77. UNA FINAL Y UN PRINCIPIO

La luna brillaba por encima de los tejados de Instántalor, haciendo relucir las ventanas con un brillo fantasmal. La mayoría de la ciudad dormía, salvo por unas pocas luces encendidas que desafiaban la oscuridad.

Una de esas luces provenía de la Taberna Dos Jarras, de la que brotaban risas y música, a pesar de la tardía hora de la noche. Los comensales brindaban en la alegre penumbra, mientras marcaban el compás de la música con golpes en la mesa. Ebedi Turuncu, patrona del local, se afanaba por entre los grupos de parroquianos, procurando que su jarra siempre estuviese llena, y su monedero vacío.

 

RelatoTABERNA

En una de las esquinas más alejadas del bullicio, junto a la chimenea, se sentaba una embozada figura, tapada por la penumbra y la capucha de su capa. A su alrededor se hacinaba un corrillo de curiosos, que habían arrastrado bancos y asientos para poder acercarse más al extraño personaje.

El desconocido dio un largo trago a su cerveza.

– ¡Aaah! – suspiró satisfecho- Ahora mucho mejor.

-¡Vamos, viejo! No nos dejes en ascuas, cumple ahora tu promesa –le exigió uno de los parroquianos.

-Una espumosa cerveza a cambio de una historia. Muy bien, es justo. Os contaré lo acontecido en la arboleda de Catch-Un-Sum.

“Fue una final de torneo como pocas veces se han visto. Ahí estaban todas las parejas de los mayores improvisadores que jamás ha visto Calamburia. Creedme si os digo, que con mis propios ojos vi cómo seres fantásticos como los Duendes, o temibles adversarios como los Cazadores, convivieron en armonía gracias a la bendición del Titán. Apartaron de un lado sus diferencias, respetando las sagradas reglas de los combates improvisatorios. Todos los rumores que habéis oído son ciertos, y os los voy a contar.

El combate resultó feroz e implacable. La fuerza del mar y de las olas, los Corsarios más temidos de todo Calamburia, contra la todopoderosa magia de los Seres del Aire. Así es, y no dudéis de mis palabras si os digo que esos mágicos seres han vuelto a bajar a Calamburia. Algunos pensaréis que nada podían hacer unos simples piratas de poca monta contra seres casi divinos, pero no olvidéis que la joven Corsaria tenía la marca del Titán en el pecho, como nuestro buen Rey Comosu.

RelatoCORSARIOS

Finalmente, los Aiseos demostraron que son la raza elegida por el Titán desde tiempos inmemoriales, y bebieron la Esencia de la Divinidad. Y su deseo no fue otro que el de recuperar a su hermana e hija: Brisa. Y así ocurrió…

-¡Un momento! – interrumpió alguien del público- ¡Eso es imposible! ¡Hace pocos días pude ver a la propia Ventisca asolar la tierra con una tormenta por el simple placer de vernos correr y refugiarnos! Brisa nunca regresará.

Todos asintieron, mientras daban sorbos a sus jarras. La crueldad de Ventisca era conocida por todos, y nadie quería encontrarse en su camino.

-Las palabras son importantes, y presas de la emoción, los Aiseos no cuidaron las suyas. Sí, pidieron que se les devolviese a Brisa, pero no que desapareciese Ventisca. La sierva de la Señora del Inframundo ya es una criatura con existencia propia. Desgraciadamente, ahora Brisa y Ventisca son ambas una realidad. Quién sabe las consecuencias que tendrá para Calamburia…

– ¡Sigue contando, viejo!

-Muy bien, muy bien. Sabed todos que vi cómo una luz nos cegaba y nos obligaba a cerrar los ojos, para poder contemplar anonadados la figura de Brisa, apareciendo de la nada entre todos nosotros. La familia de los Aiseos por fin reunida, pero a un precio que no pudimos examinar, ya que una presencia inesperada interrumpió la conmovedora escena. Una poderosa tormenta se arremolinó alrededor de la arboleda y risas espeluznantes rebotaron por las copas de los árboles. Sabed que muchos huyeron, pero yo me mantuve firme, dispuesto a narrar todo lo que aconteciese. Y así fue como vi la llegada de los Zíngaros y su oscura magia desatada, rebosantes de confianza. Tenían razones para amedrentar a nuestros héroes, ya que en sus ansias de poder se habían aliado con un temible mal: Las Brujas Aurobinda y Defendra.

Muchos de los parroquianos hicieron gestos para espantar el mal de ojo, estremeciéndose de pavor. Los nombres que se habían susurrado en los cuentos de su infancia, cobraban vida.

-Entre humo y carcajadas irrumpieron en la arboleda, regodeándose en la desdicha de los héroes y rezumando maldad. Los Hidalgos, Corsarios y Hombres del Rey trataron de hacerles frente, pero fue inútil. Los Cazadores y Mineros dejaron la escena, indiferentes a las cuestiones mundanas. Los Enterradores se mantuvieron apartados del conflicto, esperando como siempre la oportunidad de enterrar algún cadáver.

LA MALDICION DE LAS BRUJAS

Los Aiseos, Duendes y Sanadores trataron de oponerse a la cruel magia combinada de las fuerzas de la oscuridad, pero fue inútil. Las Brujas cumplieron sus amenazas y desataron una temible maldición que ha confundido a toda Calamburia. No solo se ha agriado la leche y han muerto rebaños enteros de ganado, no. La magia oscura se ha introducido en la tierra y alterado el mismísimo tejido de la realidad. No sabemos aún cómo va a afectarnos a nosotros, pero los héroes, los primeros en recibir el impacto de este cruel hechizo, han quedado separados, quizás para siempre.

El embozado personaje paró unos instantes para terminarse la jarra de unos cuantos sorbos.

-Entonces… ¿Calamburia está condenada? ¿Es que no va a hacer nada el Rey Comosu? ¿Y los Impromagos? -preguntó indignado un parroquiano.

– El Rey Comosu también ha sido afectado por la maldición, como los Impromagos. A estos, el combate con el Dragón los ha dejado muy debilitados -dijo la figura mientras se incorporaba.

-Pero, ¿qué podemos hacer?- suplicó otro.

La figura se dirigió hacia la salida con paso cansado, arrastrando el dobladillo de su capa por el polvoriento suelo. Justo antes de salir, se dio la vuelta y se giró hacia su público.

-¿Vosotros? Nada, pueblo de Calamburia. Es hora de que nuestros héroes se enfrenten al mayor de sus retos y demuestren que fueron elegidos por el Titán por una razón. Solo si olvidan sus diferencias y se unen, podrán derrotar este oscuro poder. Pero si no dejan de lado sus rencillas y aprovechan este momento de caos para solucionar las cuentas pendientes… estaremos condenados.

Con estas funestas palabras, la figura abrió las puertas y abandonó la calidez del local para adentrarse en la oscuridad de la calle. Sus trabajosos pasos recuperaron el brío y su figura se enderezó. Se quitó la capucha y sus ojos relucieron a la luz de la luna. Poco a poco, mientras se adentraba en las callejuelas de Instántalor, la silueta del Cronista de Calamburia se fue confundiendo con las sombras de su alrededor hasta, finalmente, desaparecer en la noche.

RelatoFINAL

76. LA APACIBLE VIDA DEL CORSARIO

Efraín, el temible Ladrón de Barlovento, añoraba tiempos pasados donde todo era más sencillo. Recordaba con nostalgia las cálidas mañanas en la cocina de su madre, al calor de los fogones. Aún podía oler el delicioso aroma del pulpo recién pescado cociéndose a fuego lento en la cazuela. Aquél era su plato favorito; el día en el que comían algo más que sopa con repollo.

Mientras esos recuerdos asaltaban la periferia de su consciencia, Efraín decidió que no iba a volver a probar pulpo en su vida. Forcejeando y luchando por respirar, terminó de cargar su enorme trabuco y buscó su encendedor, atrapado en algunas de las gigantescas ventosas que se esforzaban por aplastarlo como un vulgar mosquito. Las chispas del encendedor saltaron, mientras el monstruoso tentáculo que le rodeaba seguía constriñéndole más y más fuerte, zarandeándolo en el aire. Profirió toda clase de insultos a cada cual más colorido, la mecha finalmente prendió y aplicó el trabucó contra la piel viscosa de la criatura. Con un terrible grito, apretó el gatillo y una nube de pólvora y escoria atravesó el miembro gelatinoso, esparciendo icor y fluidos por todas partes. El tentáculo perdió fuerza mientras se agitaba lastimosamente y soltó a su presa, haciéndole caer un par de metros sobre la borda, como un fardo.

efrain tentaculo

Mientras se incorporaba, notando cada uno de sus años en sus molidos huesos, Efraín Jacobs contempló su barco, su tripulación y su mala suerte. Decenas de marineros corrían como hormigas por toda la superficie del navío, tratando de repeler los descomunales tentáculos que se agitaban sin control. Ante sus ojos presenció cómo dos de ellos estiraban a un pobre grumete, partiéndolo en dos entre alaridos de terror.

Desenfundó su sable y se ensañó con el tentáculo más cercano, hasta que este se desplomó entre espasmos. Después se subió encima y gritó a su tripulación:

– ¡Vamos, marineros de agua dulce! ¡Holgazanes! ¡Sólo es un calamar grande! ¡Dejad de remolonear y deshaceos de ese monstruo!

Un marinero pasó volando por encima de su cabeza, gritando despavorido. La cara de Efraín pasó a un color rojo encendido.

– ¡Maldita sea, panda de mamelucos! ¡Por las barbas del Archimago, voy a bajar yo mismo a patearos el trasero si no dejáis de comportaros como cortesanas y acabáis con esa criatura ya!

Los marineros lo observaron temerosos y redoblaron esfuerzos contra los amenazantes tentáculos. Una cosa era enfrentarse a una terrible criatura venida de las profundidades insondables, y otra encarar la furia de un Jacobs.

El contraataque de la tripulación pareció dar resultado, ya que todos los tentáculos se retiraron velozmente al agua. La tripulación lanzó vítores al aire, palmeándose las espaldas y chocando espadas. Pero un antinatural chirrido interrumpió las celebraciones y les obligó a taparse las orejas. Frente a la proa, una gigantesca masa de agua empezó a emerger hasta cobrar la forma de una visión de pesadilla. Los tentáculos volvieron a emerger con toda su fuerza del agua y amarraron al barco por los costados, atrayendo el navío hacia la gigantesca criatura. Entre la masa informe del monstruo, y debajo de un descomunal ojo prehistórico, se abrían unas fauces que podían engullir el barco entero, erizadas de deformes y afilados dientes que se perdían en la oscuridad.

– Por las pelotas del Dragón… – susurró boquiabierto el Capitán.

Mientras la criatura atraía el barco hacia sus fauces, los marineros corrieron despavoridos hacia el otro lado o saltaron al agua para intentar salvar su vida. El chirrido del monstruo era enloquecedor, y prometía una muerte segura y horripilante. Efraín corrió por la cada vez más inclinada pendiente del barco, se encaramó al timón y lo sujetó vigorosamente. Si su barco se iba a pique, y él lo acompañaría hasta el mismísimo inframundo.

luchando kraken

De pronto, la voz de una niña atravesó el caos y la locura.

– ¡Mira mamá! ¡Voy a matar un pulpo feo!

El Capitán Jacobs alzó la mirada para observar la figura que mantenía el equilibrio sobre la verga mayor. Se trataba de su sobrina Mairim, que se tambaleaba entre risas con un muñeco de palos en una mano y un arpón de aspecto peligroso en la otra.

– ¡Baja de ahí insensata!

– ¡Tío! ¡Estás ahí! ¡Mira, voy a enseñarle a mamá cómo mato cosas!

Agitando el muñeco en una mano, lo enganchó a su cinturón de cuero para poder aguantar el equilibrio y coger el arpón con las dos manos. Miró hacia abajo, y la gigantesca pupila de la criatura le devolvió la mirada. Soltando una risita, dio un pequeño salto y cayó en picado hacia la criatura empuñando fuertemente el arpón.

Ante la mirada incrédula de Efraín, el tiempo pareció fluir espeso como la miel. Boquiabierto, observó como la marca del Titán en el pecho de su sobrina brillaba, y se rodeaba por un aura que irradiaba poder. Mientras caía directa hacia el monstruo entre histéricas carcajadas, su cuerpo relució hasta asemejarse a un cometa incandescente. Y de pronto, el tiempo volvió a la normalidad y la joven, envuelta en un halo de poder, cayó contra el ojo de la criatura y lo atravesó de parte a parte. Sus tentáculos se agitaron en el aire entre espasmos y su chirrido se convirtió en un rugido de dolor, que dio paso a terribles estertores gorgoteantes. Poco a poco, su figura se fue hundiendo en el mar, entre olas de espuma y marineros desesperados, dejando un vago recuerdo de su presencia.

pirata elena

Efraín se encaramó a la borda, mirando desesperado al agua. Su duro corazón de pirata, ya casi un muñón de cicatrices y golpes, se encogió ante emociones que el aguerrido corsario ignoraba tener, hasta que al fin, suspiró de alivio al ver a una familiar cabeza salir del agua y escupir salitre entre risas.

– ¡Oh, que divertido! ¡Otra, otra, otra, otra!

Mientras Mairim trepaba entre brincos por la soga del ancla del barco, el Capitán Jacobs se preguntó en qué momento había decidido cuidar de aquella niña. Al principio le había parecido una buena idea aliarse con la desterrada reina Petequia para poder apropiarse del trono, usando a su hija para ello, pero no contaba con que se iba a encariñar de la niña. Tampoco con su incontrolable poder mágico, que le había hecho crecer antinaturalmente todos estos meses hasta convertirse en toda una mujer. Eso sí, una mujer un tanto… especial.

– ¡Hoy quiero cenar pulpo! A mamá le gusta mucho, ¿Verdad? – preguntó saltando por la borda del barco al muñeco de palos que sujetaba entre las manos.

– ¡Podrías haber muerto! ¡Y mañana es la final del Torneo, donde vamos a jugarnos nuestro futuro!

– Bah, si no ha sido nada. ¡Ha sido divertido! – exclamó la muchacha, mientras daba vueltas alrededor del palo mayor del barco.

Efraín se pasó la mano por la cara, frustrado. Quizás lo que sentía no era cariño, sino ganas de estrangularla.

– Vamos a repasarlo detenidamente. Si ganamos y bebemos la esencia, ¿Qué vamos a decir?- preguntó en tono paciente.

-¡Quiero el Trono de Ámbar! Me gusta el ámbar, es amarillo y tiene cosas dentro.

– ¡NO! ¡Lo queremos todo, no solo el trono! ¡Queremos todo el reino! ¡Es mi… digo, nuestro reino! Tenemos sangre real en las venas, nunca lo olvides -sentenció frustrado.

– Bueno, lo que sea. ¡Vamos a arriar las velas, que quiero llegar a Instántalor!- dijo entre gritos mientras daba brincos, ayudando a marineros supervivientes a levantarse.

El Ladrón de Barlovento contempló las aguas tranquilas del mar. Olisqueó su ropa y contuvo una arcada por el apestoso olor a pulpo. Acto seguido, soltó un enorme escupitajo al mar.

Como si eso fuese a arreglar todos sus problemas…

CORSARIOS Y BARCO PIRATA NOCHE

74. ENCUENTROS EN EL BOSQUE

HOMBRE LOBORazman olisqueó el viento mientras el aire agitaba su corto pelaje negro. Había humanos cerca. Siempre los había.

Contempló el prado en el que se hallaba, agitando su cola de un lado a otro. Él, que siempre había viajado solo. Él, que había sido el rey del bosque. Y ahora… condenado a estar pendiente de una ardilla.

Empezó a notar un familiar hormigueo por debajo de su piel; aquél no iba a ser un día tranquilo.

– ¡Cilia! – ladró enfadado – ¿Pero dónde te has metido?

No lejos de allí, en un claro del bosque, unas carcajadas cesaron de repente. Un gigantesco hombretón se incorporó y aguzó el oído.

– ¿Has oído eso, Tanis? ¡Lobos! – exclamó con voz grave Ranulf, el Matabestias.

– Lobo. Solo uno. No hay más – masculló por lo bajo Tanis, la niña salvaje, mientras mordisqueaba un puñado de frutos secos.

CAZADORES OBSERVANDO– Pero no sonaba a un lobo normal… es casi como si lo entendiese – rezongó Ranulf mientras volvía a sentarse, girando el espetón que colgaba por encima del fuego.

– Llevamos meses persiguiendo rumores – dijo Tanis mientras escupía una cáscara contra las chisporroteantes llamas del fuego.

– ¡Existen, te digo! He cazado todo tipo de criaturas que muchos consideraban extintas. ¡Por el Titán, si hasta yo mismo cacé un grifo, que todos creían invenciones de viejas!

– Seguro que su carne era deliciosa – comentó la joven con mirada soñadora.

Ranulf observó con atención a su compañera. Frunció el ceño.

– ¿Quieres que hablemos del encuentro de esta mañana?

– No hay nada que hablar.

– Te encargaste tu sola de esos tres salvajes. Dos flechazos limpios en la garganta. Y el tercero, muerto desangrado en el suelo con la garganta rajada.

– Muertes limpias. Más de lo que se merecen – dijo escupiendo al fuego.

– Tanis, pequeña – empezó Ranulf, con tono preocupado –. Cazamos monstruos. No personas. No seres humanos.

– Son monstruos. ¡Son monstruos disfrazados de humanos! – la joven se levantó de un salto, poseída por una energía rabiosa – ¡Fingen ser humanos, pero se cubren de pieles, atacan en la noche y te roban lo que más quieres! Solo merecen que los cacen, que los despellejen y que se los coman las alimañas. ¡Y me da igual lo que pienses!

– No debes decir eso. Son humanos, sólo han vivido una vida más difícil – le respondió con el ceño fruncido – Ahora tenemos una reina Salvaje, y lo sabes. Los tiempos cambian. La gente cambia.

– ¡Los animales como ellos no! Los mataré a todos, ¿Me oyes? ¡A todos! – chilló furiosa mientras pateaba el suelo.

cazadores enfrentados

En ese momento, un sonoro crujido en las copas de los arboles atrajo la atención de los dos. Le siguió otro. Y otro. Y de repente, entre un estruendo de ramas y hojas, una forma cayó como un fardo al centro del claro, cerca de la hoguera, con un agudo chillido.

Ambos cazadores empuñaron sus armas con un rápido movimiento y observaron el bulto. Entre las ramas y las hojas, asomó una aturdida cabeza.

– Ay ay ay… ¡Maldita seas, rama! ¡Traidora!

Ranulf se aproximó hacia la joven que empezaba a levantarse del montón caído de los árboles.

– ¿Estás bien? Menuda caída. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí?

– ¡Oh!, yo solo…¡Ah! ¡Sí! ¡Frutos secos!¡Oh sí!

Y dando un chillido de alegría, se abalanzó sobre el montón de frutos secos que Tanis se estaba comiendo.

CAMBIAFORMAS SUELO

Ranulf dio un paso hacia ella para impedir que siguiese dándose un festín, cuando una forma surgida de la espesura lo embistió, lanzándolo contra su joven compañera. Se trataba de un enorme lobo negro, con el pelo erizado y mirada inteligente. Se colocó en actitud protectora delante de la recién caída, que seguía devorando frutos secos, ajena a todo.

– ¡Ah! Razman, estás aquí, ¡Mira, frutos secos! – exclamo ella, alegre y despreocupada.

Aunque parezca increíble, el lobo puso los ojos en blanco, pero volvió a gruñir cuando los cazadores empezaron a incorporarse. Mientras retrocedía lentamente, su cuerpo empezó a ser presa de espasmos y les lanzó una mirada de pánico. Y de pronto, rodeado de un extraño brillo verdoso, empezó a aullar y cambiar de forma, con el cuerpo recolocándose, mutando y adaptándose a una forma humana. En lugar de un lobo se hallaba un hombre de melena negra como el carbón que seguía aullando pero esta vez palabras audibles:

– ¡No no no no no! ¡Ahora no maldita sea! Siempre en el peor momento.

lobo aullando

– ¡Lo sabía! – rugió Ranulf mientras empuñaba sus hachas – ¡Cambiaformas! ¡Existen! ¡Vais a ser mi mayor trofeo!

– Humano…-gruñó el recién llegado – No queremos problemas. Somos como tú ahora.

– ¡Já! – Rió Ranulf – ¡Sois una burda copia! Y colocaré vuestra cabeza en mi salón.

– ¿No podemos ser todos amigos? Me llamo Cilia y …- empezó a explicar la joven caída del cielo, pero fue interrumpida por una vibrante flecha que se clavó a escasos centímetros de sus pies.

Tanis la miró furiosamente desde el otro lado de su arco.

– Deja Mis Frutos Secos.-exigió, espetando cada palabra.

La extraña caída del cielo, con sus extravagantes prendas, la miró con cara de pánico. Su cuerpo empezó a emitir un color verdoso mientras su forma cambiaba en un abrir y cerrar de ojos a la de una diminuta ardilla que trepó a toda velocidad sobre su compañero hasta colocarse en la coronilla.

– En fin – suspiró Razmán- Sabía que iba a ser un mal día…

CAZADORES y CAMBIAFORMAS

Con un movimiento inhumanamente ágil, dio una patada a la hoguera, mandando chispas y trozos de carbón hacia los dos cazadores, que tuvieron que protegerse los ojos. Cuando retiraron las manos, las dos extrañas criaturas ya no estaban ahí.

– Tanis, recoge todo el campamento. Tenemos su rastro. ¡Y esta caza no terminará hasta que despelleje sus cadáveres!

En el bosque, un largo aullido resonó por entre las copas de los árboles. Pero un oyente atento podría haber pensado que se asemejaba más al lamento de un hombre.

73. LO QUE LAS MAREAS ARRASTRAN

Los vientos azotaban una desolada playa cercana a las inmediaciones de Instántalor. El cielo, gris y encapotado, dejaba caer de vez en cuando frías ráfagas de lluvia, humedeciendo la arena.

El mar estaba embravecido y las olas se peleaban entre sí, lanzándose furiosos embates de espuma y sal. Solo una parte se mantenía misteriosamente tranquila, como un estanque. De pronto el agua empezó a relucir, y empujadas suavemente por una energía invisible, emergieron dos figuras.

Se trataba de dos tritones, pero no unos cualesquiera: el primero lucía corona, y el aire regio de quien ha sido obedecido durante toda su vida; la otra mantenía una postura relajada y alerta, que indicaba una sensación de poder contenido. Transportados por una masa de espuma burbujeante, fueron acercándose a la orilla. Ambos pisaron tierra firme con un decidido paso.

Era la primera vez en cientos de años que un Tritón hollaba el suelo de Calamburia.

Itaqua, príncipe heredero de todo lo que vive y muere bajo las olas, analizó con gesto apesadumbrado la costa. Sus ojos se fijaron en las piedras ruinosas que recordaban la forma de columnas, e incluso estatuas. Estaban rotas, cubiertas de liquen y escoria. Le eran familiares, dolorosamente familiares. Apretó su tridente con furia contenida, mientras los recuerdos le asolaban.

– ¡Corred! ¡Al refugio! ¡Rápido! –Gritó el príncipe heredero a sus súbditos- ¡Que las castas ayuden a su nivel inmediatamente superior!

triton recuerdaJunto a él, centenares de tritones escapaban de Aurantaquía, el hogar submarino de los tritones. Las gigantescas columnas se desplomaban y giraban en un vórtice aleatorio e imparable. Con ojos impotentes, observó cómo sus súbditos morían aplastados bajo toneladas de mortífero coral.

Su mirada se alzó hacia las aguas más alejadas. Allí residía el origen del caos: dos figuras brillantes, reluciendo con una maligna luz azulada. A su alrededor, el mar giraba embravecido, asolando todo a su paso. Terráneos.

El príncipe trató de usar toda su fuerza, todo su conocimiento de los mares, pero fue inútil: podía sentir la fuerza del Leviatán en aquellas dos figuras, la fuerza de un odio milenario e inmortal. Aquellos humanos habían vuelto a dañar a su raza con su estupidez. Con un rugido de frustración, dedicó una última mirada vengativa a las dos temibles figuras y se dispuso a ayudar a sus ciudadanos. A salvar lo que pudiera de su civilización.

Aquilea miró con atención la arena de la playa y disfrutó la sensación del aire en su piel. La tierra firme era mucho mejor de lo que pensaba, hasta que sus ojos se posaron en una pequeña concha muy característica. Igual que las que llevaba en el cuello. Igual que las que él llevaba.

– ¡Aquilea! ¡Maldita sea Aquilea, te necesito! – gritó una voz apremiante.

Aquilea abrió los ojos y fue consciente del dolor de su hombro. Había sido herida, y al parecer era grave.

– Por fin despiertas. Si no lo hubieses hecho, yo…-suspiró aliviado el tritón que se erguía delante. Su collar brillaba en la penumbra.- Con cuidado, aún estas…

Por el rabillo del ojo, la joven guerrera detectó un movimiento detrás del tritón, lo apartó con un ademán de su brazo y ensartó una criatura con escamas que chirrió de dolor.

– Bueno…quizás no estás tan mal como pareces –. dijo con una risa nerviosa Azshara, el único amante y compañero que había conocido Aquilea.

Por encima de ellos, en las alturas, el agua hervía con una fuerza imparable, oponiendo dos fuerzas fuera de este mundo: la alianza de Calamburia, reluciendo con una cálida luz dorada entretejida con rayos rojos, contra un vórtice de palpitante energía azul. Y a su alrededor, cientos de tritones luchando contra las Semillas del Leviatán: deformes cuerpos escamosos llenos de dientes, que iban menguando la población de tritones a dentelladas.

– Debemos reagruparnos. ¡Debemos luchar y ayudar a esos terráneos!

– ¡No, Aquilea! Ellos son los culpables de todo esto! Hasta el propio príncipe Itaqua lo dice.

– Itaqua tiene miedo. Pero ellos son los únicos que pueden plantar cara al Leviatán.

– Quizás tengas razón… ¡parece que están ganando!

– Si es que no destruyen lo que queda de Aurantaquía… – musitó entre dientes Aquilea, mientras se levantaba.

– Vale. ¡Reagrupémonos! Yo me encargaré de reunir a soldados en estado de luchar. Pero antes… -Azshara se giró y le dio un apasionado beso -¡Tenía que hacerlo! ¡Por Aurantaquía!

Con un rápido impulso de sus pies, se alejó elevándose en el agua. Tras avanzar unos cuantos metros, se giró y sonrió a su amada. Entonces fue embestido por las fauces abiertas de una gigantesca criatura, y partido en dos con un sonoro chasquido.

tritona recuerda Aquilea se encontró propulsándose a toda velocidad hacia la criatura, gritando con un gemido estremecedor. No sentía ya el dolor de sus heridas. De hecho, nunca más volvería a sentir nada, ni siquiera cuando hincó su espada en el lomo de la criatura.

Ambos tritones fijaron sus miradas al frente, hacia el camino que salía de la playa, serpenteaba entre las colinas y llegaban hasta Instántalor. Uno, decidido a no dejar que los asuntos de los hombres condenasen a los tritones sin importar el precio; la otra, dispuesta a mantener la paz para que nadie tuviera que sufrir lo que ella sufrió.

Los tritones habían hollado la tierra. Calamburia nunca volvería a ser la misma.

tritones batalla