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REESCRIBIENDO EL PASADO I
El viento helado sacudía las ropas de las tres nornas que observaban el vasto tapiz del destino. Sus ojos esc,rutaban la realidad, pero algo iba mal. Muy mal.
—¡El futuro! ¡No veo el futuro! —exclamó Skald, la más joven de las tres hermanas, con una expresión de pánico en su rostro—. Algo está alterando la línea temporal.
—No veo el presente —informó Verdandi mirando a Urd.
Urd, la mayor y más sabia, permanecía en silencio mientras sus manos se movían con lentitud tejiendo con sus dedos los destinos de todos los seres. El sino de Calamburia parecía desvanecerse como si alguien hubiera arrancado los hilos del tiempo.
—La respuesta está en el pasado. Algo está cambiando; algo que nunca debió haber sido alterado —sentenció con sus ojos encontrándose con los de sus hermanas—. El pasado no debe ser modificado.
Las tres nornas se acercaron al tapiz buscando la causa de esta perturbación. Sus tres pares de ojos, inclinados sobre el telar, pudieron advertir la causa de todo.Dos jóvenes impromagos que, escuchaban a escondidas una reunión del claustro de la Torre Arcana sobre los avances de Cuna de Oscuridad. A pesar de ser profesores en prácticas, no habían sido convocados a esa reunión, lo que solo incrementaba su curiosidad. Kórux y Minerva, los directores de la escuela, habían partido en una importante misión y dejado la dirección de forma temporal a Férula y Gónagan, pero ellos eran demasiado cautos para emprender ninguna acción antes de su regreso.
—¡Tenemos que actuar! —exclamó Grahim con desesperación en los ojos.
—Ya has oído al profesor —declaró Trai, su compañera medio tritona, intentando mantener la calma—. La reina Melindres ha ido a la Forja Arcana a buscar ayuda y Kórux y Minerva están negociando con posibles nuevos aliados. Debemos aguardar.
—No podemos esperar. Férula tiene razón: la colaboración de la Dama de Acero en un conflicto que no afecta al reino faérico es poco probable. Además, conozco a personalmente a sus hijos y te aseguro que no se equivoca en esto.
Los jóvenes se quedaron largo tiempo buscando una solución al avance de Amunet y su ejército de demonios. Aún recordaban cuando uno de los antiguos prefectos, Eme, poseído por la oscuridad, sumió al continente en una terrorífica pesadilla. No podían permitir que algo similar volviese a pasar. El mal no podía triunfar.
—¡Lo tengo! —exclamó Grahim—. En la biblioteca de los Ténebris hay un antiguo libro donde Aurobinda y Defendra escribieron todos sus conjuros: el Códice Oscuro. Ningún miembro de las otras castas ha podido entrar nunca allí pero ahora… —añadió pensativo mientras acariciaba su barba pelirroja—. Es el del Descenso y toda la escuela estará en la Basílica del Titán. ¡No hay nadie que los vigile!
—¿Con eso podremos destruir Cuna de Oscuridad? —preguntó su compañera—. Si lo lográramos, Amunet perdería a sus mayores aliados en Calamburia.
—No podemos destruir el castillo, pero si viajamos al pasado podremos evitar que surja. Fueron los consejeros umbríos los que desearon su aparición al final del IV Torneo: lo amañaron con su don del convencimiento y envenenaron nuestras mentes.
—Si todo eso, tan solo… no hubiera sucedido… —se lamentó Trai que se arrepentía cada día de no haber podido doblegar a los consejeros en aquella ocasión.
—¡Por las barbas de Theodus, tienes razón! —exclamó el impromago—. Y no solo eso, también podríamos evitar la pesadilla del Titán, el alzamiento de Amunet o incluso detener al traidor de Drëgo a tiempo. ¿Estás pensando lo mismo que yo?
Trai lo observaba con atención, pero una duda cruzaba por su mente.
—Sí, pero… ¿Cómo pretendes viajar al pasado? Te recuerdo que la máquina del tiempo de los hermanos Flemer desapareció con ellos —dijo Trai, frunciendo el ceño.
—No nos hace falta ninguna máquina —replicó Grahim, sonriendo con determinación—. Esta idea es perfecta. No sé si saldrá como esperamos, pero el hechizo de negación, mezclado con un potenciador temporal, no solo negará el avance del tiempo, sino que acelerará nuestro viaje al pasado.
—Es lo más lúcido que te he oído decir —respondió Trai, con una mezcla de asombro y preocupación—. Es peligroso, pero podría funcionar.
—¡Claro! y ese hechizo está en el Códice Oscuro —exclamó la tritona—. ¿Cómo no se me había ocurrido? Tú prepara la esencia y yo iré por él. Ahora que tenemos acceso a toda la escuela será mucho más sencillo.
Aunque ambos impromagos pertenecían a diferentes castas, su nuevo rol docente les permitía moverse libremente por las áreas de la torre. Pertenecer a castas distintas les había dado acceso privilegiado a sus propios dominios, pero también los había mantenido alejados de los secretos de las demás. Grahim, como mago Natura, había pasado sus años de formación entre la exuberancia verde de su casa, donde la vida brotaba en cada rincón y las criaturas mágicas convivían en perfecta armonía con una flora inmortal. Sin embargo, sus pasos rara vez lo habían llevado más allá de las zonas comunes de la torre y las oscuras estancias de otras castas seguían siendo un misterio para él. Trai, por su parte, era una orgullosa Excelsit nacida y formada para valorar la destreza mágica y la diplomacia por encima de todo. Los Excelsit destacaban por su elegancia, su dominio de las artes arcanas más refinadas y su papel como mediadores entre todas las castas. A pesar de su afinidad por el control de hechizos y maldiciones, Trai nunca había pisado las temidas estancias de los Ténebris, cuyos corredores oscuros evocaban leyendas de traidores y seres de sombra.
Trai avanzó rápidamente por las estancias de la torre que pertenecían a la casta de capas negras. Lucían bastante desoladas desde que una parte de ellos se había ido con Aurobinda a Cuna de Oscuridad, traicionando a Skuchain y al Archimago. Al final de un largo pasillo se encontraba la biblioteca que custodiaba Telina, prefecta de los Ténebris .Las oscuras paredes llenas de libros le susurraban historias de antiguas batallas entre impromagos y seres de la oscuridad. Ante ella, un gran portón de acero decorado con grabados negros se alzaba imponente custodiando los conocimientos más tenebrosos de la casta. Los grabados recordaban el Juicio de las brujas, cuando Theodus las confinó en un espejo.
—Pura Redimet —susurró la joven.
El siniestro portón se abrió de par en par revelando una suntuosa sala de techos altos y oscuras paredes repleta de objetos mágicos y amplios cuadros. En el centro de la sala, una lámpara de araña forjada en oro y adornada con cristales negros iluminaba tenuemente el ambiente frío. Al fondo, una valiosa vitrina destacaba entre el resto de los objetos. Telina había guardado dentro de ella las reliquias más preciadas de la casta: la pluma de Aurobinda y el libro que las hermanas habían escrito con ella, el Códice Oscuro.
Cuando Trai estaba a punto de alcanzar el libro, un frío estremecedor recorrió la sala. De las sombras, una figura espectral comenzó a materializarse lentamente frente a ella. Era la efigie de Telina, la poderosa bruja de la casta Ténebris que, mediante algún hechizo secreto de su casta, había ligado parte de su esencia a la protección de esas reliquias. Su forma etérea flotaba en el aire con una mirada fija y penetrante que parecía traspasar el alma de Trai. Sin embargo, lo más aterrador fue cuando esa única figura se multiplicó en varias copias de sí misma rodeando a la impromaga por completo. De pronto, la joven se vio atrapada en un tenebroso círculo de espectros con posturas amenazantes y oscuras risas que resonaban en la sala.
—¿Crees que puedes tomar el Códice Oscuro sin pagar el precio? —dijo uno de los entes, su voz distorsionada por la magia—. ¡Debes demostrar que eres digna!
Las copias de Telina atacaron a la vez invocando sombras serpenteantes que llenaban el aire y comenzaban a envolverse alrededor de Trai. La tritona apenas tuvo tiempo de reaccionar: lanzó un hechizo de protección formando un escudo de energía que apenas lograba mantener a raya las oscuras entidades que se arremolinaban a su alrededor.
—¡Scutum Imparabilis! —gritó invocando una barrera de luz cegadora que logró repeler a las primeras sombras. Sin embargo, las siluetas continuaban multiplicándose, lanzando hechizos oscuros que llenaban la sala de susurros infernales y ecos macabros. A medida que la batalla se intensificaba, Trai sentía cómo su energía se agotaba. Intentaba repeler los ataques, pero las sombras eran implacables. De pronto, brotaron del suelo zarcillos de oscuridad que comenzaron a moverse enredándose alrededor de sus pies y atándola al suelo.
—¡Expurgare Nebulae! —exclamó invocando una ráfaga de luz que barrió las sombras a su alrededor despejando el terreno momentáneamente. Sin embargo, la verdadera esencia de Telina se preparaba para lanzar un hechizo devastador, oculta entre las copias.
Trai sabía que el tiempo se le acababa. Con cada segundo que pasaba los espectros se fortalecían. Fue entonces cuando recordó el conjuro que había aprendido en clase de Hechizos de la Magia Antigua II con Periandro. Si no lo usaba ahora podría perder su única oportunidad de salir viva de aquella sala maldita.
—Potestas Ligabis! —gritó con toda su fuerza pronunciando las palabras arcanas mientras su varita brillaba intensamente.
Unas cadenas de energía pura emergieron del suelo enredándose en las sombras y atrapando a las copias de Telina una por una. Las figuras espectrales intentaron liberarse, pero las cadenas eran demasiado fuertes. Cada copia de la bruja fue siendo arrastrada de vuelta al plano de donde había emergido. Una por una fueron desapareciendo hasta que sólo quedó la verdadera esencia de Telina que luchaba por mantenerse a salvo.
—Has vencido… por ahora —susurró la bruja espectral mientras las cadenas la envolvían—, pero el poder que buscas traerá consecuencias… ya lo descubrirás.
Con esas últimas palabras, la imagen de Telina se desvaneció y la sala volvió a quedar en un silencio sepulcral. Trai, jadeante pero victoriosa, tomó el Códice Oscuro de la fragmentada vitrina, abandonó la biblioteca y se dirigió al sótano de la escuela, hogar de sus más célebres travesuras.
Entretanto, Grahim se dirigió a su habitación a coger bolsas y frascos para guardar los ingredientes de la poderosa pócima. Salió al jardín trasero, hacia un pequeño estanque donde vivían las criaturas marinas más extrañas del continente. Para la Esencia de Cronopio necesitaba hojas de romero, pensamientos, ramas de cáñamo y lágrimas de tortuga laúd. Estas tortugas eran esquivas; apenas se dejaban ver por los visitantes. No obstante, Grahim era un poderoso impromago de la casta Natura y, como tal, tenía facilidad para encontrar las plantas y los animales más extraños.
Se sentó en la orilla del estanque y extrajo un puñado de algas luminiscentes de su zurrón. Echó unas pocas al agua y esperó pacientemente a que una tortuga fuese a comer. No tuvo que esperar mucho, pues la más anciana de todas aguardaba siempre cerca de la orilla esperando que algún estudiante arrojase algo para comer. Era una hermosa tortuga color índigo con pequeñas motas blancas que recordaban al más precioso cielo estrellado. Nadó hasta la superficie y, tras reconocer al muchacho que la había alimentado, salió del estanque. Grahim había ido muchas veces a estudiarla y darle de comer, pero este momento siempre le traía un recuerdo especial. Cuando solo era un niño nuevo en la escuela y sin muchos amigos, Ménkara, su primera mentora, le acompañaba cada tarde al estanque. La bruja, experta en animales fantásticos, lo guiaba con paciencia mostrándole la belleza y complejidad de las criaturas que habitaban en aquel rincón mágico.
Entre las algas escondió una pequeña semilla de lima, un truco que Ménkara le había enseñado y que pocos magos conocían: el fruto provocaba el llanto en las tortugas laúd. En efecto, tan pronto mordió el manojo de algas, unas preciosas y brillantes lágrimas brotaron de sus cansados ojos. El mago se acercó con cautela y recogió unas pocas mientras le daba más comida como agradecimiento, recordando con nostalgia a su antigua mentora y aquellos días en los que aún no había abrazado la oscuridad.
Dejó a su amiga comiendo y se dirigió hacia la parte este del jardín a recoger el resto de ingredientes. Al borde de la rosaleda encontró varios pensamientos amarillos y morados y, al fondo, la pequeña huerta del profesor Gónagan con las plantas de romero. Finalmente, se adentró en el bosque para buscar el mágico cáñamo, que sólo se mostraba ante los magos de su casta.
—Escucha la tierra, hay tanto que sentir —canturreaba mientras observaba atentamente los movimientos de las plantas y los árboles.
De pronto, una pequeña planta bailarina emergió de entre el manto de hojas secas. Grahim se agachó, cortó un par de tallos y los guardó en su zurrón. Había conseguido los ingredientes y ahora sólo le quedaba hacer la poción tal y como Trevi la detalló en su Tratado sobre pócimas y brebajes.
Se dirigió al sótano y dispuso todo para su nueva aventura.
—¿Grahim? ¿Estás ahí? —preguntó Trai—. Está todo muy oscuro.
—¡Sí! ¿Tienes el Códice de la Oscuridad?
—¡Lo tengo! ¿Y tú el frasco de la Esencia de Cronopio?
—¡Claro!
—Oye, ¿no te preocupa que nos descubran?
—Estoy harto de seguir siempre las normas —se quejó el mago—. Esta vez tenemos la ocasión de arreglar las cosas a nuestra manera, así que cojamos el frasco de Cronopio y el maldito Códice de la Oscuridad y…
De repente, una imponente figura se mostró en el umbral de la puerta. Su rostro expresaba seriedad y su porte una rigidez acentuada por la luz tenue que iluminaba el sótano.
—¿He oído algo sobre usar el Códice de la Oscuridad? —irrumpió Gónagan—. No creáis que vuestro reciente nombramiento a profesores en prácticas os permite seguir con vuestras prohibidas aventuras. Nadie, bajo ningún concepto, debe abrir ese libro. Eso traería funestas consecuencias. Además, ¿no deberíais estar ya de camino a la basílica? Sabéis que no podéis faltar a la misa de Inocencio I por el Día del Descenso.
—No se preocupe. Sólo estábamos hablando de una historia que oímos contar a un bardo. Una leyenda sobre un libro, una princesa de piel oscura… —explicó Trai—. En cuanto terminemos de limpiar las pociones saldremos hacia la basílica.
Gónagan los observó por unos instantes con la desconfianza reflejada en sus ojos, pero, finalmente, suspiró y asintió como si intentara disipar sus dudas.
—Menos mal —dijo con una sonrisa tensa—. No sé en qué estaba pensando para desconfiar de vosotros. Os dejo terminar, entonces —añadió dando media vuelta y marchándose con paso firme mientras la puerta se cerraba detrás de él.
El silencio invadió la sala por un instante y Grahim se giró lentamente hacia su compañera con el ceño fruncido, visiblemente confundido.
—¿Qué historia? ¿Qué bardo? —preguntó como si realmente esperara una respuesta coherente.
Trai rodó los ojos y soltó un suspiro de resignación, pero sin perder la paciencia.
—Calla y coge el libro ahora que se ha ido —dijo con firmeza, ignorando la ingenuidad de su compañero.
—La verdad, Trai. A veces me asustas… —murmuró mientras ambos se preparaban para beber la Esencia de Cronopio, con Grahim aún creyendo en la absurda historia del bardo y Trai haciendo malabares con su paciencia.
Ambos inclinaron los frascos hacia sus labios y bebieron el contenido de un solo trago. Al instante, una sensación cálida les recorrió el cuerpo como si una oleada de fuego líquido atravesara sus venas. Sus corazones comenzaron a latir más rápido, como si se sintonizaran con un pulso cósmico que resonaba en todo Calamburia.
La sala comenzó a vibrar levemente, las paredes parecían distorsionarse. Un vórtice de energía los rodeó, las luces en la sala parpadeaban con un ritmo frenético y sus cuerpos comenzaron a perder la conexión con el presente. Las sombras de la habitación se alargaron fusionándose con destellos de luz dorada que envolvieron a Grahim y Trai como si el tiempo mismo estuviera abriéndose paso ante ellos.
—¡Mira! ¡Está funcionando! —exclamó Grahim mientras sus cuerpos se volvían etéreos.
—¡Claro que está funcionando! ¿Acaso lo dudabas? —respondió Trai, su voz temblando ligeramente. No sentía miedo, sino expectación por la inmensidad de lo que estaban experimentando.
De repente, todo se tornó en un caos sensorial. Sentían como si estuvieran atravesando miles de momentos en una fracción de segundo: vislumbraron paisajes desmoronándose y construyéndose a la vez, estrellas naciendo y muriendo y las voces del pasado y del futuro hablando al mismo tiempo.
Y entonces llegó el silencio. Un eco profundo resonó en sus cabezas y todo quedó en calma. Cuando abrieron los ojos ya no estaban en la sala. El aire era diferente, denso y cargado con la energía de otro tiempo. Estaban en el pasado, en una Calamburia que todavía no conocía el caos de Amunet ni la Oscuridad. La Esencia de Cronopio había cumplido su función.