172 – LA ARMONÍA FAÉRICA

Personajes que aparecen en este Relato

LA ARMONÍA FAÉRICA

El bosque está triste. El bosque llora. 

Los árboles ya no bailan. El bosque llora. 

Las flores ya no crecen. El bosque llora. 

El río ya no corrre. El bosque llora. 

El liquen ya no trepa. El bosque llora.

Pero no está sólo. El bosque canta. 

En su esencia está la solución. El bosque canta.

Una cierva será su portavoz. El bosque canta.

Encuentra al que traerá la magia, la luz y la esperanza.

En la penumbra del alba, bajo el velo susurrante de la brisa del Bosque Mágico, mi conciencia emerge suavemente. Mi presencia, etérea y antigua, se desvela entre las sombras que danzan al compás de la brisa matinal. No soy como los mortales que caminan sobre dos piernas, ni tampoco una simple bestia del bosque. Soy una cierva, pero no una cualquiera; en mí habita el espíritu de lo faérico, un ser antiguo nacido de la esencia misma de la magia que permea cada hoja y cada susurro del viento entre los árboles. Este bosque, mi hogar eterno, es el núcleo de un mundo donde lo imposible florece con la naturalidad de la primavera.

Desde tiempos inmemoriales, he recorrido estos senderos ocultos, guiada por la luz de estrellas que nunca se ven en el cielo de los humanos. Mi existencia se entrelaza con la del bosque; soy sus ojos cuando la oscuridad cae, sus oídos en el silencio invernal, y su voz cuando la primavera susurra el renacer. Pero esta mañana, algo ha perturbado la armonía ancestral que siempre hemos guardado. Una inquietud se agita en las profundidades, un presagio de cambio, de una perturbación en el delicado equilibrio de nuestro mundo.

Una voz susurrante proveniente de las mismas entrañas del Bosque Mágico me convoca con urgencia, un llamado que no puedo, ni deseo, ignorar. Tengo que ayudarlo. Me pongo en pie, consciente de que cada momento es precioso y no hay segundo que desperdiciar. Desde hace ya un tiempo, somos testigos de un fenómeno inquietante: el tejido mismo de nuestra existencia se sacude con convulsiones, portales se abren sin cesar, desgarrando el velo de la realidad, sembrando el caos. Me pregunto, con una mezcla de temor y asombro, ¿qué tormenta azota a la magia que siempre ha sido nuestra guía y refugio, ahora tan salvaje y errática? ¿Dónde se hallará la Dama Blanca, guardiana de nuestro equilibrio? Siento cómo mi luz interior titila y se debilita, empujándome hacia el claro sagrado de la Aguja de Nácar.

Rápidamente, me aparezco en la penumbra de unos arbustos en frente del Círculo de Piedra, oculta entre las sombras, cuando Kárida, la Dama de los Unicornios, con su presencia imponente, capturó la atención de todos.

—Mi hermana ha sido vilmente asesinada. Una usurpadora de Calamburia, Anya la guardabosques, ha osado quitarle la vida y robar su identidad. He sido yo quien ha destapado esta traición y, en el combate posterior, donde defendía mi vida y nuestro honor, la cúpula del palacio se vino abajo, sellando así su destino.

Aunque su tono buscaba transmitir duelo y justicia, algo en sus palabras no resonaba con sinceridad. Como espíritu del bosque, podía sentir las corrientes de verdad que fluían más allá de las apariencias. La tristeza de la Dama Añil parecía una máscara, una fachada construida para ocultar sus verdaderas intenciones. En mi esencia, sabía que algo más se ocultaba detrás del relato de Karida; la Dama Blanca aún tejía su magia en el mundo, su presencia era un hilo tenue que me llamaba.

El cántico sagrado comenzó a elevarse, una melodía ancestral que resonaba con el poder de los eones, pero en ese momento, las notas parecían teñirse de oscuridad. Lo entendí de inmediato: esto no era más que un golpe de estado disfrazado de ritual. La urgencia me llenó, un llamado feroz y desesperado. Debía encontrar a mi señora. Sin perder un segundo, me deslicé fuera del círculo de piedra, movida por una determinación inquebrantable. La esencia de la Dama Blanca, sutil pero inequívoca, tiraba de mí, guiándome a través del velo de engaños y sombras. Era mi deber, mi propósito como espíritu del bosque, desentrañar la verdad y restaurar el equilibrio. La búsqueda de la verdadera guardiana de nuestro mundo había comenzado, y no descansaría hasta hallarla.

Atravieso la espesura del Bosque Mágico, convencida de que ahí encontraré las respuestas que busco. Interrogo a las majestuosas hayas, centinelas ancestrales del bosque; a los abedules, con sus ojos vigilantes; a los almendros de floración temprana; a los robustos nogales… pero el silencio es la única respuesta. Avanzo hacia las profundidades, hacia el Gran Sauce, corazón de la magia más ancestral, y espero. La urgencia y la necesidad me inundan: Karianna me necesita. ¿Dónde puede estar? Afinando mis sentidos, la visión se aclara: el Estanque de la Polimorfosis, santuario de nuestro encuentro pasado, se revela ante mí. Con la fuerza del bosque fluyendo a través de mí, me manifiesto junto al estanque.

—Mi señora, ¿ha llegado la hora? —pregunto. Y me respondo a mí misma acto seguido:. Sí, ¡está de parto!

—¿Cómo lo sabes…? —balbucea Karianna, sudorosa y débil.

—Fui yo quien envió el presagio a la Dama Esmeralda durante las convulsiones del sueño del Titán, para que os protegiera a ti y a Hábasar con su conjuro de Hiedras—le revelo—. ¿Dónde está el hado?

—Se ha ido a solicitar la ayuda de los druidas, nuestros benefactores. No se lo he dicho a nadie. Me encuentro sola —me confiesa, con una mezcla de resignación y esperanza.

—No, mi señora, yo estoy aquí con vos —le aseguro, ofreciéndole mi apoyo incondicional.

La asisto a respirar pausadamente y a empujar con suavidad. A pesar de su cansancio, siento que tiene la fortaleza para conseguirlo; tengo una corazonada. Pasan las horas y se mantiene estoica, empujando y respirando.

Poco a poco empiezo a ver unas pequeñas pezuñas seguidas por unas patas esbeltas, una cola grácil, y finalmente, un delicado hocico acompañado de las patas delanteras Ante mí tengo un precioso potro tordo con un pequeño cuerno que empieza a brillar con destellos sutiles. Karianna, con ternura, limpia con cuidado a su pequeño recién nacido y se levanta con dificultad. 

—Mi señora, es un potrillo precioso y está sano. Recibid mis más sinceras felicitaciones— susurro mientras mis ojos no pueden apartarse de la mirada inocente del joven unicornio— Y permitidme deciros, con toda la certeza que mi corazón puede albergar, que puede estar tranquila porque este potrillo lleva en sí la apariencia de un unicornio puro, sin el más mínimo atisbo de hada en su ser. Ni en aroma, ni en la delicadeza de flores nacientes sobre su piel se presiente la influencia de las hadas. 

En ese preciso instante, algo en el recién nacido captó toda mi atención, un detalle que no había percibido hasta ahora. Se trataba de una energía que envolvía su pequeña figura, una vibración sutil pero inconfundible que me resultaba extrañamente familiar. No podía comprender el porqué, pero algo en mi interior resonaba con esa presencia, como si alguna parte de mi ser reconociera ese aura, ese halo especial que lo rodeaba. Era como si esa energía me hablara en un lenguaje olvidado, evocando memorias y sensaciones que yacían dormidas en lo más profundo de mi conciencia. ¿Por qué me resultaba conocida? ¿Qué secreto ocultaba esa singular vibración que me atraía y me desconcertaba a partes iguales?

—La energía que emana de él, sin embargo, es inusual —. -Continué, observando cómo la luz del claro del bosque acariciaba su figura, revelando un aura única—. Posee un poder que no se identifica claramente ni con el de las hadas ni con el de los unicornios. Es algo nuevo, el inicio de un poder desconocido hasta ahora. Por cierto, ¿cCuál será su nombre, mi señora?

—Yardan —responde ella, con una voz que resuena con un matiz de fuerza renovada. —Es el nombre de un antiguo protector en las leyendas faéricas, un ser que trascendió las divisiones entre los reinos para unirlos. Creo que es el nombre perfecto para él.

—Gobernará sobre todos nosotros —afirmo, captando su mirada sorprendida—. Así lo ha señalado el bosque: “Del odio ancestral surgirá un nuevo amor y del amor la esperanza”.  Yardan simboliza ese futuro, el puente entre antiguos conflictos y la promesa de unidad y paz.

Ayudo a mi señora y su pequeño a recobrar fuerzas. La batalla no ha acabado. Aún tenemos que ir a la Aguja de Nácar para detener a Kárida y reclamar lo que legítimamente pertenece a Karianna. Al explicarle la situación, ella comprende la gravedad del asunto y, pese a la debilidad que aún la embarga, accede a acompañarme al ancestral círculo de piedra para recuperar su tiara. Con un notable esfuerzo conjunto, logramos materializarnos en el claro del bosque, bajo la mirada atónita de los presentes en el cónclave. La tensión en el aire es palpable, cortada solo por la voz quebrada de Kyara, la anciana faérica de los Unicornios, que reconoce a su hija entre la multitud.

—No puede ser —solloza Kyara—. ¿Eres tú, hija? ¡Te dimos por muerta!

—Soy yo, madre —explica Karianna—. Perdonadme, pero me vi obligada a esconderme por el bien de todo el Mundo Faérico .Confíé en una buena amiga para que adquiriera mi forma durante mi ausencia. Era mi mejor opción porque comprende profundamente el sacrificio, habiendo priorizado el bienestar de nuestro mundo por encima del suyo propio. Su valentía y honor la hacían la candidata perfecta para proteger mi lugar. Pero, ¿dónde se encuentra? ¿qué ha ocurrido con Anya?

—Atacó duramente a tu hermana que solo intentaba vengar tu muerte. Durante el enfrentamiento, hubo un fuerte temblor y el trono se derrumbó sobre ella. No sobrevivió —nos explica Drëgo, el joven druida.

La noticia golpea a Karianna como un rayo, sacudiendo su ser con una tormenta de dolor y furia, avivando en su interior la fuerza de la misma tierra..

—¿Habéis osado quitarle la vida a mi amiga, aquella que se sacrificó por mí, que estuvo a mi lado en mis momentos de más soledad…? —Su voz, cargada de incredulidad y acusación, corta el aire como un cuchillo—. ¿Has sido tú, hermana?

Desde mi posición, invisible a los ojos de los demás asistentes, observo la escena desplegarse, sintiendo el peso de cada palabra, cada emoción.

Kárida, falsamente compungida, responde con una voz que intenta vestirse de dolor y justificación.

—Fue en defensa propia —miente, con una habilidad que hiela la sangre—. Me reprochas por proteger nuestro legado, ¿pero qué hay de ti, hermana, que antepones a una extranjera sobre tu propia familia?

Karkaddan, el consorte de Karida, con su presencia imponente, interviene lleno de reproche y desdén.

—No te preocupas por tu sangre, Karianna. Estuve allí; estuvimos a punto de morir y perder el equilibrio mágico por tu negligencia.

La tensión se corta con el filo del cuerno de un unicornio. Karianna, con una furia que parece emanar de la misma tierra, grita, dejando al descubierto años de resentimiento y dolor.

—¡Siempre me has tenido envidia, Kárida! Esto es solo parte de tu malvado plan. Nunca te has preocupado por nadie; solo me has envidiado desde niña, y ahora, aún más, siendo yo la Dama Blanca

El grito desgarrador de Karianna reverbera a través del círculo de piedra, desatando una ola de emociones que se extiende hasta el más mínimo rincón del bosque. En ese preciso instante, el pequeño Yardan, escondido hasta ahora en las sombras protectoras de su madre, comienza a llorar. Su llanto, impregnado de una energía cálida y pura, resuena con una tristeza empática tan profunda que se anida en los oídos de los presentes, tejiendo un velo de melancolía que envuelve cada corazón.

—¿Y quién es ese potrillo que se oculta tras de ti? —interroga Marilia, la Dama Turquesa de las Ondinas, su voz teñida de curiosidad y cautela.

—Es mi hijo, Yardan. Su nacimiento me obligó a ausentarme, pero he regresado para retomar mis deberes, mientras Breena se encarga de su cuidado —responde, con una firmeza que brota de su recién descubierta maternidad.

—¿Y de dónde ha salido? ¡No me fío! —Elga, la señora de los enanos, lanza su acusación con una mirada desconfiada.

—¿Cómo podemos estar seguros de que no volverás a desaparecer? Los unicornios no son conocidos por ceder el liderazgo fácilmente —indaga la Dama Irisada, su escepticismo flotando en el aire cargado de tensiones antiguas.

En ese momento, siento cómo la energía de Yardan, aunque joven e inexperta, comienza a tejer un manto de calma alrededor nuestro. Emanando desde su pequeño pero firme cuerno, se extiende suavemente por el círculo, tocando a cada uno de los asistentes. Es una calma palpable, un bálsamo que suaviza las aristas de la desconfianza y el escepticismo, envolviendo el ambiente en una atmósfera de paz. Su presencia, pura e inocente promueve un entendimiento tácito entre todos: hay algo en ese pequeño ser que invita a la esperanza y alienta a la unión

—Mi ausencia fue por una causa justa, una dedicada al futuro de nuestro mundo. Yardan no es solo mi hijo; es el símbolo de un nuevo comienzo, la promesa de unión entre nuestras divisiones más profundas. Su presencia aquí no es motivo de discordia, sino una oportunidad para la esperanza y la reconciliación entre todos nosotros —declaro, mirando a cada uno de los presentes, buscando en sus ojos algún atisbo de entendimiento.

El silencio que sigue a mis palabras es tenso, pero en él, también hay espacio para la reflexión. Como Breena, el espíritu del bosque y narradora de esta historia, observo y espero, sabiendo que el destino de nuestro mundo faérico pende de la aceptación y la comprensión de esta nueva realidad. La presencia de Yardan, con su inusual nacimiento y su energía única, podría ser justo lo que necesitamos para curar las heridas antiguas y caminar juntos hacia un futuro de unidad y paz.

—Doy mi palabra de que no volveré a desaparecer ni a desatender mis responsabilidades para con el pueblo faérico —afirma Karianna con solemnidad—. Como muestra de mi compromiso, sugiero que cada dama designe a un guardia de su confianza para residir en la Aguja de Nácar hasta que su señora así lo decida. Estos guardias no intervendrán en asuntos de gobierno, pero servirán como embajadores de sus razas y mantendrán informadas a sus damas sobre los sucesos en la torre.

—Así será. En la luz de Nácar, unidos. —anuncia Kyara, dando por concluida la reunión con un tono que no admite réplica.

Entonces, ya no hay necesidad de continuar con el ritual —declara Tyria, lanzando una mirada cargada de significado hacia Kárida—. La Dama Blanca ha regresado.

Como se había acordado previamente, cada dama elige a uno de sus guardias más fieles para representarla en la Aguja de Nácar: la Ondina eligió al astuto Heleas; la señora de los Efreets, al letal Sîyah; la Dama de Acero, a Isaz, su hijo menor; la Dama de los Faunos, al valeroso Quercus; la Dama Añil, a su esposo; y Hábasar, el hado, se ofreció voluntariamente por las hadas. Tras la presentación de sus respectivos embajadores, las damas y sus comitivas partien hacia sus reinos, y Karianna, junto a su hijo, retoma su lugar en el palacio.

Tras volver del círculo de piedra y en cuanto se despejó la zona, Quercus, uno de los faunos guerreros más fieros del reino Esmeralda, invoca mi presencia a través del antiguo ritual:

—Señora espíritu del bosque, soy Quercus, guardia de la Dama Esmeralda, invoco tu sabiduría y protección en este lugar sagrado. Que la luz de la Aguja de Nácar sea testigo de mi llamado y guíe tu espíritu hasta mí —sus palabras, pronunciadas con reverencia, se mezclaban con los suaves susurros del viento, llevando su petición hacia el corazón del bosque.

—Por supuesto, Quercus. Acompáñame —le respondí, apareciendo de inmediato y guiándolo a un lugar más tranquilo a los pies del Palacio.

—Antes de que mi señora, la Dama Esmeralda se retire al Círculo de Ancianas, Quercus desea asegurarse de que la Dama Blanca tenga todo bajo control — me dice el Fauno, una vez que nos encontramos rodeados por el verdor eterno del bosque.

—¿A qué te refieres exactamente? —pregunto, sintiendo la importancia de sus palabras.

—La Dama Añil se muestra inquieta. Inició el ritual sin permitir que las ancianas faéricas examinaran el cuerpo de la supuesta Dama Blanca caída. Invocó vuestro espíritu, pero no debió recitar las palabras ancestrales puesto que no os presentasteis. Se apoderó del báculo y de la tiara y solicitó al druida supremo que comenzara el Ritual. Su sed de poder es evidente — me explica Quercus, con una gran preocupación que se observa en su mirada.

—Comprendo tus palabras, valeroso Quercus, y te agradezco el aviso. Mantendremos vigilancia sobre la Karida. Por favor, transmite a tu señora esta conversación y mi respuesta —aseguro, consciente del delicado equilibrio que debíamos proteger.

El hecho de que Quercus recurriera a mí, en un lugar tan distante de su hogar, subrayaba la gravedad de la situación. Kárida había deseado el título de Dama Blanca desde su infancia, y su intento de usurpación podría haber tenido consecuencias desastrosas para la magia que sustenta nuestro mundo. A pesar de esto, el encuentro con Quercus reafirmó mi compromiso de custodiar el equilibrio y la armonía en el reino faérico, protegiendo a Karianna y su recién nacida familia de cualquier amenaza, visible o no.

El mes transcurre sin sobresaltos, y la Dama Blanca logra establecer un lazo de confianza con los embajadores de las distintas razas faéricas. Cumplido el periodo de colaboración, los representantes parten hacia sus reinos para informar a sus respectivas damas sobre los progresos realizados. Se ha acordado que cada uno llevará a la dama de su raza un detallado informe de lo discutido y, posteriormente, regresará a la Aguja de Nácar portando las peticiones específicas de cada una. Este procedimiento, propuesto por los druidas, fue acogido positivamente por mi señora, estableciendo un flujo de comunicación y cooperación entre los distintos sectores del reino faérico.

Durante los paseos con Karianna por los jardines del palacio, nos deleitamos en la presencia del pequeño Yardan. En estos momentos de calma, Karianna revela la decisión de Hábasar de asumir su rol como padre, buscando formas de afirmar oficialmente su lazo con el potrillo. Su estrategia incluye solicitar la ayuda de Drëgo, el cordial aprendiz del líder druídico, y de Karkaddan, con quien ha establecido un vínculo significativo. Aunque la sagacidad de Drëgo es innegable, las verdaderas motivaciones de Karkaddan me generan escepticismo. Es mi deber mantener una vigilancia constante sobre él, además de asegurar el bienestar de Yardan. Este encantador potrillo, cuya paz es palpable en sus momentos de descanso, se ha convertido en una luz en nuestras vidas. Cada anochecer, me aseguro de visitarlo para impartir mis bendiciones y entonar la canción de cuna que tanto ama, rodeándolo de un ambiente de cariño y seguridad.

Entonan las ondinas un lindo cantar,

De un ser extinto que ha de resurgir.

Del odio el amor logrará despertar,

Y sobre todo lo oiremos rugir.

Corre pequeño, encuentra tu hogar,

El espíritu del bosque por ti velará.

Vuela mi niño y sé muy feliz,

Pues tu destino es sanar la cicatriz.