La luna brillaba por encima de los tejados de Instántalor, haciendo relucir las ventanas con un brillo fantasmal. La mayoría de la ciudad dormía, salvo por unas pocas luces encendidas que desafiaban la oscuridad.
Una de esas luces provenía de la Taberna Dos Jarras, de la que brotaban risas y música, a pesar de la tardía hora de la noche. Los comensales brindaban en la alegre penumbra, mientras marcaban el compás de la música con golpes en la mesa. Ebedi Turuncu, patrona del local, se afanaba por entre los grupos de parroquianos, procurando que su jarra siempre estuviese llena, y su monedero vacío.
En una de las esquinas más alejadas del bullicio, junto a la chimenea, se sentaba una embozada figura, tapada por la penumbra y la capucha de su capa. A su alrededor se hacinaba un corrillo de curiosos, que habían arrastrado bancos y asientos para poder acercarse más al extraño personaje.
El desconocido dio un largo trago a su cerveza.
– ¡Aaah! – suspiró satisfecho- Ahora mucho mejor.
-¡Vamos, viejo! No nos dejes en ascuas, cumple ahora tu promesa –le exigió uno de los parroquianos.
-Una espumosa cerveza a cambio de una historia. Muy bien, es justo. Os contaré lo acontecido en la arboleda de Catch-Un-Sum.
“Fue una final de torneo como pocas veces se han visto. Ahí estaban todas las parejas de los mayores improvisadores que jamás ha visto Calamburia. Creedme si os digo, que con mis propios ojos vi cómo seres fantásticos como los Duendes, o temibles adversarios como los Cazadores, convivieron en armonía gracias a la bendición del Titán. Apartaron de un lado sus diferencias, respetando las sagradas reglas de los combates improvisatorios. Todos los rumores que habéis oído son ciertos, y os los voy a contar.
El combate resultó feroz e implacable. La fuerza del mar y de las olas, los Corsarios más temidos de todo Calamburia, contra la todopoderosa magia de los Seres del Aire. Así es, y no dudéis de mis palabras si os digo que esos mágicos seres han vuelto a bajar a Calamburia. Algunos pensaréis que nada podían hacer unos simples piratas de poca monta contra seres casi divinos, pero no olvidéis que la joven Corsaria tenía la marca del Titán en el pecho, como nuestro buen Rey Comosu.
Finalmente, los Aiseos demostraron que son la raza elegida por el Titán desde tiempos inmemoriales, y bebieron la Esencia de la Divinidad. Y su deseo no fue otro que el de recuperar a su hermana e hija: Brisa. Y así ocurrió…
-¡Un momento! – interrumpió alguien del público- ¡Eso es imposible! ¡Hace pocos días pude ver a la propia Ventisca asolar la tierra con una tormenta por el simple placer de vernos correr y refugiarnos! Brisa nunca regresará.
Todos asintieron, mientras daban sorbos a sus jarras. La crueldad de Ventisca era conocida por todos, y nadie quería encontrarse en su camino.
-Las palabras son importantes, y presas de la emoción, los Aiseos no cuidaron las suyas. Sí, pidieron que se les devolviese a Brisa, pero no que desapareciese Ventisca. La sierva de la Señora del Inframundo ya es una criatura con existencia propia. Desgraciadamente, ahora Brisa y Ventisca son ambas una realidad. Quién sabe las consecuencias que tendrá para Calamburia…
– ¡Sigue contando, viejo!
-Muy bien, muy bien. Sabed todos que vi cómo una luz nos cegaba y nos obligaba a cerrar los ojos, para poder contemplar anonadados la figura de Brisa, apareciendo de la nada entre todos nosotros. La familia de los Aiseos por fin reunida, pero a un precio que no pudimos examinar, ya que una presencia inesperada interrumpió la conmovedora escena. Una poderosa tormenta se arremolinó alrededor de la arboleda y risas espeluznantes rebotaron por las copas de los árboles. Sabed que muchos huyeron, pero yo me mantuve firme, dispuesto a narrar todo lo que aconteciese. Y así fue como vi la llegada de los Zíngaros y su oscura magia desatada, rebosantes de confianza. Tenían razones para amedrentar a nuestros héroes, ya que en sus ansias de poder se habían aliado con un temible mal: Las Brujas Aurobinda y Defendra.
Muchos de los parroquianos hicieron gestos para espantar el mal de ojo, estremeciéndose de pavor. Los nombres que se habían susurrado en los cuentos de su infancia, cobraban vida.
-Entre humo y carcajadas irrumpieron en la arboleda, regodeándose en la desdicha de los héroes y rezumando maldad. Los Hidalgos, Corsarios y Hombres del Rey trataron de hacerles frente, pero fue inútil. Los Cazadores y Mineros dejaron la escena, indiferentes a las cuestiones mundanas. Los Enterradores se mantuvieron apartados del conflicto, esperando como siempre la oportunidad de enterrar algún cadáver.
Los Aiseos, Duendes y Sanadores trataron de oponerse a la cruel magia combinada de las fuerzas de la oscuridad, pero fue inútil. Las Brujas cumplieron sus amenazas y desataron una temible maldición que ha confundido a toda Calamburia. No solo se ha agriado la leche y han muerto rebaños enteros de ganado, no. La magia oscura se ha introducido en la tierra y alterado el mismísimo tejido de la realidad. No sabemos aún cómo va a afectarnos a nosotros, pero los héroes, los primeros en recibir el impacto de este cruel hechizo, han quedado separados, quizás para siempre.
El embozado personaje paró unos instantes para terminarse la jarra de unos cuantos sorbos.
-Entonces… ¿Calamburia está condenada? ¿Es que no va a hacer nada el Rey Comosu? ¿Y los Impromagos? -preguntó indignado un parroquiano.
– El Rey Comosu también ha sido afectado por la maldición, como los Impromagos. A estos, el combate con el Dragón los ha dejado muy debilitados -dijo la figura mientras se incorporaba.
-Pero, ¿qué podemos hacer?- suplicó otro.
La figura se dirigió hacia la salida con paso cansado, arrastrando el dobladillo de su capa por el polvoriento suelo. Justo antes de salir, se dio la vuelta y se giró hacia su público.
-¿Vosotros? Nada, pueblo de Calamburia. Es hora de que nuestros héroes se enfrenten al mayor de sus retos y demuestren que fueron elegidos por el Titán por una razón. Solo si olvidan sus diferencias y se unen, podrán derrotar este oscuro poder. Pero si no dejan de lado sus rencillas y aprovechan este momento de caos para solucionar las cuentas pendientes… estaremos condenados.
Con estas funestas palabras, la figura abrió las puertas y abandonó la calidez del local para adentrarse en la oscuridad de la calle. Sus trabajosos pasos recuperaron el brío y su figura se enderezó. Se quitó la capucha y sus ojos relucieron a la luz de la luna. Poco a poco, mientras se adentraba en las callejuelas de Instántalor, la silueta del Cronista de Calamburia se fue confundiendo con las sombras de su alrededor hasta, finalmente, desaparecer en la noche.