75. EL NOMBRE QUE SUSURRA EL VIENTO

Los atardeceres en Calamburia son dignos de ser observados. Algunos dicen que se trata del dorado resplandor del Titán, que abraza la tierra antes de sumirse en un profundo sueño.

Templo caelumPero ningún mortal ha visto jamás la auténtica belleza de un atardecer desde Caelum, la sagrada ciudad de los seres del aire. Sus intrincadas columnatas y sus orgullosos templos se alzan por doquier, con un blanco brillante y prístino que hace palidecer las propias nubes. Nadie sabe cómo se sostiene esa ciudad en el aire, pero quizás sea porque los Aiseos, sus moradores, así lo desean.

No era un atardecer cualquiera. Una multitud de seres etéreos se congregaba en el Cónclave, núcleo político de la ciudad, donde el Consejo de Sabios tomaba sus decisiones. Un murmullo silencioso recorría los asistentes, mientras los más ancianos del Consejo mesaban sus barbas con nerviosismo. La razón de todo ello se encontraba en una joven menuda, que se erguía en medio del Cónclave.

familia aisea

– ¡Mi hermana sigue viva! ¡La he escuchado! – suplicó Galerna- ¡He escuchado a Brisa, sus gritos de ayuda han sido transportados por el aire!

– Galerna, sabes que es imposible – trató de convencerla uno de los nerviosos Sabios-. Llevas demasiado tiempo obsesionada con la muerte de tu hermana. Su amor por Sirocco fue demasiado fuerte.

– ¡Al Inframundo con Sirocco! Siempre fue un egoísta, nunca le preocupó su amor. ¡No soportaba estar solo para siempre! ¡Que el Leviatán se lo lleve! – espetó pisoteando el suelo con furia.

Los murmullos subieron de tono. Nadie había osado levantar la voz al Consejo, y menos con nombres prohibidos. Antes de que la discusión fuese a más, una persona intervino:

– Por favor, grandes Sabios. Por favor. Apiadaos de la congoja de mi hija- dijo el solemne Boreas, padre de Brisa y Galerna-. Aún llora la muerte de su hermana.

brisa lloraTrató de retirarla gentilmente pero ella se zafó, enojada.

– ¡Dejad de tratarme como si fuese un soplo de verano! He cabalgado mis primeras tormentas, he cazado rayos más allá del horizonte y además… ¡He sido elegida por el Titán!

Los murmullos se convirtieron en gritos de apoyo y consternación. Todos sabían que los Aiseos habían sido siempre los favoritos del Titán, y que eran elegidos para participar en el Torneo desde el principio de los tiempos, pero existía una prohibición de no volver a pisar la tierra de Calamburia. Y todo por la locura de Sirocco.

– Joven, es una falta de respeto que uses el nombre del Titán de esa forma. Es un gran honor, pero los tiempos son peligrosos para los Aiseos. Ya no podemos bajar con los mortales.

– ¿Ah sí? ¿Y si tenemos una prueba de que mi hermana sigue viva? ¡Exijo que usemos la Comunión Astral!

Los murmullos cesaron de repente.

– Hace… hace generaciones que no se intenta algo semejante –advirtió el portavoz de los Sabios-. Si perdemos el control destruiremos cuanto existe en los cielos.

– Somos una raza eterna. ¡Somos inmortales! Y nos refugiamos en las nubes, como un gélido y cobarde viento que se cuela entre las rendijas. ¿Es eso lo que queréis ser?

Los murmullos volvieron a cobrar brío. Pero esta vez con una energía diferente. Había un brillo especial en los ojos de los Aiseos. Siglos de apatía, una eternidad de monotonía que iba a ser rota por el genio de una joven y el amor por su hermana. Tras unos instantes, el Sabio más anciano, que aún no había tomado la palabra, se incorporó trabajosamente. Su voz llegó de manera clara y nítida a todos los Seres del Aire.

– Portas bien tu nombre, Galerna. Quizás eres el soplo de aire que necesitaban las alas de este viejo pueblo en decadencia. Sea pues. Buscaremos a tu hermana usando la Comunión Astral, aunque sea lo último que hagamos.

Aiseos en el inframundo

Los ancianos se pusieron de pie y empezaron a entonar una serie de misteriosos cánticos. Poco a poco, cada uno de los Aiseos empezó a unirse a la canción, entretejiendo cada voz en un intrincado coro de una complejidad casi imposible. Boreas miró apenado a su hija y se unió a las voces de su pueblo. La última voz en unirse fue Galerna, con una determinación sin límites y con un brillo furioso en su mirada.

La conciencia de todo un pueblo se lanzó a volar en forma de música. Recorrieron las nubes, jugaron entre bandadas de pájaros. Bajaron en picado hacia Instántalor, animando a la gente a cantar, bailar y beber, para alegría de ciertos Taberneros. El viento entremezclado con música de voces eternas recorrió bosques, planicies y montañas. Los salvajes olfatearon el aire con nerviosismo, los nómadas azuzaron a sus camellos a su paso y una pareja de Trovadores encontró la inspiración para terminar un complejo poema.

Pero el hálito musical era incansable, y buscó por cada recoveco del reino, hasta que se adentró en el Ojo de la Sierpe. Allí, se encontró una barrera infranqueable de energía maligna y las voces no pudieron seguir. La Emperatriz Tenebrosa, dueña del Inframundo, había entretejido bien su magia, pero no contaba con una cosa: el poder del viento no se puede detener.

El fuerte soplo prosiguió solo, adentrándose más y más por las oscuras y malignas cavernas del Inframundo, hasta que cruzando recovecos y pasadizos olvidados, llego a los oídos de una solitaria joven. Sus ojos recobraron el color durante unos segundos, y exhaló un suspiro de alegría mientras se le empañaban los ojos. Acto seguido los cerró fuertemente y al abrirlos, volvieron a ser negros.

VENTISCA EN EL INFRAMUNDO

Pero con eso fue suficiente. La suave brisa recogió el aliento, y recorrió de vuelta cavernas y túneles hasta encontrarse con las voces de nuevo. El coro celestial aumentó hasta niveles insospechados, subiendo como un cometa en el cielo, directo hacia la brillante ciudad de Caelum.

Las voces fueron callándose poco a poco, hasta que el silencio ocupó todo el Cónclave. Solo unos sollozos interrumpían: se trataba del llanto de alegría de Galerna.

– Mi hermana… ¡Sabía que la había escuchado! ¡Está viva! ¡Viva!- gritó mientras se dejaba caer al suelo.

Bóreas, amo y señor de los gélidos vientos del norte, anduvo hacia el centro del conclave. Su cuerpo empezó a ser recorrido por una energía estática descontrolada. Su corona empezó a despedir leves chispas de energía pura.

– Hemos sentido el miedo. Hemos sentido la mortalidad. Hemos abrazado la mentira para vivir en la paz y el desconocimiento. ¡Yo mismo he sido cegado por la pérdida y el dolor!

galerna

El sol ya desaparecía por el horizonte; las nubes empezaron a arremolinarse oscuras y peligrosas por encima del Cónclave.

– Casi desoímos la llamada del Titán, nuestro Dios, por el miedo… por el peso de la tradición. ¡Pero nunca más volveremos a sentir miedo por nuestra inmortalidad!

Los truenos empezaron a resonar como rugidos atronadores. Un viento desgarrador agitó túnicas y vestidos. Copos de nieve revolotearon en una descontrolada danza por entre los cada vez más preocupados asistentes.

– ¡Bajaremos a la Tierra de Calamburia y reclamaremos lo que es nuestro! Recuperaré a mi hija, y cuando encuentre al culpable de todo esto…-amenazó alzando su puño en el aire.

Un gigantesco rayo cayó sobre el cónclave, como el puño de un dios furioso. Las piedras volaron descontroladamente, y una nube de polvo y cascotes cegó al público de nerviosos Aiseos. El furioso viento despejó rápidamente la escena, dejando ver un monstruoso agujero desde el que se veía perfectamente la forma de C de Calamburia.

– ¡…lo destruiré con la fuerza de un millón de huracanes!

Nadie coreó sus amenazas, ni siquiera su sollozante hija. En cambio, la tormenta rugió de satisfacción y descargó lluvia y nieve por todo Calamburia.

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