado y no testado para ningún tipo de uso! – grito Teslo, quitándo de las manos a Falgrim un enorme taladro.

– ¡Pero si es perfecto! – exclamó el minero -. Con esto seguro que podríamos excavar incluso más allá de los Huesos del Titán!

– ¡No! ¡Es una batidora multiusos! ¡No es un simple taladro! – explicó exasperado Teslo.

Mientras, un poco más allá Katurian mantenía otra conversación muy poco agradable, aunque sus invitados no tenían intención alguna de tocar nada.

– ¿Mantenéis algún registro sobre la financiación recibida por la Corona? Tengo entendido que hace poco realizasteis mejoras sobre la Flota Real – comentó Doña Constanza, mintiendo descaradamente. Como Recaudadora sabía exactamente en qué se había gastado cada Calamburo de las arcas de la Corona.

– Está claro que este sitio necesita de una mejor gestión contable. Debe saber, buen inventor, que para pequeños negocios como el suyo, la Corona ofrece un servicio de gestión contable externalizable por un módico precio, claro – explicó Don Vítulo, como si se tratase de un discurso ensayado.

Katurian palideció como si hubiese visto a la mismísima muerte. Los Inventores tenían mentes brillantes pero los detalles mundanos como el dinero o el orden les parecían tan ajenos como la existencia de tierra más allá de Calamburia.

– ¡Ah, no! Muchas gracias, nos organizamos muy bien así.

Mientras, el resto de la comitiva observaba con recelo el gigantesco taller, lleno de todo tipo de basura y genialidades. Minerva la Erudita se ajustaba las gafas mientras fruncía el gesto ante tanto desorden, acompañada por la mueca de desdén de Galerna, cuya idea de hogar es el de una nube tallada por magia Aisea. En cambio, la novicia Katrina y Brianna la Guardabosques correteaban por el taller, curioseando en ese mar de maravillas. Tras deambular un rato, llegaron a la esquina más alejada del faro. En él se respiraba una extraña quietud, como si el tiempo se detuviese, ajeno a los problemas mundanos. En una esquina descansaba un extraño conjunto de engranajes y pistones, coronado por una delicada cara humana realizada con aleaciones de cobres y diversos engranajes. Los ojos del autómata permanecían cerrados, como si estuviese durmiendo pero listo para despertarse en cualquier momento.

Cuando Katrina estaba a punto de tocarlo, una manta cayó sobre el autómata.

– ¡He dicho que no se tocan nuestras invenciones! Y menos esta – les recriminó Teslo, con los ojos desorbitados.

– ¡Es hermoso! ¿Cómo habéis hecho algo así? – preguntó Brianna.

– ¡No hemos sido nosotros! Y no funciona – dijo escuetamente mientras empujaba a las jóvenes de nuevo hacia la entrada del faro.

Todos se juntaron ante un enorme armatoste del que colgaban numerosas luces apagadas y extraños mecanismos. Parecía una puerta, pero detrás sólo había el resto del taller, por lo que parecía el más inútil de todos los cachivaches de la sala.

– ¡Gracias por venir, queridos mecenas y ayudantes, a la mayor demostración de ciencia jamás presenciada! – exclamó Katurian.

– Por lo menos en esta época – aclaró Teslo.

– ¡Aunque eso pronto también lo sabremos!

El grupo de personas ahí reunidas no compartían su entusiasmo, salvo Katrina, que aplaudió por educación.

– Inventores, no tengo mucho tiempo. Mis deberes como Directora de Skuchaín son una pesada carga y solo he venido aquí porque quiero asegurarme que esto se hace bien. Espero que las piedras mágicas que usamos para contener los portales de las lindes de Skuchaín os hayan servido de ayuda – apuntilló mientras Brianna empezaba a dibujar la máquina con sus carboncillos.

– Sí, la Corona también quiere saber si las ridículas cantidades de oro que habéis pedido han servido para algo o solo se trata de otro pozo sin fondo y sin retorno de inversión – aclaró Don Vito.

– ¡Y si nuestros minerales han sido de utilidad! He tenido que cavar muy hondo para conseguirlos – aseguró Falgrim mientras se rascaba la cabeza.

– ¡Por supuesto! – aclaró nervioso Katurian – Sin ellos no podríamos haber construido semejante milagro de la ciencia. Teslo, échame una mano anda.

Teslo agitó sus brazos como si fuese el maestro de ceremonias de un circo.

– ¡Hoy vais a presenciar un hecho insólito! Vamos a viajar en el tiempo para conocer los entresijos de la historia y de la humanidad.

– Todo eso está muy bien. ¿Pero y cómo sabemos que no vamos a crear otro Caos del Maelstrom? – inquirió Minerva.

Los Inventores se quedaron con la boca abierta, sin saber qué contestar.

– Bueno, pues… porque…simplemente, no va a ocurrir – concluyó Katurian, mirando a su hermano.

Todos suspiraron de frustración. Otra vez los inventores haciendo de las suyas. A veces sus invenciones aciertan pero otras resultan ser una auténtica catástrofe.

– Porque tendrán la esencia del propio Titán. ¡Por eso mismo! – dijo una voz.

En la puerta del faro, a contraluz, se hallaba apoyado con actitud insolente el Pícaro Drawets, sosteniendo un pequeño botellín.

– Veréis, sabéis que condeno el robo y el latrocinio con todas mis fuerzas pero al oír que estabais planeando un experimento temporal, he pensado que quizás necesitaríamos esto.

– ¿Eso es la auténtica esencia de la divinidad? – preguntó Lady Constanza.

– ¡Una gota! Apenas un dedal. Los ganadores del Torneo siempre beben con tantas ansias que a veces no la apuran del todo. Esta es una gotita que guardé de ciertos ganadores, no mucho tiempo atrás – replicó con descaro mientras hacía volar la botellita de una mano a otra -. Estoy dispuesto a cederla por el bien de Calamburia…y para que la Reina Sancha me colme de oro, por supuesto. La vida eterna no estará tan mal si me vuelvo asquerosamente rico.

– Primero veremos si todo este circo funciona. Si es así, habrá recompensas – explicó con una aduladora y falsa sonrisa don Vítulo.

Con gesto teatral, Drawets ofreció el botellín a Teslo, quién lo cogió con reverencia y observó con una de sus lupas.

– Bueno, teniendo esto en cuenta, podemos hacer unas cuantas calibraciones a la máquina. ¡Es posible que facilite las cosas!

– ¿Es posible? ¿Desde cuando la ciencia se basa en posibilidades? – bufó Minerva.

– ¡En las magnitudes en las que vamos a adentrarnos, os aseguro que la ciencia se vuelve una auténtica pieza de artesanía! Pero no os preocupéis, que lo tenemos todo controlado.

Mientras Teslo se afanaba en introducir el contenido del botellín en un matraz que burbujeaba en los costados de la máquina, Katurian pasó a explicar el viaje.

– Bien, hemos cambiado la máquina desde el último intento de salto temporal. Esta vez funcionará como un portal a otros mundos. Vosotros os quedaréis aquí presenciando todo el suceso, como si estuvieseis mirando por una indiscreta mirada por el tiempo y nosotros nos encargaremos de dar los saltos temporales desde dentro.

– ¿Vosotros solos? ¿Nó queréis más ayuda? – preguntó esperanzada Katrina.

– ¡No! Podría ser peligroso. Hay reglas y debemos respetarlas. Nuestra misión es observar los sucesos del pasado para entender el equilibrio entre las fuerzas de la Luz y la Oscuridad. Tendremos que tener en cuenta cientos de parámetros y es posible que tengamos que contactar con las mismas esencias de la Luz y la Oscuridad para ayudarnos, pero creo positivamente que podremos lograrlo.

– No he entendido nada. Pero no necesitamos entenderlo. Cuando antes empecéis, antes podremos irnos. Al menos si sale mal, os afectará a vosotros – comentó Doña Constanza.

-¿Necesitáis ya mi poder o váis a estar discutiendo tonterías de mortales todo el día? Vuestro extraño barco volador no puede despegar sin ayuda – interrumpió Galerna, irritada. Ocupando gran parte del taller, un extraño barco con demasiadas velas colocados en lugares incorrectos parecía esperar pacientemente a que un Titán lo cogiese y lo lanzase por los aires.

Teslo volvió de terminar los últimos preparativos y se giró hacia su hermano.

– ¿Listo para darle al botón, hermano? – preguntó con una sonrisa.

– ¡Por supuesto! – le contestó dirigiéndose a un interruptor.

– ¡No, ese no! – gritó Teslo

– ¿Cómo que no? ¿Cuál va a ser sino?

– ¡Siempre haces lo mismo!

Ambos hermanos se pusieron a discutir acaloradamente mientras los allí presentes se removían incómodos, esperando sinceramente que si algo salía mal afectase sólo a los inventores y no a los invitados a esta aventura.

– ¡He dicho este! – dijo pulsandolo Teslo.

– ¡No, este! – dijo Katurian pulsando otro diferente.

Con un crepitar de energía, la máquina empezó a zumbar y a temblar ligeramente. Poco a poco, las luces fueron girando, los engranajes chirriando y con un sonoro estampido, una grieta se abrió en el centro del portal.

– ¡Ha funcionado! – comentaron al unísono, sorprendidos.

– Por el Titán, que mala espina me da todo esto – dijo Minerva masajeándose el puente de la nariz.

– ¡Recordad, lo veréis todo, pero no toquéis nada! – gritó Katurian, por encima del viento que emanaba de la brecha.

– ¡Y no entréis! Podríais alterar el tejido de la realidad! – comentó Teslo.

Los hermanos subieron apresuradamente por un costado de la aeronave mientras la magia de Galerna envolvía la extraña maquinaria. Los motores de la nave empezaron a rugir lanzando auténticos torbellinos de aire y empezó a levitar. Con un hastiado movimiento, Galerna empujó la aeronave por el portal, atravesando la grieta temporal y volando a los confines del Tiempo.

  Poco a poco, la comitiva se fue acercando para conseguir una vista más completa de la brecha del portal. Una sucesión de imágenes, lugares y personajes desfilaron ante sus ojos.

– Lo han conseguido – susurró Drawets.

– Espero que salgan vivos – masculló Minerva.

Y en atónito silencio, presenciaron escenas que jamás habían sido vistas en su tiempo. Pero no estaban solos, mirando por aquella indiscreta ventana temporal. La propia esencia del Pasado y el Presente y el Futuro se habían materializado junto a ellos. Urd, Skald y Verdandi miraron con atención: este viaje estaba destinado a ocurrir y ya había ocurrido antes, ya que los Calamburianos tenían un don para poner el tiempo patas arriba.

 Así empezaron Las Crónicas del Tiempo.

137 – EL SÉQUITO DE THEODUS

 En el claustro de profesores de Skuchaín reinaba el silencio. Era algo bastante poco habitual, ya que los profesores, Eruditos, Alquimistas y otros profesionales de la magia solían mantener acaloradas discusiones sobre la dirección de la Torre. Pero ese día, no sólo tenían una visita especial, sino que a pesar de que el sol brillaba de nuevo, la derrota pendía por encima de la cabeza de los presentes.

– Abrimos el gabinete de crisis de Skuchaín. Volvemos a la ley marcial que adoptamos durante la Maldición de las Brujas – anunció Felix el Preclaro, con semblante grave.

– Vamos a pasar a informar de los últimos acontecimientos, con la venia de nuestra excelentísima reina Sancha – señaló Minerva, con una leve inclinación de cabeza. Sancha III presidía la mesa y accedió con un leve gesto con la mano.

– La noche pasada, sufrimos una fuga de un centenar de estudiantes. Al parecer, durante todo este tiempo, Aurobinda había estado planeando a nuestras espaldas un reclutamiento de mentes afines a sus ideales – explicó Felix.

Baufren, el Duende Mayor, dio un golpetazo en la mesa y se incorporó furioso.

– ¡Os lo dije! ¡Os lo llevo avisando desde que su propia hermana me intentó convertir en piedra! Mis creadoras no son trigo limpio y os llevo avisando desde entonces – Baufren se giró mirando a todos los presentes, que rehuyeron su mirada -. ¡Ha estado torturando duendes! ¡Y todo porque los humanos sois ciegos!

– Los guardabosques también hemos avisado en varias ocasiones las anomalías encontradas en los portales y cuyo foco parecía tener la propia torre – apostilló Aodhan, el Guardabosques.

– ¡Debemos vengarnos ahora mismo! – gritó Stucco, levantándose de un empellón -. Skuchaín no debe permitir esta traición. Como representante de los Impromagos de la Torre, exijo que aprovechemos la Ley Marcial y carguemos contra Cuna de Oscuridad inmediatamente.

Los distintos representantes de la mesa empezaron a enzarzarse en discusiones y acusaciones, dando golpes y gritos en una especie de competición para ver quién gritaba más fuerte.

– ¡Silencio! ¡Silencio he dicho! – gritó Minerva por encima de todos. Su tono de maestra consumada acalló los gritos, mientras Sancha mantenía un enigmático silencio.

Miró fijamente a cada uno de la mesa, hasta que fueron bajando la mirada avergonzados por el exabrupto.

– Elegimos a Aurobinda por unanimidad. Parecía plenamente reconvertida y todos creimos que la luz podía sobreponerse a la Oscuridad. El propio Theodus lo habría aprobado. Fue solo después, de manera insidiosa, cuando empezó a revelar su verdadera naturaleza. Y aún así, nadie en esta sala puede presumir de tener un pasado intachable sin sangre en las manos. Todos hemos participado en guerras. Nadie es puro e inocente en esta mesa.

El silencio se prolongó un rato más. Stucco se cruzó de brazos, murmurando por lo bajo mientras miraba en derredor en búsqueda de aliados.

– Lo que quiere decir Minerva es que de nada sirve mirar al pasado cuando todos hemos tenido parte de responsabilidad en lo que ha ocurrido y de nada sirve echarnos en cara decisiones que tomamos por unanimidad – aclaró Félix.

La gran mesa se llenó de murmullos y de asientos recolocados con discretos rechinares de patas.

– Como iba diciendo, hemos sufrido la mayor fuga de Impromagos desde la creación de esta noble institución. Aprovechando el amparo de la noche, una centena de alumnos se fugaron tras darse pública la traición de Aurobinda, presenciada por la propia Minerva. Cederé la palabra.

– Como sabéis, aprecio los datos empíricos y descarto cualquier habladuría. Incluso a veces dudo de lo que veo con mis propios ojos. Pero creedme cuando os digo que lo peor que nos podía ocurrir no es nada con lo que yo he presenciado en Cuna de Oscuridad. El castillo por fin ha abierto sus puertas, y sus amos son los Consejeros de la reina Sancha – Minerva hizo una pausa para mirar a su Reina, pero esta se limitó a mirarla fijamente –. Han sido poseídos por la oscuridad y puede que yo misma fuese la que los mandase a su perdición. Y no debemos olvidar el papel crucial que ha cumplido Aurobinda en todo esto.

Los murmullos aumentaron de tono. Los rumores eran entonces ciertos, la antigua Bruja los había traicionado a todos.

– ¡El Comité de Conducta se opone a tan terribles declaraciones! ¡Es un ultraje! La directora estará probablemente de camino para aclarar semejantes acusaciones – protestó Telina indignada, tratando de ocultar su nerviosismo.

– ¿No será que se olvidaron de informarte de la huida y tus amiguitos oscuros te dejaron atrás? – comentó malévolamente Stucco.

– ¡Esos traidores no son mis amigos! Y como vuelvas a sugerir algo así te…. – amenazó la jóven Ténebris.

– ¡Silencio! Compórtate Telina. Todos hemos apreciado el trabajo de los Guardianes de la Conducta, a pesar de vuestro excesivo celo, pero lo que dice Minerva es verdad: los aposentos de Aurobinda están vacíos y hemos encontrado una cámara secreta repleta de duendes torturados. Algunos de los supervivientes confirman nuestras peores sospechas: todo lo que dice Minerva es cierto – aclaró Félix con semblante apesadumbrado.

– Estaba todo milimétricamente planeado. Y hemos caído de lleno en esta aciaga trampa. Pero aún hay esperanza – apuntilló Minerva -. Felix recibió el consejo de las Nornas. Los Inventores están planeando una manera de solucionar este problema y los estoy supervisando personalmente.

– ¿Las Nornas? – dijo Baufren – ¿Y cuál es el precio que hemos de pagar?

– Aún lo desconocemos. Pero no hay vuelta atrás, no tenemos más opciones.

El silencio volvió a aposentarse sobre los presentes, como un inquietante sudario. Cada uno sumido en sus pensamientos. La Reina Sancha habló por primera vez en toda la reunión.

– Bien, si algo me alegra de todo esto es saber que no soy a la única a quien todo esto le ha pillado con las enaguas a medio poner. Creedme cuando os digo que la traición de mis consejeros no solo es algo que jamás olvidaré, sino que además sufrirán la ira de una reina que juró que nunca más se doblegaría ante nadie.

Los ojos de la anciana brillaban como ascuas mientras miraban a todos los presentes.

– Pensé que con la paz iba aportar equilibrio. Pero os he vuelto blandos y quejicosos. No quiero ver un montón de adultos discutiendo, quiero soluciones. Así que a partir de hoy, nombro a Minerva directora de la Torre de Skuchaín por el poder que me da el Titán para reinar y porque parece la única con medio seso en este lugar. Estudiad Cuna de Oscuridad con todos los cachivaches mágicos que tengáis, haced una lista de los Impromagos traidores, entrenad a vuestros estudiantes, porque creedme cuando os digo… – dijo Sancha levantándose lentamente de su silla – … que esto es la guerra.

Los murmullos crecieron de intensidad al girarse todos a mirar a Minerva, la primera sorprendida por este nuevo nombramiento. Los murmullos siguieron aleteando hasta el techo, colándose por un agujero entre las vigas en el que dos pequeños Impromagos se acurrucaban.

– ¿Minerva es ahora la jefa? ¡Que miedo! – dijo Grahim con los ojos muy abiertos

– Es la guerra, Grahim. Por fin vamos a pelear de verdad – dijo Trai apretando su varita -. Tenemos que avisar a los demás. Nuestro plan secreto puede empezar.

– ¿A quién?

– Al resto. Al séquito de Theodus.

129 – CUNA DE OSCURIDAD

– La esencia de un Dios, Barastyr. Este Torneo ha sido de lo más sencillo.

– Así es. Sobretodo cuando sabíamos que siempre íbamos a ganar.

Los Consejeros de la Reina Sancha dialogaban entre ellos como si estuviesen en un salón de la corte, y no en medio de la arboleda de Catch-Un-Sum. A su alrededor, la Alta Curia, Van Bakari y Aurobinda esperaban pacientemente, con diferentes estados de embelesamiento.

– ¡Alabado sea el Titán Oscuro! Ha ganado la pareja elegida por nuestro dios – gritó Inocencio.

– Nadie nos está prestando la más mínima atención, pero seamos discretos. No tardarán en darse cuenta que algo no va bien – aconsejó Aurobinda.

– Tranquila querida. Me temo que hemos armado un buen revuelo y aún no se han dado cuenta del cambiazo. Aún siguen pensando que los ganadores son los Impromagos y que se han bebido la verdadera Esencia de la Divinidad – comentó ufano Van Bakari.

En el claro del bosque donde se celebraba la final del gran Torneo de Calamburia, los participantes corrían de aquí para allá. Los Impromagos gritaban y hacían aspavientos mientras el público se ponía cada vez más nervioso. Habían bebido la esencia de la divinidad y nada había pasado. ¿Acaso el Titán los había olvidado?

Pero alguien mantenía la calma entre tanto caos. Y es que los momentos de oscuridad son también grandes momentos de esperanza.

¡Impromagos! – gritó Ukho, acercándose a ellos y mirando entre los árboles con la mirada ágil – ¡Convocad vuestra magia y protegeros, algo muy malo va a pasar! Lo sé porque mi instinto de héroe me lo dice.

– Es verdad, Grahim. Quizás esto tiene que ver con el libro que nos dieron los Consejeros – aventuró, dudosa, Trai.

– Esto me da muy mala espina, Trai…

Los Impromagos apartaron su confusión y conjuraron una burbuja protectora a su alrededor, un remanso de paz en un océano de locura.

Los soldados de la Reina Sancha trataban de acordonar la zona, pero era imposible controlar a la multitud cada vez más nerviosa. Zarcillos de bruma se desplazaban entre los árboles como si tuviesen vida propia y acariciaban el alma de los mortales ahí reunidos, provocando una serie de terribles escalofríos.

– Sea pues. Es el momento de pedir nuestro deseo – dijo Barastyr mientras se remangaba con parsimonia.

– Y lo tenemos muy claro. Salmodiad, hijos de la Oscuridad – ordenó Érebos.

El siniestro conciliábulo empezó a entonar un cántico lúgubre y tenebroso que los rodeó como un pesado sudario. Los zarcillos de niebla se empezaron a acumular a su alrededor y la luz del frasco que contenía la Esencia de la Divinidad fue lentamente absorbida por el cántico maligno que revoloteaba alrededor de sus figuras, convertida en un orbe de oscuridad en las manos de Barastyr. Las voces aumentaron la cadencia, las cabezas bamboleantes sobre los hombros, con movimientos casi espasmódicos. La tensión era insoportable, los aullidos de ultratumba horripilantes, hasta que Barastyr aplastó la oscuridad entre sus manos con un chasquido similar a huesos al partirse. Érebos alzó el frasco y bebió de su contenido con una avidez grotesca. No derramó ni una sola gota y se relamió la boca con lujuriosos aspavientos.

Los cánticos cesaron de golpe y todos los ojos se fijaron en el consejero, quien aún tenía los ojos cerrados. Tras dejar de relamerse, dijo:

– Ha despertado.

Mientras tanto, muy lejos de ahí, en las profundidades de una mina, Stinker Comecobalto miraba con atención una enorme y multicolor veta que emergía de una pared imitando la vena de un cuerpo humano.  Como enano más veterano de los mineros, conocía las piedras de Calamburia mejor que a su propia madre, pero últimamente andaba bastante confuso. Las diferentes catástrofes habían marcado la tierra con un caleidoscopio de colores. Había tanta magia atrapada bajo tierra que incluso un experto como él sólo podía mirar perplejo y tratar de elucubrar cuál sería el siguiente estrato que se añadiría al mutable continente de Calamburia. ¡Si solamente su discípulo Failgrim le echase una mano! Pero llevaba días sin ver a ese holgazán. Quién sabe en qué agujero calentito se había refugiado para dormir una legendaria siesta.

Pero los pesares de Stinker no habían hecho más que empezar. Porque en ese mismo momento, mientras daba suaves golpecitos con un cincel a la multicolor veta, la tierra empezó a gemir y a gruñir. El capataz de los enanos tocó la pared e inmediatamente sintió el grito de la tierra. Sus pupilas se dilataron al sentir el terror que manaba del centro de la creación. A borbotones, como una imparable marea de inmundicia y escoria, la oscuridad se abría camino hacia la superficie.

Muchos oyeron historias sobre este aciago día. Muchos incluso peregrinaron hacia lo que llamaron más tarde “Cuna de la Oscuridad”. Pero muy pocos fueron testigos de su propio nacimiento. Unos pocos entre los que se incluía a Dorna y Corugan.

Apostados en lo alto de un cerro en las colinas que bordean las grandes montañas del norte de Calamburia, vieron ante sus atónitos ojos como la tierra del valle se abría en una explosión de tierra pulverizada y escoria. Una marea negra y densa como el petróleo surgió en forma de  geiser, ensanchando el agujero y escupiendo ceniza al cielo. La tierra se ensanchó con un gemido de profundo dolor y las almenas de un negro castillo empezaron a surgir de la tierra. Como un aparatoso gigante que trataba de incorporarse, las almenas se alzaron orgullosas e impertinentes, desafiando al cielo con su sola presencia. Las torres trataban de horadar el cielo y los ventanales relucían mortecinamente, absorbiendo la propia luz. La ceniza alcanzó las nubes y las tiñó de un gris antinatural, hasta reducir el brillo del sol a una luz apagada y débil.

Dorna se incorporó poco a poco, posando la mano para tranquilizar al enorme lobo negro que gruñía sordamente, mirando el castillo. Sus ojos se veían atraídos por aquella fantasmal construcción, como si de un imán se tratase. Sentía que su interior deseaba pertenecer a ese castillo y la fría y azul antorcha de su corazón se encendió, ansiosa de devorar más y más calor.

Tan absorta estaba que ni siquiera se dio cuenta de que Corugan ya no estaba a su lado. Dando unos temblorosos pasos, seguida de su lobo, se dirigió al castillo.

Y no fue la última. La luz del sol desapareció, reemplazada por una luz pálida y mortecina que auguraba la llegada de la noche. Se estableció un toque de queda ya que nadie osaba salir pasada la medianoche a la intemperie. No solo eso, sino que al asomar el pálido y enfermizo sol por la mañana, muchos  descubrían la habitación de sus seres queridos vacía. Como guiados por una tenebrosa flauta, algunos calamburianos, en un patrón aleatorio, se levantaban sonámbulos de sus camas por la noche, despertándose en medio del bosque entre gritos de pánico. Y esos eran los más afortunados: los demás formaban una inquietante y silenciosa fila, que caminaba cruzando todo Calamburia hasta llegar a Cuna de la Oscuridad. Una vez despiertos cerca de la muralla, los Caminantes no volvían, sino que se estaban asentando a la sombra y el refugio de aquel inquietante palacio.

La paz de la Reina Sancha se había roto y el Palacio de Ámbar bullía como un avispero. Urraca había sido enviada en misión diplomática para hablar con Arishai y sus seguidores, que rondaban la frontera con la Puerta del Este y las bravuconerías de los Von Vondra cada vez alcanzaban nuevas cotas de descaro. Cuna de la Oscuridad había trastocado la balanza de poder y las puertas de aquel extraño palacio se hallaban cerradas a cal y canto. Los emisarios enviados habían vuelto con las manos vacías y habían sido expulsados de ahí por los  Caminantes que estaban erigiendo una pequeña ciudad de chabolas y edificios improvisados a la sombra de las murallas.

Un antiguo mal había empezado a desperezarse. No era un Dragón, Un Leviatan o una explosión de energías y elementos. Era mucho más sutil, sibilino y acechaba con paciencia, esperando a dar un solo y mortífero golpe.  Sus primeros temblores habían puesto patas arriba toda la estabilidad conseguida a golpe de sangre y lucha. ¿Qué ocurrirá cuando este antiguo mal termine de despertarse y camine por la tierra de nuevo? Sólo las Nornas podían saberlo… y ya sabéis que todo conocimiento, tiene un precio.


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