69. LA PUERTA DEL ESTE

– ¡Tened cuidado, cachos de carbón! ¡Esa piedra vale más que vuestras vidas!

Los gritos resonaron por toda la explanada, donde cientos de mineros y hortelanos se afanaban por cumplir las iracundas órdenes de sus capataces. Las ruinas de la Puerta del Este se hallaban sumidas en un caos controlado de idas y venidas y golpes de martillo. Desde lo alto de la colina, los encargados de dirigir esta compleja obra discutían con los representantes del Rey Comosu.

Dentro de una pequeña tienda se amontonaban mapas, croquis y esquemas de todo tipo. Una enorme mesa de madera maciza ocupaba todo el centro, iluminada por varias lámparas de aceite.

– Si, si, si… entiendo que tiene prisa, pero la piedra no conoce los aprietos del tiempo – trataba de explicar con calma Stinker, el Maestre de Mineros – Hemos tratado de acelerar el proceso, pero todo está resultando… diferente a como fue en el pasado.

MINEROS CON PIEDRAS

Viejas imágenes acudieron a la cabeza de Stinker. Antiguos recuerdos que revivieron el descubrimiento de la extraña y reluciente veta de mineral. El aura de poder que recorría el túnel, la opresión de las profundidades de la tierra, y sobre todo, la sensación casi obsesiva de que habían excavado más profundo que nunca, hasta alcanzar los huesos de la tierra y quizás…del Titán.

– El Rey Comosu no permite más esperas. Necesita tener las espaldas cubiertas y no volver a temer una agresión por el este. El Trono de Ámbar ha sido ocupado por demasiada gente últimamente. Además, disponéis de los diseños de la anterior puerta, solo tenéis que seguir nuestras indicaciones – afirmó altivo Félix el Erudito, aparentemente incómodo en tan reducido espacio.

– ¡No necesitamos que nadie nos diga cómo hacer nuestro trabajo! Sabemos leer mapas y seguir indicaciones. Pero la piedra no es la misma que fue en el pasado – contestó ofendido Falgrim.

-Imposible. La piedra es piedra. No se tiene constancia de piedras que cambien. Es un hecho – sentenció Minerva, impertérrita como de costumbre.

MINERVA ENFADADA

Stinker intervino de nuevo, pacificador, pero cada vez más al límite de perder la calma.

– La tierra de Calamburia ha sufrido mucho. El Maelström ha afectado la naturaleza de todas las cosas. Todavía no hemos podido calcular el alcance de su efecto. Pero si esto no fuera suficiente, las piedras aún sufren el trauma del despertar del Dragón, que sacudió la tierra hasta sus mismísimas entrañas.

– ¡Tonterías! Las piedras no sienten. Os estáis perdiendo en los detalles – contestó Félix. molesto.

felix plumaJusto cuando el ambiente parecía a punto de explotar por la tensión, entraron los inventores como un vendaval.

– ¡Fascinante! – dijo Teslo.

– ¡Increíble! – añadió Katurian.

– ¡Hemos descubierto algo increíble! – entonaron los dos a la vez.

Falgrim se sujetó el casco con las manos y gimió:

– Oh no, esos dos otra vez no…

– Veréis, hemos estado midiendo las piedras, tanto las ruinas de la antigua Puerta del Este como las que ahora se están trayendo de las excavaciones – explicó Teslo

– ¡Ah sí? ¿Cuáles son vuestras conclusiones empíricas? – demandó Minerva.

Inventores llegando

– Hemos concluido que son la misma piedra… ¡y no lo son!

– ¿Cómo?- Preguntó Félix.

– ¡Así es! –afirmó entusiasmado Katurian–, disponen de la misma masa y composición, pero los resultados son diferentes cuando los analizamos con nuestros medidores mágicos. Es posible que su poder haya variado. No podemos calcular los nuevos efectos que esto va a tener sobre la construcción final. De hecho, es curioso, pero el medidor marca niveles parecidos a los que se vieron durante el combate contra el Dragón.

El grupo se quedó meditativo. Era una revelación de bastante calado y nadie sabía muy bien qué decir.

– La tierra es sabia. ¡Se defiende y se adapta! – sentenció Falgrim.

– Podrían ser… podrían ser repercusiones del Caos del Maelström, efectivamente…- meditó Minerva.

– Nosotros podemos seguir con la construcción, pero no nos hacemos responsables del resultado final – sentenció Stinker – la piedra tiene sus propios designios, y más esta piedra en particular.

mineros descubrimiento piedras

El enano se estremeció al recordar el pálpito de la tierra a cientos de kilómetros de profundidad. Túneles oscuros iluminados por el color verdoso de la extraña veta.

– Muy bien –concluyó Félix –. Tomo en cuenta todas vuestras opiniones, pero creo que merece la pena asumir el riesgo. Nuestras estadísticas nos dicen que tenemos probabilidades de éxito. Los Inventores y nosotros mismos supervisaremos todo el proyecto para asegurarnos de que no ocurre ninguna anomalía. No se puede hacer esperar al Rey.

El grupo asintió, cada uno sumido en sus propios pensamientos. La Puerta del Este se iba a reconstruir, eso estaba claro. ¿Pero cuál sería el resultado final?

Al mismo tiempo, muy lejos de ahí, en el claro del bosque donde una fiesta de Zíngaros llegaba a su apogeo, una figura se alejó del bullicio y se adentró en el bosque. Al abrigo de las sombras, la figura sacó algo del bolsillo y lo contempló en su palma. Se trataba de una piedra que refulgía con un resplandor verdoso.

– Pronto, muy pronto…-susurró Adonis – Pronto volveré a estar completo…

Adonis y Stinker piedras puerta este

68. FAMILIARES Y ELEGIDOS

-¡Edmundo! ¡Edmundo! –sir Finnegan buscaba a su escudero entre toda la aglomeración de gente que se apretaba en la arboleda de Catch – Unsum.

-¡Edmundo, por el Titán!, ¿dónde estás?

Se asomó por encima de un mar de cabezas. Desde allí, pudo ver el característico gorro de su escudero.

-¡Edmundo!

-Mi señor –respondió el otro, a cinco o seis cuerpos de distancia-. No creerá lo que he visto.

-Ven y cuéntamelo. Hablar con tanta plebe de por medio me resulta harto deshonroso.

-Es que hay gran prisa en ello, mi señor.

-La educación por encima de la prisa, Edmundo. Recuérdalo.

Al fin, el escudero consiguió llegar hasta sir Finnegan.

-¿Qué sucede, Edmundo? Estás lívido cual cadáver.

-Mi señor, que me ha parecido haber visto a sus señores padres rondando el lugar. Los Archiduques, quiero decir.

-¡No digas bobadas! La comarca de Azarcón emplea mucho tiempo y trabajo. Además, ellos jamás se mezclarían con el populacho. Ni siquiera saben que portamos una entrada.

-Por eso me hallo pálido. Pues me parece haberles visto llevar una lustrosa C del Titán.

Sir Finnegan abofeteó a su escudero con un guante.

-¡Pero qué dices, malandrín! ¡Vil simio iletrado!, ¿cómo van a obtener ellos y yo el mismo privilegio al mismo tiempo? ¿Acaso llamas loco al todopoderoso Titán de manera indirecta?

-No sé qué significan la mitad de las palabras que me ha dicho, mi señor.

-Pues eso significa que eres un iletrado. Hala, ya conoces una.

-Lo que digo, es que mis ojos no mienten. Les he visto por allí.

Señaló a la espesura, donde los árboles formaban una cúpula de intenso verde. Más allá se encontraba el ring donde se celebraba el torneo.

-Caminemos para allá –ordenó sir Finnegan-, pero más vale que demos con ellos. Porque si no los vemos, te juro que pienso bajarte los pantalones y darte una azotaina como si te la dieran al mismo tiempo tus siete padres.

EDMUNDO VISTIENDO A FINEGAN

-Cariño -lady Dardana arrugó la nariz-, ¿crees que tendrán habitaciones de lujo para los miembros de nuestra clase?

Caminaban abriéndose paso por entre la gente, rumbo a las dependencias de los participantes del torneo. Para que la multitud se apartara de su lado, lord Besnik exhibía su C ante todos. Sabía que nadie se la robaría. Todo el mundo estaba muy al tanto de la historia de Drawest, y de las consecuencias de robar una C del Titán.

ARCHIDUQUES SORPRENDIENDOSE

-Querida –respondió, mirando a su mujer de soslayo-, aunque las tuvieran, no deberíamos aceptar una. Recuerda que nuestra bolsa no se halla muy llena, precisamente.

-Pero tendremos que dar una excusa convincente.

-Diremos que deseamos mezclarnos con los otros participantes, y ponernos a su altura para conocer sus estrategias de combate.

-Excelente argumento, querida.

-Gracias.

Ambos rieron con ampulosidad. Luego, el estrecho pasillo que formaba la gente a su alrededor se cerró a su espalda, justo cuando sir Finnegan y Edmundo hicieron acto de aparición.

ARCHIDUQUES CONTENTOS SALUDANDOSE

 

-¡Edmundo! Revísate la vista, aquí no hay nadie.

-Mi vista es prodigiosa, mi señor. Os juro que los he visto.

-¿Jurando en falso? Sólo por eso, te has ganado veinte azotes más de los que tenía pensado propinarte. Abajo esos pantalones.

-¿Aquí, ante todos?

-Un buen caballero andante ha de ser humilde y aceptar su castigo, aunque sea a vista de terceros. Tus nalgas sonrosadas por mis azotes te harán más noble a ojos de la plebe. Venga, sin pantalones.

Edmundo observó a los cientos de personas que le rodeaban. Luego pensó en que su estado de escudero finalizaría pronto y que, de hecho, ya era un privilegio acompañar a un hidalgo en sus aventuras. Así pues, mostró una amplia sonrisa y, desabrochando su cinturón con ferviente ánimo, bajó de golpe sus pantalones.

HIDALGOS_FINEGAN PEGA A EDMUNDO

 

67. LA LLEGADA DE LOS NUEVOS HEROES

-¡Se han abierto las puertas de la arboleda! –gritó Drawets el Pícaro.

-¡Se han abierto las puertas de la arboleda! – repitieron, a su debido tiempo y en su debida comarca,  cada mensajero de Calamburia.

DRAWETS LLEGANDO

La arboleda de Catch – Unsum, de nuevo, abría su pórtico enrejado. Todo calamburiano que lo deseara podía adentrarse en el interior, pero sólo unos pocos tenían acceso al pequeño cuadrilátero de su centro, allí era donde se celebraba el torneo. Únicamente quienes hubieran recibido la C del Titán podían competir. Expectantes, los ciudadanos aguardaron a que, uno a uno, fueran ingresando.

Los competidores por la Esencia de la Divinidad no tardaron en hacerse ver:

Primero llegaron los Archiduques, venidos desde Azarcón. Reposaban sus traseros en un palanquín que era soportado por una docena de hortelanos. Se bajaron con mucha pompa y gracia, y entraron en la arboleda como si fuera su casa.

archiduques llegandoSeguidamente llegaron los Corsarios. Efraín plantó una bandera con la isla Kalzaria dibujada y lanzó una mirada torva a los calamburianos que le rodeaban.

corsarios llegandoEn tercer lugar hicieron acto de aparición las temibles brujas. Ellas, las hermanas del Archimago Teodus que habían escapado de la torre de Skuchain, aterrizaron tras dar una vuelta de reconocimiento, volando con sus escobas, y con una carcajada malévola se introdujeron en el interior.

brujas llegando

Después llegaron los cambiaformas. Esquivos y alerta. Apenas se dejaron ver ante el público.

cambiaformas llegando

Los cazadores siguieron después. Ellos también poseían una C, pero además, habían venido siguiendo el rastro de aquellas criaturas tan excepcionales, con ánimo de capturarlas.

cazadores llegando

Los duendes se hicieron notar por sus brincos y sus risas. Eme les seguía no muy de lejos, porque Sirene le había dado orden de no separarse de ellos en ningún momento. Por supuesto, aquel mandato habría de romperse tarde o temprano.

duendes llegando

Bien entrada la noche, los enterradores emergieron de entre las sombras. Penélope iba a paso vivo, pero a Jack parecía pesarle la pala. Fue necesario que ella le tirara de la soga que el otro siempre llevaba al cuello, y que empleaba para hacer descender los ataúdes a las fosas.

enterradores llegando

Con los primeros rayos del amanecer, el perfil de sir Finnegan Colby y Edmundo se dibujaron en el horizonte. Los hidalgos entraron con la misma elevada etiqueta que habían hecho los archiduques. No era de extrañar, por supuesto, pues Finnegan era hijo de estos. Lo más curioso era que ninguna de las dos partes sabía de la presencia de la otra.

hidalgos llegando

Los hombres del rey aparecieron no mucho después, montados en caballos en cuyas bardas aún se dibujaba el escudo de Rodrigo V. Los calamburianos les miraron con recelo, sin saber si eran traidores o meros hombres de honor, fieles a su palabra hasta el final.

hombres del rey llegando

Al poco, se abrió un agujero en la tierra y de él emergieron los mineros. Stinker, como siempre, abroncaba a Falgrim por no haber construido contrafuertes ni haber tomado otras medidas de seguridad. El otro, algo cansado de tanto reproche, se limitó a entrar en la arboleda con gesto apesadumbrado.

mineros llegando

Los sanadores se tomaron su tiempo para entrar, pues antes quisieron ocuparse de los enfermos y necesitados que había entre el público. Ambos repartieron emplastos, vendas y alguna que otra hierba curativa, antes de desaparecer tras los grandes árboles de Catch – Unsum

sanadores llegando

Los seres del aire cayeron desde un cúmulo de nubes, y observaron su alrededor con marcada altivez. Pero no les duró mucho…

seres del aire llegando

Los tritones no tardaron en mostrarse con la misma espectacularidad, pues llegaron transportados por un torrente de agua. Bóreas e Itaqua se lanzaron una mirada refulgente; la de dos rivales que nunca habían combatido entre sí, pero que estaban destinados a odiarse por sus propias naturalezas.

TRITONES LLEGANDO

Cuando tritones y seres del aire entraron, Drawets cerró lentamente la puerta. El pícaro sabía que  uno de aquellos aspirantes obtendría la Esencia de la Divinidad, y con ella, el poder para elegir aquello que más anhelaba… aunque pusiera Calamburia en peligro con su deseo.

DRAWETS LLEGANDO 2


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