169- LA DAMA BLANCA II

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LA DAMA BLANCA II

En el salón del trono de la Aguja de Nácar, Anya, la guardabosques, sintió cómo la desesperación se adueñaba de ella al darse cuenta de que su final estaba cerca. Su engaño había sido descubierto: había vivido entre ellos disfrazada de Karianna, usurpando el título de La Dama Blanca.

Kárida, la Dama Añil, empuñaba con firmeza el báculo de su hermana, apuntando hacia ella con determinación. Las esperanzas de Anya de regresar a su hogar, de volver a los brazos de su amado Aodhan y de ver crecer a  su hija, se desvanecían tan rápido como las sombras al amanecer. En esos momentos decisivos, un torrente de recuerdos sobre su llegada al Mundo Faérico la inundó, rememorando días cargados de maravilla e inocencia que, ahora, parecían pertenecer a un pasado distante.

Un año antes en la lejana tierra de Calamburia…

—¡Hay que cerrar el portal! —gritó Aodhan, el guardabosques, luchando con todas sus fuerzas mientras controlaba un enjambre furioso de zizzers. Estas pequeñas pero temibles criaturas, con sus escamas relucientes y alas membranosas, revoloteaban en el aire creando un zumbido ensordecedor. Emitían descargas eléctricas que chisporroteaban en el aire, intentando frenéticamente atravesar el portal.

A su alrededor, los demás guardabosques, agotados y sobrepasados, trataban de contener el caos desatado por la maldición de las brujas. La torre de magia estaba casi a su alcance, pero la fatiga y el incesante ataque de los zizzers les hacía cada vez más difícil avanzar.

—¡Es el momento de que conjures un manto de Luz y Eco! —exclamó Anya con urgencia dirigiéndose a su hija Brianna que luchaba valientemente contra el enjambre de zizzers. Los portales entre Calamburia y el Mundo Faérico se abrían por doquier y no conseguían estabilizarlos.

—Hay demasiados, madre. —respondió Brianna con una voz que oscilaba entre la determinación y la desesperación—. No lograremos contenerlos por mucho tiempo.

Anya, como una de las mejores guardabosques de Skuchain, conocía bien la gravedad de la situación. Mirando a su alrededor, sabía que la única solución era cerrar los portales desde dentro. Con el corazón en un puño y guiada por el deseo de proteger tanto a su familia como a los mundos que estaba destinada a guardar, tomó una difícil decisión.

Miró una última vez a su marido Aodhan y a su hija Brianna, que luchaban valientemente contra el enjambre de zizzers y se lanzó hacia uno de los portales adentrándose en el Bosque Mágico. Allí, conectando de forma profunda con la naturaleza, canalizó la magia ancestral de los guardabosques. Comenzó a conjurar un hechizo poderoso y antiguo, uno que requería de todo su ser para cerrar todos los portales y salvaguardar ambos mundos.

El aire vibró con la energía de su hechizo. Un torbellino de luz y poder que emanaba de Anya conectó cada portal con un hilo de magia pura. Mientras el hechizo se fortalecía, la figura de Anya se tornaba cada vez más etérea, como si estuviera sacrificando parte de su propia esencia para completar el ritual.

Mientras Anya se adentraba en el portal, Aodhan lanzaba un último ataque contra los zizzers, dispersándolos con un poderoso conjuro de guardabosques. Pero ya era tarde: Anya había desaparecido, sacrificando su propia libertad para salvar los dos mundos.

Finalmente, con un último esfuerzo sobrehumano, Anya logró sellar todos los portales. El Mundo Faérico y Calamburia quedaron protegidos. Exhausta y debilitada por la magnitud del poderoso hechizo, Anya cayó en un profundo sueño: su cuerpo y espíritu estaban consumidos por la magnitud de su sacrificio. La guardabosques descansaba, habiendo asegurado la seguridad de su hija Brianna, su amado Aodhan y de los mundos que había jurado proteger.

Karianna, la joven unicornia e hija menor de la Dama Blanca, vagaba por los límites de las Praderas Añil cuando vio a una mujer tendida en el suelo. Sin dudarlo corrió a socorrerla. Adoptó su forma humana y cogió a la desconocida entre sus brazos. La mujer estaba alarmantemente débil, y Karianna, movida por un instinto de compasión, decidió compartir su luz mágica con ella. Su cuerno empezó a brillar con un resplandor suave y curativo, transfiriendo energía vital a la extraña. A medida que el brillo del cuerno iluminaba el rostro de la desconocida, esta comenzó a recobrar su color y su semblante. Era fascinante: salvo por el cuerno, las dos eran como dos gotas de agua. Rubias, hermosas, de ojos claros y con un rostro pálido y radiante. Karianna, con la paciencia y serenidad que caracterizaba a los de su especie, esperó a que la mujer despertara. Se preguntaba quién podría ser y qué circunstancias habrían llevado a una criatura tan similar a ella a caer en un estado tan vulnerable en las praderas.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? —preguntó Anya confundida y desorientada.

—Tranquila —respondió la unicornia con suavidad—. Soy Karianna, hija de la Dama Blanca. Te encontré inconsciente en el suelo. Debiste caer en uno de los portales. ¿Cómo te llamas?

—Soy Anya. Soy guardabosques —explicó—. Estaba con mi esposo y mi hija intentando estabilizar los portales y entré en uno para cerrarlos desde dentro… y ahora… estoy atrapada aquí. ¡No podré volver a ver a mi familia!

La guardabosques rompió a llorar desconsolada mientras Karianna enjugaba sus lágrimas con un elegante pañuelo blanco. Se quedó todo el día junto a ella hasta que el cielo comenzó a oscurecerse. Al caer la noche, Karianna decidió llevar a Anya a su hogar, un lugar seguro donde podrían cuidarla. Al llegar, Kora, la tía de Karianna, les dio la bienvenida. Esta mágica unicornia, más joven que su madre tenía un cuerno único y elegante que se retorcía hacia la izquierda en una espiral iridiscente, reflejando destellos de colores como un arcoíris encerrado. En el reino añil, Se rumoreaba que la peculiaridad de su cuerno reflejaba su intensa vinculación con el Reino de las Hadas, algo no bien visto entre los de su especie. Kora recibió a las visitantes con una mezcla de sorpresa y preocupación. Rápidamente, preparó una habitación para Anya, asegurándose de que estuviera cerca de la suya para poder atenderla durante la noche. Exhaustas por los eventos del día las tres se retiraron a descansar. Necesitaban recuperar fuerzas para poder afrontar el día siguiente. Entonces tendrían tiempo para hablar más detenidamente y buscar una solución a la difícil situación de Anya. La guardabosques, aunque agradecida por la hospitalidad, no podía dejar de pensar en su familia y en su hogar, esperando encontrar una manera de regresar con ellos.

El sol entraba por los ventanales del precioso palacio de la hermana menor de la Dama Blanca, despertando a las mujeres. Aquella mañana, Anya se dirigió a reunirse con su anfitriona, tal y como habían acordado el día anterior. Durante su conversación Kora le compartió detalles sobre la familia real de los unicornios. Le explicó que su hermana, la Dama Blanca, y su sobrina, la Dama Añil, residían en la Aguja de Nácar, mientras que a ella le habían encomendado la responsabilidad de educar a la hija menor. Sin embargo, la tarea no había resultado tan fácil como cabría esperar. Si bien Karianna era una dulce y alegre potrilla, también era bastante traviesa. Solía salir a trotar por las praderas, la meseta, el Bosque Mágico e incluso iba al Estanque de la Polimorfosis a espiar a los incautos que decidían bañarse en sus aguas. La joven necesitaba protección, pero odiaba que su tía la acompañase a todas partes. Por eso, la anfitriona de Anya le propuso una solución: que la guardabosques acompañara a su sobrina en sus aventuras. De esta manera, Karianna tendría la compañía y protección que necesitaba y Anya podría informar rápidamente de cualquier problema que surgiera. La calamburiana aceptó de buen grado; la potrilla le transmitía una inmensa ternura y estaba segura de que disfrutaría de su compañía.

Mientras el sol se ocultaba tras las colinas tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados, Anya contemplaba el horizonte desde el palacio. A su lado, Karianna, con su habitual alegría y energía, hablaba entusiasmada de sus planes para el día siguiente. Sin embargo, en el corazón de Anya un profundo anhelo seguía ardiendo: el deseo de reunirse con su familia. Aunque la separación era dolorosa, la presencia de su nueva amiga le brindaba consuelo y esperanza. La joven unicornia había traído un pequeño rayo de luz a su vida, y en su compañía, la calamburiana encontraba la fortaleza para enfrentar cada nuevo amanecer. Con cada aventura que compartían, crecía su convicción de que algún día encontraría el camino de regreso a su hogar y a sus seres queridos. Por ahora, se aferraba a la esperanza y a la amistad que había florecido en este inesperado rincón del mundo mágico. Con la mirada fija en el cielo que cambiaba de color, la guardabosques sabía que, mientras estuviera junto a Karianna, nunca estaría sola en su búsqueda.