155 – SUEÑOS Y PESADILLAS

Durante la celebración del torneo, el claro central de la Arboleda de Catch-Unsum era considerado un lugar sagrado. Nadie —excepto los elegidos por el Titán— podía traspasar su umbral. Sin embargo, y dadas las penurias que atravesaba Calamburia, aquella final del torneo había generado una considerable expectación. Por ello, calamburianos venidos de todas partes del reino habían improvisado sus propios palcos en las ramas de los viejos árboles que rodeaban el claro. Desde la distancia, habían asistido a una contienda histórica que poder contar un día a sus nietos. Ahora, tras la conclusión del V Torneo, y cada uno desde su respectiva altura, aplaudían a rabiar a los vencedores. Había mocosos de las villas colindantes, arrieros que se las habían apañado para que su ruta pasara cerca de la arboleda, campesinos, cazadores e incluso algún zíngaro que observaba desde las sombras, viendo sin ser visto; gozando en secreto del espectáculo.

Durante los vítores y aplausos, los héroes se mantenían erguidos en el centro del claro de la Arboleda de Catch-Unsum con la cabeza gacha, en señal de reconocimiento a la pareja ganadora. Pero sus rostros serios no podían ocultar una cierta decepción. Todos los elegidos —relojeros, alquimistas, custodios, faunos, tahúres, brujos y Sombra Real—, habían recorrido un largo camino para llegar hasta allí y, aun habiendo sido agraciados con la C del Titán, sabían desde el principio que solo una de las parejas conseguiría el tan ansiado premio. Y, aunque el público les considerara afortunados e incluso les admirara por su arrojo y saber hacer, en ocasiones es más duro acariciar el cielo con la punta de los dedos y luego perderlo, que vivir toda una vida sin levantar la vista del suelo.

En el centro del claro, recibiendo una calurosa ovación, se encontraban los hortelanos, Fecu y Granfel: posiblemente los dos únicos seres por lo que nadie hubiera apostado al inicio del torneo. Al recibir la C, no pocos habían achacado su selección a un error del Titán. Pero los hechos volvían a constatar la inapelable verdad, aquella que tantas veces había proclamado Inocencio I, el Supremo Benevolente, con su habitual y fervorosa contundencia: el Titán nunca se equivoca.

Los hortelanos se habían enfrentado a los mismísimos Brujos Tenebrosos, la crema y nata de Cuna de Oscuridad, y habían vencido. Nadie sabía a ciencia cierta cómo, pero había quedado claro que el tándem que formaban los descontrolados poderes de Granfel y el pensamiento estratégico-crítico de Fecu era imbatible. Ni siquiera los brebajes de Tesejo, las abominables mascotas de Ménkara o los más retorcidos ardides de la magia oscura de Caila habían logrado parar a los humildes pero perseverantes hortelanos.

Muchos hortelanos, incluso a riesgo de ser azotados, habían abandonado su trabajo en los campos para asistir a la gran final. Ahora, encaramados a las ramas de los árboles desde donde habían podido ver la final, eran los que vitoreaban a los vencedores con más ganas. Quizás entendieran que ese triunfo podía suponer, en realidad, el inicio de una nueva era para los suyos; o, probablemente, solo hacían ruido por ese absurdo sentimiento gregario que caracterizaba a los de su raza.

En cualquier caso, si bien todos los participantes parecían algo decepcionados, aquellos más visiblemente hundidos y cabizbajos eran el oscuro trío de brujos, aunque quizás no sufrieran por lo mismo ni de la misma manera. Ménkara sentía como propias las heridas que su tarántula había recibido en combate; a Tesejo, lo que más le dolía era el espantoso ridículo que había echo frente a Aurora, la hermosa aprendiz del alquimista; sin embargo a Caila, como buena líder, le preocupaban asuntos más importantes. En primer lugar, la lacerante frustración de haber fracasado en su empeño personal, el de limpiar el malogrado nombre de su estirpe. En segundo lugar, el miedo cerval de regresar con las manos vacías a Cuna de Oscuridad. ¿Qué castigo les esperaría tras tamaña derrota? Cada vez que lo pensaba se le helaba la sangre. Aurobinda y los Consejeros eran estrictos e implacables con el error ajeno. Pero lo que más le asustaba era enfrentarse a la despiadada mirada de la Reina Dorna, la Consorte de la Oscuridad. Temía más a su hiriente y descorazonado silencio que a todas las torturas posibles. Apretó el puño con fuerza, rabia y miedo. ¿Cómo habían podido ser derrotados después de haber llegado tan lejos? Definitivamente, aquel no había sido un buen día para los Brujos Tenebrosos.

Fecu y Granfel, sin embargo, estaban radiantes de júbilo. Se hallaban frente al gran tocón del Primer Árbol con el ansia del niño que aguarda una galleta en espera de que el Titán cumpliera su promesa. Y así fue. Sobre los anillos del cercenado árbol milenario se materializó la botella. Aquel envase contenía el más preciado líquido que cualquier mortal pudiera soñar con hacer pasar por su gaznate: la mismísima Esencia del Titán. De ella se decía que quien la bebiera podría hacer realidad su más profundo deseo. Otros héroes lo habían logrado en el pasado, pero nunca una pareja de una raza tan claramente inferior. ¿En qué extravagante petición derrocharían esos dos pobres hortelanos el precioso don del Todopoderosos Titán?

Granfel Puerroloco, hecho un manojo de nervios, tomó la colorida botella y la alzó con sus grandes brazos.

—Queremoz… Nozotroz queremoz… —titubeó nervioso el hombretón con su lengua de trapo—. Lo que en verdad dezeamos máz que ninguna otra cosa ez…

Con un gesto de cariño y la resignada paciencia de una institutriz de hijos de nobles con poca sesera, Fecu tomo la botella en sus manos y sonrió a su compañero. Granfel le cedió el recipiente de buen grado, casi con alivio: las palabras no eran lo suyo. Entonces Fecu Brenn tomo aire y habló, con voz profunda y firme, con la voz de un general que arenga a las masas antes de la batalla.

—¡Tras siglos de opresión y soportar estoicamente el yugo de los nobles y la Corona, los hortelanos y hortelanas de Calamburia pueden por fin respirar tranquilos!

Algún que otro orondo terrateniente, desde las ramas más bajas de los árboles, sintió que su estómago se encogía. Sus compatriotas hortelanos, en cambio, aullaban emocionados, ¿sería aquel el día en que cambiaría todo?

—¡Nuestras ansias de libertad van a ser por fin colmadas! Hoy, gracias a vuestra perseverancia y a vuestra inquebrantable fuerza de voluntad, surgirá de la tierra misma un nuevo amanecer en que cada patata será dueña del suelo que la vio crecer —miró en derredor regocijándose con cada una de las caras de dicha de su gente.

Tras una breve pausa dramática, Fecu comenzó a proferir con solemnidad:

—¡Lo que deseamos, oh poderoso Titán, es la libertad para todos y cada uno de los hortelanos, un pueblo injustamente oprimido durante generaciones! ¡Sea, pues, este que hoy concluye, el último día de esta era oscura!

Fecu alzó la botella de Esencia como si fuera a beberla, pero un repentino relámpago la detuvo. Su cuerpo y el de Granfel se habían quedado petrificados y por más que lo intentaban, no podían moverse.

—¡Imbéciles, esta era oscura no ha hecho más que empezar! —profirió una poderosa voz que, mágicamente, parecía provenir a la vez de todos los rincones de la arboleda.

Muchos de los presentes se sobresaltaron y giraron su cabeza a un lado y otro buscando de dónde provenía aquel timbre desconocido que rebosaba tanto odio y maldad.

Granfel, sin embargo, reconoció aquella voz. O, al menos, sintió que le recordaba mucho a una que conocía. Se trataba de la que tantas veces le había arrullado por las noches cuando él era solo un tierno tubérculo que dormitaba en las entrañas de la tierra. No había duda: era la misma, aunque estaba claro que algo la había cambiado en ella. Antes era tierna y bondadosa; ahora sonaba dura, lacerante, cargada de puro resentimiento. Era la voz de Eme, cuya magia, un día, le había dado la vida. Ahora, el alma pura y cándida del impromago había sido corrompida por el poder de la Oscuridad.

De repente, el claro del bosque se oscureció mientras el cielo se cubría de nubes de tormenta. Un escalofrío recorrió el espinazo de todos los presentes. La súbita aparición de Eme en el claro del bosque y la malignidad de su expresión fue capaz de sobrecoger a los mismísimos zíngaros que habían contemplado los combates desde las sombras. Hasta los Brujos Oscuros se estremecieron y tan solo los dos miembros de la Sombra Real sonrieron con cierta satisfacción, como si aquello fuera un plan del que estuvieran al corriente desde el principio.

El poderoso hechicero con una sonrisa sádica en el rostro avanzó hacia el tocón del Primer Árbol mientras su capa negra ondeaba al viento de la tormenta que, de repente, había oscurecido un soleado y glorioso día.

Pero los elegidos por el Titán, haciendo honor al valor que se les suponía, no se amedrentaron ante la oscura presencia de Eme. Kesia y Kaju, dando un paso al frente, fueron los primeros en enfrentarse al intruso que había profanado el claro de la Arboleda de Catch-Unsum.

—¡No deberías estar aquí! ¡Los Custodios del Templo no permitiremos que traigas la oscuridad a este lugar sagrado! —profirió Keisa con la abnegada decisión de alguien dispuesto a entregar su vida.

—¡Soy un elegido de la luz, y estoy dispuesto a detenerte cueste lo que cueste! —rugió Kaju dejándose llevar por una furia inusitada.

—¿Paladín? No me hagas reír. Aún te falta mucho para aprender a dominar ese poder tuyo… —respondió Eme con cierta sorna—. ¡Apartaos de mi camino, insectos!

Con un simple gesto de su mano, les lanzó por los aires como si se tratara de dos simples muñecas de trapo. Los faunos, sin dudarlo un instante, cargaron instintivamente contra el mago oscuro mientras proferían su grito de guerra, pero este no se molestó en prestarles atención. Los pobres seres faéricos se estrellaron contra una suerte de muro invisible que le envolvía y quedaron en el suelo tocándose sus doloridas cabecitas astadas. ¿De dónde había obtenido el antiguo impromago tanto poder?

Los Alquimistas no habían estado ociosos. Mientras sus compañeros se sacrificaban en tratar infructuosamente de detener el avance de Eme, Aurora y Callum habían estado mezclando los componentes secretos de una fórmula arcana secreta en la que habían estado trabajando. La aprendiz sujetaba un recipiente de vidrio mientras su maestro añadía el último ingrediente: la pluma brillante de un ave fénix. Casi al acto, el matraz lanzó un destello cegador. Parecía contener energía de luz en estado puro. Sin embargo, antes de lanzarlo contra él, Aurora advirtió a su adversario:

—¡Fuiste un ejemplo para todo Skuchaín! ¡No nos obligues a hacer esto!

—Eme, fuiste mi estudiante más bondadoso. Vuelve en ti, vuelve a la Torre, con nosotros y te recibiremos con las manos abiertas —le invitó Callum el Alquimista tendiéndole su mano.

—¡Vuestra alquimia de pacotilla no me detendrá! —espetó Eme—. Skuchaín no es más una mentira vieja y decadente, un viejo torreón que se viene abajo. ¡Y vosotros os derrumbáis con ella!

Chasqueó los dedos y el blanco de sus ojos se tornó negro por un instante.

Al acto, el recipiente perdió toda luz, como si la magia que albergaba hubiera sido absorbida por la más profunda oscuridad abisal. El cristal del matraz se resquebrajó y se quebró en pedazos y, mientras, eso sucedía, Aurora y Callum sintieron como su fuerza también se desvanecía, y cayeron de rodillas al suelo.

Los tahúres aprovecharon la jugada para escabullirse y refugiarse tras uno de los árboles de las inmediaciones del claro, pensando que pasando desapercibidos, al menos, lograrían sobrevivir. Había sido soldados, pero nunca habían sido héroes. Además, un buen jugador siempre sabe retirarse a tiempo de una partida cuando sabe que no puede ganar. Allí, tras el tronco que había de servirles de escondrijo, encontraron un pequeño mocoso que se resguardaba de la batalla. Él los miró confundido, como si no entendiera por qué aquellos héroes no estaban luchando contra aquella nueva y oscura amenaza. Empezó a balbucear algo, pero Duncan levantó un dedo amenazante.

—Tú a callar, mocoso.

—Eso, nosotros no estamos aquí —añadió Axel tratando de ocultarse tras el mismo tronco que sus compañeros.

Los relojeros, por su parte, amantes como eran de la paz, no atacaron al mago. Aión lo miró largamente, escuchando el latir de su corazón pudo oír el galope de su alma desbocada por el abrumador poder de la oscuridad como un caballo negro y salvaje.

—Escucho a tu corazón —le dijo con cierta lástima— y siento que estás dolido y… confundido.

—Y yo oigo tus pensamientos. Gritos desgarradores y luego el silencio. Dos metales que chocan sin cesar —añadió Kairos conmovido hasta la ternura—. Tu mente está dividida y no cesa de luchar. ¿Quién es Theodus?

—¡Ese era el antiguo Eme! —espetó el mago algo molesto al sentirse violentado por aquella intromisión en los recovecos de su alma—. Pero no lograréis nada con vuestros inútiles escrutinios. Nada podéis hacer ya. Theodus no existe, el antiguo Eme no existe. ¡Ahora solo existo yo, y soy pura Oscuridad! ¡Desapareced!

Con un gesto simple gesto, los lanzó por los aires y fueron a aterrizar cerca de los custodios que aún no se habían recobrado del poderoso ataque del hechicero.

—Bienvenido, discípulo de Aurobinda— le saludó Hisoka Ronin, de la Sombra Real, con una sinuosa reverencia y una sonrisa de satisfacción—. Ya era hora de que la Oscuridad llegase de verdad a Calamburia. Han sido décadas de espera, pero parece ha valido la pena.

Rodrigo V, a su vez, también saludó al recién llegado inclinando levemente su noble y coronada cabeza.

—Todo ha salido como estaba planeado, y eso nos complace —susurró el taimado monarca—. El antiguo y futuro rey de Calamburia nunca olvidará tus servicios. Dime Eme, ¿te gustaría ser mi Condestable? ¿Quizás el Gran Hechicero de mi corte?

—La Oscuridad tampoco olvidará que supisteis elegir el bando adecuado, pero todo a su debido tiempo —respondió Eme con suficiencia.

Fecu Breen, con su cuerpo aún petrificado y sosteniendo en sus manos la preciada Esencia del Titán logró al fin proferir un grito.

—¡No permitiré que nos devuelvas a la esclavitud! —profirió con dificultad mientras trataba de mover infructuosamente sus brazos. La magia de Eme era poderosa e implacable.

Granfel Puerroloco, también paralizado y con lágrimas de impotencia en los ojos, hizo un esfuerzo por dirigirse a su creador:

—¡Eme, tú me hicizte a tu imagen y zemejanza! ¡Zé que hay bondad en tí, tú me enzeñazte la magia y que tenía que servir para hacer cozaz buenaz… ¿Lo haz olvidado?

—Mis errores del pasado vuelven para atormentarme —respondió con desdén el mago—. ¡Tú y yo nos parecemos en nada, vulgar patata! Yo he nacido para tener poder; tú y los tuyos, para servir. Así ha sido y así será.

Entonces los Brujos Oscuros, que se habían ido acercando paulatinamente a su superior con aire contrito, osaron por fin intervenir.

—Bueno… Esto… Gracias por venir, Eme, pero la verdad es que lo teníamos todo controlado —trató de aclarar Tesejo con una amplia sonrisa de falsa suficiencia.

—¡Silencio! —la voz del mago restalló como un látigo—. Teníais una misión y habéis fracasado. Era muy sencillo, solo teníais que vencer a esos dos seres inferiores —dijo señalando con la punta de su barita a los aún paralizados hortelanos.

—Sabía que tendría que haberme quedado cuidando a mis monstruitos… —murmuró para sí Ménkara con voz lastimera.

—Vuestra derrota es la razón por la que yo he tenido que rebajarme a acudir a este lugar —añadió Eme mirando a su alrededor con desprecio—. ¡Sois la vergüenza de Cuna de Oscuridad!

—Pedimos perdón —se apresuró a respoder Kaila hincando la rodilla y agachando la cabeza. Sus compañeros la imitaron temerosos—. Somos débiles. Pero, con la ayuda de la Oscuridad y vuestra guía, nos haremos fuertes. La próxima vez, no fallaremos.

—Más os vale. Si volvéis a decepcionarme os espera el mismo destino que Sirene —anunció con una sonrisa sádica que estremeció a los tres jóvenes brujos.

Luego caminó en silencio hasta situarse en el centro del claro, y dijo, como pensando en voz alta:

—Tanto mis aliados como mis enemigos están soñando plácidamente en manos del Titán. Sin embargo, yo he logrado despertar y venir hasta aquí. ¡Y todo gracias a una de las estúpidas invenciones de los inventores! Quién iba a decir que algún día sirvieran para algo más que para sembrar el caos —sonrió satisfecho pero su gesto se trocó casi al instante por uno de hastío—. El caso es que ya me he cansado del placentero y aburrido Sueño del Titán. Ahora, voy a traerlos a todos de vuelta, pero no volverán a las monótonas vidas que dejaron. Esta vez, volverán al peor de los sueños posibles: se sumergirán ineludiblemente en la Pesadilla del Titán.

—¡No lo hagaz, Eme! —gimió Granfel—. Yo zigo creyendo en ti, aunque todoz loz demás te vean como el peor de loz villanoz.

—¡Cierra la boca, patético tubérculo! —ordenó el mago oscuro acercándose peligrosamente a los hortelanos—. Te creé en mi inocencia porque estaba solo. Y, en aquel momento, iluso de mí, creía que la soledad era una debilidad. Pero ahora que Sirene ya no está, he entendido por fin la más profunda e inmutable de las verdades: la soledad te hace más fuerte.

Con un gesto firme de su mano, arrancó la Esencia de la Divinidad de manos de Fecu que, seguía paralizada víctima del hechizo. Una vez tuvo el preciado tesoro en sus manos, profirió:

—Lo que deseo es que toda Calamburia despierte de su dulce sueño, pero solo para sumergirse de por vida en un Reino de Pesadillas. Un lugar donde todos sus temores se hagan realidad, una noche eterna donde la oscuridad y el terror campen a sus anchas y atormenten a las tiernas y débiles mentes de todos los que pueblan esta tierra.

Una vez formulado su oscuro deseo, Eme bebió la Esencia del Titán hasta apurar la última gota.

Se hizo el silencio. Todos miraban expectantes el cielo en busca de una señal y esta no tardó en llegar. Varios relámpagos rasgaron el cielo cubierto de nubes negras y los truenos posteriores actuaron como las trompetas de un heraldo de pesadillas. El Titán le había escuchado, y se disponía a cumplir su deseo.

154 – EN LA SOLEDAD DEL UMBRAL

Los Guardianes del Tiempo son entidades espirituales que velan por el continuo espacio-temporal. Nadie lo sabe, pero su crucial labor había sido fundamental para mantener unido el universo. A pesar de lo que algunos eruditos afirman, las alteraciones temporales son posibles, pero sus consecuencias son casi siempre imprevisibles. Existe algo de volátil y algo de inamovible en el transcurrir del tiempo. Los chamanes salvajes, según su tradición ancestral —pasada siempre de boca a oído— prefieren pensar en el devenir como si fuera un río que avanza y converge; se puede recorrer en la dirección del agua o se puede nadar contracorriente sin mayores consecuencias. Pero hay algo en la naturaleza del desarrollo de los sucesos que pocos Calamburianos conocen. El tiempo es múltiple y, si alguien lo trastoca, sus hebras se abren y se separan irreversiblemente en múltiples realidades, cada una con su temporalidad propia: su antes, su ahora y su después. 

Eso fue lo que los hermanos Flemer no contemplaron cuando viajaron por primera vez al pasado para cambiar su oscura Calamburia y separar en dos el alma del poderoso ser que desató los desafortunados acontecimientos de su realidad. Al viajar al pasado y dividir el alma del ser más poderoso en Kórugan y Félix, generaron una alteración en el devenir del universo: una explosión multiversal.

El incidente derivado del viaje en la máquina del tiempo de los inventores podría haber generado realidades infinitas de no ser por la rápida actuación de los Guardianes. Los espíritus de la unidad temporal lograron contener la destrucción total del tejido del espacio-tiempo y el consiguiente colapso de la realidad. Sin embargo, el punto de bifurcación fue tan importante que generó como resultado 72 realidades distintas.

Los hermanos Flemer, creyendo cumplida su misión, se retiraron a envejecer juntos al Umbral mientras los Guardianes del Tiempo trabajaban por hacer converger de nuevo las realidades. Sin embargo, y de forma aparentemente inexplicable, un buen día Teslo se volatilizó ante los ojos atónitos e impotentes de su hermano. El ya anciano Katurian le lloró durante años en su solitario destierro. Los Guardianes le dieron una sucinta explicación que no alcanzó a comprender: el suceso era un paso inevitable hacia la Convergencia.

El Umbral.

Entre los distintos tiempos y multiversos existe un espacio llamado el Umbral. Aquel día, si pueden contarse el tiempo de algún modo en el ese limbo interdimensional, un anciano Katurian estaba pegado a al pantalla del Omnivisor. Cuando no se hallaba inmerso en alguno de sus experimentos, le gustaba perderse observando los pasados de las distintas líneas temporales. Como la edad y el dolor de huesos ya le impedían viajar por las distintas realidades, esa era la única forma de sobrellevar la soledad. Por otra parte, era la única manera de volver a ver a su querido hermano Teslo, al cual había perdido años atrás. ¡Le echaba tanto de menos!

Pulsó uno de los 72 botones eligiendo un multiverso al azar. Se seleccionó el Universo 02. Lo cierto es que era uno de sus favoritos. Luego ajustó la palanca temporal, para visualizar el momento elegido del pasado de ese universo: el día en que perdió a su hermano.  Mientras el Omnivisor se sintonizaba, una lágrima resbaló por su mejilla. La pantalla se encendió y el corazón se le encogió, tal y como sucedía cada vez que visionaba las imágenes y revivía el dolor. El modo en que Teslo desaparecía era distinto en cada realidad, sucedía en momentos y circunstancias distintos, pero se repetía inexorablemente en todos. Él conocía de memoria las fechas de las 72 variantes y las distintas formas en que su hermano había desaparecido. El recuerdo se hizo especialmenete vívido cuando la imagen apareció ante sus ojos en la pantalla.

Calamburia 02 – La Pesadilla del Titán.

Era una noche tormentosa en las inmediaciones del Faro Partido, caían relámpagos que alumbraban intermitentemente el cielo cuando el joven Katurian del pasado comprobó en el detector lo que ya se temían:

—Ya llegan… están cada vez más cerca —informó a su hermano.

—Es el momento de ejecutar el plan —sentenció entonces Teslo con el gesto sombrío–. Si sale bien, el mundo se librará por siempre de las Guardianas del Inframundo.

De repente, dos poderosas figuras femeninas aparecieron flotando en el aire entre remolinos de nubes oscuras. Aterrizaron delicadamente cerca del faro frente a los hermanos Flemer. Los dos inventores sintieron un escalofrío ante la presencia de aquellos dos seres tan malignos como hermosos. Ventisca, con su vaporosa túnica negra, tenía los ojos entornados como si considerara a aquellos dos pobres humanos como seres evidentemente inferiores. 

—Vaya, vaya, vaya… –murmuró la corrompida aisea con desdén–. Así que estos son los que nos van a hacer frente. ¿Por qué no les dejamos aquí pudriéndose y seguimos nuestro rumbo hacia el Palacio de Ámbar?

Por su parte, Kashiri, la Emperatriz del Inframundo, esbozaba una sonrisa sádica.

—No tengas prisa, Ventisca. Es una gran ocasión para saldar viejas cuentas con estos dos mequetrefes. Han sido muchos años torpedeando los planes del mal. Y vuestro intento de comprender el pasado para derrotar a la oscuridad no os va a salir como creíais. Hoy, por fin, nos encontramos cara a cara.

Una nueva figura apareció entonces posándose sobre las otras dos. Era Eme, el mago oscuro, y llevaba con él un fardo tembloroso que los inventores tardaron en reconocer. Se trataba de un pobre y atemorizado Artemis que había sido capturado por el mago y que ahora tenía la oscura punta de una varita posada sobre su cuello dispuesta a desintegrarle.

—Llegas tarde, Eme —enunció Kashiri aunque su gesto no era de reproche sino de satisfacción—, pero me alegra que estés aquí. Así serás presente de la desaparición definitiva de los hermanos Flemer.

—No solo gozaré del espectáculo —respondió Eme con una sonrisa sádica—. Un trovador nos será útil, así luego podrá cantar las gestas de la Oscuridad, el día de cómo acabamos con Teslo y Katurian. Aunque nos encontremos encerrados en el Sueño del Titán nuestras artes oscuras garantizará su muerte y sus cuerpos no volverán a despertar. 

Teslo miró a su hermano y tragó saliva. No habían previsto la aparición de Eme. Era un rival extremadamente peligroso y, además, tenía un rehén. Sin embargo cuando sus ojos se cruceros supieron al instante que no tenían opción. No había vuelta atrás: el plan debía ejecutarse. De hecho, y eso hizo que los ojos de Katurian brillaran, podía ser la oportunidad de sus vidas. Quizás no solo acabaran de una vez por todas con las Guardianas sino que también lograran arrastrar con ellas al perverso impromago.

—¡Demonios, volved al infierno! —gritó Katurian apretando el puño con fuerza con aire provocador.

Necesitaban que sus víctimas se acercaran aún un poco más. Si no, no podrían ejecutar el plan. Kashiri, pletórica, comenzó a avanzar hacia los dos hermanos apoyándose en su báculo que empezaba a brillar tenuemente con un resplandor carmesí.

—Será un inmenso placer haceros sufrir. No me malinterpretes, siempre es un placer causar sufrimiento a los mortales. Es mi vocación, ¡para eso vivo! —matizó divertida—. Pero lo que quiero decir es que inflingiros los más terribles sufrimientos a vosotros será un verdadero placer.

—¡No os tenemos ningún miedo! —gritó Teslo alzando su voz por encima de la tormenta.

Ambos tenían el rostro cubierto de agua mientras que el aura maligna de las Guardianas las mantenía protegidas de la lluvia. Eme sin embargo se mantenía a una distancia prudencial aprentando la punta de su varita contra el cuello de Artemis. Ventisca avanzó siguiendo a Kashiri con expresión de estar contrariada por el retraso. Cuando ambas se hubieran acercado lo suficiente, Katurian gritó:

—¡Ahora hermano, dale al botón!

Teslo extrajo un artilugio de su bolsillo.

—¿Este botón, hermano? —guiñó el ojo a su hermano junto antes de pulsarlo. 

Entonces ciertos engranajes del faro chirriaron y empezaron a moverse. Una compuerta lateral se abrió.

—¡Maldición, ¿qué está pasando? —espetó Kashiri contrariada.

—Te dije que no nos entretuviéramos con estos peleles… —murmuró Ventisca levantando una ceja.

De la compuerta, salió volando la máquina del tiempo de los inventores, aunque lucía algo diferente, como si hubieran aplicado ciertas modificaciones en el diseño original. 

—¡Ahora hermano, enciende el amplificador de espectro electromagnético! —lanzó Katurian.

—¡Listo! —respondió Teslo, y un brillo que emanaba de la máquina se convirtió en un campo que envolvió a todos los presentes.

Las Guardianas, sorprendidas, no tuvieron tiempo de reaccionar y fueron absorbidas por el aura iridiscente. Sintieron como todo su entorno, a excepción de la máquina y los inventores,  se volatilizaba y eran transportadas a un lugar oscuro donde el sonido era opaco y el aire opresivo. Eme sin embargo, tuvo el tiempo justo para lanzar un rápido hechizo de protección que le envolvió cubriendo también al trovador justo antes de ser arrastrados por el aura de la máquina.

—¿Dónde están Eme y Artemis? —lanzó Katurian en voz baja a su hermano. 

Teslo miró el detector arqueando una ceja.

—Hemos perdido su señal —informó dando un golpe a la máquina para tratár de recalibrarla—. No importa, nos ocuparemos de ellos más tarde. Ahora tenemos que encargarnos de las Guardianas.

—¿Qué diablos es este lugar? —preguntó Ventisca mirando en derredor arrugando la nariz.

—Bienvenidas al Vacío —dijo Katurian Flemer con una sonrisa triunfal—. Así es como hemos llamado al espacio que se extiende en el después de todos los tiempos.

—Me temo que esta es vuestra parada, Guardianas. Os deseamos una feliz y eterna estancia en ninguna parte –añadió Teslo con ironía—. ¡Hermano, a la máquina! ¡Vayámonos de aquí!

Katurian subió a la máquina del tiempo y se apuró en pulsar el botón de viajar mientras Teslo subía por el otro lado. Tenían solo unos segundos antes de que las Guardianas reaccionaran. Si todo salía bien, Kashiri y Ventisca quedarían atrapadas en el Vacío para siempre.

—¡No tan rápido! —espetó la Emperatriz del Inframundo con los ojos encendidos por la ira.

En un intento desesperado de venganza, apuntó hacia Teslo. Los mortales rayos del báculo demoníaco de Kashiri se caracterizaban por nunca fallar en su objetivo. El cuerpo del inventor quedó desintegrado al momento y solo sus gafas protectoras permanecieron intactas sobre una marca humeante en el suelo. Teslo Flemer se había volatilizado.

Mientras la máquina empezaba a desaparecer para volver al Faro Partido, Katurian gritó con el corazón desgarrado. Y entonces, desesperado, aporreó los controles de la máquina en un último intento por mantenerse en el Vacío y lo logró durante un instante. Luego la máquina empezó a parpadear, luego desapareció, luego volvió a aparecer y finalmente se esfumó. No volvió al punto de partida, no apareció nada en la pantalla. No había viajado a ninguna línea temporal ni se encontraba en el Umbral. Estaba fuera del espectro del Omnivisor.

De nuevo en el Umbral.

Frente a su pantalla, el Anciano Katurian, observaba las imágenes sin dar crédito. ¡No había sucedido así! Comprobó la variante multiversal que estaba observando. Era la Calamburia 02. Había visto esos eventos infinitas veces y los recordaba de memoria. Sin embargo, no había ni rastro del Katurian de ese multiverso. La pantalla del Omnivisor solo mostraba imágenes de alteración blanca. La nada. ¿Cómo era posible? Los 72 multiversos tenían un devenir distinto pero, en todos, Teslo moría y Katurian sobrevivía. Era su inevitable condena: el precio de haber jugado a ser dioses.

Recordaba lo que en realidad había sucedido en ese momento de la Calamburia 02. Eme lograba escapar arrastrando consigo a Artemis y sumiendo a Calamburia en una nueva era de horror a la que se conoció como la Pesadilla del Titán. Teslo, por su parte moría bajo el rayo destructor del báculo de Kashiri y luego el joven Katurian era arrastrado indefectiblemente por la máquina del tiempo de vuelta al Faro Partido. Una vez allí, y tras comprobar que no podía recuperar a su hermano viajando al pasado, dedicaba todos sus esfuerzos a mejorar la máquina del tiempo. Tras años de trabajo, lograba modificar la máquina para que pudiera viajar entre multiversos a fin de recuperar alguna versión de su hermano de otra realidad. Viajaba por todas y en todas se encontraba el mismo evento inamovible: Teslo, de un modo u otro, había muerto en todas las versiones multiversales. Era un hecho inevitable y nada podía hacerse en ningún caso. Finalmente se daba por vencido y dedicaba el resto de su vida a desarrollar el Arcángel 8000, el arma que salvaría a Calamburia de la nueva invasión del inframundo. Pero esa era otra historia, la que terminaba con un Anciano Katurian habitando el Umbral de los multiversos.

Volvió a visionar el pasado del Universo 02 y volvió a llegar al punto muerto: el Katurian de esa dimensión había desaparecido definitivamente. Por un momento, el Anciano Katurian pensó en las implicaciones de todo aquello. Un universo sin Katurian era una realidad condenada a sucumbir, tarde o temprano, al dominio del inframundo. A pesar de la prohibición de los Guardianes del Tiempo, no podía permitirse y solo él, el más mayor y experimentado de todos los Katurian posibles, podía hacer algo al respecto. Él era demasiado viejo para viajar al pasado y tratar de arreglar el desaguisado, pero tenía muy claro quién podía cumplir tan importante misión. Muy a su pesar, y aún habiendo prometido a los Guardianes su completa disolución, había llegado el momento de reunir de nuevo a la INTERKAT.

153 – UN SUEÑO ENLAZADO

Existen diferentes tipos de sueño. Hay sueños ligeros y sueños profundos; sueños recurrentes y premonitorios; sueños reparadores, sueños de grandeza y hasta sueños inconclusos… Pero el Sueño del Titán, al que la antigua magia de los elfos arrastró a todos los Calamburianos, fue un sueño entrelazado. Al igual que los hilos se entretejen en un lienzo, los sueños de los Calamburianos no tardaron en convertirse en una única urdimbre. Por ello —y muy a pesar de las buenas intenciones de Dandelion y Níniel—  las antiguas luchas entre luz y oscuridad  siguieron desarrollándose en el mundo onírico. 

En el sueño de Artemis Daeron…

Aquella mañana de sol, Artemis el trovador, estuvo ciertamente pletórico. Después de cantar su bellísima canción sobre la caída de la Oscuridad, la audiencia estalló en una sonora ovación. Llovían calamburos y flores recién cortadas. Vítores y aplausos desembocaron en una masa de campesinos portándolo en volandas como a un glorioso general del arte. Había alcanzado la mayor fama en vida que un trovador podía obtener, se había ganado un sitio en el Parnaso, un hueco en la cama de las mujeres más hermosas y ya nunca volvería a pasar hambre ni a…

De repente, mientras era portado en volandas, sintió como una de las manos que le sostenía se aferraba fuertemente a su muñeca. Intentó zafarse de forma instintiva pero no sirvió de nada. Reconocía aquella mano fría y su tacto áspero, como el de la mano de un hortelano, pero mucho más fuerte e implacable: era la mano del Eme, el impromago que se había dejado corromper por la oscuridad. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Cómo había entrado aquel perverso ser en su sueño de gloria?

—¡Suéltame, no puedes estar aquí, es mi sueño! —se revolvió Artemis mientras caía al suelo viendo cómo sus porteadores se desvanecían como un reflejo en el lago cuando un niño arroja una piedra.

—¿Creíais que ese hechizo de los elfos nos iba a detener? —dijo el mago con una media sonrisa—. Solo habéis ralentizado lo inevitable. Os mataremos uno a uno. Os encontraremos tranquilos y relajados, habitando vuestros hermosos sueños y os asesinaremos mientras dormís. 

Artemis, confiado, espetó:

—¡Este es mi sueño, maldito mago de pacotilla! ¡No puedes hacerme daño!

—Si supieras cuán equivocado estás… —susurró el mago mientras su sonrisa se tornaba una mueca macabra—. No olvides que el espíritu y la sabiduría de Theodus vive en mí. Conozco este antiguo hechizo de los elfos. A diferencia de los sueños de los mortales, que al morir despiertan en sus camas empapados en sudor, este hechizo separa la esencia del ser de su propio cuerpo. Si te mato aquí, tu alma nunca volverá a reunirse con tu pobre y triste carcasa mortal. Vagará perdida mientras tu cuerpo sigue dormido hasta perecer de inanición. Creéme, es peor que la muerte.

—¡Eme, eres un monstruo! —gritó el trovador desesperado mientras el resto de porteadores se desvanecían como si hubieran sido borrados por el agua que cae sobre un cuadro recién pintado.

—¿Monstruo? Es un halago viniendo de un ser tan claramente inferior —sonrió con un oscuro resplandor en la mirada—. Pero tú, mi querido trovador, morirás el último. Quiero que seas testigo de mi victoria definitiva y que cantes sobre ella. Harás una oda que vivirá eternamente. Como recompensa por tus servicios, vivirás un poco más que el resto.

Artemis trató de liberarse de la garra de Eme que le atenazaba, pero por más que luchaba no podía zafarse.

—No te resistas, vendrás conmigo y verás morir uno a uno a tus amiguitos.

—¿A dónde me llevas? —preguntó el trovador tembloroso mientras él y Eme se elevaban envueltos en un aura oscura.

—Nuestro siguiente destino es el Faro Partido, allí compondrán una loa a mi persona.

—¿Y qué deberé contar en ella?

—Cómo maté a los hermanos Flemer, por supuesto —dijo el mago relamiéndose como si ya paladeara su victoria—. Vamos, el tiempo apremia, no quiero que ninguno de mis compañeros llegue antes que yo.

En el sueño de las Guardianas…

Era un día corriente en el Inframundo Onírico, pero la Emperatriz estaba especialmente satisfecha. A través del cristal de su báculo, había visto un sueño ajeno. El sueño de un presuntuoso trovador acosado por un mago oscuro. Ahora sabía la verdad. Lo había oído por la boca del propio Eme. El Sueño del Titán era una ratonera en la que iba a atrapar a todas las presas que llevaban años resistiédose a su poder.

—¡Ventisca! —espetó Kashiri—, ha llegado la hora, este Sueño del Titán es una ocasión de oro para saldar viejas deudas con nuestros enemigos. Les mataremos para que nunca más despierten, ¿qué te parece?

—Precisamente ha llegado un cuervo de Aurobinda —informó la aisea desenrollando un pequeño mensaje—. Ella y los Consejeros sugieren coordinar nuestros planes para acabar con todos los héroes ahora que se encuentran aislados y distraídos. Nos convocan a un conciliábulo en Cuna de Oscuridad. De inmediato, dicen. Antes de que los elegidos del Titán, aún despiertos, consigan la esencia de la divinidad y nos lo impidan.

Kashiri rió mientras se revolvía divertida en su trono.

—¿Qué le contestamos a esa vieja bruja? —la apremió Ventisca levantando una ceja. Las risotadas de la Emperatriz del Inframundo le resultaban molestas. ¿Tenía que ser siempre tan ruidosa?

—Dile que sí, que ya vamos —respondió Kashiri sonriendo como un gato que acaba de atrapar a un ratón mientras acariciaba la punta de su báculo—. Pero quizás nos demoremos un poco por el camino.

—¿No vamos a ir directamente? —Ventisca no soportaba la forma que la Emperatriz tenía de dosificar la información.

—Digamos, mi pequeña y aburrida amiga —entonó paladeando sus palabras—, que haremos un alto en nuestro viaje para visitar a unos viejos amigos con los que me gustaría saldar una antigua deuda personalmente. Y no quiero que nadie se me adelante.

—Los hermanos Flemer…

—No discutiré con esa bruja por ver quién acaba con los inventores. ¡Son míos, es mi privilegio! ¡Y les odio!

Tras su breve estallido de ira se recompuso y volvió a sonreír con suficiencia.

—Los aplastaré de camino y serán meros daños colaterales. Me dan igual los planes de nuestros aliados. Pero, por supuesto, si no quieres venir conmigo, tampoco te necesito.

—Iré, —sentenció Ventisca que no se atrevía a dejar sola a la temperamental Emperatriz—, pero será mejor que te des prisa. Quiero acabar con esto cuanto antes. Tus vendetas personales me resultan aburridas.

Ambas alzaron el vuelo y se pusieron rumbo a su destino sin saber que era la última vez que la Emperatriz veía los muros de su palacio.

En el sueño de los inventores…

—Imagina las inconmensurables posibilidades tecnológicas que tiene este sueño, hermano —dijo Teslo dejándose llevar por el entusiasmo—. Podríamos, no solo reparar la máquina, sino llevar la tecnología de viajes en el tiempo un paso más allá. Según mis cálculos, nuestra máquina podría incluso rasgar el propio tejido del espacio tiempo viajando entre espacios multiversales.

—¿Pero la física permite esa clase de cosas? —se preguntó Katurian rascándose la barbilla.

—Claro, es un sueño  —apuntó Teslo estirando un cable como si fuera de goma—. ¡Podemos retorcer la física a nuestro antojo!

—¡Bien visto, hermano! —añadió Katurian soldando un circuito con el calor de sus propias manos—. Seguro que las fuerzas de la oscuridad no se lo esperan. Este es el mundo de nuestra imaginación y nuestra imaginación… ¡no conoce límites! —sonrió Katurian Flemer poniéndose las gafas protectoras, ya que, incluso en los sueños, un hombre de ciencia debe ser precavido.

—Aún podríamos ir más allá —anunció Teslo con los ojos muy abiertos como contemplando una realidad futura que se le resistía—. Podríamos viajar hasta el espacio intermedio que separa los multiversos.

—¡Yo aún diría más! —añadió su hermano conectando con su inspiración—, podríamos ir más allá de todo espacio y todo tiempo, donde solo se extiende el Vacío. De hecho, podríamos…

—¡Idea! —gritó Teslo entusiasmado—. ¿Estás pensando lo mismo que yo hermano?

Se miraron emocionados, casi con lágrimas en los ojos.

—¡Claro que sí! Podemos arrastrar al enemigo a un limbo atemporal… —comenzó a formular Katurian.

—…un vacío en mitad de la nada. El páramo que se extiende después del tiempo. —prosiguió Teslo.

—Podemos atraparles en el vacío… —susurró Katurian.

—¡Para siempre! —gritaron los dos Flemer al unísono.

Saltaron de alegría y celebraron la infalible e imaginativa belleza de su plan.

—¡Eres un genio! —celebró Teslo.

—No sería nada sin mi hermano favorito —matizó Katurian poniéndole la mano sobre el hombro—. Todo esto tiene sentido porque tú estás conmigo. 

Se miraron largamente, con una amplia sonrisa, pensando en un solo instante en todas las aventuras que habían vivido juntos, hasta que una alarma interrumpió tan fraternal momento.

—¡Oh, no es el detector de energía oscura! —lanzó Teslo llevándose las manos a la cabeza.

—¡Hay que darse prisa! —concluyó Katurian mientras apretaba los tornillos de la máquina haciendo girar el dedo de un modo que desafiaba oníricamente a la física más elemental—. El enemigo se acerca y hay que estar preparados.