La muy noble raza de los unicornios ha gobernado el Mundo Faérico desde el origen de los tiempos. De entre todas las matriarcas, siempre fue una hembra unicornia quien ostentó el título de Dama Blanca. Y, generación tras generación, desde su trono erigido a los pies de la Aguja de Nácar, un unicornio ha gobernado las suertes de los seres faéricos. Conscientes de su grandeza y responsabilidad, los unicornios asumen su condición como parte de su naturaleza. ¿Quién si no –se preguntan– podría guiar con elegante sabiduría a las criaturas mágicas por el camino del bienestar y la prosperidad? Por supuesto, nadie consideraría que esta fuera una tarea adecuada para los efreet, tan poderosos como irascibles, tan impredecibles… Tampoco sería adecuado dejar que las esquivas ondinas con su carácter voluble guiarán la suerte de todo un mundo. ¿Qué decir de los tímidos faunos? Su débil les asemeja a cabritillos a los que un buen pastor ha de guiar con mano firme. ¿Y las molestas hadas? ¡Eso nunca! Cualquier unicornio estaría dispuesto a dejarse cortar la cola y el cuerno antes de servir bajo las órdenes de semejantes abominaciones aladas.
Y es que cada especie del Reino Faérico ocupa una posición que le es consustancial. Todos, en perfecto equilibrio, saben cuál es su papel. Los nobles unicornios gobiernan con su elegante sabiduría bajo la aquiescencia de todos los seres. Así es y será, pues así ha sido siempre.
Kárida conoce la ley no escrita, la que dice que debe reinar, que el trono le corresponde por derecho natural. Desde potrilla fue educada para gobernarlos a todos, con firmeza y sabiduría, con elegancia y mesura… Su lugar en el mundo está a los pies de la Aguja de Nacar, donde pasó su infancia viendo gobernar a su madre y esta a la suya durante incontables generaciones. Ella era la siguiente, para lo cual solo tenía que tomar un marido, un rey consorte de gallardía y elegancia probada, de sangre noble.
De entre todos los jóvenes de su raza, se fijó en Karkaddan. Educado, decidido, ambicioso… tal vez con cierto aire de dramatismo y algo alocado. Karkaddan no estaba interesado en ella, ni en ninguna yegua de entre las unicornias, ¿pero qué importaba eso? El amor nunca había sido un requisito para gobernar, sólo estar casada y garantizar, así, la línea dinástica: una potrilla que, un día, gobernara como ella el Reino Faérico. Karkaddan, hijo primogénito de una antigua y poderosa familia, era una magnífica opción. Kárida estaba convencida de que su nuevo marido cumpliría con su cometido, llegado el caso.
Pero, cuando faltaba poco para que la heredera ocupara el trono, un hecho sin precedentes convulsionó el reino faérico. Una magia desatada y cataclísmica amenazó la estabilidad del lugar y, entonces, emergió un ser de luz que los salvó a todos y a todo: su hermana pequeña, Karianna. Ella contuvo el cataclismo, aquella magia desbocada e incontrolable que amenazaba con arrasar su mundo, y devolvió el Reino Faérico a la normalidad.
Y, pese a que los druidas le habían asegurado que sería reina, Kárida vio cómo, en el momento de la elección, todas las razas se pronunciaron a favor de su delicada hermana pequeña. Así fue como Karianna obtuvo el título de Dama Blanca y como ella, Kárida, la legítima heredera de un linaje milenario, quedó apartada, ninguneada, humillada…
¿Qué sentido tenía ahora la vida para aquella pobre unicornia?
Fue por ello que, cuando llegó a sus oídos que su hermana tenía un amante, que además se trataba de un varón de la detestable raza de las hadas y que había huído con él aprovechando el caos de cataclismo, la indignación le rasgó el alma. Pero, cuando los rumores se siguieron manifestando y alcanzó a comprender que el motivo de la huída era que los jóvenes amantes esperaban un niño, Kárida vio de nuevo la luz: el destino le brindaba una oportunidad de recuperar lo que nunca debería haber dejado de ser suyo. Su alocada hermana no solo no había mantenido la ley natural engendrando una unicornia con un macho de su especie, sino que había traído al mundo un bastardo hijo de una abominable relación interracial.
Este hecho le dio a Kárida un nuevo motivo para vivir. Karkaddan, siempre fiel a sus responsabilidades como consorte de la futura Dama Blanca, juró ayudarla a encontrar, apresar y castigar a su sacrílega cuñada. Con la ayuda de los sabios Druidas, que siempre han sido fieles al legítimo orden de las cosas, Kárida y Karkaddan se proponen restaurar la armonía en el mundo Faérico.
LOS UNICORNIOS
Presentación
Son la representación de la nobleza del Mundo Faérico. Elevados y orgullosos, su estirpe ha reinado en esa tierra durante generaciones. Con su elegante sabiduría y porte distinguido, guían los destinos del resto de las desamparadas razas mágicas. Hoy nos honran con su hermosa presencia. ¡Regocijad vuestros sentidos ante los unicornios!
La pareja
Kárida
Procede del más alto linaje de la noble raza de los unicornios. Desde niña, ha sido educada para gobernar sobre todos los seres mágicos como gran Dama Blanca… pero en esta ocasión el trono ha sido otorgado a su indigna hermana pequeña. Sin embargo, ella no descansará hasta reparar la atrocidad de este error y devolver el mundo Faérico a su órden natural. ¡Postraos ante Kárida, la Dama Añil!
Karkaddan
De noble cuna y profunda ambición. Sus modales son exquisitos, así como su habilidad para gobernar con elegancia, sabiduría y firmeza las suertes de los pobres seres inferiores. Si hubiera sabido que su matrimonio de conveniencia no le iba a garantizar el poder que ansiaba, quizás hubiera preferido no casarse. ¡Un saludo para Karkaddan, el de la grácil pisada!