26. ÚLTIMO DÍA EN CALAMBURIA

El cielo es azul, pero no del mismo azul que siempre, sino algo más fuerte, más intenso. Como si alguien lo hubiera pintado, como si fuera artificial.

-Es la señal del fin del mundo –comenta Garth, afilando la mirada.

-Así lo predicen las cartas –confirma Kálaba.

El zíngaro se arrodilla junto a Dulce, su hermana ha abierto los ojos y ya puede hablar. Acaricia su frente. Los tres estarán presentes el último día de Calamburia, dispuestos a detener el final con todas sus energías mágicas. Dulce ha estado a punto de morir, pero ya se encuentra mucho mejor y dispuesta.

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En el Inframundo, la morada de los muertos, ha desaparecido la lava. En su lugar quedan cavernas oscuras y frías, llenas con el lamento de algún que otro condenado. En su trono, Kashiri se estremece por un frío inusual y cuenta las horas para el enfrentamiento contra los Impromagos. Las esferas de poder, una en manos del bien y otra en poder del mal, son las únicas que pueden transportar al vencedor del torneo hasta la morada del Inframundo. ¿Qué mejor que una Emperatriz para portarlas? Ella lo merece, mucho más que esos dos estudiantes.

-¿Estás preparada? –le dice a Ventisca-. Últimamente te noto algo abstraída.

El Avatar del Caos lanza a su compañera una mirada helada y dice:

-Nuca he estado tan preparada. Las esferas serán nuestras. Esos dos pequeños magos no las merecen.

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-¡Eme!- grita Sirene, mientras corre por los pasillos de la biblioteca, cargada con varios libros de hechizos.

Le encuentra mirando por la ventada, entretenido con el cielo pintado.

-¡Tenemos que prepararnos! –ordena, zarandeándole-, El enfrentamiento con las Guardianas del Inframundo es el último paso antes de que nos veamos con los piratas. ¿No ves que será muy difícil? ¡Eme!

Sirene refunfuña y pisotea el suelo, pero Eme no le presta atención. Una parte de él le pide tomar el sol.

-¡Eme, qué haces!

-Lo necesito –dice el impromago con una sonrisa bobalicona.

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La misma sonrisa es la que luce Comosu, allá lejos, en Villaolvido, mientras Irving Vanderlist y Mitt Clementis intentan vestirle. A su espalda, Petequia observa la escena con una mueca.

-Daos prisa –ordena la mujer a los dos capellanes-, el momento se aproxima.

-Todo sucederá a su debido momento, señora –responde Irving, mediante el tono pausado que le caracteriza-. El Elegido llegará cuando deba llegar, no se presentará ni tarde ni pronto al evento, sino cuando el destino quiera. Entonces conoceremos su verdadera misión.

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-Así será –asiente la hermana Clementis.

Ella es quien aproxima un orbe mágico a Comosu. El muchacho se pone bizco al mirarlo, pero Clementis lo aparta de sus manos.

-Está vacío, Comosu, sin embargo es capaz de albergar un gran poder en su interior. Sólo tú podrás encerrar ese gran poder.

-¿Yo? –se señala Comosu- ¿Por qué?

-Porque eres el futuro rey de Calamburia.

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El rey, el actual rey Rodrigo V, tiene muchas cosas en las que pensar, pero no desea que se note. Urraca es demasiado lista. La Reina lleva a su lado un mercenario llamado Seth. Ese hombre, una espada a sueldo, es el único calamburiano en quien confía, ahora que el fin del mundo se acerca. No se separan en ningún momento.

Pero la verdad es diferente –piensa Rodrigo sin hacer un solo gesto, por miedo a que se detecten sus verdaderas intenciones-. El mercenario lleva en su bolsa más dinero mío que tuyo. Ahora que el mundo se halla próximo a su final, vas a ser derrotada.

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-Derrotado –se lamenta Quasi en su nuevo puesto, frente las Puertas del Cielo-, me siento totalmente derrotado, Adonis. Ya no tengo fuerzas para luchar por el amor.

-En ese caso, querido amigo –Adonis coloca una mano cómplice en el hombro del grandullón-, ha llegado la hora de que disfrutes de verdad. Ya no es necesario guardar estas puertas celestiales como vigilábamos las otras. Podemos permitirnos algo de tiempo libre. Ven, te enseñaré el amor… el de muchas damas. Te encantará, Quasi. Es el último placer que debes permitirte en estos últimos días.

porteros calamburia impro calambur

No hay mayor placer para Rosi Sacapán que el de cultivar patatas. Ella y Griffo siguen a lo suyo. Sus sombreros no les dejan ver el cielo. Y, de todos modos, ¿A quién le importa de qué color esté? Lo único que debe interesarles es si ese Leviatán va a traer poca, mucha o demasiada agua. Regar los campos está bien, pero que todo quede empantanado no es lo más conveniente para el huerto. Por eso, los dos hortelanos han levantado un murete alrededor de las tierras. Eso suele prevenir las riadas, y seguro que hace lo mismo con uno de esos “tsunamis”.

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-Tsunami –dice Nox, mientras observa el Palacio de Ámbar.

Su bolsa tintinea con el dinero del Rey y Petequia, pero ninguno sabe que el otro le ha contratado. El mercenario gusta de trabajar a dos bandas por un mismo objetivo, sobre todo si ese objetivo le beneficia.

-El Tsunami vendrá, detengáis a los Piratas o no. El cambio en Calamburia es inevitable.

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Quienes también cuentan monedas son los Taberneros. Yanguin y Ebedi se preparan para un abandono precipitado de su local. Su objetivo es claro: engatusar a las Guardianas para irse a vivir al Inframundo. Seguro que los diablillos que allí residen gustan de unos buenos escanciadores de cerveza, y no los hay mejor que ellos en todo el continente.

-Pasaremos a ver el fin del mundo, ¿no, cariño? –Dice Yangin, mientras carga un tonel de cerveza en su carreta.

-¡Cómo vamos a hacer eso! Se nos echará el tsunami encima y no podremos escapar. Allí es donde sucederá todo. ¿No lo comprendes?

Hace el amago de darle un bofetón, pero le detienen las palabras de su marido.

-¡Creo que todos irán a verlo! Nadie se lo va a perder. Imagina el dinero que podemos hacer si vendemos algunas consumiciones.

-¿Todos estarán allí?

-Todos toditos todos.

-Entonces, nosotros también. ¡Ala, Amarra a los caballos, nos vamos!

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Ponen rumbo a la arboleda de Catch – Unsum, al igual que los demás. Nadie desea perderse el fin del mundo, porque todos quieren ver la faz de los Piratas, artífices de todo esto y, porque en definitiva, todos son demasiado curiosos como para perderse la ira del Leviatán.

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25. EL PRESAGIO DE UNA CONJURA

Era noche cerrada en Siahuevo de Abajo. Las buenas gentes dormían en sus casas, y por las calles no había más que manadas de perros, gatos solitarios y algún que otro murciélago.

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De repente, una sombra cruzó los tejados, saltando de uno a otro con extrema gracilidad. Otra figura la seguía a pie de calle, ocultándose en las esquinas. Avanzaban en dirección al extremo norte del pequeño pueblo, allí donde, en un día claro, era posible distinguir la linde del Bosque Perdido de la DesconexiónCaptura de pantalla 2015-03-25 a las 14.22.33.

Los dos extraños se detuvieron a pocos metros de la puerta norte. En ella no había más que un guardia, que roncaba como un bendito. Bajo su arcada se perfiló una mujer embozada en una capucha.

-Petequia –dijo la sombra encaramada al tejado-. Creí que nos esperarías en el bosque. No es seguro que nos encontremos aquí.

-Estamos a salvo, Nox –respondió Petequia, permitiendo que una hebra de luna le iluminara el rostro-. El guardia no despertará. Está drogado.

-Entonces, ha llegado el momento –intervino la otra sombra; oculta tras un árbol.

-Ha llegado –afirmó Petequia-, pero muéstrate, Seth. Me gusta entrevistarme cara a cara con aquéllos a quienes contrato.

-Contratados a cambio de un sustancioso premio –dijo Seth, mientras dejaba su puesto-. No lo olvides.

El soldado se alejó del árbol y, al igual que Petequia, dejó que la luna descubriera su figura. En su rostro se leían las marcas de la veteranía; y en sus ojos, el estoicismo de quien había provocado la muerte en numerosas ocasiones.

Captura de pantalla 2015-03-25 a las 14.11.16-Os pagaré a su momento –señaló Petequia-, cuando las profecías se hayan cumplido.

-¿En qué medida pones tu confianza en esas profecías? –La voz sibilina de Nox llegó flotando desde el tejado; era el único que aún no se dejaba ver.

 

-Tengo mi fe puesta en ellas. Toda mi confianza –afirmó Petequia.

-Entonces, es cierto que el momento ha llegado –Seth entornó la mirada.

-Así es –declaró Petequia-. El heredero al trono está preparado para reclamar lo que le corresponde. Es tiempo de prepararnos para su ascenso.Captura de pantalla 2015-03-25 a las 14.23.19

-No será fácil arrebatar el reino a Urraca –añadió el soldado.

-Y, por otro lado, todavía nos enfrentamos a la amenaza del Leviatán –terció Nox.

-Por el Leviatán no debéis preocuparos, será vencido de un modo u otro. No obstante, y si queremos prepararnos para la batalla, tendréis que sacrificar vuestro lugar en el Torneo. Sé que teníais posibilidades de convertiros en héroes, pero ahora que los Reyes han quedado descalificados, ya no me preocupa quién gane. Quedáis exentos de ese trabajo.

-Así que tendremos que abandonar el Torneo –susurró Nox.

-Inventaos alguna excusa. Algo que no haga sospechar de vuestras auténticas intenciones.

-Descuida, lo haremos –declaró Seth-. Diremos que hemos aceptado un trabajo en otro continente, lejos de Calamburia. Que se nos paga bien, pero que los detalles de nuestra misión son secretos.

-Entonces, de acuerdo. Abandonad el Torneo y viajad al Bosque Perdido en cuanto os sea posible. He emplazado a mis aliados allí. Desde ese lugar partiremos hacia el Palacio de Ámbar y tomaremos el reino.Captura de pantalla 2015-03-25 a las 14.19.11

Los dos mercenarios asintieron. Petequia dio media vuelta y se alejó caminando con absoluta tranquilidad, como si no tuviera miedo de que la descubrieran.

-Seth –llamó Nox desde su tejado-. ¿Crees que estamos en el bando apropiado?

-Tal vez sí, y tal vez no –respondió Seth, sin perder de vista la figura de Petequia-. Yo, al menos, sé lo que hago.

Captura de pantalla 2015-03-25 a las 14.42.09

24. UN ECO EN LA NOCHE

En la profundidad del Inframundo, allí donde ni siquiera las alimañas de Calamburia se atreven a poner el pie, Ventisca tiene su hogar. Es una caverna fría, con muchos pequeños agujeros a través de los que silba el viento. Ventisca se sienta en el centro y aguarda hasta que llegue su momento, hasta que Kashiri, la Emperatriz Tenebrosa, decida el siguiente movimiento a tomar.

La Guerra de Calamburia finalizó, y las fuerzas del bien triunfaron. Ambas Guardianas del Inframundo fueron expulsadas a su reino y encerradas allí. Sólo ahora, con la amenaza del Leviatán, han vuelto a hacerse notar. La destrucción del mundo también las afecta.

Pero en los ratos en los que Ventisca pasa sola, se entretiene en sus pensamientos. Son pocos esos momentos de paz, cuando no la reclaman las necesidades del torneo, ni hay almas a las que guiar por el Inframundo. Entonces Ventisca desciende muy profundo, a esa caverna en la que sopla el viento, y piensa.

Antaño tenía otro nombre: la Dama Celeste. Eran años que en su memoria se nublan. No obstante, todavía puede evocar días en los que jugaba con las nubes, paseaba al lado de otros seres de su raza y… y reía.

Sí, Ventisca cree recordar que antaño era feliz, y que no existían deseos amargos. Reía porque no tenía males en su corazón, y porque amaba. No era un amor perfecto, por supuesto. Tenía sus defectos, pero era amor.

El amor ahora le resulta un sentimiento imposible de recuperar. Observa su alrededor, a los agujeros pequeños de la caverna, por los que silba el aire, como si a través de ellos se hubieran colado esas sensaciones que la aproximaban a la humanidad. Pero a pesar de sus esfuerzos, sabe que nunca podrá volver a enamorarse.

Muchos hombres la persiguieron cuando era la Dama Celeste, y todavía quedan algunos que se atreven a sentir algo por ella. El último fue Quasi, uno de los porteros. Le confesó que ella era la primera y la única; que no había ninguna otra a quien dedicar sus sueños, y que no la habría jamás. Lo hizo justo antes de caer rendido ante el Avatar del Caos, pues Ventisca, inmisericorde, no se dejó vencer por aquellas palabras.

Ahora, en su caverna, donde el viento la envuelve, recuerda cómo sintió pena por aquel amor. No porque lo correspondiera, sino por ver cómo se había adueñado de la lealtad de su enemigo. Le había hecho débil, y por eso, Ventisca triunfó.

En esa caverna donde no alcanza ninguna luz, se escucha una risa. Es Ventisca, alegrándose de haberse desprendido de aquellos sentimientos. La hacían débil, pero ahora es fuerte. Ahora es invencible.

Sin embargo, el viento continúa silbando en su oído, y con un cosquilleo se cuela en sus oídos una frase: “¿No lo echas de menos?” Le dice una voz que nadie más escucha. “¿No querrías volver a amar de verdad?”, añade.

Ventisca queda un instante en silencio; enmudece su risa y escucha el mensaje del viento, y las palabras en su cabeza que una y otra vez se repiten: “¿No querrías volver a amar?”.

Mira a los agujeros, a su alrededor. Sus ojos escudriñan la oscuridad. Con ella no hay nadie, sólo sus pensamientos, sus recuerdos. Sólo ella misma.

-No –responde a viva voz, y el eco hace que su respuesta se extienda por todo el Inframundo.

23. EL SUSURRO DEL REY RODRIGO

El Palacio de Ámbar era hermoso durante el día. El sol despertaba un fulgor anaranjado en sus muros, visible desde varios kilómetros de distancia, capaz de alegrar el corazón de cualquier ciudadano. Pero durante la noche, cuando no había sirvientes corriendo de un lado a otro, y sólo la guardia paseaba por el adarve, el interior recogía un poderoso halo de misterio. Era como si las paredes, los tapices y los suelos cobraran vida durante el día; y en cambio, al caer la noche, hallaran la muerte.

Así opinaba el hermano Irving van der List. Visitar el palacio era una tarea que le desagradaba. Si de él dependiera no saldría de su monasterio; dedicaría horas al estudio y poco a viajar. No obstante, su profesión exigía que tuviera que trasladarse allí donde fuera requerido. En este caso, la misma Reina le había mandado llamar.

Sólo el eco de sus pisadas le acompañaba aquella noche, mientras pasillo a pasillo, habitación tras habitación, acortaba distancias con la sala del trono. Dos guardias le dieron acceso a la misma. En su interior, la reina ocupaba el trono que debía corresponder a su marido, el rey Rodrigo. Hacía mucho que habían intercambiado los sitios.

-Hermano Irving… -saludó la Reina, junto a un calculado ademán.

-Mi señora. ¿Me habéis llamado? –Irving se inclinó en una reverencia.

-Y habéis acudido. Siempre tan servicial.

-Es mi deber.

-Claro… es tu deber obedecerme.

Urraca alzó una ceja. Irving, que todavía no se había incorporado de su reverencia, sintió un escalofrío incómodo. Era la punzante sensación de sentirse estudiado. La Reina continuó:

-Dentro de unos días, y por gracia del azar, Capellanes y Reyes tendremos que competir en el Torneo.

-Lo sé, mi señora.

-Supongo que no habrás olvidado el juramento que cada capellán realiza al entrar en la orden.

-No lo he olvidado.

-Has de obedecerme en todo.

-Así es.

-En todo, Irving.

El capellán sostuvo unos segundos la mirada de Urraca.

-En todo, mi señora.

Urraca dejó salir un leve suspiro.

-Está bien. Veo que lo tienes claro. Puedes retirarte.

Irving asintió, dio media vuelta y dejó la sala. Mientras recorría de vuelta aquellos corredores solitarios, donde la luna entraba con timidez a través de las ventanas, volvió a sentir otro de aquellos escalofríos. ¿Sabría la reina sus verdaderas intenciones? Ella quería que los capellanes la dejaran vencer, por supuesto. Pero él no pensaba obedecerla; en realidad nunca lo había hecho. Su juramento de lealtad a la Corona seguía vigente, pero no dedicado a Urraca, sino al rey Rodrigo.

Al evocar aquel nombre, Irving detuvo sus pasos, varió el rumbo y, atravesando un claustro, se adentró en los aposentos del Rey. No abrió la puerta, sino que llamó con una contraseña. Del otro lado respondió una voz.

-Irving…

-Mi Rey –dijo éste, en un susurro, vigilando que no hubiera nadie en los alrededores.

-¿Qué te ha dicho mi esposa? –se escuchó desde el otro lado de la puerta.

-Quiere que la dejemos ganar.

-No lo permitas, Irving.

-Sabe que no me someteré a su voluntad. Eso jamás.

-Me alegra escuchar eso… ¿y mi hijo?

-Está sano, y feliz. Continúo enseñándole en Villaolvido. Pronto estará listo para reclamar el trono.

-Qué gran noticia, Irving. ¡Tengo tantas cosas que agradecerte!

-Es mi cometido. Yo sirvo a la Corona, a la verdadera.

-Nos veremos en el torneo.

-Nos veremos, Majestad. Mantenga las fuerzas y siga fingiendo su locura. Ya queda menos para restaurar al verdadero Señor de Calamburia.