207 – EL VINO NO ES ELEMENTAL

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EL VINO NO ES ELEMENTAL

El prado estaba sumido en un silencio tenso, apenas roto por el susurro del viento. La luz del día desaparecía rápidamente al tiempo que una densa bruma comenzaba a levantarse entre las hierbas más altas. Laurencia y Drawets, los hermanos pícaros, hicieron una pausa en su camino hacia el Templo de los Elementos, interrumpiendo temporalmente su búsqueda de la Sangre del Titán. Algo en la distancia llamó su atención. Se acercaron con cautela y se agazaparon para no ser vistos. Delante de ellos, algunos de los héroes más poderosos de Calamburia estaban enfrascados en una discusión acalorada.

Camila –con su arco en la mano– se mantenía alerta, sus ojos afilados como sus flechas. Gadeslao –el noble fantasma de los Colby– flotaba con un aire de superioridad, su forma etérea apenas visible bajo la luz menguante. Shuleyma –la guerrera escorpión de las arenas– observaba a todos con la mirada fija, blandiendo sus cuchillos con una precisión letal. Céfiro –el joven príncipe de los seres del aire– mantenía la calma, aunque la energía de la batalla parecía agitarse a su alrededor. Inocencio –rodeado por una luz dorada– murmuraba plegarias, invocando la fuerza divina del Titán.

Kórux, el Archimago, llegó en ese momento seguido por Jack, el enterrador, quien avanzaba con una mueca sombría en el rostro.

—Apreciado Jack, los enterradores son fundamentales para la corona —dijo Kórux mientras avanzaba—, pero no estoy seguro de que su papel sea el que necesitamos ahora mismo…

—Si ya sabemos lo que va a pasar, Archimago —respondió en tono sombrío—. Los demonios nos llevarán al otro lado. Tarde o temprano, ¡todos iremos al hoyo! Deberíamos ser nosotros los que liderasen esta defensa… aunque, claro, ¿quién nos escucha?

Kórux le lanzó una mirada dura, pero asintió con la cabeza.

—Penélope te ha dicho que vengas, ¿no? —añadió mirando a Jack, que asintió y se encogió de hombros.

—Ya sabes cómo es —explicó el enterrador—. Si no vengo, ¡zas!, el siguiente al que entierre seré yo mismo. Aunque, con los demonios invadiéndonos, no faltará mucho para que todos acabemos en el hoyo.

El Archimago lanzó un suspiro antes de girarse hacia el resto de los presentes.

—Caballeros y damas, os preguntaréis por qué he convocado esta reunión en un momento tan oscuro —saludó tratando de simular seguridad, pero su tono estaba lleno de preocupación.

—Archimago, ¡estaba a punto de derribar a mi demonio número cien! —lo interrumpió Camila alzando la voz—. No sé si tenemos tiempo para discursos cuando deberíamos estar en el campo de batalla.

Kórux levantó una mano intentando calmarla.

—Escuchadme. Algo más peligroso que los demonios se cierne sobre nosotros. La Guardiana del Inframundo ha extendido su poder más allá de lo que habíamos previsto: No solo envía sus legiones, también ha encontrado la forma de penetrar en el corazón de las personas, confundiéndolas ycorrompiendo sus emociones. Lo que estáis sintiendo ahora; esa agresividad, ese impulso de luchar entre vosotros, no es normal. Es su poder. Está manipulando nuestras mentes, sembrando el caos entre los nuestros —dijo con gravedad.

La tensión se palpaba en el aire. La mirada de cada héroe se endureció al comprender la advertencia de Kórux.

—¿Corrompiendo nuestros corazones? —preguntó Céfiro con una mezcla de confusión y rabia—. ¿Es eso lo que está pasando?

—Exactamente —respondió el Archimago—. Quiere debilitarnos desde dentro, hacer que nos destruyamos antes de tener la oportunidad de unirnos.

Inocencio, con su voz cargada de autoridad, dio un paso al frente.

—La fe nos guiará, cazadora. No venceremos solo con fuerza, sino con la bendición del Titán. He sentido su poder, y los capellanes y devotos del monasterio están preparados para liderar nuestras tropas con la luz divina.

—¿Fe? —preguntó Gadeslao, el noble fantasma, que flotaba cerca con su rostro impasible—. ¡La batalla no se gana con oraciones! Los von Vondra y los Colby hemos ofrecido nuestras huestes y nuestras tierras. ¡Es la nobleza la que debería comandar, no los fervorosos seguidores de un mito!z

Camila, al escuchar las palabras del etéreo ser, no pudo contenerse más. Con un movimiento rápido, tensó su arco y disparó una flecha directamente hacia el noble fantasma. La flecha atravesó el aire en un susurro mortal, pero al alcanzar el pecho de Gadeslao, simplemente pasó a través de su forma fantasmal sin causarle daño alguno.

—Tu ira es inútil, cazadora —sonrió el fantasma con desdén—. No puedes matar lo que ya está muerto.

La tensión estalló en ese momento. Shuleyma, con sus cuchillos brillando bajo la luz menguante, se lanzó hacia adelante blandiendo sus armas con la precisión de una guerrera de las arenas. Percibiendo el peligro, Céfiro levantó una ráfaga de viento con un gesto de su mano, alejando a la hija del escorpión antes de que pudiera atacar.

—¡Deteneos! —gritó el aiseo, pero su tono de calma apenas lograba imponerse ante la furia desatada.

Inocencio, al ver a Gadeslao avanzar, extendió sus manos hacia el cielo.

—¡Por el Titán! —exclamó—. Que su luz divina juzgue a los muertos.

Una energía dorada envolvió a Gadeslao de inmediato. El noble fantasma intentó resistir, pero la fuerza del Titán lo sujetó con cadenas de luz, atrapándolo en su lugar. A pesar de su etérea naturaleza, el poder del Titán lo mantenía prisionero.

Mientras tanto, Jack —que observaba el caos desatarse a su alrededor— comenzó a esquivar los ataques colaterales con una destreza inusitada, usando su pala para desviar golpes y proyectiles. De vez en cuando, murmuraba para sí mismo:

—Un día más en el hoyo, un día menos en el mundo… ¿Quién me mandaría meterme en estos líos?

La pelea alcanzó su clímax cuando Shuleyma, llena de furia, logró acercarse lo suficiente a Céfiro para lanzar un ataque directo con sus cuchillos. El joven príncipe esquivó el primer golpe, pero el segundo filo rozó su brazo cortando su túnica y dejando un corte sangrante en su piel.

—¡Maldita sea! —exclamó el príncipe de los cielos retrocediendo mientras el viento se arremolinaba con más fuerza a su alrededor, intentando mantener a la escorpiona a raya. La sangre manchaba la tela mientras sus ojos brillaban con una mezcla de dolor y furia.

Laurencia y Drawets observaban desde un lado con sus manos cerca de sus armas, sabiendo que no pasaría mucho tiempo antes de que también se vieran arrastrados al conflicto.

—¡Basta! —irrumpió Kórux levantó su varita con gesto firme y lanzando un poderoso hechizo: 

Tempus frangere!

De pronto, una poderosa ola de energía mágica recorrió el prado. La onda de choque fue tan fuerte que todos los combatientes fueron empujados hacia atrás, obligados a detenerse.

—¡Basta ya con esta insensatez! —rugió con la voz retumbando en el aire—. ¡Sois los héroes de Calamburia, no sus destructores! Si seguís luchando entre vosotros, la Emperatriz Tenebrosa nos vencerá sin esfuerzo.

La energía mágica del archimago envolvió a cada uno de los presentes, calmando la furia que se había desatado. Camila bajó su arco lentamente, mientras Shuleyma, aún jadeando, retrocedió un paso con sus cuchillos aún temblando en sus manos. Inocencio, cuya luz divina seguía brillando, inclinó la cabeza en señal de respeto hacia Kórux. Céfiro, aún sintiendo la herida en su brazo, aterrizó suavemente en el suelo con sumirada pensativa pero tranquila; yGadeslao, liberado del poder del Titán, volvió a flotar en silencio con una expresión de resentimiento. Poco a poco, las mentes de los héroes empezaron a aclararse, y comprendieron que habían sido víctimas del engaño y la manipulación de la Guardiana del Inframundo.

Jack, que había estado esquivando con pericia los golpes y flechas durante toda la batalla, finalmente bajó su pala y se acercó a Kórux con una sonrisa sarcástica.

—¿Sabéis, Archimago? Todo este follón no servirá de nada si acabamos todos en el hoyo. Pero bueno, supongo que estaréis contento de que no tenga que cavar hoy para ninguno de nosotros.

El archimago suspiró dirigiéndose hacia el grupo.

—Cada uno de vosotros es necesario en esta guerra —prosiguió Kórux—. No podemos permitir que nuestras diferencias nos destruyan. Si queremos salvar Calamburia, debemos luchar juntos, no unos contra otros.

Laurencia, que había observado todo en silencio, asintió y se giró hacia Drawets.

—Bien, parece que finalmente lo han entendido —murmuró.

Su hermano asintió, pero su expresión seguía tensa. Sabía que la tregua era frágil y que la verdadera batalla aún estaba por llegar.

—Es hora de marcharnos, Drawets —dijo Laurencia, más para sí misma que para su hermano—. Tenemos un templo que alcanzar y quiero llegar antes de que caiga la noche.

—Queda poco tiempo —le recordó el pícaro mientras comenzaban a alejarse del grupo.

Kórux los observó por un momento, antes de volverse hacia los demás.

—Preparad vuestras fuerzas. La batalla por Calamburia no ha terminado, pero ahora, al menos, lucharemos como uno solo.

Los hermanos se adentraron en la bruma del prado, dirigiéndose al Templo de los Elementos. Una hora después llegaron a su destino

Oculto tras una majestuosa cascada, el sagrado santuario  se alzaba ante ellos, un coloso de piedra y magia que parecía respirar gracias a la energía de los cuatro elementos. Laurencia y Drawets llegaron al borde de la entrada, agotados, pero decididos. La bruma que los había acompañado hasta ahora se disipaba lentamente, revelando un lugar de poder ancestral donde gua, Fuego, ierra y Aire se entrelazaban en armonía.

—Aquí es —murmuró la pícara con una sonrisa astuta, mostrando su pequeña botella vacía.

—¿Seguro que quieres hacer esto? —susurró su hermano con la mirada fija en las imponentes figuras que adornaban la entrada—. Los custodios no nos dejarán salir de rositas.

—Sólo unas gotas, Drawets, y nos largamos de aquí. No hay marcha atrás ahora —dijo antes de empujar las puertas del templo.

Cruzaron el umbral del Templo de los Elementos, sus pasos resonando en la vasta sala iluminada por la luz de los cuatro altares. Allí, las esencias de los elementos descansaban, conectadas por hilos de energía que pulsaban como nervios vivos. El aire olía a magia ancestral, una mezcla de poder que parecía resonar en el aire.

Los hermanos pícaros avanzaron cautelosamente por los pasillos, ocultos entre las sombras. Sabían que no podían entrar como si fueran invitados. A lo lejos, un par de custodios vigilaban la entrada a la sala donde fluía el agua elemental.

—No podemos llamar la atención —masculló Drawets.

Laurencia sonrió sacando un pequeño vial de polvo adormecedor de su bolsillo. Con un rápido movimiento, dispersó el polvo frente a los dos custodios, que cayeron en un profundo sueño sin darse cuenta de lo que ocurría.

Drawets la observó incrédulo.

—¿De dónde has sacado esos polvos? —preguntó frunciendo el ceño.

—Es lo que tiene tener un ex comerciante —respondió con una astuta sonrisa mientras guardaba el vial—. Tengo muchas cosas útiles… como la pensión compensatoria.

Drawets bufó, incapaz de contener la mezcla de asombro y burla.

—¡Qué cara dura tienes! Si los has abandonado tú.

—Calla, gordunflas, y vamos a por mi vino. Que tu hijo tiene antojo —asestó Laurencia fulminando a su hermano con la mirada mientras avanzaba  hacia la sala del agua elemental.

De pronto, algo cambió en el aire. Una fuerza invisible despertó, y antes de que pudieran avanzar más, una voz atronadora resonó en el templo.

—¡Intrusos! —rugió Nimai apareciendo al final del pasillo. Sus dos espadas brillaban con la furia de los elementos, y el viento comenzó a girar violentamente a su alrededor—. ¡Habéis profanado este lugar sagrado!

El suelo comenzó a temblar bajo los pies de Laurencia y Drawets, mientras Nimai avanzaba con pasos firmes. El rugido del viento aumentaba con cada zancada.

—No podíamos esperar otra cosa —murmuró Drawets preparándose para la batalla.

El guardián, envuelto en un torbellino de poder elemental, lanzó su primer ataque. Con una velocidad vertiginosa, sus dos espadas cortaron el aire, dificultando a Drawets esquivar los golpes. Sin embargo, uno de los filos fue demasiado rápido:  una de las espadas atravesó el cuerpo del pícaro, dejando profundas heridas que lo hicieron caer al suelo, aparentemente sin vida.

—¡Drawets! —gritó Laurencia corriendo hacia su hermano.

Nimai, con una fría mirada de satisfacción, retrocedió observando cómo el cuerpo del pícaroyacía inmóvil. Pero, entonces, algo extraño ocurrió. Las heridas de Drawets comenzaron a cerrarse ante los ojos del guerrero y Laurencia. Su cuerpo se regeneraba, sus tejidos volvían a unirse, y la vida volvía a él.

—¿Qué clase de brujería es esta? —murmuró el ser elemental incrédulo.

La pícara, con una sonrisa irónica, ayudó a su hermano a ponerse en pie; mientras Nimai, frustrado, alzaba sus espadas nuevamente. De repente, una voz calmada interrumpió la tensión:

—Detente, Nimai —irrumpió Naisha en la sala, seguida de Kesia. La Sacerdotisa de los Elementos los observaba con una mezcla de compasión y fatiga—. No necesitamos más destrucción.

Los hermanos intercambiaron miradas cautelosas mientras las recién llegadas avanzaban acercándose lentamente. Naisha alzó la vista hacia Drawets y lo miró con una mezcla de dolor y comprensión.—Hemos perdido demasiado en estas batallas —murmuró Naisha—. Tú perdiste a tu hijo… y yo… a mi hermano.

El pícaro frunció el ceño y alzó la vista hacia su interlocutora. Poco a poco, las palabras de la sacerdotisa lograron suavizar su mirada.. El recuerdo de su hijo perdido en la batalla anterior resonó en su mente, pero la tristeza en los ojos de Naisha le sorprendió: ella también había sufrido.

Laurencia, sin prestar demasiada atención al dolor de la sacerdotisa, frunció el ceño y avanzó un paso más.

—Qué conmovedor —dijo con ironía—. Pero yo no he venido aquí para recordar las pérdidas, Naisha. He venido por lo que necesito: el vino.

Naisha apretó los puños y los elementos a su alrededor comenzaron a agitarse.

—¿Eso es todo lo que te importa? —preguntó, su voz cargada de furia contenida.

—Exactamente. —afirmó mientras esbozaba una sonrisa desafiante—. ¿Vas a dejarme hacerlo por las buenas o…?

Nimai, aún con las espadas en alto, gritó:

—¡Por supuesto que no lo permitiremos! —y lanzó un nuevo ataque hacia Laurencia.

La pícara saltó hacia un lado, esquivando los golpes con agilidad, mientras Drawets, ya completamente regenerado, intervino rápidamente, bloqueando al guerrero con su daga.

Kesia, con sus cuchillos brillando en las manos, avanzó hacia Laurencia intentando frenar su avance. Sin embargo, ésta se zafó de sus ataques y llegó a la fuente sagrada, donde el agua elemental fluía con un brillo celestial.

—¡No puedes hacer esto! —gritó Naisha invocando un torrente de agua que se elevó en espiral desde la fuente hasta rodear a Laurencia.

Pero la imperturbable pícara  sacó su botella y vertió unas gotas de Sangre del Titán en el agua. En cuestión de segundos, el líquido comenzó a transformarse. Lo que antes era agua pura y cristalina, ahora se tornaba rojo oscuro, burbujeando mientras el vino reemplazaba el elemento sagrado.

—¡Lo tengo! —exclamó triunfante sin prestar atención a la batalla en la que se hallaba inmersa. Justo al terminar de llenar su botella, el agua recuperó su pureza original y aspecto cristalino. 

Nimai, furioso, lanzó otro ataque hacia Drawets, sus espadas cortando el aire con una rabia elemental. A pesar de que cada corte era mortal, el pícaro se regeneraba una y otra vez burlando a su adversario.

Kesia, viendo que la batalla no iba a acabar como esperaba, retrocedió, observando con impotencia cómo Laurencia lograba lo que había venido a buscar. La pícara llevó la botella a sus labios y bebió un gran trago del ansiado vino. Al tragar, un brillo intenso iluminó sus ojos mientras el poder del líquido mágico recorría su cuerpo.

—¿De verdad crees que eso es todo? —rió Naisha amargamente—. El agua de este templo no solo sacia la sed… deja una marca en el alma. No volverás a tener sed por mucho tiempo. Beber de ella te cambiará a ti y a aquellos que vienen contigo —dijo  señalando con un leve gesto el vientre de Laurencia.

—Ya veremos —respondió con una sonrisa de satisfacción.

—Pero recuerda esto, Laurencia. Lo que has hecho aquí tendrá un precio… —le advirtió la sacerdotisa con mirada fija y voz solemne—. Los elementos del templo dejan huellas más profundas de lo que imaginas.

Antes de que la pícara pudiera replicar, Naisha levantó una mano y una poderosa corriente de aire surgió de repente, envolviendo a los intrusos. El viento los arrastró hacia la salida del templo mientras luchaban por mantenerse en pie.

—¡No volváis a alterar el equilibrio de los elementos! —advirtió la sacerdotisa con voz firme—. Os perdono la vida, pero esta será vuestra única advertencia.

Tambaleante, Laurencia se sacudió el polvo y, en lugar de mostrarse preocupada, se llevó la mano al vientre con una sonrisa satisfecha.

—Bueno, ahora que estoy saciada por una buena temporada… —murmuró paladeando el sabor del vino con una expresión exageradamente satisfecha—. Me ha entrado un antojo de jamón.

Drawets, con la boca entreabierta y los ojos llenos de desesperación, lanzó las manos al aire.

—¡¿Jamón?! ¡Laurencia, acabas de enfurecer a los elementos y casi nos convierten en carbón! ¡¿Y ahora te entra antojo de jamón?! ¡¿Qué sigue, una fiesta de frutas y quesos mientras los demonios arrasan Calamburia?!

La aludida lo fulminó con la mirada y le dio un manotazo en el brazo.

—¡Ni me hables de quesos, Drawets! —dijo levantando las manos y haciendo un gesto exagerado con los dedos mientras adoptaba una voz grave y lenta—. Me recuerda demasiado a cierto comediante y, francamente, no estoy de humor para dramas de exparejas ahora mismo.

Drawets soltó un gemido de frustración, pasándose la mano por la cara.

—Por el Titán… ¡no sé cómo seguimos vivos!

Laurencia se encogió de hombros con una sonrisa traviesa, mientras ambos se alejaban del templo. Detrás de ellos, los protectores observaban en silencio, sabiendo que el equilibrio había sido alterado, pero también que el destino de Calamburia y de los pícaros bendecidos por el Titán estaba ligado a la batalla final que se avecinaba.