182 – EL II GRAN CATACLISMO I

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EL II GRAN CATACLISMO I

Bajo la sombra alargada de la Aguja de Nácar, Kárida caminaba con paso firme pese a albergar una tormenta en su cabeza. A cada paso que daba sobre el musgo perenne que cubría el suelo del Bosque Mágico, su cuerno se resentía y su corazón se apretaba un poco más. La responsabilidad de proteger el Reino Faérico en ausencia de Karianna pesaba sobre ella como nunca antes había sentido. Aunque siempre había anhelado el reconocimiento y el poder que creía merecer por derecho, ahora que tenía una oportunidad de probar su valía, sentía un vértigo inesperado. Avanzando, su mente se centraba únicamente en cómo solucionar el cataclismo que ocurría a su alrededor: el Mundo Faérico se desmoronaba, los portales de energía mágica emergían por doquier sin control liberando una magia oscura que devoraba y transformaba a cualquier criatura a su paso. La urgencia de la situación agudizaba la determinación de Kárida y tornaba su anhelo de poder en un firme propósito de salvar su reino del caos que lo consumía.

Por fin llegó a su destino: las Oquedades de nácar. Allí se encontraba el espíritu lobo, protector de la raza de los unicornios. Vigilante como siempre, se hallaba en el claro de la entrada donde la luz de la luna bañaba todo con un brillo etéreo. La criatura, segura y desafiante, la miró con unos ojos que parecían entender el torbellino de emociones que azotaba su alma. El espíritu la miró en silencio.

—No me siento preparada para esto —confesó Kárida al lobo, permitiéndose una vulnerabilidad que raramente mostraba—. Karianna tenía esa luz, esa capacidad de unir a todos. ¿Y si fallo?

El lobo se acercó, su presencia era a la vez un consuelo y un recordatorio de la grandeza de su raza.

—Tu fuerza reside en tu convicción y en tu capacidad para enfrentar la adversidad —respondió el lobo con una voz que resonaba en su mente—. Karianna tiene su camino y tú el tuyo. Este es tu momento de demostrar que puedes ser más que una Dama Blanca por defecto. Debes ser el faro que guíe al reino a través de la tormenta que se avecina.

Las palabras del espíritu faérico sembraron en Kárida una esperanza fortalecedora. Su sentimiento de inseguridad, arraigado profundamente en su ser, provenía de haber vivido siempre bajo la sombra de su hermana: inicialmente, por el cariño especial que su madre y su tía mostraban hacia la dulce y joven Karianna, y posteriormente, por la decisión del espíritu del bosque de coronar a Karianna como la Dama Blanca, un papel para el cual Kárida siempre había creído estar destinada. Esa traición le asestó un golpe definitivo a su autoestima.

Pero ahora, con su tía Kora defendiendo las praderas añiles y Karianna en el Reino de Calamburia, era su oportunidad de demostrar su valía, no solo como una líder, sino como una protectora del equilibrio de su mundo.

—Convocaré a las damas que aún se encuentren en nuestro mundo y al resto de los espíritus de las razas al amanecer —declaró con una nueva resolución—. Prepararemos defensas y reforzaremos los lazos entre las razas. No permitiré que este reino caiga en la oscuridad.

El espíritu lobo asintió, su mirada brillaba con una aprobación silenciosa.

—Y cuando Karianna regrese —continuó Kárida, su voz firme como nunca antes—, le demostraré que soy digna, no solo de su perdón, sino del respeto de todo el reino.

La Dama Añil estaba a punto de enfrentar el mayor desafío de su vida, pero ahora sabía que no estaba sola. Contaba con el apoyo del espíritu lobo, las enseñanzas de su madre y de su hermana y, sobre todo, con una fuerza interior que apenas comenzaba a explorar.

Con el amanecer tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados, Kárida se situó al frente de la Aguja de Nácar, lista para dirigirse a las damas restantes y al Consejo de Espíritus faéricos. A su lado, el espíritu lobo irradiaba una serenidad que fortalecía su resolución. A pesar de la ausencia de Karianna, el reino no permanecería indefenso; ella se aseguraría personalmente de ello.

El consejo que convocó fue diferente a cualquier otro celebrado antes. Por primera vez, Kárida no se sintió como una sombra entre las grandes figuras de su mundo, sino como una líder en su propio derecho. Su voz resonó con autoridad y convicción, sus palabras no solo eran órdenes sino también un llamado a la unidad y la cooperación.

—Nos enfrentamos a una amenaza como nunca antes hemos conocido —expresó con gravedad—. Pero juntos, unidos bajo la bandera del equilibrio y la protección de nuestro reino, podremos superar cualquier desafío.

Su discurso tocó los corazones de todos los presentes. Incluso las más antiguas y reticentes entre las damas no pudieron evitar sentirse inspiradas por su fervor.

En los días siguientes, Kárida lideró con un equilibrio perfecto entre firmeza y compasión. Se enfrentó a disensiones y dudas, pero cada desafío la fortaleció, haciéndola más sabia y resuelta. Bajo su guía, el Reino Faérico comenzó a prepararse para la tormenta que se avecinaba, fortificando sus defensas y reforzando antiguas alianzas con las otras razas del reino.

Sin embargo, no todo era trabajo y estrategia. En los momentos de soledad, Kárida se encontraba a sí misma reflexionando sobre su relación con Karianna. La salvación de su hermana había cambiado algo fundamental entre ellas. A través del perdón y la aceptación, un nuevo lazo se había formado, uno más fuerte y profundo que cualquier disputa pasada.

Con Karianna buscando aliados en Calamburia y Kárida asegurando el fuerte en la Aguja de Nácar, una luz de esperanza brillaba intensamente en las manos de estas dos hermanas que conseguían sostener el destino del Reino Faérico que en ese momento pendía de un hilo.

La creciente amenaza que desgarraba el tejido de la realidad estaba haciendo estragos en todos y cada uno de los rincones de su mágico hogar. Las diferentes razas se alzaron paralelamente en defensa de su mundo, enfrentando el caos desatado por portales descontrolados de la mejor forma que sabían.

En el corazón del reino, en la imponente Aguja de Nácar, Karida se enfrentaba de nuevo a una de las Hidras de Niebla que amenazaba su palacio. Eran unos terribles monstruos de múltiples cabezas cuyo aliento venenoso se esparcía como una neblina mortal, corrompiendo la tierra a su paso. La Hidra había herido levemente a Karída, que había adoptado su forma animal. A pesar de la velocidad de la Dama Añil, el monstruo imbuido en oscuridad, la seguía reduciendo su distancia. A pesar de su clara desventaja, Karida no estaba dispuesta a perder. Recordó cómo había sido entrenada para ser Dama Blanca y cómo podía hacer uso de la magia reluciente de su cuerno. Dio dos saltos hacia atrás y golpeó fuertemente el suelo con sus patas traseras generando un intenso palpitar de la tierra. Aprovechando el tambaleo y desestabilización de su contrincante, Karida hizo brotar una poderosa luz de la punta de su cuerno que cercenó todas y cada una de las cabezas del monstruo. Y justo cuando la unicornio asestaba el golpe final a la Hidra de Niebla, Karkaddan, su consorte, irrumpió apresuradamente.

—Kárida, las otras damas han llegado —anunció con urgencia. Tenía las vestiduras rasgadas y su pelaje manchado por los estragos de la batalla que se libraba con más crudeza que nunca en sus dominnios.

Sin perder un instante, mientras se limpiaba las manchas de sangre de la Hidra de Niebla, se dirigió al encuentro de las damas. Una vez reunidas, la atmósfera se cargó de la gravedad de su situación.

—Los Espectros del Estanque de la Polimorfosis han devastado nuestros bosques— sollozó Titania, la Dama Irisada su voz tan etérea como siempre, pero empañada en llantos de preocupación—. Son seres evanescentes que cambian de forma y congelan la vida con su toque gélido, deslizándose silenciosamente entre los árboles. Hemos perdido a muchos, han tomado el Lirio de cristal y casi atrapan a mi pequeña hija.

—Y bajo la tierra, los Gusanos de Obsidiana, criaturas pétreas cuyas escamas reflejan la oscuridad absoluta, han sido implacables con los nuestros —interrumpió Elga, con una dureza forjada en el corazón de las montañas—. Los enanos caen, incapaces de repeler su fuerza que despedaza metal y roca.

Kárida escuchó a cada una, la gravedad de la situación asentándose aún más en su corazón. Con voz firme, se dirigió a ellas:

—Hemos enfrentado desafíos que parecían insuperables antes. Los desiertos ardientes ven a los efreetes del fuego batallar contra las Salamandras de Lava, y las profundidades ocultan a las ondinas, ahora sin una dama que las guíe, luchando contra Serpientes Marinas capaces de engullir islas enteras.

En ese instante irrumpió en la escena Édera, la Dama Esmeralda que entró volando junto a su temido guerrero Quercus sobre un verdiplumas con el ala herida.
—Mis señoras, en la selva nuestros faunos y los espíritus del bosque se enfrentan a las Gárgolas de Espinas —explicó la señora de los faunos casi sin aliento—. Esas bestias cubiertas de afilados pinchos están destrozando todo a su paso. La pérdida es inmensa.


—Son demasiadas —confesó Quercus— no podemos hacerles frente. No estamos preparados para semejante amenaza —añadió mientras se quitaba numerosas espinas que hacían sangrar sus peludas extremidades.
 

Tomando una profunda inspiración, Karida recondujo la conversación:

—Damas, en este momento no debemos flaquear. Cada vida perdida es un llamado a luchar con más fuerza. Tenemos que ser el bastión contra esta oscuridad, recordad a nuestras tropas por qué luchamos. Por nuestro hogar, por aquellos que amamos. No estamos solas en esto; juntas somos más fuertes.

La preocupación teñía el rostro de las damas y una nube de pesimismo inundaba la sala. El silencio de la desesperación había congelado el instante y ya casi ni se oían los gritos de los unicornios que caían en el combate a los pies de la Aguja de Nacar.

—Que nuestras acciones de hoy sean el faro de esperanza y la fuente de fuerza para nuestro pueblo —Elga rompió el tenso silencio con determinación mirando a sus compañeras con la decisión propia de la más veterana de las damas.

—Ahora no es el momento de retroceder. No daremos un paso atrás —añadió Édera, su voz firme y llena de determinación.

—Es el momento de unirnos, de enfrentarnos a esta oscuridad con toda la valentía y el poder que poseemos —proclamó Titania airada, secándose las lágrimas y con un brillo renacido en sus alas multicolores.

—Por el Reino Faérico y la luz que persiste incluso en la oscuridad más profunda, ¡lucharemos y triunfaremos! —concluyó Kárida, emanando una seguridad y decisión más fuerte que nunca y tomando el liderazgo sin remordimientos.

Las damas sabían que la batalla sería ardua, pero también sabían que la unión de sus fuerzas les daría cierta ventaja. Cuando los ánimos se había repuesto, Serörkh el más fiel guerrero de la Dama de Acero interrumpió la escena señalando con su maza el cielo.

—Serörkh avista peligro. Oscuridad intensa en cielo. Destrucción inminente —anunció el Golem de acero con una velocidad más rápida de lo normal, señalando hacia el firmamento con su maza.

Al unísono, todos se precipitaron hacia el balcón, donde la visión que se desplegaba ante sus ojos confirmaba las advertencias de Serörkh. El cielo, teñido de un índigo profundo, parecía presagiar la llegada de un enemigo aún más formidable, justo en el clímax de su desesperada lucha contra las fuerzas del mal.