183 – EL II GRAN CATACLISMO II

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EL II GRAN CATACLISMO II

Desde el horizonte, un grupo de figuras emergió, siluetas que a la distancia parecían augurar un refuerzo para el ejército enemigo. El corazón de los defensores se tensó ante la perspectiva de enfrentar a nuevos adversarios.

Quercus, siempre vigilante, entrecerró los ojos y se colocó en posición de ataque. —¿Más enemigos? —murmuró preparándose para lo peor.

Karkaddan ajustó su vista tratando de descifrar la verdadera naturaleza de los recién llegados. Por un momento, la incertidumbre creció, sus palabras se tiñeron de duda. 

—No se aprecian bien entre las oscuras nubes pero podrían ser portadores de oscuridad… —empezó, pero su voz se perdió en la confusión colectiva.

La tensión en el aire se transformó rápidamente cuando tres luces comenzaron a perforar la oscuridad dominante: una verde esmeralda, otra azul añil, y la última de un rosa suave. Estos haces de luz, portadores de esperanza, se intensificaron, revelando su fuente: las Ancianas Faéricas, se alzaban desafiantes entre la sombra que cubría el cielo.

Detrás de ellas, se materializó una figura aún más impresionante: Karianna, la Dama Blanca, envuelta en un aura brillante y resplandeciente que no solo la protegía a ella sino también a su hijo Yardán. La luz que emanaba de Karianna era tan poderosa y purificadora que, por un momento, todo el campo de batalla quedó bañado en una claridad absoluta.

Siguiendo esta deslumbrante aparición, Drëgo, el aprendiz de druida, emergió sostenido en el aire por el príncipe mayor de las hadas, Hábasar, cuya fuerza en las alas le permitía sostener al hechicero como si fuera parte de este cortejo mágico. La formidable energía del hado sostuvo a Drëgo con facilidad, integrándolo en esta marcha de aliados como si el vuelo fuese su segunda naturaleza. Aunque volar no era de su agrado, sabía que la única manera de abrir el portal con seguridad era desde las alturas, según le habían instruido durante su estancia en Calamburia. Sin duda, habría preferido el apoyo conjunto de ambos príncipes hados para una tarea tan crítica, pero Carlin, el más joven, se había rehusado a prestar su ayuda al druida. La desconfianza del joven príncipe hacia Drëgo estaba bien fundamentada; no podía borrar de su memoria las acciones pasadas del druida, acciones que habían traído dolor y pérdida a sus amigos. 


A su lado, la dama de las ondinas, Airlia, y su compañero Heleas aparecieron dentro de una burbuja de agua cristalina, su presencia evocando la fuerza indomable de las mareas, mientras que Sörkh la dama de los efreets y su inseparable Sîyah, señores del fuego, formaban un círculo de llamas vivas que danzaban alrededor de ellos.

Breena, el espíritu faérico, apareció cerrando este grupo de aliados como un ciervo majestuoso que cuida de su manada, asegurándose de que todos los miembros estuvieran unidos y listos para la confrontación final.


Mientras Kárida y sus aliados se acercaban a los recién llegados, pudieron observar que el druida portaba en sus manos un antiguo tomo de hechizos que había obtenido en la torre mágica de Skuchaín. 

Las palabras de Kórux, el Archimago; Calum, el alquimista; y Minerva, la directora de la escuela de magia, resonaban en la mente de Drëgo como un ritual que había sido concebido a través de la combinación de sus conocimientos y poderes. La tierra tembló bajo sus pies, no por la furia de la batalla, sino por la concentración de energía mágica que comenzaba a fluir a través del reino. Gracias a la fuerza de Hábasar, el druida pudo mantenerse en el aire y desde una distancia elevada pudo avisar a las Ancianas Faéricas para que comenzaran con el plan pactado. Las tres, junto con sus orbes, en un acto de sabiduría ancestral, comenzaron a entonar un hechizo arcano de sellado que se extendió magicamentepor todo el reino.

Sus salmos enmarcaban y sostenían el naciente vórtice de luz y colocaban los cimientos, sobre los cuales podía erigirse en su máximo esplendor el poder combinado de las damas.

En ese momento, las señoras de cada raza, potenciadas por sus espíritus faéricos y lideradas por Karianna, la Dama Blanca, se prepararon para dar el golpe definitivo. Sörkh y Airlia descendieron junto a Karianna justo donde se encontraban las otras damas.


Karianna, con un tono lleno de gratitud, se dirigió a Kárida: 

—Tu valentía y resistencia han sido el faro que nos ha mantenido firmes en esta oscura tempestad. Ha llegado el momento de unificar nuestras fuerzas. Debemos invocar el Cántico de la Unión, un hechizo ancestral que entrelaza el destino de nuestras razas.

—Pero es un riesgo… —expresó Titania su preocupación, con una sombra de duda cruzando su rostro—. Nunca hemos conjurado juntas el Cántico de la Unión. ¿Y si…?, 

—¡Oh, vamos, Titania! —interrumpió de manera jovial Édera con un destello de humor en sus ojos— Si se trata de entonar un cántico, ¡estoy más que lista para levantar la voz! Además, ¿cuándo ha sido el miedo el consejero de los valientes?

Kárida lanzó a su hermana una mirada cómplice, como no lo hacían desde su infancia. Juntas, al borde del final más decisivo de sus vidas, revivían la unión y la complicidad de cuando eran niñas.


Las damas formaron un círculo sagrado en el que invocaron el elemento natural de sus linajes. Kárida, llena de valor y con el añil de su manto flameando al viento, inició el cántico: una melodía antigua que resonaba con la esencia de los unicornios y que había aprendido de su anciana tía Kora cuando era solo una niña. A continuación, Titania, la Dama Irisada, sumó su voz etérea tejiéndose en armonía y elevó el cantar con el verdadero encanto de las hadas, emitiendo una fuerte luz prismática que danzaba a su alrededor. Justo después, Elga, la Dama de Acero, entonó su tono firme y resonante aportando la resiliencia de la piedra y la fortaleza de los enanos, mientras su aura metálica centelleaba con determinación. Acto seguido, Airlia, envuelta en el turquesa de las aguas, añadió en su canto la fluidez y el poder curativo de las ondinas, fluyendo como la ilusión de un río tranquilo. Tras ella Sörkh, envuelta en fuego carmesí, dejó escapar su ardiente y apasionada voz, invocando el fiero fuego de los efreets, uno que no consume, sino que purifica lo que toca. Para cerrar el ritual, Édera, la Dama Esmeralda, unió su voz con las de las demás damas. La señora de los faunos era conocida por ser la dama con la más poderosa y mágica de las voces. Su melodía sonaba con la vibrante vida de la selva y consiguió que, junto a sus notas, la magia creciese y se expandiera como la misma naturaleza .

En el momento culminante y de una forma totalmente inesperada, el joven Yardan, el noble unicornio hijo de la Dama Blanca, se adelantó y generó desde su cuerno una magia que centelleaba con ecos de los antiguos pegasos. Con un relincho que parecía llamar a las estrellas mismas, liberó una cascada de luz celestial, entrelazándose con las voces de las damas y fortaleciendo el hechizo con la pureza y la velocidad del viento.

—Parece que lo están consiguiendo —comentó Hábasar mientras sostenía al druida que entonaba su hechizo desde el aire. Su voz resonaba con un optimismo contagioso mientras observaba el desarrollo de la batalla desde las alturas.

—Sí, estamos orgullosos de tí mamá —respondió Carlin con un brillo de admiración y orgullo en los ojos por la valentía y liderazgo de Titania.

Mientras las damas concentraban sus energías en el Cántico de la Unión, sus guardianes se encontraban en plena batalla protegiendo el círculo de las amenazas de las hidras.

Heleas, con la gracia de las corrientes que manejaba, inició el asalto.

—Voy a jugar con el tiempo —ritó a sus compañeros—. Memorizad sus ataques y aprovechad la ventaja que os doy retrocediendo la batalla unos segundos.  Preparaos para golpear con todas vuestras fuerzas.

—Luego yo los envolveré en llamas. Que el fuego de los efreets purifique su maldad —respondió Siyah con una sonrisa de seguridad y envuelto en su aura de llamas.

Serörkh, levantando su maza con determinación y con el rubí carmesí latiendo más fuerte que nunca en su el corazón, añadió:

—Y aquí entra Serörkh. Serörkh machaca como un choque de montañas. Nada sobrevive a la maza de Serörkh.

Por último Quercus, con la ligereza de un viento selvárico, afirmó con confianza:

—Y yo seré la afilada hoja que corta sin piedad. Mi hacha cantará canciones de victoria esta noche.

Cada uno, desde su elemento, comprometía su fuerza y habilidad para asegurar el éxito del ritual, tejiendo una red de defensa impenetrable alrededor de las damas.

En el torbellino de la batalla, Karkaddan, aprovechando su velocidad sobrenatural y el filo letal de su cuerno, se lanzó en un ataque sorpresa para salvar a Yardan, el joven unicornio, de las fauces venenosas de una de las hidras. Con un movimiento tan rápido como el destello de un rayo, interceptó a la bestia justo a tiempo, su cuerno brillando con una luz intensa al impactar contra el monstruo, demostrando no solo su valentía sino también su inquebrantable determinación para proteger a los suyos.

Tras asegurarse de que el joven Yardan estuviera a salvo, Karkaddan giró su cabeza hacia Breena, el espíritu faérico, con una mirada penetrante y firme.

—Breena, tu deber es protegerlo. No te despistes. Mantén siempre los ojos sobre mi sobrino; no permitiré que le ocurra nada malo —ordenó con un tono que no admitía réplica.

La seriedad y el compromiso en su voz eran un claro recordatorio de las responsabilidades que todos compartían en el fragor del combate, asegurando que, a pesar del caos de la batalla, la protección de los más jóvenes y vulnerables seguía siendo una prioridad absoluta.

Karianna, al centro de este círculo de poder, levantó su báculo hacia el cielo canalizando la esencia de todo el Reino Faérico convocado por las damas a través de su ser. En un acto de fe y voluntad inquebrantable, unió su voz al cántico, su luz blanca pura fusionándose con el mosaico de colores de las demás mujeres que la rodeaban. La sinfonía de magia y luz alcanzó su apogeo, creando un vórtice luminoso que ascendía hacia los cielos y descendía hacia lo más profundo de la Aguja de Nácar.

Este vórtice de luz, alimentado por la unión de todas las razas y sus líderes, explotó en un estallido de pura magia, sellando los portales y disipando la oscuridad que amenazaba con devorar el Reino Faérico. La energía envolvió a las criaturas, extrayendo su esencia corrupta y limpiándola con la energía de la magia que unía ambos mundos: las Salamandras de Lava, las Serpientes Marinas, las Gárgolas de Espinas, los Espectros de Sombra, las Hidras de Niebla, y los Gusanos de Obsidiana se purificaron como sombras al amanecer.

A medida que el canto de las Ancianas Faéricas y las damas alcanzaba su clímax, el remolino de luz, que había sido testigo de la purificación del reino, se transformó en un espectacular pilar de magia pura. Los espíritus faéricos de las diferentes razas hicieron descender este resplandor, puro y deslumbrante desde el centro del campo de batalla, atravesando la majestuosa Aguja de Nácar y extendiéndolo hacia lo más profundo del reino, hasta llegar al corazón mismo de Skuchaín. En este momento crítico, el flujo mágico del mundo, que había sido corrompido y desviado por las acciones sombrías de Drëgo en su momento más oscuro —cuando utilizó esta energía prohibida para asesinar a su maestro Öthyn— comenzó a restaurarse.

Al otro lado del mundo, lejos de la batalla que había puesto al Reino Faérico al borde de la destrucción, en la solitaria y elevada torre arcana, el Archimago desarrollaba un ritual de igual importancia. Kórux había mandado desalojar la escuela de magia y ahora se encontraba esperando el momento oportuno rodeado por un grupo de los mejores impromagos, guardabosques y alquimistas.

Justo cuando el torrente de magia empezó a vibrar en los cimientos de la torre, Kórux, consciente del momento crucial, anunció:

—Es la hora. El cántico de las damas faéricas ya fortalece el tejido mágico. Nuestro deber es asegurar que este flujo no se pierda en el caos.

Periandro, uno de los más poderosos magos, concentraba su energía junto a Trai y Grahim.

—Nuestros hechizos están listos para ser canalizados hacia ti, Archimago. Esta corriente que atraviesa los dos mundos no nos superará —susurró el mago-erudito a sus dos compañeros con una mirada cómplice y llena de seguridad. 

Aodhan, el guardabosques, con una profunda conexión con la naturaleza y los portales mágicos, levantó la voz gritando por encima del ruido que hacía el flujo de energía:

—Gracias por permitir que Ramia nos acompañe. Al final, dos impromagos expulsados de la torre formamos uno completo —expresó irónicamente y entre risas.

Kórux, captando la sinceridad en las palabras de Aodhan, le dirigió una mirada cómplice, un gesto que trascendía las antiguas normas de la torre y reconocía el valor incalculable de la unidad en momentos críticos.

—Vuestra fortaleza combinada es justo lo que necesitamos en este momento, amigo —respondió con un tono que reflejaba tanto aprecio como urgencia, sabiendo que cada individuo presente, independientemente de su pasado, era crucial para el éxito del ritual.

Desde otro rincón, Calum, acompañado por Aurora y Carmélida, rodeado de frascos que brillaban con líquidos misteriosos, afirmó:

—Y nuestros elixires potenciarán la canalización del torrente. La alquimia y la magia deben ser una en este propósito.

Kórux, situado en el centro de la sala, extendió sus manos sobre el mapa estelar que adornaba el suelo, un antiguo pergamino que contenía la esencia de mundos y tiempos. Antes de comenzar, sus ojos se encontraron con los de Minerva, quien, desde un rincón apartado, observaba con una mezcla de esperanza y solemnidad. La mirada cómplice que compartieron fue un silencioso intercambio de fuerza y entendimiento, un recordatorio mutuo de la cantidad de batallas que habían superado juntos y del peso de lo que estaban a punto de emprender. Con la energía renovada por ese momento de conexión, el Archimago dio inicio al ritual. Sus labios comenzaron a moverse, recitando palabras cargadas de una profundidad mística, invocando la magia con tonos que resonaban con la sabiduría de los antiguos cantos chamánicos salvajes. Cada sílaba que pronunciaba parecía vibrar en el aire, tejiendo una red de poder que se extendía más allá de las paredes de la torre hacia el vasto cosmos que el mapa bajo sus manos representaba.


—Con cada verso que pronuncio, escribimos juntos la red que sostendrá nuestro mundo. Vuestra energía es la tinta y mi voluntad la pluma —clamó Kórux con una voz que evocaba más a las lecciones del erudito Félix, su antigua mitad, que a un encantamiento arcano. Los presentes, sorprendidos, se dieron cuenta de que desde su unión con el salvaje Corugan años atrás, esa faceta de sabiduría y calma no había vuelto a manifestarse con tanta fuerza hasta ese momento.

Así, en un acto de sinergia sin precedentes, cada miembro de este grupo selecto contribuía con su parte, canalizando su poder hacia el Archimago. Al mismo tiempo él, con la varita en alto, dirigía el flujo de energía, garantizando que la magia desbocada se estabilizara y fortaleciera, asegurando la continuidad y la integridad del mundo mágico frente al desafío sin precedentes al que se enfrentaban.

Mientras tanto, en el epicentro de la batalla en el Reino Faérico, la Dama Blanca, con su báculo resplandeciente de poder, se encontraba en una comunión mágica sin precedentes con la varita del Archimago, que emitía destellos de luz a través del vasto espacio que los separaba. En un momento de perfecta armonía, el báculo de Karianna y la varita de Kórux liberaron simultáneamente una oleada de energía pura que se fusionó en el aire, formando un arco de luz espectacular que iluminó ambos cielos. La poderosa luz, visible desde cada rincón del mundo, marcó el instante preciso en que el flujo mágico, desgarrado y errático, se recompuso, tejiéndose de nuevo en el tapiz intrincado que es la esencia misma de la magia. Este vínculo sostenido por el poder de ambos líderes mágicos, se convirtió en el eslabón final necesario para cerrar el último punto de ruptura de la corriente mágica del mundo.


De nuevo, la energía pura del flujo actuaba como un catalizador, invirtiendo el daño y tejiendo la magia que sostiene al Reino Faérico y fluye hasta el corazón de Calamburia. Era como si el propio mundo respirara aliviado, sintiendo cómo las heridas de su esencia se curaban bajo el toque sanador de este poder unificado, devolviendo la armonía y asegurando que el equilibrio entre todas las cosas volviera a ser como debía. 

Carmélida, con los ojos brillantes de emoción y la voz cargada de alivio y triunfo, no pudo contenerse.

—¡Lo hemos conseguido! —exclamó, elevando su voz por encima del resonar del torrente arcano— ¡Gracias al todopoderoso Titán!

En un rincón más tranquilo, Grahim conversaba con Trai, quien, inmersa en sus notas, documentaba cada detalle de lo sucedido.

—Reflexiona sobre los actos y sus consecuencias, Trai. ¿Crees que el pasado nos ofrece la llave para modificar nuestro presente? —preguntó Grahim, su tono que sugería más una invitación a la reflexión que una simple curiosidad.

Mientras tanto, Minerva, con una emoción que apenas podía contener, secó una lágrima discreta antes de abrazar fuertemente a sus sobrinos. Su voz teñida de un orgullo inmenso, les aseguró:

—Nunca he estado más orgullosa de vosotros, ni siquiera durante la batalla contra Eme y la oscuridad. Y mira que lo hicisteis bien entonces. Bueno, la verdad es que lo hacéis bien siempre —hizo una pausa, suavizando su expresión con una sonrisa cómplice—. Pero no se lo digáis a vuestra madre; no quiero que piense que me he vuelto una blanda.

Ramia, acercándose a Aodhan, compartió con él unas palabras de reconocimiento que resonaron profundamente.

—Tu hija estará orgullosa de ti, Aodhan. Lo que has hecho hoy… has ayudado a salvar Calamburia —su afirmación, simple pero poderosa, subrayaba la magnitud de su logro colectivo.

Al otro lado del mundo, la luz del día, ahora libre de la opresión de la batalla, bañó el Reino Faérico con una claridad nueva y esperanzadora. Las praderas reverdecieron con una vida renovada, los ríos fluyeron con aguas cristalinas, y el bosque cantó con las voces de sus criaturas.

Karkaddan, observando cómo las distintas razas del Reino Faérico compartían el mismo espacio con una novedosa camaradería, no pudo evitar comentar, con un toque de asombro y humor sutil:

—Miradnos, de estar a punto de despedazarnos a salvar el mundo juntos. No está nada mal para un día de cataclismo, ¿eh?

Airlia, con una refrescante sonrisa, añadió:

—Parece que el fin del mundo tiene su lado positivo; nos enseña a jugar bien juntos. Aunque espero que no necesitemos otra invasión para la próxima reunión.

Quercus, limpiándose el polvo de la batalla, añadió con un tono medio serio:

—Si alguien me hubiera dicho que terminaría luchando codo con codo con un efreet sin acabar chamuscado… probablemente le habría llamado loco —la afirmación del fauno provocó risas entre los presentes, aligerando el ambiente después de la tensión de la batalla.

Kárida se giró hacia Karianna, una sonrisa cómplice formándose en sus labios.

—Y tú y yo, hermana, tenemos una larga noche de historias por delante. ¿Quién diría que regresarías de Calamburia con tantos secretos?

Karianna, captando la insinuación juguetona de Kárida, le devolvió la sonrisa de igual calidez.

—Ah, los secretos de Calamburia… Algunos son demasiado extravagantes incluso para nuestros oídos faéricos —dijo dejando que la curiosidad flotara en el aire por un momento antes de continuar—. Pero estoy más interesada en cómo has mantenido la Aguja de Nácar a salvo en mi ausencia. Debes darme algunos consejos, hermana. Has sido todo un ejemplo a seguir.

Mientras se marchaban del lugar de la batalla Elga, con la seriedad característica de la Dama de los Enanos, detuvo a Sörkh, cuya aura de fuego iluminaba sutilmente el entorno. Con una voz teñida de preocupación, preguntó: 

—¿Has conseguido encontrar alguna señal de När, tu madre, la antigua Dama Carmesí?

—La he sentido en Calamburia —respondió Sörkh con un tono melancólico—, pero es como si su llama estuviera… cautiva. Su presencia es tenue, apenas un susurro entre el fuego.

Después de un momento cargado de silencio, Elga extendió sus brazos hacia la Dama Carmesí, cerrando el espacio entre ellas con un abrazo que decía más que palabras. Era un gesto que evocaba recuerdos de una intimidad compartida en el pasado, un lazo amoroso que el tiempo no había logrado borrar. 

—Gracias por no olvidarla, por no olvidarnos—, susurró Sörkh al oído de la Dama de Acero. Su voz estaba bañada en una mezcla de gratitud y añoranza, recordando los días en que su relación iba más allá de la amistad.

Las razas del Reino Faérico, alguna vez divididas por diferencias antiguas, se encontraron unidas en un abrazo de gratitud y hermandad.

En un rincón alejado del alboroto victorioso, Drëgo esbozaba una sonrisa triunfal, ignorando el dolor de la herida que manchaba su pierna de sangre. Hábasar, preocupado, se acercó para disculparse: 

—Lamento haberte soltado tan bruscamente; parece que te has lastimado con la caída.

Drëgo, minimizando el incidente con un gesto de su mano, respondió:

—No es nada, realmente. Drëgo solo tiene un pequeño rasguño, nada más.

Lo que el príncipe de las hadas no sabía era que la herida de Drëgo no provenía del contacto abrupto con el suelo, sino de un corte accidental infligido por un objeto en su bolso durante el aterrizaje. Ese objeto no era otro que un pequeño trozo de un cristal, que había recogido en lo más profundo  de la Torre de Skuchaín, cuando visitó a Kórux. Ese fragmento era el vestigio de una historia sombría, un espejo arcano donde Theodus había aprisionado a sus hermanas, y que, años más tarde, tras su destrucción por parte de unos eruditos, había liberado reflejos de oscuridad en todo el Reino de Calamburia.

Lejos de ser una simple reliquia, confería a Drëgo una fuerza descomunal, sobrepasando incluso la que había experimentado al absorber el poder de los canales de magia. Era como si, al contacto con su sangre, la esencia misma de la oscuridad lo alimentara, otorgándole la más tenebrosa de las energías.

Con la confianza de quien se sabe en posesión de un poder oscuro y antiguo, Drëgo murmuró más para sí mismo que para alguien más:

—Drëgo lo ha conseguido. Aurobinda tiene que estar orgullosa de Drëgo. Y el hado Carlin… será solo el primero de los experimentos de Drëgo.