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REESCRIBIENDO EL PASADO II
Cuando abrieron los ojos ya no estaban en la sala. El aire que los rodeaba era denso y vibraba con una energía completamente distinta; la atmósfera del pasado los envolvía transportándolos a una Calamburia que aún no había sido tocada por las tenebrosas manos de Amunet ni envuelto en el caos de la Oscuridad. La Esencia de Cronopio y el hechizo del códice había cumplido su función y ahora Trai y Grahim se encontraban en la época de las Justas de la Reina Sancha.
—Lo conseguimos —susurró Trai intentando calmar los nervios que la agitaban. Aún no podía creer lo que acababan de hacer: viajar al pasado era algo prohibido por todas las leyes impromágicas, pero no podían permitir que la Oscuridad destruyera el futuro. Miró a Grahim, quien parecía igual de asombrado, pero rápidamente recuperó su compostura.
—Tenemos que movernos rápido —dijo él en voz baja—. No podemos permitir que nuestros yos del pasado nos vean.
Su primer objetivo era contactar con Félix, el Preclaro, antes de que ocurriera cualquier desliz que pudiera alterar la línea temporal de forma irremediable. Mientras se movían por los intrincados pasillos y pasadizos de la Torre de Skuchaín, Trai y Grahim intentaban no ser vistos. Aquel día, la torre se sentía más vacía de lo habitual. Muchos magos, eruditos y alquimistas habían viajado a Instántalor para asistir a las Justas en honor a la Reina Sancha. Aunque aún había estudiantes de distintas casas en la torre, su número era considerablemente menor.
Mientras avanzaban, Grahim no pudo evitar sentirse abrumado por los recuerdos. Se le había olvidado lo oscura y apagada que se veía la escuela durante los años de Aurobinda como directora. El ambiente de Skuchaín en aquellos tiempos estaba lleno de tensión y desconfianza. La magia que vibraba en el aire siempre parecía estar teñida por una sombra que emanaba de la dirección de la Señora de los cuervos. Aquella poderosa bruja había gobernado la escuela con mano de hierro y su traición, aunque ahora descubierta, había dejado una cicatriz profunda en la historia de la escuela. Afortunadamente, en el tiempo de donde venían, la torre había recuperado todo su esplendor, su magia ya no era opacada por aquella oscuridad persistente.
—Por aquí —dijo Grahim señalando una entrada lateral que conducía a los archivos subterráneos. Sabían que este lugar, raramente utilizado, les permitiría moverse sin ser detectados por sus yos del pasado que, en ese momento, seguramente estarían asistiendo a alguna lección. Entraron sigilosamente y avanzaron a través de los fríos pasillos de piedra, escuchando sus pasos resonar en la distancia.
Llegaron a una de las más recónditas salas de estudio, donde se detuvieron de golpe alarmados por unas voces. Trai reconoció una de inmediato: era su madre, Aquílea. Se escondieron detrás de una estantería observando en silencio la escena que se desplegaba ante ellos. La poderosa guerrera tritona estaba conversando con Félix. En sus manos llevaba una pequeña caja adornada con conchas marinas y estrellas plateadas.
—Este regalo es para Trai —dijo Aquílea con su imponente voz pero con una dulzura contenida—. Le ayudará a recordar siempre su origen y el amor que tiene en las profundidades. Es una estrella especial, una reliquia de los antiguos mares que tiene el poder de iluminar los caminos más oscuros.
La impromaga, que observaba agazapada, sintió una punzada en el corazón al ver ese momento del pasado. Recordaba perfectamente cuando Félix le entregó esa estrella diciéndole que era un presente de su madre, quien llevaba tiempo sin visitarla.
—Es la estrella que llevo ahora —susurró tocando suavemente el broche que sujetaba su cabello.
—Debemos irnos antes de que se den cuenta —murmuró Grahim sacándola de su ensueño—. No podemos intervenir.
De pronto, se vieron a sí mismos acercándose peligrosamente. La posibilidad de ser descubiertos aumentaba con cada segundo y aquello sería lo peor que podía pasar. Si sus versiones del pasado los veían, quién sabe qué impredecibles consecuencias podrían desencadenarse en el flujo temporal. La tensión era palpable.
—¡Esto no puede pasar! —murmuró la joven sintiendo el peso de la situación. Manteniendo la calma, movió su varita con precisión convocando una multitud de pequeños seres compuestos por motas de polvo flotantes:
—¡Pulvis Mirus! —pronunció. Al instante, una nube de diminutos pelusines comenzó a correr por la sala llenando cada rincón y creando una distracción—. ¡Eso debería mantenerlos ocupados! —dijo Trai aliviada y satisfecha por haber recordado el famoso encantamiento de Sirene.
El Grahim del pasado, con los nervios a flor de piel, agitó su varita con fuerza.
—¡Contine Instantalor Creatura! —gritó esperando detener el caos que había creado. El hechizo fue potente, pero algo no salió como esperaba.
—¡Acabas de enviarlo a Instántalor! ¡No lo has contenido! —exclamó la tritona viendo cómo desaparecían las pelusas— ¡Justo a la capital y en plena celebración de las Justas de la Reina Sancha! Ahora tendremos que teleportarnos.
—¿Televex…? —comenzó Grahim.
—Cállate, me encargo yo —le interrumpió la impromaga levantando su varita—. Vexere Locorum!
Los impromagos del pasado, recién graduados y todavía en pánico por lo ocurrido, se teleportaron directamente a Instántalor con el hechizo de Trai. Su desaparición fue tan repentina que ni siquiera pudieron evaluar la magnitud de su error. Mientras tanto, los impromagos del futuro, ocultos tras una esquina, no pudieron evitar sonreír con ironía al recordar aquel momento.
—¿Recuerdas ese día? —susurró el Grahim conteniendo una carcajada—. Creíamos que habíamos dominado todo y no teníamos ni idea del caos que íbamos a provocar.
—Demasiado bien lo recuerdo —respondió su compañera con una sonrisa—. Y pensar que ese pelusón arrasará las Justas…
Sin más dilación, los impromagos del futuro se dirigieron a la sala donde sabían que encontrarían a Félix. A medida que avanzaban por los pasillos de la Torre de Skuchaín, evitaban cuidadosamente cualquier cruce con sus compañeros del pasado. Llegaron al despacho y entraron de una forma rápida y abrupta. El erudito, erguido detrás de su mesa llena de pergaminos, frunció el ceño ante la inesperada interrupción.
—Profesor Félix —dijo Trai con tono firme—, sabemos que esto puede parecer confuso, pero debemos hablar. Hay algo que necesitáis saber.
El erudito miró a los magos quieto y endureciendo la mirada. Grahim intervino con rapidez percibiendo la tensión en la atmósfera.
—Venimos del futuro y necesitamos vuestra ayuda para detener a la Oscuridad —afirmó con seriedad—. Erebos y Barastyr, antiguos eruditos, han sido corrompidos por el espejo que se rompió durante la misión que Minerva les encomendó.
Félix, siempre racional y escéptico, alzó una ceja con incredulidad.
—¿Espejo roto? ¿Oscuridad? —murmuró dejando escapar un suspiro exasperado—. Está claro que habéis sido presa de un hechizo que os ha hecho perder la cabeza. Tendré que castigar severamente a Eme por volver a torturar a los alumnos con sus locuras transitorias.
Trai se adelantó con un brillo de determinación en los ojos.
—De donde venimos, usted es archimago porque se ha fusionado con un poderoso chamán y Amunet está a punto de hacer su próximo movimiento. Lo hemos visto, ¡es real!
—¡Ya basta de tonterías! —interrumpió Félix cruzando los brazos—. Marchaos de mi despacho antes de que os tenga que castigar por maleducados.
Grahim, desesperado por hacerle entender la gravedad de la situación, habló bruscamente.
—¡Tenemos el Códice Oscuro!
El cambio en la postura de Félix fue instantáneo y un atisbo de preocupación en su mirada se hizo evidente.
—¿Cómo habéis conseguido algo tan peligroso? —preguntó visiblemente alarmado—. Esto merece un castigo ejemplar. Vais a hablar con Telina y le explicaréis cómo habéis osado robarlo. Es intolerable.
—Sí, lo hemos robado, pero era necesario para detener la Oscuridad —respondió Grahim intentando justificar su acto desesperado.
Viendo pasar una última oportunidad de ganarse la confianza del profesor, Trai levantó la mano mostrando la estrella que llevaba en el cabello.
—¡Ya lo tengo! Reconocéis esto, ¿verdad? —dijo señalando el objeto que brillaba suavemente—. Es el mismo regalo que acaba de recibir para mí de parte de Aquílea, mi madre.
Félix observó la estrella con una mezcla de asombro y confusión. Todavía no se la había dado a la Trai de su tiempo, la estrella estaba guardada en su escritorio, en la caja en la que la tritona se la había entregado momentos antes. Era imposible que Trai la tuviera ya en su cabello y, sin embargo, allí estaba; brillando como si nunca hubiera estado encerrada.
—¿Cómo… es posible? —preguntó con la mirada perdida.
Trai, viendo su oportunidad, sonrió.
—¿Lo entiende, profesor? Esta estrella que llevo es la misma que tiene ahora guardada en su caja. Usted me la entregó en el pasado y ahora… aquí está conmigo en el futuro.
Visiblemente desconcertado, Félix abrió la caja y comparó ambas estrellas. Eran idénticas, no cabía duda. El profesor leyó la dedicatoria en voz baja mientras Trai la recitaba al unísono:
—»Para mi querida Trai. Que esta estrella te guíe por las corrientes del mundo, tanto en la luz como en las sombras. Recuerda siempre que, aunque no nade a tu lado, mi espíritu siempre estará contigo.»
El silencio que siguió fue palpable. Félix no podía negar lo evidente: estaban ante una anomalía temporal.
—No… es posible —dijo en un susurro—. Venís del futuro… esto es real.
Justo en ese momento, la puerta del despacho se abrió de golpe.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó una fría y autoritaria mujer mirando a los impromagos—. ¿Por qué estáis aquí con el profesor Félix? ¿Qué está pasando?
Aurobinda, la directora de la escuela de magia, acababa de entrar en la sala llenando el ambiente con una tensión palpable. Todos los presentes sintieron la presión de su autoridad.
—Estamos… hablando con el profesor Félix sobre las posibles prácticas de Grahim cuando termine sus estudios superiores como druida —respondió rápidamente Trai intentando sonar convincente.
Aurobinda entrecerró los ojos, claramente desconfiada.
—¿Druida, dices? —repitió cruzando los brazos frente a su pecho—. Öthyn es muy exquisito a la hora de escoger aprendices. Actualmente ha elegido a Drëgo bajo su tutela
—¿Pero Drëgo no había sido expulsado, directora?— preguntó la perspicaz impromaga intentando insinuar que Drëgo no era de fiar, consciente de que en el futuro traicionaría a la torre.
—Cierto, querido Félix. Pero Öthyn y yo nos reunimos y me convenció de su increíble potencial. El chico es un Ténebris de la cabeza a los pies y maneja la invocación de portales con asombrosa habilidad. He decidido que se le conceda el indulto por sus errores del pasado.
—Pues a mí me parece que Drëgo es un… —empezó a decir Grahim con una mirada suspicaz.
Antes de que pudiera continuar, Trai, viendo lo que se venía, reaccionó con rapidez.
—¡Un druida increíblemente prometedor! —interrumpió dando un paso al frente y poniendo una mano sobre el hombro de Grahim, que la miró confuso—. Y su habilidad con los… eh… portales es tan impresionante como su… gusto por los postres. ¿Sabían que hace una tarta de ruibarbo deliciosa? —añadió Trai con una sonrisa nerviosa mientras pellizcaba discretamente a Grahim para que no siguiera hablando.
—¿Eh? ¿Postres? —Grahim la miró sin entender nada, pero al sentir el pellizco en el costado entendió la indirecta—. ¡Ah, claro! ¡La famosa tarta de Drëgo! Dicen que es tan buena que podría, eh… derretir la oscuridad misma, ¿verdad? —improvisó intentando seguirle la corriente a Trai.
Trai asintió rápidamente sintiéndose aliviada por haber redirigido la conversación. Pero aun así, sabía que su verdadero propósito seguía sin resolverse. Félix, por su parte, permanecía en silencio intentando procesar lo que acababa de ocurrir con la estrella y la información que le habían revelado.
—Esperamos que Grahim también pueda tener esa oportunidad —dijo Félix ofreciendo una pequeña reverencia—. Es algo que él espera con gran anticipación y es un muy buen alumno.
De repente, los ojos de Aurobinda se posaron en un objeto en la mesa que no había estado allí antes: el Códice Oscuro.
—¿Y por qué el Códice Oscuro está sobre la mesa? —preguntó con frialdad, sus ojos ahora perforando la mirada de Félix.
Félix, que no era el mejor mentiroso, intentó buscar una salida.
—Eh… estaba revisando el códice porque… es el mejor libro jamás escrito con la mayor sabiduría mágica del mundo —se apresuró a decir, aunque nunca se le había dado bien mentir —. Todos y cada uno de los alumnos deberían admirar el trabajo que usted y su hermana realizaron, señora directora.
Aurobinda pareció sorprendida, pero el halago logró desviar su sospecha.
—Hum… tienes razón, Félix. A veces incluso yo olvido la magnitud de ese trabajo. ¡Nos costó años recopilar todos esos hechizos! —murmuró antes de dirigirles una última mirada a todos—. Y ahora me marcho, tengo mucho que hacer. Tengo cientos de informes en mi despacho. Mis Ténebris están haciendo un gran trabajo disciplinario anotando cada infracción que se comete y tengo que elegir los castigos para los denunciados.
Con una última mirada evaluadora, la directora se marchó dejándolos nuevamente solos. El silencio que siguió fue casi tangible.
—Eso ha estado… demasiado cerca —murmuró Grahim mientras respiraban aliviados.
Félix, ahora más consciente de la gravedad de la situación, asintió lentamente.
—Está bien, lo entiendo —dijo—. Si los consejeros están bajo la influencia de la Oscuridad, debemos detenerlos de inmediato.
Trai y Grahim intercambiaron miradas de alivio: por fin Félix los había comprendido.
—Los consejeros deben estar en la iglesia de Instántalor, explicando a Inocencio los presupuestos que la Reina Sancha ha asignado a la construcción del nuevo templo —anunció Félix.
El erudito se acercó al antiguo baúl con una mezcla de nostalgia y resolución. Lo abrió dejando ver una espada cuidadosamente guardada entre telas de terciopelo. La levantó con calma admirando su brillo.
—Mi padre me entregó esta espada el día en que me convertí en erudito —murmuró—. «El conocimiento te guiará, pero cuando las palabras no sean suficientes, que sea tu espada la que hable por ti». Vámonos, no podemos perder más tiempo. Debemos salvar el Reino de Calamburia —sentenció con autoridad mientras echaba un último vistazo a la estrella de Trai. El futuro del reino estaba en sus manos.