82. PEONES EN UN TABLERO

– ¡Que fluya la bebida! Quitaos esas aparatosas prendas, ¡liberaos del yugo del decoro! ¡Sentíos libres y desatad vuestras pasiones más osadas!

Anabella la Puritana navegaba como un elegante navío por entre un mar de cuerpos ebrios de lujuria y vino. Al pasar, acariciaba carnes desnudas y tocaba melenas con la punta de sus dedos, dejando, a su vez, que otras manos recorriesen su cuerpo con deseo y reverencia. Por el rabillo del ojo, vio cómo su hermana Beatrice se aseguraba que las famosas Fiestas de las Cortesanas fuesen un evento memorable para los participantes, con un entusiasmo que excedía la simple profesionalidad.

RELATOAnabellaCortina

Digamos una cosa de las Cortesanas: sentían pasión por su trabajo.

Anabella terminó de cruzar la habitación y atravesó un suave cortinaje que daba paso a un coqueto reservado. Allí, en una especie de pequeño altar, rodeado de gasas y sedas rojas, descansaba el pequeño medallón que la Cortesana solía llevar en el escote. Zarcillos de humo casi invisibles, provenientes de la ajetreada habitación contigua, eran atraídos hacia el pequeño espejo, atravesando su superficie y girando arremolinados al otro lado.

Como tantas otras veces, Anabella dudó antes de tocar el espejo. Sabía que era muy posible que volviese a tener una visión de una de las almas de su interior. Y como tantas otras veces, inspirando hondo, lo agarró con fuerza.

RELATO Espejo

Un intenso olor a humo llenaba la habitación. Se trataba de una tienda de campaña con una hoguera en el medio, que proyectaba danzantes sombras por todas las esquinas. En una de ellas, una mujer se encontraba tendida entre pesadas pieles, mientras otras mujeres se afanaban a su alrededor con paños calientes y cubos de agua.

– ¡Maldito sea el Titán! ¡Que cese este dolor! – chillaba la mujer, retorciéndose- ¡Matadme si queréis, pero acabad con este sufrimiento!

El pequeño grupo de mujeres liderado por Kálaba, prosiguió con su rutina de reemplazar paños calientes, como si nada extraño estuviese ocurriendo. Una oscura figura entró en la tienda.

– ¡Basta ya, mujer! Estás despertando a todo el campamento. ¡Sólo es un parto!

– ¿Solo un parto? Que el Inframundo te lleve, Arnaldo. Si un hombre tuviese que sufrir una décima parte de lo que pasa una mujer cada día, ¡estaría lloriqueando en el suelo sin moverse!

– Pero al menos lo haría sin chillar como un cerdo en el matadero. ¡Eres una zíngara! Actúa como tal, y supera el dolor – sentenció el Patriarca, mientras se sentaba en un taburete frente a ella.

– Di todo lo que quieras, pero esto es culpa tuya, Arnaldo. ¡Tuya! No tengo que parir solo a una, no. ¡Son mellizas!

Arnaldo sacó con parsimonia una larga pipa de sus oscuros ropajes y la encendió chasqueando los dedos. Después de una serie de cortas caladas, inspiró fuertemente y exhaló todo el humo sobre la mujer.

– Me perteneces. A cambio de juventud, de magia, de poder, sacrificaste muchas cosas. Ha llegado el momento de pagar, así que no oses recriminarme nada.

– Yo seduje al “pasivo” Rey Rodrigo por ti. Me volví su amante sólo por ti. ¡Mírame ahora! Mi cuerpo está al límite de sus fuerzas, probablemente ni sobreviva al parto. ¡Yo te maldigo, Arnaldo!

– ¡¿Osas maldecirme?! – la figura de Arnaldo se agrandó hasta ocupar la tienda en su totalidad. Ante la luz de la hoguera, las sombras se movían descontroladas, haciendo que el aterrorizado grupo de mujeres se amontonasen en una esquina mientras Kálaba ponía los brazos en jarras-. ¿Estás maldiciéndome a mí, el dador de todos tus dones? ¡Tú no hiciste nada! Sólo seguiste mis órdenes, tal y como te exigí que hicieses. Quizás has malinterpretado mi amabilidad, pero nunca has sido más que un peón. Uno de tantos. Ahora las que me interesan son las hijas del Rey Rodrigo. Petequia, la mayor, me parece demasiado recta, pero la hija pequeña, la tal Urraca, es muy prometedora. Ha llegado el momento de ir colocando nuevos peones en el tablero y deshacerse de los que me resultan inservibles.

La mujer le devolvió la mirada con los ojos desorbitados, intentando articular palabra. Justo cuando parecía que iba a romper a hablar, un terrible dolor le hizo arquear su espalda. Arnaldo volvió a sentarse, con su sombra, ahora inofensiva, proyectada en la pared. El pequeño grupo de mujeres volvió a afanarse alrededor de su figura, aunque con semblante preocupado.

RELATO sombras zingaros

Las cortinas de la tienda se apartaron para dar paso a un joven de andares nerviosos, que miraba hacia aquel batiburrillo de actividad con gesto preocupado.

– Arnaldo…el parto… ¿Va bien? He oído muchos gritos fuera y debo decir que me dan un poco de miedo. El milagro de la vida es una magia que no alcanzo a comprender.

– No te preocupes, Alfrid. Se trata de una magia antigua que no necesita ser entendida – le dijo con voz súbitamente paternal, palmeando su hombro con afecto- ¿Lograste completar el hechizo? ¿Están los porta-espejos listos?

– Sí, por supuesto. Ha sido todo un reto realizar el encantamiento, pero hice unas ligeras modificaciones en tu hechizo y todo fue mucho más sencillo – dijo con orgullo, mientras sacaba los dos objetos de su túnica–. Aunque me sigue preocupando el hecho de que sirva para capturar almas, podríamos haber usado otro tipo de energías…

Los ojos de Arnaldo repasaron velozmente los pequeños artefactos. Eran perfectos. Él jamás podría haber llegado a semejante nivel de perfección. Mojándose los labios, dirigió la más falsa de sus sonrisas al que sería el futuro Archimago y -tras una serie de trágicos sucesos-, su verdugo.

– Has aprendido… sorprendentemente rápido. No sé si me quedará mucho que enseñarte -dijo sibilinamente – Quizás deberíamos replantearnos tu entrenamiento…

Fue interrumpido por un grito desgarrador que podría haber levantado a muertos de sus tumbas, el último que proferiría jamás. Y tras unos segundos de silencio, dos fuertes llantos, cantando al unísono. Sin darse la vuelta, el Patriarca observó cómo un largo zarcillo de humo gris translúcido era atraído por los espejos hasta introducirse dentro, haciendo brillar la gema roja engarzada en su cubierta.

– Sí…-susurró Arnaldo- Sirvientes con vida eterna. Alimentados por las almas de los débiles, y con sangre real para gobernar para toda la eternidad.

Se giró hacia Alfrid, el cuál, ajeno a los porta-espejos, se había precipitado en brindar ayuda a la mujer, sin saber que era inútil. Era demasiado blando. Nunca sería un buen zíngaro. Era hora de seguir deshaciéndose de peones…

Anabella asió con fuerza el espejo y lo colocó entre sus pechos. Su cuerpo ganó en tonicidad, sus mejillas recobraron el color y su pelo brilló con fuerza. Sus ojos se pusieron en blanco, estremeciéndose de placer, mientras pedazos de almas seguían dando vueltas sin control en su interior, gritando de angustia para toda la eternidad.

RELATO AnabellaHumo

Descendiente del más noble de los linajes. Hija de zíngaros y brujos. Poseedora de una vida eterna y de un porvenir sangriento y brillante en lo alto del Trono de Ámbar. Una Diosa del Placer en la tierra.

Pero Anabella no tenía prisa: pensaba disfrutar del camino, oh si, de disfrutarlo como el Titán manda. Y dando un paso, con los andares de una reina, volvió a introducirse en la fiesta en la que sus súbditos daban rienda a todos sus placeres.

05. LAS GUERRAS. EL COMIENZO

 GUERRAS DE CALAMBURIA. EL COMIENZO

Si aún existen las Musas, y son capaces de atender mi ruego, que ellas guíen el trazo de mi pluma y serenen el pulso de mi diestra temblorosa, pues los hechos que recuerdo perturban mi ánimo, y no me dejan redactar la historia sin que los miedos despierten. Mas las damas de toda inspiración también se hallarán preocupadas, pues los peligros que nos acechan conciernen a humanos e inmortales, a los habitantes de la tierra y los cielos. Y afirmo esto, pues fue una habitante del cielo, una musa para muchos mortales, la primera en caer hasta el Inframundo. Con ella despertó la sombra, la ruina… con ella vino la Emperatriz Tenebrosa.

Todo se remonta tres años atrás, al momento en el que se celebraba el Torneo de Calamburia. Cada hombre, mujer y niño aguardaba con ansia los encuentros que se celebraban en la arboleda de Catch – Unsum, donde los elegidos por el Titán medían fuerzas para lograr la Esencia de la Divinidad. Yo, un pobre cronista, fui testigo directo de cada liza, de cómo las parejas midieron sus fuerzas entre los gigantescos árboles centenarios. Vi a los que eran expulsados y a quienes, paso a paso, se aproximaban hasta el ansiado premio.

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En ese contexto, fui testigo de las pasiones más encendidas, los rencores y las amistades. Observé a los Impromagos saludando a sus mecenas, los Reyes de Calamburia. Presencié a las Zíngaras danzando al son de conjuros sibilinos, mientras los Taberneros saltaban y brincaban con la melodía de los vapores etílicos. Yo vi todas estas cosas, y también las desavenencias de los Seres del Aire, el germen que nos ha conducido al mayor trastorno de nuestra historia.

El amor entre Brisa y Siroco era más importante de lo que todos pensábamos. Durante el Torneo les vimos apostar la continuidad de su matrimonio. La Esencia de la Divinidad arreglaría un amor desecho; de lo contrario, ambos terminarían separados.

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Por desgracia, los Seres del Aire fueron descalificados. Ni siquiera yo he sido capaz de averiguar cuántas discusiones y cuántas lágrimas llegó a derramar Brisa por su esposo, ni cuánto lamentó éste no haber atendido a sus exigencias con anterioridad. Y así, mientras los combates proseguían, la Dama Celeste buscó la forma de abandonar su reino, Caelum, para no volver jamás.

No obstante, bajo esta decisión se escondía la malévola inquina de un ser de oscuridad pura. En sus sueños, Brisa se veía descender de las nubes y caer a lo más profundo de la tierra, donde una dama de cabellos rojizos consolaba sus penas con promesas de poder inimaginable. A cambio, Brisa no tenía más que llevarse la invitación al torneo, el pase del Titan para optar a la Esencia de la Divinidad. Hicieron falta muchas noches, pero poco a poco las pesadillas fueron transformándose en sueños prometedores, y estos, a su vez, en el vaticinio de un nuevo orden para Calamburia.

Y de este modo, la noche de la final, mientras los habitantes del reino vitoreaban a los Taberneros, ganadores del Torneo, Kashiri, la Emperatriz Tenebrosa fue conjurada por las Zíngaras, secretas adoradoras de su poder.

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Kashiri hizo acto de aparición, y los participantes del Torneo se prepararon para hacerle frente. Los primeros fueron los mismísimos Seres del Aire. Brisa jamás había visto en carne y hueso a la consorte de sus sueños; pensó, de este modo, que se trataba de un peligro diferente. Por desgracia, el poder de la Dama Celeste se hallaba influenciado por Kashiri, y ni ella, ni Siroco lograron detenerla. A un golpe de su báculo, los dos salieron despedidos.

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A continuación, los Impromagos se lanzaron al ataque. Eme y Sirene ejecutaron un poder conjunto de parálisis y Kashiri quedó petrificada… durante unos segundos. Los pobres estudiantes no eran rival para una hechicera como ella, así que a estos también se los quitó de en medio.

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Morgana se lanzó con su botella, dispuesta para el combate cuerpo a cuerpo, pero Kashiri respondió aprisionando su cuello, y casi estrangulándola, la arrojó de su camino.

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Sólo Comosu, demostrando que era el Elegido, pudo llegar a detenerla durante un buen rato. Yo, que presenciaba la escena desde muy cerca, a punto estuvo de creer que la Emperatriz Tenebrosa había sido derrotada, pero no fue así. El poder de la marca en la frente del Desterrado, símbolo heredado del Titán, era muy superior a la magia de Kashiri, pero ésta, conocedora del secreto guardado por Petequia durante años, reveló oportunamente el el padre de Comosu era el mismísimo rey Rodrigo. El muchacho perdió la concentración y cruzo la barrera creada por Adonis y Quasi para llegar a su majestad, mientras tanto,  Kashiri avanzó hasta la Esencia.

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Tras arrebatarla de los dedos trémulos de Ébedi, Kashiri colocó el frasco en sus labios y pronunció un juramento: “¡Con la esencia de la Divinidad escaparé del Inframundo y dominaré Calamburia!” Así dijo, y bebió.

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¡Oh, Musas! ¡Tomad el control de mi ánimo, si os resulta posible, pues el miedo no me permite escribir con claridad! Kashiri bebió la Esencia. De nada sirvió que el Rey le recordase que los efectos del néctar del Titán solo eran efectivos para los poseedores de la C, pues Kashiri ya tenía la suya propia; aquella que Brisa, ahora llamada Ventisca, se había llevado consigo al escapar de Caelum. Los sueños de la Dama Celeste se habían hecho realidad. La Esencia de la Divinidad hizo efecto, y la Guardiana del Inframundo quedó liberada de su reino.

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Las Zíngaras no tardaron en rendirle pleitesía. Siguió Morgana, que adivinó en Kashiri una regente más provechosa que los Reyes y dispuso el barco del Capitán Flick a la emperatriz. Petequia, por su parte, vio la oportunidad para expulsar a su hermana, de modo que también se unió.

De este modo, Kashiri no tardó en marchar al mando de un ejército de fieles. Al otro lado quedaron quienes aún se aferraban al orden: los Impromagos, Taberneros y Porteros, todos bajo el gobierno de los Reyes.

La tierra de Calamburia se agita con la promesa de la batalla. El caos avanza imparable, mientras las fuerzas del orden preparan su defensa. Ni siquiera los dioses saben qué futuro aguarda a nuestro continente, y si será Kashiri o Urraca quienes ocupen el poder.

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¿Qué más puedo decir yo, un humilde cronista? No me quedan palabras, ni ánimo. En mi cabeza creo en el bien, por supuesto. Sin embargo hay algo que se agita en el centro de mi corazón; una tentación que me aterra y me seduce a partes iguales: ¿y se Kashiri no es el verdadero mal? Sé que hay muchos secretos entre los antiguos participantes al Torneo, y presiento que aún quedan sorpresas reveladoras con las que esta trama, que ahora comienza, podría dar un giro drástico a los acontecimientos.

Sólo me queda una recomendación: que cada uno busque en su interior, elija un bando al que pertenecer, y que el destino conceda la victoria.

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