154 – EN LA SOLEDAD DEL UMBRAL

Los Guardianes del Tiempo son entidades espirituales que velan por el continuo espacio-temporal. Nadie lo sabe, pero su crucial labor había sido fundamental para mantener unido el universo. A pesar de lo que algunos eruditos afirman, las alteraciones temporales son posibles, pero sus consecuencias son casi siempre imprevisibles. Existe algo de volátil y algo de inamovible en el transcurrir del tiempo. Los chamanes salvajes, según su tradición ancestral —pasada siempre de boca a oído— prefieren pensar en el devenir como si fuera un río que avanza y converge; se puede recorrer en la dirección del agua o se puede nadar contracorriente sin mayores consecuencias. Pero hay algo en la naturaleza del desarrollo de los sucesos que pocos Calamburianos conocen. El tiempo es múltiple y, si alguien lo trastoca, sus hebras se abren y se separan irreversiblemente en múltiples realidades, cada una con su temporalidad propia: su antes, su ahora y su después. 

Eso fue lo que los hermanos Flemer no contemplaron cuando viajaron por primera vez al pasado para cambiar su oscura Calamburia y separar en dos el alma del poderoso ser que desató los desafortunados acontecimientos de su realidad. Al viajar al pasado y dividir el alma del ser más poderoso en Kórugan y Félix, generaron una alteración en el devenir del universo: una explosión multiversal.

El incidente derivado del viaje en la máquina del tiempo de los inventores podría haber generado realidades infinitas de no ser por la rápida actuación de los Guardianes. Los espíritus de la unidad temporal lograron contener la destrucción total del tejido del espacio-tiempo y el consiguiente colapso de la realidad. Sin embargo, el punto de bifurcación fue tan importante que generó como resultado 72 realidades distintas.

Los hermanos Flemer, creyendo cumplida su misión, se retiraron a envejecer juntos al Umbral mientras los Guardianes del Tiempo trabajaban por hacer converger de nuevo las realidades. Sin embargo, y de forma aparentemente inexplicable, un buen día Teslo se volatilizó ante los ojos atónitos e impotentes de su hermano. El ya anciano Katurian le lloró durante años en su solitario destierro. Los Guardianes le dieron una sucinta explicación que no alcanzó a comprender: el suceso era un paso inevitable hacia la Convergencia.

El Umbral.

Entre los distintos tiempos y multiversos existe un espacio llamado el Umbral. Aquel día, si pueden contarse el tiempo de algún modo en el ese limbo interdimensional, un anciano Katurian estaba pegado a al pantalla del Omnivisor. Cuando no se hallaba inmerso en alguno de sus experimentos, le gustaba perderse observando los pasados de las distintas líneas temporales. Como la edad y el dolor de huesos ya le impedían viajar por las distintas realidades, esa era la única forma de sobrellevar la soledad. Por otra parte, era la única manera de volver a ver a su querido hermano Teslo, al cual había perdido años atrás. ¡Le echaba tanto de menos!

Pulsó uno de los 72 botones eligiendo un multiverso al azar. Se seleccionó el Universo 02. Lo cierto es que era uno de sus favoritos. Luego ajustó la palanca temporal, para visualizar el momento elegido del pasado de ese universo: el día en que perdió a su hermano.  Mientras el Omnivisor se sintonizaba, una lágrima resbaló por su mejilla. La pantalla se encendió y el corazón se le encogió, tal y como sucedía cada vez que visionaba las imágenes y revivía el dolor. El modo en que Teslo desaparecía era distinto en cada realidad, sucedía en momentos y circunstancias distintos, pero se repetía inexorablemente en todos. Él conocía de memoria las fechas de las 72 variantes y las distintas formas en que su hermano había desaparecido. El recuerdo se hizo especialmenete vívido cuando la imagen apareció ante sus ojos en la pantalla.

Calamburia 02 – La Pesadilla del Titán.

Era una noche tormentosa en las inmediaciones del Faro Partido, caían relámpagos que alumbraban intermitentemente el cielo cuando el joven Katurian del pasado comprobó en el detector lo que ya se temían:

—Ya llegan… están cada vez más cerca —informó a su hermano.

—Es el momento de ejecutar el plan —sentenció entonces Teslo con el gesto sombrío–. Si sale bien, el mundo se librará por siempre de las Guardianas del Inframundo.

De repente, dos poderosas figuras femeninas aparecieron flotando en el aire entre remolinos de nubes oscuras. Aterrizaron delicadamente cerca del faro frente a los hermanos Flemer. Los dos inventores sintieron un escalofrío ante la presencia de aquellos dos seres tan malignos como hermosos. Ventisca, con su vaporosa túnica negra, tenía los ojos entornados como si considerara a aquellos dos pobres humanos como seres evidentemente inferiores. 

—Vaya, vaya, vaya… –murmuró la corrompida aisea con desdén–. Así que estos son los que nos van a hacer frente. ¿Por qué no les dejamos aquí pudriéndose y seguimos nuestro rumbo hacia el Palacio de Ámbar?

Por su parte, Kashiri, la Emperatriz del Inframundo, esbozaba una sonrisa sádica.

—No tengas prisa, Ventisca. Es una gran ocasión para saldar viejas cuentas con estos dos mequetrefes. Han sido muchos años torpedeando los planes del mal. Y vuestro intento de comprender el pasado para derrotar a la oscuridad no os va a salir como creíais. Hoy, por fin, nos encontramos cara a cara.

Una nueva figura apareció entonces posándose sobre las otras dos. Era Eme, el mago oscuro, y llevaba con él un fardo tembloroso que los inventores tardaron en reconocer. Se trataba de un pobre y atemorizado Artemis que había sido capturado por el mago y que ahora tenía la oscura punta de una varita posada sobre su cuello dispuesta a desintegrarle.

—Llegas tarde, Eme —enunció Kashiri aunque su gesto no era de reproche sino de satisfacción—, pero me alegra que estés aquí. Así serás presente de la desaparición definitiva de los hermanos Flemer.

—No solo gozaré del espectáculo —respondió Eme con una sonrisa sádica—. Un trovador nos será útil, así luego podrá cantar las gestas de la Oscuridad, el día de cómo acabamos con Teslo y Katurian. Aunque nos encontremos encerrados en el Sueño del Titán nuestras artes oscuras garantizará su muerte y sus cuerpos no volverán a despertar. 

Teslo miró a su hermano y tragó saliva. No habían previsto la aparición de Eme. Era un rival extremadamente peligroso y, además, tenía un rehén. Sin embargo cuando sus ojos se cruceros supieron al instante que no tenían opción. No había vuelta atrás: el plan debía ejecutarse. De hecho, y eso hizo que los ojos de Katurian brillaran, podía ser la oportunidad de sus vidas. Quizás no solo acabaran de una vez por todas con las Guardianas sino que también lograran arrastrar con ellas al perverso impromago.

—¡Demonios, volved al infierno! —gritó Katurian apretando el puño con fuerza con aire provocador.

Necesitaban que sus víctimas se acercaran aún un poco más. Si no, no podrían ejecutar el plan. Kashiri, pletórica, comenzó a avanzar hacia los dos hermanos apoyándose en su báculo que empezaba a brillar tenuemente con un resplandor carmesí.

—Será un inmenso placer haceros sufrir. No me malinterpretes, siempre es un placer causar sufrimiento a los mortales. Es mi vocación, ¡para eso vivo! —matizó divertida—. Pero lo que quiero decir es que inflingiros los más terribles sufrimientos a vosotros será un verdadero placer.

—¡No os tenemos ningún miedo! —gritó Teslo alzando su voz por encima de la tormenta.

Ambos tenían el rostro cubierto de agua mientras que el aura maligna de las Guardianas las mantenía protegidas de la lluvia. Eme sin embargo se mantenía a una distancia prudencial aprentando la punta de su varita contra el cuello de Artemis. Ventisca avanzó siguiendo a Kashiri con expresión de estar contrariada por el retraso. Cuando ambas se hubieran acercado lo suficiente, Katurian gritó:

—¡Ahora hermano, dale al botón!

Teslo extrajo un artilugio de su bolsillo.

—¿Este botón, hermano? —guiñó el ojo a su hermano junto antes de pulsarlo. 

Entonces ciertos engranajes del faro chirriaron y empezaron a moverse. Una compuerta lateral se abrió.

—¡Maldición, ¿qué está pasando? —espetó Kashiri contrariada.

—Te dije que no nos entretuviéramos con estos peleles… —murmuró Ventisca levantando una ceja.

De la compuerta, salió volando la máquina del tiempo de los inventores, aunque lucía algo diferente, como si hubieran aplicado ciertas modificaciones en el diseño original. 

—¡Ahora hermano, enciende el amplificador de espectro electromagnético! —lanzó Katurian.

—¡Listo! —respondió Teslo, y un brillo que emanaba de la máquina se convirtió en un campo que envolvió a todos los presentes.

Las Guardianas, sorprendidas, no tuvieron tiempo de reaccionar y fueron absorbidas por el aura iridiscente. Sintieron como todo su entorno, a excepción de la máquina y los inventores,  se volatilizaba y eran transportadas a un lugar oscuro donde el sonido era opaco y el aire opresivo. Eme sin embargo, tuvo el tiempo justo para lanzar un rápido hechizo de protección que le envolvió cubriendo también al trovador justo antes de ser arrastrados por el aura de la máquina.

—¿Dónde están Eme y Artemis? —lanzó Katurian en voz baja a su hermano. 

Teslo miró el detector arqueando una ceja.

—Hemos perdido su señal —informó dando un golpe a la máquina para tratár de recalibrarla—. No importa, nos ocuparemos de ellos más tarde. Ahora tenemos que encargarnos de las Guardianas.

—¿Qué diablos es este lugar? —preguntó Ventisca mirando en derredor arrugando la nariz.

—Bienvenidas al Vacío —dijo Katurian Flemer con una sonrisa triunfal—. Así es como hemos llamado al espacio que se extiende en el después de todos los tiempos.

—Me temo que esta es vuestra parada, Guardianas. Os deseamos una feliz y eterna estancia en ninguna parte –añadió Teslo con ironía—. ¡Hermano, a la máquina! ¡Vayámonos de aquí!

Katurian subió a la máquina del tiempo y se apuró en pulsar el botón de viajar mientras Teslo subía por el otro lado. Tenían solo unos segundos antes de que las Guardianas reaccionaran. Si todo salía bien, Kashiri y Ventisca quedarían atrapadas en el Vacío para siempre.

—¡No tan rápido! —espetó la Emperatriz del Inframundo con los ojos encendidos por la ira.

En un intento desesperado de venganza, apuntó hacia Teslo. Los mortales rayos del báculo demoníaco de Kashiri se caracterizaban por nunca fallar en su objetivo. El cuerpo del inventor quedó desintegrado al momento y solo sus gafas protectoras permanecieron intactas sobre una marca humeante en el suelo. Teslo Flemer se había volatilizado.

Mientras la máquina empezaba a desaparecer para volver al Faro Partido, Katurian gritó con el corazón desgarrado. Y entonces, desesperado, aporreó los controles de la máquina en un último intento por mantenerse en el Vacío y lo logró durante un instante. Luego la máquina empezó a parpadear, luego desapareció, luego volvió a aparecer y finalmente se esfumó. No volvió al punto de partida, no apareció nada en la pantalla. No había viajado a ninguna línea temporal ni se encontraba en el Umbral. Estaba fuera del espectro del Omnivisor.

De nuevo en el Umbral.

Frente a su pantalla, el Anciano Katurian, observaba las imágenes sin dar crédito. ¡No había sucedido así! Comprobó la variante multiversal que estaba observando. Era la Calamburia 02. Había visto esos eventos infinitas veces y los recordaba de memoria. Sin embargo, no había ni rastro del Katurian de ese multiverso. La pantalla del Omnivisor solo mostraba imágenes de alteración blanca. La nada. ¿Cómo era posible? Los 72 multiversos tenían un devenir distinto pero, en todos, Teslo moría y Katurian sobrevivía. Era su inevitable condena: el precio de haber jugado a ser dioses.

Recordaba lo que en realidad había sucedido en ese momento de la Calamburia 02. Eme lograba escapar arrastrando consigo a Artemis y sumiendo a Calamburia en una nueva era de horror a la que se conoció como la Pesadilla del Titán. Teslo, por su parte moría bajo el rayo destructor del báculo de Kashiri y luego el joven Katurian era arrastrado indefectiblemente por la máquina del tiempo de vuelta al Faro Partido. Una vez allí, y tras comprobar que no podía recuperar a su hermano viajando al pasado, dedicaba todos sus esfuerzos a mejorar la máquina del tiempo. Tras años de trabajo, lograba modificar la máquina para que pudiera viajar entre multiversos a fin de recuperar alguna versión de su hermano de otra realidad. Viajaba por todas y en todas se encontraba el mismo evento inamovible: Teslo, de un modo u otro, había muerto en todas las versiones multiversales. Era un hecho inevitable y nada podía hacerse en ningún caso. Finalmente se daba por vencido y dedicaba el resto de su vida a desarrollar el Arcángel 8000, el arma que salvaría a Calamburia de la nueva invasión del inframundo. Pero esa era otra historia, la que terminaba con un Anciano Katurian habitando el Umbral de los multiversos.

Volvió a visionar el pasado del Universo 02 y volvió a llegar al punto muerto: el Katurian de esa dimensión había desaparecido definitivamente. Por un momento, el Anciano Katurian pensó en las implicaciones de todo aquello. Un universo sin Katurian era una realidad condenada a sucumbir, tarde o temprano, al dominio del inframundo. A pesar de la prohibición de los Guardianes del Tiempo, no podía permitirse y solo él, el más mayor y experimentado de todos los Katurian posibles, podía hacer algo al respecto. Él era demasiado viejo para viajar al pasado y tratar de arreglar el desaguisado, pero tenía muy claro quién podía cumplir tan importante misión. Muy a su pesar, y aún habiendo prometido a los Guardianes su completa disolución, había llegado el momento de reunir de nuevo a la INTERKAT.