208 – JAQUE DE DAMAS I

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JAQUE DE DAMAS I

Cuna de oscuridad se alzaba como una pesadilla esculpida en piedra: sus torres rasgaban el cielo con una arrogancia imponente. En lo más profundo de este lugar de sombras y traiciones, Aurobinda aguardaba envuelta en una penumbra que parecía moverse a su alrededor como una entidad viva. En su mano, el anillo que había robado de las cenizas de När brillaba débilmente; aún conservaba rastros de la poderosa magia efreet y no de cualquier genio de fuego, sino de una anciana faérica que se había extinguido en sus propias cenizas. Sin embargo, lo que realmente encendía la chispa de su alegría era el nuevo poder que ahora controlaba: el báculo del Druida Supremo.

—Caila ha cumplido su parte —anunció acariciando la vara con una sonrisa satisfecha—. El equilibrio de poder entre las damas y el Reino Faérico está a punto de desmoronarse. Ahora es nuestro momento.

Drëgo, su aliado más fiel, se adelantó desde las sombras observando con una mezcla de respeto y ansia el objeto arcano que sostenía la bruja.

—¿Cómo habéis logrado que ella robara el báculo de la torre arcana? —preguntó el druida.

Aurobinda sonrió, pero no respondió directamente. Sabía que Caila había perpetrado el robo gracias a su propia sed de poder y reconocimiento, pero no era algo que Drëgo necesitara saber.

—Con este báculo en nuestro poder, no solo alteraremos el equilibrio entre las damas, sino que le daremos un arma a nuestro «experimento» —explicó la hechicera—. Cuando Kárida acepte este báculo, sabremos que está lista para convertirse en la Dama Negra.

El druida asintió lentamente comprendiendo la profundidad del plan.

—¿Y qué hay del anillo? —preguntó.

Aurobinda levantó el anillo frente a sus ojos, admirando el leve resplandor que aún emanaba de él.

—Este anillo será la prueba —dijo entregándoselo a Drëgo—. Llévaselo a Kárida. Que lo vea como el símbolo de la traición de su hermana. Karianna debe ser vista como lo que es: una asesina, una traidora. No solo ha matado a una anciana, sino que también ha roto el orden natural. El espíritu faérico la eligió a ella en lugar de su hermana y eso no pudo ocurrir sin manipulación de su parte.

—¿Insinuais que Karianna manipuló el ritual?

Aurobinda sonrió.

—Eso es lo que debemos hacer creer. Siembra la idea de que la Dama Blanca utilizó su magia para convencer al espíritu faérico de que la eligiera a ella frente a su hermana. No fue un accidente ni una elección divina… fue su ambición la que la llevó a manipular el destino. Y ahí es donde entra Kárida.

Drëgo tomó el anillo sintiendo su peso en la palma de su mano.

—Kárida es el receptáculo perfecto —continuó la bruja—. Le han quitado su título de dama y ahora, después de perder la Esencia de la Divinidad en el torneo, está más frágil que nunca. Está llena de resentimiento y esa vulnerabilidad es lo que nos dará el poder que necesitamos.

El druida asintió una vez más y, con el báculo en una mano y el anillo en la otra, se dio la vuelta para cumplir su misión. Antes de que desapareciera en las sombras, Aurobinda sonrió con satisfacción y dijo:

—Hay una leyenda antigua que quizá debas conocer.

Drëgo se detuvo y se dio la vuelta con una mirada de ávida curiosidad.

—Hace muchos siglos —comenzó ella a explicar—, un ser faérico de gran ambición deseaba controlar la magia de los reinos. Para lograrlo, absorbió la energía para su propio bien, sin importarle el destino de los demás. Solo un pegaso fue capaz de detenerlo. El animal irradiaba una luz tan pura que neutralizó sus oscuros poderes. Sin embargo, no hay pegasos ahora. Están extintos… y eso juega a nuestro favor.

El druida asintió comprendiendo que el caos entre las damas solo fortalecería su posición. Con el anillo y el báculo en su poder, todo estaba listo para ejecutar el plan que cambiaría el destino de Calamburia. Finalmente, se desvaneció en las sombras de Cuna de Oscuridad y atravesó un portal que lo transportó directamente al palacio azul cristalino más majestuoso del Reino Faérico: el Casco Añil, un imponente cuerno gigante que coronaba las praderas del reino de los unicornios. La transición fue abrupta, como si el aire mismo se retorciera a su alrededor. Al instante, sintió la diferencia entre ambos mundos: el aire de aquel mundo era denso, impregnado de magia pura; mientras que en Cuna de Oscuridad la magia era una energía sofocante, oscura y opresiva.

El viento fresco que soplaba a través de los corredores del Casco Añil. Los cristales azulados que adornaban el lugar reflejaban la luz en un caleidoscopio de tonos celestes en perfecta armonía con el resplandor etéreo del palacio. Drëgo avanzó manteniendo la calma, consciente de la importancia de su misión. Encontró a Kárida en una de las terrazas que se asomaban hacia las vastas praderas de hierba azulada. A su lado estaba Karkaddan, su compañero, cuyos afilados y desconfiados ojos se posaron inmediatamente sobre el druida. La bella unicornio tenía la mirada perdida en la distancia, como si esperara una respuesta que nunca llegaba. Su silueta reflejaba debilidad, pero también una sombra de resentimiento que había empezado a apoderarse de su corazón.

—Kárida —la llamó Drëgo con voz suave pero firme.

Karkaddan levantó la cabeza, pero se mantuvo en silencio Ella se giró lentamente, recelosa al reconocer a su visitante. Él avanzó con paso decidido y, sin más preámbulos, sacó el anillo que llevaba consigo y se lo mostró.

—Este anillo —dijo Drëgo sosteniéndolo con delicadeza— es la prueba de que Karianna ha matado a una anciana faérica. Ella asesinó a När, la anciana dama de los efreets desaparecida tiempo atrás. Decidme, mi dama, ¿qué clase de persona es capaz de matar a una anciana? ¿Qué no haría alguien con semejante ambición? Si tuvo el valor de asesinarla en vez de traerla de nuevo a su hogar, ¿cómo podemos descartar que haya sido capaz de alterar el Ritual del Espíritu Faérico para arrebataros lo que era vuestro?

Kárida frunció el ceño observando el anillo en las manos de Drëgo. A su lado, Karkaddan dejó escapar un profundo suspiro rompiendo el silencio.

—¿Qué clase de truco es este, druida? —intervino con el ceño fruncido y los ojos clavados en el anillo—. Karianna no es capaz de algo así. No puedes esperar que creamos semejante acusación sin pruebas reales.

El druida mantuvo su compostura, impasible.

—Drëgo no miente —respondió firme, manteniendo su posición ante la desconfianza—. El espíritu faérico la eligió, sí, pero Drëgo os pregunta: ¿fue una elección justa? Después de ver lo que ha hecho, ¿realmente creéis que no pudo haber manipulado el ritual?

La Dama Añil parpadeó dubitativa con sus ojos fijos en el anillo, pero su mente luchaba por aceptar lo que escuchaba. El resentimiento que había acumulado hacia su hermana se agitaba como un torrente de incredulidad y rabia.

—Karianna siempre ha sido ambiciosa, pero… —dudaba y su voz temblaba con la incertidumbre—. ¿Cómo puedo saber que esto es verdad? ¡Es mi hermana!

El druida se acercó un paso más levantando el anillo para que captara la luz que caía sobre ellos.

—Llevad este anillo a los efreets. Ellos conocen el poder que quedó atrapado en su interior. Ellos saben qué ocurrió con När. Que comprueben la magia que permanece en este anillo. Solo entonces sabréis toda la verdad.

—No confío en lo que estás diciendo, Drëgo, pero es cierto que los efreets pueden confirmar si el anillo contiene el rastro de la anciana —dijo Karkaddan cruzando los brazos y observando a su esposa con seriedad—. Si esto es una trampa, él lo pagará caro, pero debemos saber la verdad.

Sintiendo la presión del momento y las palabras de Karkaddan resonando en su mente, la unicornio tomó el anillo con manos temblorosas. Su rabia crecía, pero las dudas la carcomían por dentro.

—No puedo creerlo… ¿Karianna capaz de esto? —murmuró casi para sí misma.

—¿Quién más podría? —sonrió el druida inclinándose ligeramente—. Quien mata a una anciana no tiene límites. Haced lo que debéis hacer y, cuando volváis… la verdad estará clara para vos.

Kárida apretó el anillo asintiendo lentamente.

—Iré con los efreets. Si lo que dices es cierto, volveré con la verdad.

Karkaddan habló con expresión decidida y voz firme.

—Iré contigo, querida. No dejaré que vayas sola al Desierto Carmesí. 

Drëgo sonrió satisfecho. No entregó el báculo aún. Sabía que debía esperar; solo cuando el odio y la desconfianza de Kárida llegaran a su clímax, estaría lista para recibir el poder del Druida Supremo.

—Hacedlo y, cuando lo comprobéis, sabréis cuál es vuestro verdadero destino. Drëgo os esperará —dijo el druida.

Antes de que la unicornio pudiera decir más, el hechicero desapareció en las sombras dejando el anillo en sus manos y un mar de dudas en el ambiente.

El Desierto Carmesí se extendía como un océano de fuego bajo el implacable cielo abrasador. Kárida y Karkaddan avanzaban por las interminables dunas, el calor envolviéndolos como una manta sofocante. Su destino era el Oasis del Sensum Privatum, el sagrado refugio donde los efreets guardaban sus secretos más antiguos. El viaje había sido largo y agotador, pero la dama añil sabía que la verdad aguardaba entre las llamas del desierto.

Al llegar al oasis fueron recibidos por Sörkh, la Dama Carmesí y una poderosa genio del fuego. Junto a ella, vigilante, estaba Sîyah, su guerrero y protector, que les recibió con mirada desconfiada y postura firme. Sus ojos se fijaron de inmediato en los recién llegados  con una mezcla de recelo y desprecio.

—He oído que traéis noticias de mi madre —dijo Sörkh, su voz grave resonando como el calor que latía en el aire a su alrededor. Sus ojos ardían con una intensidad que delataba tanto su poder como una expectación cargada de cautela.

Kárida respiró hondo sintiendo el peso de la tensión en el ambiente. Sabía que si no tenía cuidado, lo que iba a decir podía desatar la ira de la temperamental dama. Karkaddan permanecía a su lado, firme pero alerta, consciente de la tensión creciente en el ambiente.

—Es cierto —respondió la unicornio con suavidad intentando mantener la compostura—. Hemos venido a hablar sobre När… y lo que ocurrió con ella.

Sörkh avanzó un paso con su mirada fija evaluando a la visitante. Sin embargo, fue Sîyah quien intervino, rompiendo el silencio con un tono cargado de desconfianza.

—Los unicornios traen problemas consigo. Nunca ha sido buena señal vuestra presencia entre nosotros. ¿Qué buscáis aquí? ¿Creéis que vuestras mentiras y tretas tienen cabida en nuestro desierto?

Karkaddan, que hasta entonces había observado en silencio, alzó la cabeza para mirar directamente al guerrero. Aunque su postura permanecía firme, sus palabras fueron mesuradas.

—No venimos buscando conflicto, guerrero —respondió con firmeza—. Hemos venido en busca de la verdad. No es necesario que confiéis en nosotros, mas deberíais confiar en lo que este anillo tiene que decir.

Sörkh levantó la mano deteniendo cualquier réplica que Sîyah pudiera dar. A pesar de su desconfianza, sabía que el anillo que traía consigo era la clave para desvelar lo que había sucedido con su madre.

—Hablad —ordenó la Dama Carmesí sin apartar la vista de Kárida.

La Dama Añil, consciente de la gravedad del momento, tomó el anillo que Drëgo le había dado. El metal resplandecía débilmente bajo el sol abrasador del desierto, como si aún guardara los últimos vestigios del poder de När.

—Este anillo contiene fragmentos de la esencia de vuestra madre, la antigua Dama Carmesí —explicó con cautela mostrándoselo a Sörkh—. Me dijeron que fue atrapada y traicionada, pero no sé la historia completa. He venido aquí porque solo los efreets podéis revelar la verdad.

Por un momento, Sörkh no dijo nada y mantuvo su mirada fija en el anillo. Finalmente, extendió la mano en un gesto tenso.

—Dadme el anillo —ordenó con un tono cortante—. Si realmente contiene algo de mi madre, lo descubriré.

Kárida vaciló por un instante, pero, finalmente, depositó el anillo en la mano de la genio del fuego, observando cómo lo sostenía con reverencia. La dama cerró los ojos y comenzó a recitar una antigua invocación, sus palabras resonando en el aire como el crepitar de una hoguera. Las llamas que rodeaban el oasis comenzaron a moverse al compás de su voz creciendo en intensidad al tiempo que el anillo brillaba con un resplandor ardiente. Poco a poco, una imagen comenzó a formarse en medio de las llamas: la figura de una anciana y desvanecida När atrapada en un destello de magia oscura.

Los ojos de Sörkh se abrieron de golpe llenos de asombro y una furia contenida.

—Es ella… —murmuró mientras sostenía el anillo con fuerza en sus temblorosas manos—. Pero… ¿qué es esto?

Kárida y Karkaddan observaron en silencio, sabiendo que la verdad estaba emergiendo ante ellos con cada palabra del antiguo conjuro.

El resplandor de las llamas comenzó a apagarse lentamente dejando tras de sí una dolorosa revelación: När estaba muerta y atrapada en ese anillo. Había sido traicionada por una poderosa magia que había sellado su destino en una explosión blanca. Los ojos de Sörkh brillaban con una mezcla de ira y tristeza contenida y su cuerpo permanecía inmóvil ante la verdad que acababa de descubrir.

—La han asesinado… —murmuró con voz temblorosa pero firme. Mi madre… la han asesinado y ahora sabremos cómo ocurrió. Debemos averiguar quién lanzó esa magia, esa devastadora explosión blanca.

Los unicornios intercambiaron una mirada cargada de tensión. En lo más profundo, ambos sabían la verdad que habían estado intentando evitar: Karianna. Todo encajaba: el anillo, el destello de magia oscura que envolvía a När y, ahora, la certeza de que una explosión blanca había sellado el destino de la anciana. Karianna era la responsable.

Kárida apretó los puños luchando por mantener la calma ante lo que acababan de confirmar. El dolor que sentía iba más allá del simple hecho de descubrir una traición. Su hermana, a quien había defendido en más de una ocasión, se había mostrado tal como era. Karkaddan se inclinó hacia ella susurrando con gravedad:

—Sabíamos que sería así… ya no hay marcha atrás.

A su lado, Sîyah se mantenía erguido con los puños apretados. Aunque su rostro permanecía impasible, una única lágrima rodó por su mejilla y se evaporó antes de tocar el suelo. När no solo había sido la antigua Dama Carmesí, sino su madre adoptiva, la que lo había acogido tras la muerte de sus propios padres. Ella lo había cuidado, lo había educado y ahora estaba perdida para siempre.

Sörkh se entregó al dolor que sentía en su interior, pero, tal como su madre le había enseñado, guardó sus emociones manteniéndose estoica. När siempre le había dicho que una dama no debía mostrar debilidad, pues las emociones eran un lujo que no podían permitirse. Así, nadie podría ver el vacío que acababa de abrirse en su corazón, ni el trozo de su alma que acababa de morir junto con su madre.

Después de unos largos minutos de silencio en los que solo el crepitar de las llamas rompía la calma, los efreets se sobrepusieron. Había rituales que debían llevar a cabo y un legado que preservar. Era el momento de despedirse de sus visitantes. Sörkh se acercó a Kárida y Karkaddan. Aunque el dolor era evidente, su voz permaneció firme.

—Os agradezco que nos hayáis traído esta verdad, aunque nos haya infligido tanto dolor. El pueblo efreet queda en deuda con vos. Sé que buscáis respuestas para vuestro propio destino. No olvidaremos vuestro favor y, llegado el momento, podréis contar con nosotros en vuestras filas.

Kárida asintió solemnemente. 

—Lamento lo que ha ocurrido. No era nuestro deseo causar tanto sufrimiento.

Sörkh mantuvo su mirada fija en la unicornio sin dejar entrever más de lo necesario.

—Lo sé, pero mi madre merece descansar. Ahora debéis partir. Hay cosas que necesitamos hacer para honrarla.

Con esas palabras, los unicornios se despidieron de los efreets y comenzaron su viaje de regreso. El silencio del desierto los envolvía mientras se alejaban, pero las revelaciones recientes seguían retumbando en sus mentes como el eco de las llamas en el oasis. Mientras avanzaban sobre las dunas, Karkaddan rompió el silencio, su voz grave resonando en el aire cálido.

—Así que era cierto —murmuró sin apartar la vista del horizonte—. La dama När… fue asesinada por tu hermana.

Kárida no respondió de inmediato. Su mente seguía procesando la verdad que habían descubierto, luchando por aceptar que Karianna pudiera haber sido responsable de semejante traición.

—Si fue capaz de asesinar a När, entonces también es cierto que debió manipular al Espíritu del Bosque —añadió el unicornio apretando los dientes—. No la eligieron por derecho, Kárida. Karianna ha hechizado al espíritu y esa traición debe darse a conocer.

La Dama Añil no respondió de inmediato, pero su mente ya no luchaba por justificar a su hermana. Por fin lo entendía todo: el odio, el poder desmedido y la manipulación sutil pero destructiva de Karianna. No había nada inocente en su ascenso: había envenenado el propio equilibrio del Reino Faérico.

—Ella ha manipulado todo desde el pincipio, Karkaddan. El ritual, el espíritu… lo ha conseguido todo con engaños. Ahora lo sé —apretó los dientes, su voz cargada de amargura—. Es una traición que no puede quedar impune.

Su consorte asintió lentamente manteniendo su mirada en el camino.

—Lo que descubrimos no se puede deshacer, querida. Ahora debes decidir qué hacer con esta verdad. No podemos permitir que el sacrificio de När quede sin respuesta. Si fue capaz de esto, ¿qué más podría estar dispuesta a hacer?

La unicornio cerró los ojos brevemente sintiendo el peso de las palabras de su esposo. No había marcha atrás: ya no se trataba de entender por qué Karianna había hecho lo que había hecho, sino de cómo detenerla antes de que su poder creciera aún más.

—La verdad será revelada, pero todo a su tiempo —dijo con un tono más firme—. Karianna ha mostrado su verdadera cara. Esto es una traición y no puedo permitir que siga adelante; lo que ha hecho no quedará impune. Me reuniré con ella en cuanto lleguemos.

El viento del desierto envolvía sus palabras llevándolas lejos mientras se adentraban en el vasto mar de arena. Ya no había dudas. Kárida no se enfrentaría a su hermana por respuestas, sino por justicia.

Tardaron varias jornadas en llegar a la gran Aguja de Nácar, donde la fría brisa acariciaba el rostro de Kárida mientras avanzaba con paso decidido hacia las puertas de la sala del trono. Su corazón latía con fuerza impulsado por una mezcla de rabia y urgencia. No podía esperar más; Karianna debía darle explicaciones. Todo lo que había descubierto en el desierto le había convencido de que la Dama Blanca no solo era una traidora, sino que estaba tramando algo mucho más oscuro. Al llegar, se encontró con dos guardias delante de la puerta. Su mirada se endureció:

—Necesito ver a Karianna —exigió con tono firme—. Ahora.

—Lo siento, Dama Añil —respondió uno de los guardias preocupado—, pero la Dama Blanca está reunida con el archimago. No puede ser interrumpida.

Kárida apretó los puños; su paciencia llegaba al límite. No podía permitir que su hermana siguiera manipulando a todos a su antojo.

—No me importa con quién esté reunida. Hablaré con ella. Ahora.

Antes de que los guardias pudieran reaccionar, usó su magia lanzando una ola de energía que hizo que las puertas se abrieran de golpe. Entró en la sala con furia, pero, justo cuando sus ojos buscaron a Karianna, vio cómo ella y el archimago se desvanecían en un destello de luz atravesando un portal que desapareció en el aire.

—¡No! —gritó Kárida, su voz reverberando en la sala vacía.

Sin aliento, observó el portal por el que su hermana  había desaparecido y se giró de inmediato hacia el sirviente que permanecía en la sala.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó inquisitiva.

—Nada que deba preocuparos, mi señora… asuntos triviales —murmuró esquivando su mirada.

La dama levantó una ceja y se acercó con frialdad. El sirviente tragó saliva intentando mantener la compostura, pero su silencio solo la enfureció más. Sin advertencia, el cuerno plateado de la dama comenzó a brillar con una luz azul resplandeciente. La magia llenó la sala y el aire a su alrededor se volvió denso y asfixiante, oprimiendo el pecho del sirviente.

—Habla —ordenó con un tono gélido.

Jadeando bajo el peso de la magia, confesó al fin:

—¡Es por Drëgo! Vuestra hermana ha convocado a las damas para una reunión urgente, pero vos… no habéis sido llamada. Porque sabe que… vos admiráis mucho al druida. Yo… no debía decíroslo, no sé nada más, lo juro…

—¿Y el archimago? —inquirió intensificando el poder del cuerno que brillaba aún más fuerte, cegador.

—¡Por favor! No sé nada más… —suplicó con voz quebrada, ahogado por la presión que ejercía la magia de Kárida. Su cuerpo temblaba mientras el resplandor añil del cuerno intensificaba el aire sofocante a su alrededor. Cada segundo bajo el poder de Kárida era una agonía insoportable y sus palabras apenas lograban escapar de su garganta.

—Habla o morirás lentamente —amenazó aumentando el brillo de su cuerno.

Finalmente, con un hilo de voz, confesó:

—Durante estos días… nos ha visitado más que de costumbre… por el flujo mágico entre mundos. ¡Juro que no sé nada más!

La luz del cuerno se apagó lentamente liberando al guardia, que cayó de rodillas temblando y recuperando el aire con dificultad. Kárida, inmóvil, comprendió que su hermana estaba jugando con los destinos del Reino Faérico y que la había dejado fuera deliberadamente.

—No confiaré en nadie que esté bajo el mando de mi hermana —murmuró para sí misma con una firme resolución.

Sin perder más tiempo, salió de la sala con un único propósito: desenmascarar a la Dama Blanca y restaurar el equilibrio que había roto.