212 – UNA ALIANZA REAL

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UNA ALIANZA REAL

El barco surcaba las aguas oscuras bajo un cielo cubierto de estrellas. Navegaba con decisión entre las convulsas mareas del Kal-a-Mar envuelto en un aura luminosa que parecía más una advertencia que una protección. La luz mágica que lo rodeaba mantenía a las criaturas del océano a raya y evitaba que las sombras se acercaran demasiado. En la cubierta, con su habitual porte de control absoluto, Minerva miraba el horizonte con ojos de acero, como si su mente estuviera ya tres pasos por delante.  A su lado, Kórux se movía inquieto, incapaz de disimular su incomodidad. Observaba las aguas con un desagrado que iba más allá de la simple inseguridad. Finalmente, rompió el silencio con un suspiro exasperado.

—¿No podríamos haber hecho esto de otra manera? —preguntó con una voz cargada de impaciencia y frustración—. No me gusta nada navegar, menos aún cuando podríamos teleportarnos.

—Sabes que no podemos arriesgarnos a usar magia en esta situación —respondió Minerva en tono firme sin apartar la vista del horizonte—. Las fuerzas de Amunet están por todas partes; si nos teleportamos, los demonios nos detectarían antes de poner un pie en tierra. Esta es la única forma segura; deben de pensar que seguimos atrincherados en la fortaleza. Esta operación es de suma importancia para el futuro del reino.

Kórux frunció el ceño y cruzó los brazos con resignación. El brillo de las luces mágicas que los protegían contrastaba con la creciente oscuridad a su alrededor.

—Además, está lo de Drëgo —añadió —. La Dama Blanca habrá convocado a las razas para una reunión de emergencia. Espero que esta idea tuya dé sus frutos al final.

Minerva lo miró de reojo sin vacilar.

—Mi plan no tiene fisuras —respondió con firmeza.

—Lo entiendo —suspiró el archimago—, pero cada minuto que pasamos aquí Amunet sigue extendiendo sus hordas de demonios por Calamburia. Desde que las conversaciones diplomáticas fallaron, está arrasando cada rincón y nosotros estamos en un barco. Además, nos estamos perdiendo por primera vez la misa del Descenso e Inocencio ya nos avisó de que había preparado un importante discurso en la Basílica del Titán.

Por primera vez, Minerva apartó la vista del horizonte y lo miró con una media sonrisa cargada de escepticismo.

—Inocencio… —murmuró casi divertida—. Lo más probable es que quiera hablar sobre Amunet, sus demonios, cómo debemos enfrentarlos… o cualquier cosa que le permita sacar más calamburos a la gente. La caída del Titán siempre pone al pueblo en una disposición especialmente generosa. Dudo que sea algo verdaderamente relevante. Lo más destacable de esas celebraciones es la posibilidad de admirar la majestuosidad de la nueva cúpula de la iglesia. Si hay algo que agradecer al reinado de Sancha es su dedicación en la mejora arquitectónica del reino

En tierra, Efraín Jacobs, el temido Ladrón de Barlovento, observaba inquieto desde su puesto en el puerto. El viento cargado de sal acariciaba su piel mientras su mirada seguía fija en el horizonte. Cada tanto levantaba su viejo catalejo con la esperanza de divisar algo más que la nada. Aunque su mente vagaba entre olas de ron, sabía que en ese momento no podía permitirse el lujo de un trago, pues la situación era demasiado delicada. Minerva y Kórux, los directores de la Torre de Skuchaín, habían sido enviados por la reina Melindres y él debía recibirlos. Efraín sabía lo que estaba en juego, pues de esa reunión dependía una alianza que cambiaría el curso de la guerra. Por esa razón, todos los piratas habían hecho un pacto de silencio sobre la reciente desaparición del capitán John Nathaniel. La tensión era palpable, pero mantener la calma frente a Mairim era crucial. No querían alterarla antes de un día tan importante y mucho menos a la pequeña Elora, a quien también habían mantenido al margen. Sabían que cualquier mención de su padre podría desatar una tormenta de emociones que no podían permitirse enfrentar justo ahora, cuando todo pendía de un hilo.

De repente, divisó un barco iluminado que se acercaba lentamente desde la oscuridad del horizonte surcando las aguas del Kal-a-Mar como una antorcha solitaria en la negrura. La reunión se había acordado para esa noche, cuando la luna alcanzase su punto más alto en el firmamento. Sin embargo, desde el levantamiento del Inframundo por parte de Amunet y su temible séquito, era como si la luna y las estrellas se fueran apagando lentamente dejando el cielo en una oscuridad absoluta. Extrañamente, las estrellas de la constelación de Kharadûm, conocidas por su brillo eterno, también se habían apagado, algo que nunca antes había sucedido en la historia de Calamburia.

El futuro de Calamburia dependía de una estrategia mucho más profunda: el matrimonio entre Elora —hija de la reina pirata Mairim— y Rodrigo —hijo de Melindres— no era solo un acuerdo entre dos familias. Esta unión representaba la fusión de dos de los poderes más grandes del reino: la impresionante flota de Kalzaria y los imponentes ejércitos de la corona. Mairim había gobernado las aguas desde la Nación Pirata manteniendo a raya a cualquier amenaza marina. Por su parte, Melindres reinaba con puño de hierro el vasto continente desde el Trono de Ámbar. Juntas podrían formar una alianza imbatible frente al caos que traían las hordas de Amunet, la emperatriz del Inframundo. Sus demonios se extendían por todo el territorio corrompiendo la tierra y devorando a aquellos que se interponían en su camino. El palacio se hallaba asediado, por lo que las alianzas tradicionales no bastarían; la corona de Calamburia necesitaba sumar el control del mar a su propio ejército y la inquebrantable lealtad de la de la Torre de Skuchaín. Este matrimonio, cuidadosamente planeado por Minerva, era el primer paso de un propósito mucho más ambicioso para enfrentar el apocalipsis que se cernía sobre el reino.

El extraño navío se acercó dejando ver su mágica luz tan brillante como un faro, el sello inconfundible de los magos de la torre.

—¡Majestad, venid rápido! —gritó Efraín con un tono de urgencia mientras su cuerpo se movía ágilmente hacia la Tortuga Tuerta, la taberna donde su sobrina aguardaba.

—¡Mairim, por las escamas del Leviatán, los emisarios de la corte están aquí! —gritó de nuevo apresurándose hacia la tasca con una agilidad sorprendente para su edad. La urgencia en su tono revelaba lo mucho que estaba en juego.

Mairim se levantó de inmediato, su rostro iluminado por una mezcla de anticipación y astucia. Sabía que aquella noche debía sellar un acuerdo crucial y no podía evitar esbozar una sonrisa juguetona mientras avanzaba.

—¡Por fin, los emisarios! Espero que traigan buenos regalos… Quizás joyas, un cofre lleno de oro o tal vez algo aún más raro… —murmuró con tono despreocupado contrastando con la importancia de la reunión. 

Bajo esa capa de ligereza e indiferencia, la reina pirata evaluaba cada movimiento, consciente de lo que estaba en juego: el futuro de su hija y el de Calamburia. Sabía perfectamente que aquella noche marcaría el destino de su hija. Pactar el casamiento de su única hija Elora con Rodrigo, el hijo de Melindres y heredero al trono, no era una tarea menor. Aunque la organización y los detalles diplomáticos habían sido manejados por su tío Efraín, ella, como madre de la novia y soberana de la isla, tenía la última palabra. A nadie le extrañaba  que Mairim esperara algo más de esta reunión que el simple acuerdo de boda; al fin y al cabo, ¿qué madre no querría recibir un obsequio significativo cuando estaba entregando a su hija en pos de una alianza de tal magnitud? Sin embargo, criada como pirata, la reina no era ingenua: sabía que los negocios eran duros y las alianzas incluso más.

El barco emergió de entre la neblina y atracó en el puerto con una precisión que solo los emisarios de la torre podían manejar. Con la misma solemnidad de siempre, descendieron Minerva Sibyla y Kórux, directora y archimago de la torre. Siguiendo el protocolo, el afamado Ladrón de Barlovento los recibió con la formalidad que se requería en un momento tan crucial. Los embajadores hicieron un gesto de reconocimiento, sabiendo que el destino de Calamburia podía depender de lo que se acordara aquella noche.

—Estimados embajadores: Archimago… directora Sybila… Bienvenidos a Isla Kalzaria —saludó Efrain Jacobs con una inclinación tan respetuosa como consciente del sombrío panorama que los rodeaba—. Es una pena que haya tenido que ser en estas circunstancias 

—Nos hemos retrasado porque, con toda esta oscuridad, no hemos podido guiarnos por las estrellas —respondió Minerva con un gesto que sugería que las salutaciones ceremoniales no eran necesarias en ese momento—. Menos mal que la varita de Kórux se ha mantenido resplandeciente, de lo contrario quién sabe contra qué escollos habríamos acabado topando.

—No ha sido nada, Minerva —respondió su compañero, aunque su tono mostraba que, pese a su máscara de humildad, disfrutaba secretamente de los halagos—. Reina Mairim, Efraín Jacobs… Una comitiva de lujo, sin duda.

La conversación giró abruptamente hacia la alianza entre los herederos. Ni siquiera habían puesto un pie dentro de la taberna donde habían acordado hablar con mayor discreción, cuando Mairim decidió compartir sus reservas. Ella había gobernado como reina sin necesidad de otorgar el título de rey a ningún hombre y, además, tenía dos opciones si así lo deseaba. Consideraba que su hija también podría hacerlo, si ese era su deseo. Era la esencia del pueblo de Kalzaria: en el mar de la vida cada marinero elegía su ruta. Sin embargo, su tío la interrumpió con suavidad recordándole que dicha boda era algo que ambos querían; algo positivo para el futuro. Le insistió en que, aunque ella era la reina de Isla Kalzaria, su hija tendría la oportunidad de convertirse en la reina de toda Calamburia. Los emisarios apoyaron a Efraín resaltando las virtudes de Rodrigo, el heredero de la Corona de Ámbar, a quien describieron como un partido inmejorable: ávido lector, fervoroso amante, valiente espadachín… Llegaron a asegurar incluso que esta unión no solo fortalecería la alianza entre reinos, sino que traería poder y prestigio tanto a Elora como a su familia.

Sin embargo, para Mairim había un asunto fundamental que aún no había sido aclarado. Con los brazos cruzados, se volvió hacia los emisarios y con una sonrisa pícara lanzó la pregunta que sorprendió a todos:

—¿Sabe nadar?

La pregunta dejó completamente desconcertado al archimago. Kórux había estado presente en múltiples negociaciones de alianzas, en batallas y en acuerdos diplomáticos, pero jamás había surgido la cuestión de si alguien sabía o no nadar. Minerva, intentando recuperar el rumbo de la conversación, trató de redirigirla hacia los términos más formales: aportaciones, beneficios y acuerdos de protección para ambas partes.

—Sí, sabe nadar —dijo la erudita haciendo una pausa dramática—. Tanto él como sus hermanos fueron instruidos en el arte de la natación por su tío, Lord Gadeslao Colby.

Los ojos de Mairim brillaron de interés.

—¿Un fantasma como instructor? —preguntó divertida.

Minerva asintió conteniendo una leve risa.

—Precisamente. Un fantasma es sorprendentemente útil para estas lecciones: no se cansa, no se ahoga y puede acompañar a los infantes en la técnica sin mojarse. Es una de sus muchas… ventajas.

Efraín, que hasta entonces había mantenido una expresión seria, no pudo evitar soltar una carcajada ante la imagen de un fantasma enseñando a los jóvenes príncipes a nadar.

—Bueno, con ese instructor estoy segura de que se las arreglará perfectamente en las aguas de Kalzaria —respondió Mairim con una sonrisa de satisfacción, tranquila por aclarar lo que, para ella, era un tema clave.

Jacobs se sumó satisfecho al ver que su sobrina estaba complacida con la respuesta. Mairim se había tranquilizado, aunque la calma apenas duró un instante en su rostro. 

—Un momento. Hay algo más importante —declaró con tono desafiante—. Si alguien va a desposar a mi hija Elora, antes tendrá que demostrar su poder.

La directora de Skuchaín intercedió rápidamente en nombre del príncipe Rodrigo, quien no se encontraba presente. Le excusó informando de que estaba preparando personalmente los ejércitos para resistir la invasión junto a su abuelo, el Escorpión de Basalto. Sin embargo, esa defensa solo sirvió para inspirar a Mairim: si Rodrigo no estaba allí sus enviados debían luchar en su nombre. Si representaban al príncipe en los acuerdos, entonces también debían hacerlo en la lucha.

—Los emisarios del príncipe deben demostrar que son dignos tanto en diplomacia como en combate —sentenció la reina pirata—. Mi hija no se casará con nadie hasta que su pretendiente demuestre ser digno y, en su ausencia, vosotros lucharéis por él.

Korux frunció el ceño claramente reticente a la idea. No veía sentido a enfrentarse con posibles aliados cuando Amunet y sus hordas demoníacas eran el verdadero enemigo. Buscó la complicidad de Efraín, pero el pirata, con una sonrisa astuta, dejó claro dónde estaban sus lealtades.

—Al fin y al cabo, la niña es la reina y estas son sus reglas. Lo tomáis o lo dejáis —expuso encogiéndose de hombros.

Los visitantes se miraron brevemente compartiendo una misma duda: ambos sabían que el desafío era innecesario, incluso ridículo en medio de una guerra. Además, la reina pirata no era una oponente común. Ambos recordaban perfectamente la reciente reunión en la que había desatado el poder de la Elegida del Titán, un despliegue devastador que había dejado clara su capacidad en combate. Sin embargo, la terquedad de Mairim era legendaria. El archimago suspiró resignado: no tenían otra opción, debían aceptar el reto si querían cerrar el acuerdo. 

—No sé si es peor luchar contra ella o contradecirla —susurró Kórux a Minerva en tono grave.

—Sin duda alguna… es peor contradecirla —respondió con una ligera sonrisa de resignación.

—Vamos a hacer lo que mejor hacemos: trabajar juntos —afirmó el archimago con decisión y confianza.

Korux sonrió, pues aunque la situación no era propicia para las bromas, se sentía más confiado al saber que Minerva estaba a su lado. Los años que habían compartido como eruditos en la Torre de Skuchaín habían forjado entre ellos una complicidad profunda. La directora recordaba bien aquellos días cuando Kórux aún era conocido como Félix, el Preclaro, antes de tener que portar el peso de su título de archimago. Desde entonces, habían aprendido a complementarse a la perfección y esta vez no sería diferente.

Los cuatro se colocaron en posición, listos para el enfrentamiento. Kórux invocó su poder mágico mientras su compañera se mantenía un poco más alejada, observando cada movimiento y analizando las tácticas de sus oponentes. Mairim y Efraín se lanzaron al ataque con la rapidez y la agilidad que caracterizaba a los piratas. Los emisarios de la corona contaban con la ventaja de la magia, pero los piratas eran impredecibles, pues se adaptaban rápidamente a las situaciones. Sin embargo, Minerva no necesitaba lanzar hechizos: su papel era otro. Mientras el archimago mantenía a raya a los corsarios con su varita, ella comenzó a dar órdenes sutiles:

—No sigas el mismo patrón de ataque, cambiarán de táctica en cuanto lo repitas —le advirtió con un tono firme pero sereno—. ¡Apunta más a la derecha, fuerza a Mairim hacia los barriles!

Kórux obedeció sin cuestionar: sabía que Minerva no solo veía el combate, lo analizaba en cada segundo y se adelantaba a las jugadas del enemigo. En efecto, al verse arrinconada, la reina se dio cuenta de que le habían quitado espacio para moverse e intentó redirigir su ataque, pero la presión ejercida por los hechizos de Kórux y las órdenes estratégicas de Minerva la habían acorralado.

Por su parte, Efraín era un combatiente nato y disparaba su trabuco con gran soltura y notable puntería; pero incluso él notó que el combate se estaba inclinando a favor de los emisarios. Cada ataque que intentaba era contrarrestado de manera anticipada, como si Minerva pudiera prever sus movimientos antes de que ocurrieran.

—¡Cuidado, está girando! —gritó la directora al ver cómo Efraín intentaba una maniobra evasiva. La reina de los piratas tenía una aguda habilidad para la estrategia en combate naval y supo que necesitaban una distracción inmediata—. ¡Korux, usa los rayos de tormenta, apunta al cielo y sumámolos más en su propio caos!

Efraín, con su destreza habitual, disparó su trabuco hacia Kórux. El archimago apenas tuvo tiempo de reaccionar, aunque logró esquivar el tiro con una agilidad sorprendente.

—¡Archimago! ¿Tienes tiro? —gritó Minerva, sus ojos centelleando con adrenalina sabiendo que el próximo movimiento sería crucial.

Él afirmó con un gesto determinado. Levantó su varita y, con un rápido movimiento, conjuró una tormenta eléctrica. De pronto, el cielo se oscureció mientras los relámpagos caían en cascada, envolviendo el campo de batalla en una caótica danza de luz y sonido. Las nubes arremolinadas se mezclaron con el rugido de los truenos creando la distracción que necesitaban para cambiar el curso del combate.

Aunque Minerva no era capaz de lanzar un solo hechizo, sus órdenes habían sido la clave para inclinar la balanza del combate. Cada vez que los piratas intentaban una nueva táctica, ella los leía como si estuvieran jugando una partida de ajedrez y movía las piezas a su favor. Con un último y decisivo movimiento, Kórux alzó su varita hacia el cielo y gritó con voz poderosa:

—¡Fulmina Ignis!

El aire se cargó de electricidad y, en un instante, los relámpagos se precipitaron desde las alturas cayendo sobre el campo de batalla y alcanzando a todos los presentes. El poder del hechizo fue devastador y frenó en seco los avances de Mairim y Efraín. La escena se quedó en un silencio ensordecedor. Aturdidos, los piratas intentaron reincorporarse, sus cuerpos temblorosos por el impacto del rayo. Aunque doloridos, se levantaron con determinación mientras Kórux y Minerva, agotados, mantenían una postura digna, como si ese fuera solo otro día en su vida de estrategas.

Sin perder su compostura, la directora se permitió una sonrisa triunfante mientras se dirigía a Mairim:

—Parece que hemos ganado esta ronda, reina. —su tono no era arrogante, sino seguro; como el de alguien que había jugado bien su carta maestra.

Mairim, aún impresionada por la táctica y el despliegue de poder, observó a los emisarios con respeto. La corona de Calamburia no solo ofrecía alianzas diplomáticas, sino también una fuerza real y peligrosa que sería difícil de ignorar.

—¡Jo, que bien me lo he pasado! ¡Echaba de menos luchar así! —exclamó la reina pirata mientras se levantaba con mechones de cabello todavía chisporroteando por la electricidad.

El resto de la comitiva también se incorporó. A pesar del duelo, no había rencor alguno; más bien una conexión renovada entre las partes. La alianza quedó finalmente sellada. El compromiso entre Elora y Rodrigo no solo uniría a sus familias, sino también fortalecería la resistencia frente a la amenaza de la Emperatriz Tenebrosa y sus hordas de demonios. Con su magia agotada y sus vestimentas menos impecables de lo que habían llegado, los emisarios de Calamburia abandonaron la isla con la promesa de que el matrimonio que devolvería la unidad al reino estaba en marcha. Con el tratado, el futuro de Calamburia estaba establecido y la comitiva partió con el viento del mar impulsándolos hacia el incierto futuro.

Observando cómo el mar se calmaba bajo el horizonte, Minerva sonrió levemente.

—La primera parte del plan está hecha. Ahora solo queda esperar.

—¿Esperar? ¿Esperar a qué, Minerva? —preguntó Kórux arqueado una ceja intrigado por el habitual secretismo de su compañera—. Sabes que odio los misterios innecesarios.

—Todo a su tiempo —respondió mirándolo de reojo con una sonrisa cómplice y dejando más preguntas que respuestas.

De pronto, la atmósfera comenzó a cambiar, el barco empezó a tambalearse y una sensación de oscuridad se apoderó del aire. Kórux se acercó a la proa para ver lo que ocurría. A lo lejos, una ominosa luz negra se alzaba desde la cúpula de la Basílica del Titán: algo iba terriblemente mal.

—Minerva… mira eso.

Ambos magos se quedaron congelados observando cómo una energía oscura envolvía la basílica; una visión que nunca habían presenciado en las ceremonias anteriores. El «Descenso del Titán», una de las celebraciones más importantes de Calamburia, parecía haber tomado un giro macabro. El aire mismo pareció desgarrarse por un instante. Durante ese breve segundo, tanto Minerva como Kórux sintieron un corte en la realidad, una energía que los atravesó dejándolos en silencio.

Los ojos de Minerva se tornaron negros por un instante, pero fue algo tan breve que Kórux apenas tuvo tiempo de reaccionar. Luego, como si nada hubiera sucedido, ella retomó la compostura y, con una extraña calma, dijo:

—Cuando lleguemos a la torre tendremos que ser castigados por no haber acudido la ceremonia del Titán Oscuro.

El archimago sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se giró hacia ella tratando de comprender qué estaba sucediendo.

—¿Qué te ocurre, Minerva? —preguntó con la voz teñida de inquietud—. ¿De qué castigo hablas? ¿Y el Titán Oscuro? ¿Qué está pasando?

Antes de que pudiera procesar más, sus ojos se oscurecieron de repente, cubriéndose de negro por un fugaz instante. Al volver a sí, sus palabras surgieron con una calma tan desconcertante como la de Minerva:

—Tienes razón. Siendo quienes somos, figuras tan importantes… debemos recibir un castigo digno para dar ejemplo al pueblo. Mientras tanto, recemos al Titán… Oscuro.

Minerva asintió y, con un tono suave pero cargado de siniestra devoción, comenzó a recitar al tiempo que el barco, ahora envuelto en las sombras, avanzaba por las oscuras aguas:

Oh, Titán de las sombras, tu poder infinito domina nuestras almas.
Guíanos por los senderos de la penumbra donde tu voluntad es ley.
Acepta nuestros corazones como ofrenda en el sacrificio eterno de tu nombre.
Que tu oscuridad envuelva el mundo y nos bendiga con su fría redención.

Sin comprender del todo lo que le estaba sucediendo, Kórux no pudo evitar unirse a la plegaria, su mente cada vez más perdida en la negrura de aquella nueva realidad.