Efraín, el temible Ladrón de Barlovento, añoraba tiempos pasados donde todo era más sencillo. Recordaba con nostalgia las cálidas mañanas en la cocina de su madre, al calor de los fogones. Aún podía oler el delicioso aroma del pulpo recién pescado cociéndose a fuego lento en la cazuela. Aquél era su plato favorito; el día en el que comían algo más que sopa con repollo.
Mientras esos recuerdos asaltaban la periferia de su consciencia, Efraín decidió que no iba a volver a probar pulpo en su vida. Forcejeando y luchando por respirar, terminó de cargar su enorme trabuco y buscó su encendedor, atrapado en algunas de las gigantescas ventosas que se esforzaban por aplastarlo como un vulgar mosquito. Las chispas del encendedor saltaron, mientras el monstruoso tentáculo que le rodeaba seguía constriñéndole más y más fuerte, zarandeándolo en el aire. Profirió toda clase de insultos a cada cual más colorido, la mecha finalmente prendió y aplicó el trabucó contra la piel viscosa de la criatura. Con un terrible grito, apretó el gatillo y una nube de pólvora y escoria atravesó el miembro gelatinoso, esparciendo icor y fluidos por todas partes. El tentáculo perdió fuerza mientras se agitaba lastimosamente y soltó a su presa, haciéndole caer un par de metros sobre la borda, como un fardo.
Mientras se incorporaba, notando cada uno de sus años en sus molidos huesos, Efraín Jacobs contempló su barco, su tripulación y su mala suerte. Decenas de marineros corrían como hormigas por toda la superficie del navío, tratando de repeler los descomunales tentáculos que se agitaban sin control. Ante sus ojos presenció cómo dos de ellos estiraban a un pobre grumete, partiéndolo en dos entre alaridos de terror.
Desenfundó su sable y se ensañó con el tentáculo más cercano, hasta que este se desplomó entre espasmos. Después se subió encima y gritó a su tripulación:
– ¡Vamos, marineros de agua dulce! ¡Holgazanes! ¡Sólo es un calamar grande! ¡Dejad de remolonear y deshaceos de ese monstruo!
Un marinero pasó volando por encima de su cabeza, gritando despavorido. La cara de Efraín pasó a un color rojo encendido.
– ¡Maldita sea, panda de mamelucos! ¡Por las barbas del Archimago, voy a bajar yo mismo a patearos el trasero si no dejáis de comportaros como cortesanas y acabáis con esa criatura ya!
Los marineros lo observaron temerosos y redoblaron esfuerzos contra los amenazantes tentáculos. Una cosa era enfrentarse a una terrible criatura venida de las profundidades insondables, y otra encarar la furia de un Jacobs.
El contraataque de la tripulación pareció dar resultado, ya que todos los tentáculos se retiraron velozmente al agua. La tripulación lanzó vítores al aire, palmeándose las espaldas y chocando espadas. Pero un antinatural chirrido interrumpió las celebraciones y les obligó a taparse las orejas. Frente a la proa, una gigantesca masa de agua empezó a emerger hasta cobrar la forma de una visión de pesadilla. Los tentáculos volvieron a emerger con toda su fuerza del agua y amarraron al barco por los costados, atrayendo el navío hacia la gigantesca criatura. Entre la masa informe del monstruo, y debajo de un descomunal ojo prehistórico, se abrían unas fauces que podían engullir el barco entero, erizadas de deformes y afilados dientes que se perdían en la oscuridad.
– Por las pelotas del Dragón… – susurró boquiabierto el Capitán.
Mientras la criatura atraía el barco hacia sus fauces, los marineros corrieron despavoridos hacia el otro lado o saltaron al agua para intentar salvar su vida. El chirrido del monstruo era enloquecedor, y prometía una muerte segura y horripilante. Efraín corrió por la cada vez más inclinada pendiente del barco, se encaramó al timón y lo sujetó vigorosamente. Si su barco se iba a pique, y él lo acompañaría hasta el mismísimo inframundo.
De pronto, la voz de una niña atravesó el caos y la locura.
– ¡Mira mamá! ¡Voy a matar un pulpo feo!
El Capitán Jacobs alzó la mirada para observar la figura que mantenía el equilibrio sobre la verga mayor. Se trataba de su sobrina Mairim, que se tambaleaba entre risas con un muñeco de palos en una mano y un arpón de aspecto peligroso en la otra.
– ¡Baja de ahí insensata!
– ¡Tío! ¡Estás ahí! ¡Mira, voy a enseñarle a mamá cómo mato cosas!
Agitando el muñeco en una mano, lo enganchó a su cinturón de cuero para poder aguantar el equilibrio y coger el arpón con las dos manos. Miró hacia abajo, y la gigantesca pupila de la criatura le devolvió la mirada. Soltando una risita, dio un pequeño salto y cayó en picado hacia la criatura empuñando fuertemente el arpón.
Ante la mirada incrédula de Efraín, el tiempo pareció fluir espeso como la miel. Boquiabierto, observó como la marca del Titán en el pecho de su sobrina brillaba, y se rodeaba por un aura que irradiaba poder. Mientras caía directa hacia el monstruo entre histéricas carcajadas, su cuerpo relució hasta asemejarse a un cometa incandescente. Y de pronto, el tiempo volvió a la normalidad y la joven, envuelta en un halo de poder, cayó contra el ojo de la criatura y lo atravesó de parte a parte. Sus tentáculos se agitaron en el aire entre espasmos y su chirrido se convirtió en un rugido de dolor, que dio paso a terribles estertores gorgoteantes. Poco a poco, su figura se fue hundiendo en el mar, entre olas de espuma y marineros desesperados, dejando un vago recuerdo de su presencia.
Efraín se encaramó a la borda, mirando desesperado al agua. Su duro corazón de pirata, ya casi un muñón de cicatrices y golpes, se encogió ante emociones que el aguerrido corsario ignoraba tener, hasta que al fin, suspiró de alivio al ver a una familiar cabeza salir del agua y escupir salitre entre risas.
– ¡Oh, que divertido! ¡Otra, otra, otra, otra!
Mientras Mairim trepaba entre brincos por la soga del ancla del barco, el Capitán Jacobs se preguntó en qué momento había decidido cuidar de aquella niña. Al principio le había parecido una buena idea aliarse con la desterrada reina Petequia para poder apropiarse del trono, usando a su hija para ello, pero no contaba con que se iba a encariñar de la niña. Tampoco con su incontrolable poder mágico, que le había hecho crecer antinaturalmente todos estos meses hasta convertirse en toda una mujer. Eso sí, una mujer un tanto… especial.
– ¡Hoy quiero cenar pulpo! A mamá le gusta mucho, ¿Verdad? – preguntó saltando por la borda del barco al muñeco de palos que sujetaba entre las manos.
– ¡Podrías haber muerto! ¡Y mañana es la final del Torneo, donde vamos a jugarnos nuestro futuro!
– Bah, si no ha sido nada. ¡Ha sido divertido! – exclamó la muchacha, mientras daba vueltas alrededor del palo mayor del barco.
Efraín se pasó la mano por la cara, frustrado. Quizás lo que sentía no era cariño, sino ganas de estrangularla.
– Vamos a repasarlo detenidamente. Si ganamos y bebemos la esencia, ¿Qué vamos a decir?- preguntó en tono paciente.
-¡Quiero el Trono de Ámbar! Me gusta el ámbar, es amarillo y tiene cosas dentro.
– ¡NO! ¡Lo queremos todo, no solo el trono! ¡Queremos todo el reino! ¡Es mi… digo, nuestro reino! Tenemos sangre real en las venas, nunca lo olvides -sentenció frustrado.
– Bueno, lo que sea. ¡Vamos a arriar las velas, que quiero llegar a Instántalor!- dijo entre gritos mientras daba brincos, ayudando a marineros supervivientes a levantarse.
El Ladrón de Barlovento contempló las aguas tranquilas del mar. Olisqueó su ropa y contuvo una arcada por el apestoso olor a pulpo. Acto seguido, soltó un enorme escupitajo al mar.
Como si eso fuese a arreglar todos sus problemas…