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EL ANHELO MÁGICO DE ELORA
Siempre se ha dicho que la caída del sol sobre el mar es el anochecer más bonito que se puede ver, pero es aún más bonito cuando sobre el sol se dibuja la silueta de un velero bergantín que despliega sus velas. La reina Mairim, reina de Isla Kalzaria, había salido con su pequeña y amada hija Elora para enseñarle el que algún día sería su barco. El resplandor dorado del sol bañaba el navío, creando un escenario mágico y evocador para la niña.
—Mira, Elora —dijo Mairim señalando hacia el horizonte—. Ese será tu barco algún día. Tiene el mástil más alto, el que un día navegó con el Calypso, el barco del papá de uno de tus papás.
Elora, con sus ojos llenos de asombro y curiosidad, observaba cada detalle con atención. Fue entonces cuando Railey, con una sonrisa, decidió contarle una historia.
—¿Recuerdas cómo nos conocimos, John? —preguntó Railey guiñando un ojo a Elora—. Deberíamos contarle la historia a nuestra pequeña.
John asintió, una chispa de nostalgia iluminando sus ojos. Se arrodilló para estar a la altura de su hija y comenzó a relatar su pasado.
—Yo soy el hijo menor de un temido capitán pirata que fue amigo del abuelo Flick. Nací en un barco llamado El Calypso. Mi papá, Alban Nathaniel, era el capitán y yo tenía tres hermanos mayores. Un día, nos atacaron unos piratas muy malos y mi papá me escondió entre unos barriles mientras él y mis hermanos luchaban. Desde mi escondite, con solo 6 años, vi cómo los malos ganaban y mi familia no pudo sobrevivir.
Railey continuó la historia, su tono más suave y reflexivo.
—Yo, en cambio, era un niño sin padres que vivía en Isla Kalzaria. Era muy hábil y astuto. Un día, mientras buscaba a alguien a quien engañar, encontré a John desmayado sobre una tabla en la playa. Lo llevé a un lugar seguro y, cuando se despertó, me contó su triste historia. Sus ojos me conmovieron mucho y decidí cuidarlo. Desde entonces, nunca nos separamos.
Mairim, escuchando la historia de sus dos amores, añadió con una sonrisa:
—Después, ambos se unieron a La Niña, el barco de mi tío Efraín Jacobs. Fue allí donde se enamoraron de mí —dijo con una risa ligera—. Aunque John y yo nos casamos, Railey también es tu papá y también lo quiero mucho.
Elora, con ojos curiosos, preguntó:
—¿Aunque no estéis casados?
—Aunque no estemos casados. Así como tú quieres mucho a tus dos papás, yo también lo hago.
Elora, fascinada por la historia que le habían contado, los miró fijamente con ojos llenos de admiración y amor.
—¡Vaya historia! —exclamó abrazando a sus padres—. ¡Soy la hija más afortunada del mundo!
De repente, la excursión familiar se vio interrumpida por un grito aterrador. Un pirata emergió de las sombras, cuchillo en mano, dispuesto a asesinar a la reina. La figura del atacante se perfilaba amenazadora contra el resplandor del atardecer.
John y Railey, siempre alerta, se movieron al unísono. El primero desenfundó su espada, el acero brillando a la luz del sol poniente, y bloqueó el primer ataque del pirata con un golpe certero. La batalla se desató en la cubierta del barco, con el sonido del metal chocando y las órdenes gritadas resonando en el aire.
Railey, con su agilidad característica, desenfundó su pequeño trabuco y disparó un tiro que desorientó al asaltante. Con movimientos rápidos, evitaba los ataques del cuchillo mientras se preparaba para un segundo disparo.
El extraño, enfurecido, lanzó un ataque feroz hacia Mairim. La reina, con la valentía que la caracterizaba, desenfundó su florete y se unió a la lucha. Con una elegancia letal, bloqueó el embiste y contraatacó con una serie de estocadas precisas.
John logró desarmar al pirata, su espada volando por los aires y aterrizando lejos. Sin embargo, el atacante no se rindió. Con un último esfuerzo, se lanzó hacia Mairim. En ese momento, Railey lo sujetó por detrás, inmovilizándolo.
—¡Ahora, Mairim! —gritó Railey.
La reina aprovechó la oportunidad y, con un movimiento decidido, asestó el golpe final. Con la empuñadura de su florete golpeó al marino en la cabeza, dejándolo inconsciente en el suelo.
El pirata fue llevado ante Trono de Hueso para un juicio sumario. Tras ser juzgado, la reina decidió condenar a muerte al estúpido pirata que había osado alzar la espada contra ella.
—¡Que pasee por la tabla! —ordenó Mairim entre gritos de júbilo.
—¡Ezo! —repitió Elora—. ¡Que pazee por la tabla!
El hombre, tembloroso, fue avanzando por la estrecha tabla que salía de la cubierta del barco sin atreverse a mirar hacia abajo. Sabía que era inútil pedir clemencia; sólo le quedaba tratar de nadar más rápido que los tiburones. Al caer al agua, cientos de piratas alzaron sus botellas de ron y empezaron a vitorear.
Divertida, Elora echó a correr hacia la tabla gritando que «le tocaba a ella». De repente, sintió una firme mano que la agarraba por el pescuezo. Era su tía Morgana.
—¡Esto no puede seguir así! —exclamó enfadada—. ¡¿Acaso creéis que esta niña cuidará el trono de hueso?! ¡Es inútil!
—¡No te atrevas a hablar así de mi hija! —respondió Mairim, mientras Nathaniel y Railey se erguían en posición de ataque.
—Sabes que es verdad —insistió su hermana mayor—. Hay que curtir a esta niña y pronto.
En el fondo, los tres sabían que la pirata tenía razón. La pequeña disfrutaba mucho con su madre y sus dos padres, pero tenía mucho que aprender y poco tiempo para hacerlo. Poco después, La Niña volvería a desplegar sus velas con Railey, Nathaniel y Elora al frente.
Como era habitual, en cuanto la princesa pisó la cubierta, su risueña sonrisa le robó el corazón a toda la tripulación. Ella se pasaba las mañanas aprendiendo de sus padres y, por las tardes, siempre convencía a algún grumete para que desatendiese sus tareas y jugase con ella. John era un padre recto y justo, mientras que Railey era astuto, imaginativo y despistado. A pesar de su perenne ebriedad —como él decía, «la resaca del día después»— siempre conseguía lo que se proponía, salvo enderezar a su hija.
Un día, la princesa acompañó al mozo de cocina a dar de comer a los cerdos. Al verlos, quedó prendada de ellos y decidió fundar la Nación Porcina, de la que ella era la reina. Indultó a los animales y los soltó por la cubierta. De repente, una cincuentena de cochinillos empezaron a correr por el barco, embistiendo a cuantos marinos encontraban a su paso.
—¡Esto es un desastre! —gritó el cocinero tratando de atrapar a uno de los cerdos—. ¡Voy a hacer tocino de todos vosotros!
El cocinero entró en cólera e intentó que los capitanes castigasen a la niña, pero no solo no tuvo éxito. Al no poder cocinar los cerdos, pues Elora se lo impedía siempre que el cocinero lo intentaba, se vieron obligados a atracar para reabastecerse.
Nathaniel y Railey acostaron a su hija y se dirigieron hacia el lupanar de la Ciudad Libre, famoso por los placeres que la celestina que lo regentaba ofrecía a sus clientes. Escondida entre las sombras, la niña siguió a sus padres y se coló dentro. Allí conoció a Eurídyce, una niña de origen zíngaro con la que enseguida trabó amistad.
—Hola, ¿cómo te llamas? —preguntó la princesa observando a la niña con curiosidad.
—Me llamo Eurídyce. ¿Y tú?
—Soy Elora, la hija de la reina Mairim.
Eurídyce, al escuchar esto, se inclinó con respeto.
—¿De verdad eres la princesa? —preguntó con asombro.
—Sí, pero no hace falta que te inclines —dijo Elora inclinándose también—. Podemos ser amigas.
Eurídyce miró a Elora con una mezcla de sorpresa y duda.
—¿Por qué llevas un parche? ¿Te falta un ojo?
Elora sonrió y negó con la cabeza.
—No, no me falta un ojo. Llevo el parche por mi abuela. Era una gran pirata y siempre llevaba uno. Así me siento más cerca de ella.
Eurídyce asintió, comprendiendo.
—Mi madre siempre me cuenta que tu abuela era la reina y que todo empezó a cambiar cuando mi tía Kalaba, a quien nunca he conocido ni en mis cumpleaños, le quitó el ojo para una poción mágica de amor.
—Eso es una tontería —dijo Elora—. Si tienes parche es porque nunca has tenido ojo, como los piratas que nacen directamente con la pata de palo o con el garfio.
Las dos niñas congeniaron enseguida. Mientras la pirata le hablaba acerca de sus viajes, la zíngara le hacía pequeños trucos de magia. Las dos se quedaron toda la noche en vela, hablando de magia, viajes, monstruos marinos, criaturas mágicas y aventuras.
—Mira esto, Elora —dijo Eurídyce sacando una pequeña bola de cristal—. En esta bola puedo ver todo lo que imagino. ¿Quieres intentarlo?
La princesa asintió emocionada. Miró fijamente la bola de cristal y, con la ayuda de su nueva amiga, empezó a ver destellos de sus propias aventuras en el mar, navegando en La Niña y enfrentando peligros inimaginables.
—¡Es increíble! —exclamó Elora—. ¡Quiero aprender más!
Las dos niñas, llenas de entusiasmo, hicieron un pacto de amistad eterna y prometieron compartir todas sus aventuras y secretos.
Mientras tanto, en el lupanar, Nathaniel y Railey discutían sobre la necesidad de endurecer a su irreductible hija.
—Tiene que aprender a ser más responsable —decía John—. No podemos permitir que cause más problemas.
—Pero también necesita disfrutar de su infancia —respondió Railey—. No quiero que pierda su espíritu aventurero y su alegría.
—Debe haber un equilibrio —suspiró su compañero—. Encontraremos la manera.
Mientras tanto, los navegantes de La Niña se preparaban para partir. Ya habían levado anclas y establecido la nueva ruta cuando se percataron de la ausencia de Elora. Asustados, volvieron corriendo al puerto donde decidieron registrar casa tras casa hasta encontrar a la princesa, pero no había rastro de ella. Desesperados, decidieron probar suerte en el lupanar. Ahí encontraron a la pequeña riendo y gritando con otra niña de pelo rizado. ¡La habían encontrado!
—¡¿Se puede saber qué haces aquí!? —le recriminó Nathaniel.
—Ez que quería jugar, papá —respondió la pequeña.
—¡Este no es lugar para una princesa! —increpó Railey.
—Jo, papá, zólo eztaba jugando con Eurídyce. ¡Zabe hacer magia!
Le reprendieron por su irresponsabilidad y se la llevaron de vuelta al barco. Tras saquear un par de naves, el ánimo volvió a la tripulación y Elora volvía a ser la estrella de la embarcación. Recuperada su buena relación, la pequeña empezó a hablarles acerca de la magia que había visto y que quería que le hiciesen más trucos. Los padres no lo dudaron ni por un segundo y mandaron a varios de sus marineros más jóvenes a raptar a un impromago. No podían resistirse a las súplicas de su hija y querían recompensar a la pequeña por sus avances en el noble arte del saqueo y la esgrima.
La comitiva volvió dos meses después con Tasac, un joven mago de la casta Férox. El hechicero tenía una desordenada cabellera castaña y ojos marrones que se agrandaban por sus redondas gafas, las cuales estaban ligeramente rotas. Vestía una capa naranja brillante, símbolo de los graduados en magia de la Torre Arcana. Aunque no era especialmente hábil con los hechizos, su corazón era grande y generoso, lo que le hacía ser querido por todos los que lo conocían.
Nathaniel le asignó un camarote, le explicó que no le harían daño, que sólo tenía que entretener a la princesa pirata.
Al día siguiente, los padres celebraron un pequeño ágape para Elora y la tripulación. Trajeron al mago a la cubierta y, cuando la niña lo vio, se puso tan contenta que hasta Tasac se sintió un mago verdaderamente importante.
—Mi papá me ha dicho que te llamaz Tazac. ¿Ez verdad que puedez hacer magia? —preguntó Elora con entusiasmo.
—Sí, pero… tengo que volver a mis entrenamientos para el torneo. Si no llego a tiempo para prepararme, Anaid y Korux me van a matar —dijo Tasac nervioso.
—Haz algo mágico y divertido —pidió la princesa con una sonrisa traviesa.
Tasac se rascó la cabeza y, con un poco de inseguridad, decidió intentar convertirse en diferentes fieras como un lobo o un oso. Pero cada vez que lo intentaba, sólo lograba emitir un ruido extraño y nada amenazante. En lugar de un rugido feroz, entonó un débil «gruñido» y en lugar de una poderosa transformación, apenas logró hacer que su cabello se erizara y sus ojos se agrandaran aún más detrás de sus gafas rotas.
Elora se rió y dijo con una sonrisa:
—El animal no te zale muy bien. ¡Ah, ya zé! Hazme un barco dentro de una bola de criztal —pidió con los ojos brillando de emoción.
Tasac, con un suspiro, comenzó a conjurar el hechizo.
—¡Orbiculum Navis! —exclamó moviendo su varita con gracia.
Un destello de luz brotó de la punta de la varita y, en un suave remolino de energía mágica, una esfera cristalina comenzó a formarse en el aire. La bola de cristal, llena de destellos y brillos, fue tomando forma lentamente hasta quedar suspendida frente a Elora. Dentro de la bola, la magia se arremolinó y se transformó, creando un diminuto barco que navegaba en un mar en miniatura. Las olas se movían suavemente y el pequeño velero avanzaba majestuosamente. Elora se rió y aplaudió maravillada.
—¡Ez igual que el de Eurídyce! —exclamó la niña señalando el orbe con ilusión.
Tasac sonrió, pero su rostro se tornó serio de nuevo.
—Me alegra que te guste, pero de verdad que tengo que marcharme —dijo con preocupación.
—¡No! ¡Quédate un poco más! —suplicó la princesa con lágrimas en los ojos.
El mago, nervioso por faltar a sus entrenamientos, intentó lanzar un hechizo de teletransportación.
—¡Transitus Tempus Spatium! —exclamó.
El hechizo falló y Tasac desapareció en una nube de humo. La chiquilla empezó a llorar mientras sus padres intentaban sacarle una sonrisa. El desconsolado llanto de la princesa derritió el corazón del joven mago, que no se había teletransportado, sino convertido en humo. Finalmente decidió volver a hacerse visible.
—Creo que me quedaré hasta que lleguemos a un puerto —dijo Tasac avergonzado—. No debí dejar de atender a la clase de teletransportación de Periandro.
Tras una semana de travesía, finalmente tocaron tierra y el hechicero pudo ponerse en contacto con sus profesores de la torre. Los maestros, preocupados por su ausencia, no tardaron en teletransportarlo de regreso, pero no sin antes darle una buena reprimenda por haber faltado a sus entrenamientos para prepararse para el VI Torneo..
Era el momento de la despedida y Tasac se acercó a Elora con una sonrisa triste.
—Me tengo que ir, Elora. Mis profesores están muy preocupados y debo regresar a la torre —dijo con voz suave.
—¿Volveráz a vizitarme? —preguntó la niña con lágrimas en los ojos.
—Haré todo lo posible por volver algún día —respondió abrazándola—. Ha sido un honor conocerte y compartir estas aventuras contigo.
El tiempo que Tasac pasó a bordo de La Niña fue suficiente para que quedara profundamente cautivado por la princesa Elora. Todas las tardes que pasó con ella, lanzaba hechizos que la maravillaban y le contaba fabulosas historias de faunos, hados, ondinas, efreets y unicornios.
La fascinación de la princesa por aquellos seres mágicos creció día a día hasta que, una idea maravillosa brotó de su joven cabecita: quería un unicornio.
—Papáz, ¡quiero un unicornio! —imploraba—. Laz princezaz no pueden ir a caballo, tienen que ir en unicornio.
Era cierto que se acercaba su cumpleaños y que merecía un regalo especial que la distrajera de estar tan lejos de su querida madre, pero no iban a poder conseguir tal criatura.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó John Nathaniel.
—¿Cómo vamos a conseguir un unicornio? ¡Es imposible! —respondió Railey.
—Se lo podríamos haber pedido al mago. Dicen que algunos han llegado a Calamburia y seguro que él sabría dónde hay. ¿Le secuestramos de nuevo? —sugirió John.
—¡Tengo una idea mejor! Y mucho menos arriesgada —dijo Railey—. Sólo necesito un pony y una caracola.
Celebraron el cumpleaños por todo lo alto. Los cocineros prepararon manjares dignos del Titán, descorcharon las mejores botellas de ron de la bodega y entonaron las canciones más alegres que conocían. Cuando todos hubieron comido y bebido, los padres procedieron a darle el regalo a la pequeña. Railey subió a la cubierta un precioso pony tordo con una alargada caracola pegada a la frente del animal. Nathaniel y la tripulación lo miraban con admiración, aunque no creían que la caracola fuese a aguantar mucho tiempo en su sitio.
Al verlo, Elora estalló de alegría y empezó a acariciar y jugar con su nueva mascota, mientras el resto preguntaban al beodo marino cómo había conseguido pegar el cuerno. Como era de esperar, éste se cayó a los pocos minutos. Cuando lo vieron, todos miraron expectantes a la princesa, que recogía la caracola del suelo con lágrimas en los ojos. Los padres avanzaron hacia su hija para consolarla, pero se pararon en seco al oír su grito.
—¡Qué bonito! —exclamó —. ¡Ez de quita y pon! Ez una idea genial, ¡azí ze camufla para que loz demáz no zepan qué ez un unicornio y no me lo roben!
Los padres no quisieron desilusionar a su hija y le dieron la razón.
Tras una semana más de travesía, volvieron a Kalzaria. Mairim los aguardaba impaciente en el puerto con una caja en las manos. Nada más verlos, corrió rauda a abrazar a su hija: ¡por fin habían vuelto! Después de besar y agasajar a la pequeña, los llevó a los tres al camarote del capitán.
—En vuestra ausencia nos ha llegado un cargamento de ron un tanto especial —anunció, mientras sacaba tres botellas con una reluciente C dorada grabada en el centro de cada una—. Creo que ya sabéis lo que significa.
Mairim les mostró que las botellas estaban etiquetadas mágicamente con sus nombres. Los ojos de Elora se clavaron de inmediato en la brillante C dorada de las botellas que emitía un chisporroteo de luz. Sus padres le habían hablado del famoso Torneo de Calamburia y de la esencia de la divinidad, pero jamás había imaginado que ella podría participar. Y lo mejor de todo, ¡volvería a ver a su amigo Tasac!