129 – CUNA DE OSCURIDAD

– La esencia de un Dios, Barastyr. Este Torneo ha sido de lo más sencillo.

– Así es. Sobretodo cuando sabíamos que siempre íbamos a ganar.

Los Consejeros de la Reina Sancha dialogaban entre ellos como si estuviesen en un salón de la corte, y no en medio de la arboleda de Catch-Un-Sum. A su alrededor, la Alta Curia, Van Bakari y Aurobinda esperaban pacientemente, con diferentes estados de embelesamiento.

– ¡Alabado sea el Titán Oscuro! Ha ganado la pareja elegida por nuestro dios – gritó Inocencio.

– Nadie nos está prestando la más mínima atención, pero seamos discretos. No tardarán en darse cuenta que algo no va bien – aconsejó Aurobinda.

– Tranquila querida. Me temo que hemos armado un buen revuelo y aún no se han dado cuenta del cambiazo. Aún siguen pensando que los ganadores son los Impromagos y que se han bebido la verdadera Esencia de la Divinidad – comentó ufano Van Bakari.

En el claro del bosque donde se celebraba la final del gran Torneo de Calamburia, los participantes corrían de aquí para allá. Los Impromagos gritaban y hacían aspavientos mientras el público se ponía cada vez más nervioso. Habían bebido la esencia de la divinidad y nada había pasado. ¿Acaso el Titán los había olvidado?

Pero alguien mantenía la calma entre tanto caos. Y es que los momentos de oscuridad son también grandes momentos de esperanza.

¡Impromagos! – gritó Ukho, acercándose a ellos y mirando entre los árboles con la mirada ágil – ¡Convocad vuestra magia y protegeros, algo muy malo va a pasar! Lo sé porque mi instinto de héroe me lo dice.

– Es verdad, Grahim. Quizás esto tiene que ver con el libro que nos dieron los Consejeros – aventuró, dudosa, Trai.

– Esto me da muy mala espina, Trai…

Los Impromagos apartaron su confusión y conjuraron una burbuja protectora a su alrededor, un remanso de paz en un océano de locura.

Los soldados de la Reina Sancha trataban de acordonar la zona, pero era imposible controlar a la multitud cada vez más nerviosa. Zarcillos de bruma se desplazaban entre los árboles como si tuviesen vida propia y acariciaban el alma de los mortales ahí reunidos, provocando una serie de terribles escalofríos.

– Sea pues. Es el momento de pedir nuestro deseo – dijo Barastyr mientras se remangaba con parsimonia.

– Y lo tenemos muy claro. Salmodiad, hijos de la Oscuridad – ordenó Érebos.

El siniestro conciliábulo empezó a entonar un cántico lúgubre y tenebroso que los rodeó como un pesado sudario. Los zarcillos de niebla se empezaron a acumular a su alrededor y la luz del frasco que contenía la Esencia de la Divinidad fue lentamente absorbida por el cántico maligno que revoloteaba alrededor de sus figuras, convertida en un orbe de oscuridad en las manos de Barastyr. Las voces aumentaron la cadencia, las cabezas bamboleantes sobre los hombros, con movimientos casi espasmódicos. La tensión era insoportable, los aullidos de ultratumba horripilantes, hasta que Barastyr aplastó la oscuridad entre sus manos con un chasquido similar a huesos al partirse. Érebos alzó el frasco y bebió de su contenido con una avidez grotesca. No derramó ni una sola gota y se relamió la boca con lujuriosos aspavientos.

Los cánticos cesaron de golpe y todos los ojos se fijaron en el consejero, quien aún tenía los ojos cerrados. Tras dejar de relamerse, dijo:

– Ha despertado.

Mientras tanto, muy lejos de ahí, en las profundidades de una mina, Stinker Comecobalto miraba con atención una enorme y multicolor veta que emergía de una pared imitando la vena de un cuerpo humano.  Como enano más veterano de los mineros, conocía las piedras de Calamburia mejor que a su propia madre, pero últimamente andaba bastante confuso. Las diferentes catástrofes habían marcado la tierra con un caleidoscopio de colores. Había tanta magia atrapada bajo tierra que incluso un experto como él sólo podía mirar perplejo y tratar de elucubrar cuál sería el siguiente estrato que se añadiría al mutable continente de Calamburia. ¡Si solamente su discípulo Failgrim le echase una mano! Pero llevaba días sin ver a ese holgazán. Quién sabe en qué agujero calentito se había refugiado para dormir una legendaria siesta.

Pero los pesares de Stinker no habían hecho más que empezar. Porque en ese mismo momento, mientras daba suaves golpecitos con un cincel a la multicolor veta, la tierra empezó a gemir y a gruñir. El capataz de los enanos tocó la pared e inmediatamente sintió el grito de la tierra. Sus pupilas se dilataron al sentir el terror que manaba del centro de la creación. A borbotones, como una imparable marea de inmundicia y escoria, la oscuridad se abría camino hacia la superficie.

Muchos oyeron historias sobre este aciago día. Muchos incluso peregrinaron hacia lo que llamaron más tarde “Cuna de la Oscuridad”. Pero muy pocos fueron testigos de su propio nacimiento. Unos pocos entre los que se incluía a Dorna y Corugan.

Apostados en lo alto de un cerro en las colinas que bordean las grandes montañas del norte de Calamburia, vieron ante sus atónitos ojos como la tierra del valle se abría en una explosión de tierra pulverizada y escoria. Una marea negra y densa como el petróleo surgió en forma de  geiser, ensanchando el agujero y escupiendo ceniza al cielo. La tierra se ensanchó con un gemido de profundo dolor y las almenas de un negro castillo empezaron a surgir de la tierra. Como un aparatoso gigante que trataba de incorporarse, las almenas se alzaron orgullosas e impertinentes, desafiando al cielo con su sola presencia. Las torres trataban de horadar el cielo y los ventanales relucían mortecinamente, absorbiendo la propia luz. La ceniza alcanzó las nubes y las tiñó de un gris antinatural, hasta reducir el brillo del sol a una luz apagada y débil.

Dorna se incorporó poco a poco, posando la mano para tranquilizar al enorme lobo negro que gruñía sordamente, mirando el castillo. Sus ojos se veían atraídos por aquella fantasmal construcción, como si de un imán se tratase. Sentía que su interior deseaba pertenecer a ese castillo y la fría y azul antorcha de su corazón se encendió, ansiosa de devorar más y más calor.

Tan absorta estaba que ni siquiera se dio cuenta de que Corugan ya no estaba a su lado. Dando unos temblorosos pasos, seguida de su lobo, se dirigió al castillo.

Y no fue la última. La luz del sol desapareció, reemplazada por una luz pálida y mortecina que auguraba la llegada de la noche. Se estableció un toque de queda ya que nadie osaba salir pasada la medianoche a la intemperie. No solo eso, sino que al asomar el pálido y enfermizo sol por la mañana, muchos  descubrían la habitación de sus seres queridos vacía. Como guiados por una tenebrosa flauta, algunos calamburianos, en un patrón aleatorio, se levantaban sonámbulos de sus camas por la noche, despertándose en medio del bosque entre gritos de pánico. Y esos eran los más afortunados: los demás formaban una inquietante y silenciosa fila, que caminaba cruzando todo Calamburia hasta llegar a Cuna de la Oscuridad. Una vez despiertos cerca de la muralla, los Caminantes no volvían, sino que se estaban asentando a la sombra y el refugio de aquel inquietante palacio.

La paz de la Reina Sancha se había roto y el Palacio de Ámbar bullía como un avispero. Urraca había sido enviada en misión diplomática para hablar con Arishai y sus seguidores, que rondaban la frontera con la Puerta del Este y las bravuconerías de los Von Vondra cada vez alcanzaban nuevas cotas de descaro. Cuna de la Oscuridad había trastocado la balanza de poder y las puertas de aquel extraño palacio se hallaban cerradas a cal y canto. Los emisarios enviados habían vuelto con las manos vacías y habían sido expulsados de ahí por los  Caminantes que estaban erigiendo una pequeña ciudad de chabolas y edificios improvisados a la sombra de las murallas.

Un antiguo mal había empezado a desperezarse. No era un Dragón, Un Leviatan o una explosión de energías y elementos. Era mucho más sutil, sibilino y acechaba con paciencia, esperando a dar un solo y mortífero golpe.  Sus primeros temblores habían puesto patas arriba toda la estabilidad conseguida a golpe de sangre y lucha. ¿Qué ocurrirá cuando este antiguo mal termine de despertarse y camine por la tierra de nuevo? Sólo las Nornas podían saberlo… y ya sabéis que todo conocimiento, tiene un precio.


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