El cielo es azul, pero no del mismo azul que siempre, sino algo más fuerte, más intenso. Como si alguien lo hubiera pintado, como si fuera artificial.
-Es la señal del fin del mundo –comenta Garth, afilando la mirada.
-Así lo predicen las cartas –confirma Kálaba.
El zíngaro se arrodilla junto a Dulce, su hermana ha abierto los ojos y ya puede hablar. Acaricia su frente. Los tres estarán presentes el último día de Calamburia, dispuestos a detener el final con todas sus energías mágicas. Dulce ha estado a punto de morir, pero ya se encuentra mucho mejor y dispuesta.
En el Inframundo, la morada de los muertos, ha desaparecido la lava. En su lugar quedan cavernas oscuras y frías, llenas con el lamento de algún que otro condenado. En su trono, Kashiri se estremece por un frío inusual y cuenta las horas para el enfrentamiento contra los Impromagos. Las esferas de poder, una en manos del bien y otra en poder del mal, son las únicas que pueden transportar al vencedor del torneo hasta la morada del Inframundo. ¿Qué mejor que una Emperatriz para portarlas? Ella lo merece, mucho más que esos dos estudiantes.
-¿Estás preparada? –le dice a Ventisca-. Últimamente te noto algo abstraída.
El Avatar del Caos lanza a su compañera una mirada helada y dice:
-Nuca he estado tan preparada. Las esferas serán nuestras. Esos dos pequeños magos no las merecen.
-¡Eme!- grita Sirene, mientras corre por los pasillos de la biblioteca, cargada con varios libros de hechizos.
Le encuentra mirando por la ventada, entretenido con el cielo pintado.
-¡Tenemos que prepararnos! –ordena, zarandeándole-, El enfrentamiento con las Guardianas del Inframundo es el último paso antes de que nos veamos con los piratas. ¿No ves que será muy difícil? ¡Eme!
Sirene refunfuña y pisotea el suelo, pero Eme no le presta atención. Una parte de él le pide tomar el sol.
-¡Eme, qué haces!
-Lo necesito –dice el impromago con una sonrisa bobalicona.
La misma sonrisa es la que luce Comosu, allá lejos, en Villaolvido, mientras Irving Vanderlist y Mitt Clementis intentan vestirle. A su espalda, Petequia observa la escena con una mueca.
-Daos prisa –ordena la mujer a los dos capellanes-, el momento se aproxima.
-Todo sucederá a su debido momento, señora –responde Irving, mediante el tono pausado que le caracteriza-. El Elegido llegará cuando deba llegar, no se presentará ni tarde ni pronto al evento, sino cuando el destino quiera. Entonces conoceremos su verdadera misión.
-Así será –asiente la hermana Clementis.
Ella es quien aproxima un orbe mágico a Comosu. El muchacho se pone bizco al mirarlo, pero Clementis lo aparta de sus manos.
-Está vacío, Comosu, sin embargo es capaz de albergar un gran poder en su interior. Sólo tú podrás encerrar ese gran poder.
-¿Yo? –se señala Comosu- ¿Por qué?
-Porque eres el futuro rey de Calamburia.
El rey, el actual rey Rodrigo V, tiene muchas cosas en las que pensar, pero no desea que se note. Urraca es demasiado lista. La Reina lleva a su lado un mercenario llamado Seth. Ese hombre, una espada a sueldo, es el único calamburiano en quien confía, ahora que el fin del mundo se acerca. No se separan en ningún momento.
–Pero la verdad es diferente –piensa Rodrigo sin hacer un solo gesto, por miedo a que se detecten sus verdaderas intenciones-. El mercenario lleva en su bolsa más dinero mío que tuyo. Ahora que el mundo se halla próximo a su final, vas a ser derrotada.
-Derrotado –se lamenta Quasi en su nuevo puesto, frente las Puertas del Cielo-, me siento totalmente derrotado, Adonis. Ya no tengo fuerzas para luchar por el amor.
-En ese caso, querido amigo –Adonis coloca una mano cómplice en el hombro del grandullón-, ha llegado la hora de que disfrutes de verdad. Ya no es necesario guardar estas puertas celestiales como vigilábamos las otras. Podemos permitirnos algo de tiempo libre. Ven, te enseñaré el amor… el de muchas damas. Te encantará, Quasi. Es el último placer que debes permitirte en estos últimos días.
No hay mayor placer para Rosi Sacapán que el de cultivar patatas. Ella y Griffo siguen a lo suyo. Sus sombreros no les dejan ver el cielo. Y, de todos modos, ¿A quién le importa de qué color esté? Lo único que debe interesarles es si ese Leviatán va a traer poca, mucha o demasiada agua. Regar los campos está bien, pero que todo quede empantanado no es lo más conveniente para el huerto. Por eso, los dos hortelanos han levantado un murete alrededor de las tierras. Eso suele prevenir las riadas, y seguro que hace lo mismo con uno de esos “tsunamis”.
-Tsunami –dice Nox, mientras observa el Palacio de Ámbar.
Su bolsa tintinea con el dinero del Rey y Petequia, pero ninguno sabe que el otro le ha contratado. El mercenario gusta de trabajar a dos bandas por un mismo objetivo, sobre todo si ese objetivo le beneficia.
-El Tsunami vendrá, detengáis a los Piratas o no. El cambio en Calamburia es inevitable.
Quienes también cuentan monedas son los Taberneros. Yanguin y Ebedi se preparan para un abandono precipitado de su local. Su objetivo es claro: engatusar a las Guardianas para irse a vivir al Inframundo. Seguro que los diablillos que allí residen gustan de unos buenos escanciadores de cerveza, y no los hay mejor que ellos en todo el continente.
-Pasaremos a ver el fin del mundo, ¿no, cariño? –Dice Yangin, mientras carga un tonel de cerveza en su carreta.
-¡Cómo vamos a hacer eso! Se nos echará el tsunami encima y no podremos escapar. Allí es donde sucederá todo. ¿No lo comprendes?
Hace el amago de darle un bofetón, pero le detienen las palabras de su marido.
-¡Creo que todos irán a verlo! Nadie se lo va a perder. Imagina el dinero que podemos hacer si vendemos algunas consumiciones.
-¿Todos estarán allí?
-Todos toditos todos.
-Entonces, nosotros también. ¡Ala, Amarra a los caballos, nos vamos!
Ponen rumbo a la arboleda de Catch – Unsum, al igual que los demás. Nadie desea perderse el fin del mundo, porque todos quieren ver la faz de los Piratas, artífices de todo esto y, porque en definitiva, todos son demasiado curiosos como para perderse la ira del Leviatán.