Personajes que aparecen en este Relato
EL APRENDIZ, LA BRUJA Y EL ARDID
Drëgo aprovechó para escabullirse del solemne acto ante el barullo creado por el episodio del águila gigante. Llegó a la armería y comprobó que estaba vacía. El maestro armero habría acudido, sin duda, al sepelio de su rey. Era, sin duda el punto y la hora acordados, pero allí no había más que un grupo de cuervos que lo miraban con suspicacia.
—¡Malditos bichos! —refunfuñó el aprendiz de druida, pues su plumaje negro no hacía más que recordarle al collar de plumas que su maestro, el difunto Öthyn, gustaba tanto lucir como distintivo de su dignidad de Druida Supremo—. ¿Y dónde se habrá metido esta vieja bruja? Llega tarde a la cita.
Drëgo trató de asustar a los oscuros pájaros agitando su varita. Alzaron el vuelo y revolotearon formando una suerte de nube de plumas y garras en el aire que, poco a poco fue tomando más consistencia como atraídos por un único punto de gravedad. De ella surgió Aurobinda, Señora de los Cuervos, con su melena rojiza y una amplia sonrisa.
—La impaciencia siempre fue tu peor defecto, Drëgo —sentenció.
—Maestra —dijo el druida arrodillándose.
—No hace falta que te humilles tanto. Ya no soy tu profesora —dijo la bruja tratando de quitarle solemnidad a aquel encuentro—. ¿Por qué me has hecho venir? ¿Qué pasa? ¿Ese vejestorio avaricioso de Öthyn ha descubierto por fin la rata que en realidad eres y te ha expulsado de la Orden Druídica?
—No, mi señora —explicó Drëgo compungido—. Mi maestro ha fallecido en extrañas circunstancias.
El gesto de Aurobinda cambió de repente volviéndose mucho más circunspecto.
—¿Muerto? ¿El Druida Supremo ha muerto? —preguntó como si no diera crédito a las palabras de su interlocutor— ¿Y quién controla ahora el flujo de la magia entre los dos mundos?
—Ese es el problema, mi señora… —apuntó el druida—. La magia faérica está descontrolada. Drëgo y algunos seres fáericos hemos logrado huir por los pelos. ¿Será la venida de un Nuevo Cataclismo?
—No seas estúpido, los cataclismos del mundo faérico son un ardid.
—¿Un ardid? —ahora era Drëgo el que parecía confuso.
—Sí, mi hermano Theodus y Öthyn eran muy imaginativos. Y no me refiero solo a la hora de inventar cargos contra nosotras —apostilló la bruja con cierto resquemor—. Idearon todo un sistema de canalización con un solo objetivo: hacer que la magia del mundo faérico llegara de forma controlada y constante a Calamburia. ¡Han estado vampirizando a esas pobres bestias mágicas desde el principio! ¿Y las malas éramos Defendra y yo? —dijo con ironía— Para poder exprimir su magia idearon la Torre de Nácar y construyeron en el extremo opuesto la Torre de Skuchaín. A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que son dos puntos de canalización. Con la ayuda de los enanos, crearon un sistema de túneles que los conectara bajo tierra.
—¿Y el cataclismo? —dijo Drëgo tratando de asimilar la información— Yo mismo he estado a punto de morir por…
—Llaman cataclismo a una desregulación, una interrupción de los canales que hacen que la magia pura se acumule hasta saturar el sistema que ellos mismos han creado —explicó Aurobinda tan didáctica como en sus años de profesora de la Torre—. Creas un problema, luego una solución y, a cambio de ello, obtienes el poder. Es una vieja historia que se repite. Si lo piensas bien, es gracioso, ¿no? ¡Hasta poético, diría yo!
—Pero Theodus era bueno… —espetó el druida resistiéndose a creer lo que oía—. Además, si todo era un ardid, ¿por qué la ausencia de Öthyn iba a desbaratarlo todo? ¡Todo esto no tiene sentido!
—No para ti, mi joven y simple amiguito —rió ella—. El efecto del sistema es parecido al de una presa, Öthyn era el guardián eterno de esa presa, el que mantenía el flujo circulante constante que aliviaba la presión, pero, ¿qué sucede si deja de haber guardián y la presa se obstruye?
—¿…que acaba por estallar?
—Quizás no seas tan estúpido después de todo —apreció Aurobinda con cierto orgullo.
—Pero Öthyn llevaba años robando la magia de los canales… —apostilló Drëgo.
—Sí, el pobre anciano se mantenía fresco y lozano gracias a la magia faérica como yo me mantengo atractiva y joven gracias a la oscuridad —dijo coqueta mientras se atusaba la melena pelirroja—. Pero Öthyn, tras años de vicioso consumo del poder en estado puro, se hizo adicto a él. Theodus lo sabía, pero hizo la vista gorda, mi hermano era muy bueno haciendo la vista gorda cuando algo le beneficiaba —añadió con desprecio—. No le importaba que Öthyn maltratara a los seres faéricos o desviara parte del botín para su propio beneficio. Pero el anciano se fue consumiendo, a pesar de su aspecto jovial y, poco a poco se fue haciendo débil. Pero esa parte ya la conoces, ¿verdad Drëgo? Y dime, ¿así fue como pudiste matarle?
—¿Cómo sabéis que…? —el aprendiz se sintió desarmado por la inteligente mirada de la bruja.
—Siempre has sido transparente para mí, Drëgo. Recuerda que fui yo quien te enseñé a convocar tus primeros portales —dijo ella con cierto aire de nostalgia—. Eras un buen alumno. Si Öthyn no te hubiera reclamado como aprendiz, te hubiera llevado conmigo a Cuna de Oscuridad. ¡Tenías tanto potencial! Mentiroso, ladino, escurridizo… ¡un Ténebris hasta la médula!
—¿Pero ahora qué podemos hacer? Drëgo ha intentado controlar los canales pero e incapaz —reconoció Drëgo—, por eso recurre a vos.
—Y haces bien, soy la única maga de la Torre que queda viva de esa generación, la única que conocía el secreto de Öthyn para controlar el flujo de la magia —sentenció la bruja con suficiencia.
—Y, ¿ayudaréis a Drëgo?
Aurobinda calló mientras se miraba las uñas siempre perfectas y brillantes.
—Te confiaré el secreto —dijo moviendo su varita generando en el aire un rollo de pergamino blanco que el druida aferró con la mano derecha—, e incluso permitiré que, al igual que tu maestro, te nutras de la magia faérica hasta el fin de tus días.
—¿Y qué queréis a cambio? —dijo él con un tono algo desconfiado.
—Eres suspicaz, me gusta —sonrió Aurobinda—. A cambio solo te encomendaré una misión, pero es una misión importante. La magia del mundo faérico surge de los propios seres que lo habitan, ellos son el agua de la presa. Quiero que, al volver al mundo fáerico, inicies un proyecto muy especial —dijo moviendo su varita en el aire y generando de la nada un pergamino negro enrollado que Drëgo tomó con su mano izquierda—, uno que convierta nuestra fuente de agua clara en un agua más oscura y turbia, una que sirva mejor a nuestros propósitos. ¿Podrás hacerlo?
—Por supuesto, mi Señora de los Cuervos —respondió solícito el druida—. Tenemos un trato. ¡Palabra de druida!
—Y no se te ocurra romperlo, ¿eh, granuja? Ya sabes que no dudaría en destruirte —le advirtió la bruja con una sonrisa—. Y me dolería mucho, pues te cogí cariño en tus años de escuela. Eres de esa clase de tramposos que me caen simpáticos. Recuerda siempre que la Oscuridad sabe recompensar a sus sirvientes. Pero, si nos fallas —dijo levantando el índice a modo de advertencia— acabarás como tu maestro.