En el Vacío.
En mitad del espacio que se extiende en el después de todos los tiempos, dos figuras oscuras y solitarias se movían como dos moscas tratando de escapar sin éxito del tarro de vidrio en el que habían sido atrapadas. Ventisca miró a Kashiri con un gesto cargado de reproche.
—¿Y ahora qué? —dijo la aisea no sin cierta amargura—. Íbamos a demorarnos solo un poco para que tú tuvieras tu estúpida venganza y hemos terminado atrapadas en el peor de los lugares posibles.
—¡Maldigo una y mil veces a esos condenados inventores! —sentenció la Emperatriz del Inframundo desesperada—. Aunque creo que, con el último rayo de mi báculo, he podido alcanzar al menos a uno de ellos… —trató de consolarse en vano.
—¿Y se puede saber de qué nos sirve si estamos atrapadas? Doblemente atrapadas: atrapadas dentro de un sueño, y atrapadas en el Vacío. Nunca escaparemos de esta cárcel.
—Tiene que haber un modo de salir de aquí —dijo pensativa Kashiri mientras trataba de serenarse—. Por suerte mi fiel báculo sigue conmigo. En su interior habitan los Seis Altos Demonios, los seres más poderosos del inframundo. Mi predecesor los confinó en este arma que yo misma le robé. Ellos son la verdadera clave de mi poder. Los liberaré y, cuando se sepan atrapados aquí con nosotras, se verán obligados a utilizar su poder si no quieren permanecer aquí encerrados por el resto de la eternidad.
—¿Y si se niegan a ayudarte? —objetó Ventisca tratando de usar sus poderes sin éxito para abrir una brecha en el vacío—. Al fin y al cabo deben de haber estado macerando su rencor durante siglos.
—No tendrán opción —sonrió malévola Kashiri—. No creo que quieran quedarse en este agujero por toda la eternidad.
—Pues entonces inténtalo, no quiero pasar aquí ni un minuto más —sentenció la aisea cruzando sus brazos con impaciencia.
—Desactivaré momentáneamente el sello que los retiene y luego los liberaré…
Movió su mano sobre el báculo y este vibró, su piedra se encendió y, acto seguido, la Emperatriz formuló su petición.
—Oh, Altos Demonios, vosotros que habéis sido mi fuente de poder —comenzó a pronunciar con voz regia—. Abandonad vuestra cárcel y ayudadme a abandonar la mía. Yo que gobierno en el mundo que está debajo del mundo, os lo ordeno. Yo que soy vuestra ama y señora, os exijo.
Se hizo un silencio en el que pareció escucharse un leve susurro proveniente del propio báculo. Era un murmullo múltiple casi como el de un enjambre de insectos. Finalmente pudo escucharse una respuesta.
—Lo siento, Emperatriz —profirió una voz cavernosa proveniente del mismísimo corazón de aquel bastón mágico—. Los Altos Demonios han deliberado. Ya no nos eres útil. Aquí se separan nuestros caminos. Regresamos a casa. Adiós y buena suerte en vuestro nuevo confinamiento eterno. Acto seguido, el báculo se volatilizó dejando la mano de Kashiri vacía y sus mirada desencajada.
—¿Cómo? —murmuró ella con un hilillo de voz mientras golpeaba el suelo que sonaba desesperadamente opaco—. Traición…
—No puede una fiarse de un demonio —apostilló Ventisca—. Parece que vamos a pasar aquí unas largas vacaciones —comentó examinando aquel sombrío y lúgubre lugar—. Y lo malo es que no me gusta el sitio… ni la compañía —apostilló en voz baja mientras su compañera se desplomaba sobre sus propias rodillas.
En el Inframundo
Grilix y Trillox eran dos pequeños diablillos domésticos de garras retorcidas que servían en el Palacio de la Emperatriz del Inframundo. Limpiaban con espemero el trono de la Kashiri temerosos de que, a su regreso, les castigara si no lo habían mantenido todo impoluto.
—He pasado una noche horrible —se desahogó Grilix con su compañero sin dejar de sacar brillo—. He soñado que los condenados nos atormentaban a nosotros.
—Yo tampoco he pasado buena noche, la verdad es que últimamente las cosas andan revueltas incluso aquí. ¿Se sabe ya cuándo regresará a casa su Majestad? —preguntó Trillox al otro en un tono que mezclaba el temor con el deseo.
—Partió hace un tiempo con Lady Ventisca, pero supongo que no tardarán en…
Su voz se interrumpió ante la explosión de luz demoníaca les cegó.
—Por todos los condenados de la Sala del Lamento —exclamó Grilix con voz temblorosa—. ¡La Emperatriz está de vuelta!
Pero lo que apareció en la sala del trono no fue la sinuosa silueta de Kashiri sino seis sombras de aspecto imponente y aterrador. Simultáneamente, en el suelo, se materializó el báculo de Kashiri, sin atisbo de su antiguo brillo. La más corpulenta de las figuras, que llevaba una oscura capucha, rompió el silencio con su voz cavernosa.
—Hermanos, ya estamos de vuelta en casa —sentenció retirándose el capuchón y dejando ver su cráneo pelado. Su perilla azabache enmarcaba una mueca que, en un rostro menos violento, podría haber sido una sonrisa de satisfacción. Se trataba de Abraxas, Señor de mil legiones, el mayor de los seis Altos Demonios.
—Abraxas querido —susurró su hermano Axbalor poniendo su delicada mano sobre el hombro del más corpulento—. Ahora que Kashiri ha caído, ¿no ha llegado el momento de que los demonios vuelvan a gobernar el Inframundo que les vió nacer?
—Siempre tan codicioso… —susurró la hermosa Luxanna, la más bella de entre los súcubos con un gesto de desprecio—. ¿Te has olvidado del juramento? Vamos, Axbalor, ya hemos pasado por esto.
—No lo he olvidado, es solo que hoy me he levantado, creativo… —dijo el demonio con una sonrisa encantadora.
—Aunque ellos no lo sepan, los emperadores y emperatrices del inframundo son en realidad nuestros sirvientes —apostilló Axbalor lanzando una mirada condenatoria a su hermano
—Como sin duda recordarás, hay dos razones principales —explicó Xezbet, el hermano pequeño, con gesto didáctico. Una es el alimento —añadió mientras parecía empezar a salivar—. Los demonios comunes pueden alimentarse del tormento de un alma cualquiera, pero un Alto Demonio requiere de platos más elaborados.
—Lo sé, lo sé —admitió Axbalor con tono de estar cansado de oír la misma cantinela—. Mis refinados hermanos no degluten cualquier cosa. Tienen que alimentarse del néctar del sufrimiento humano mejor destilado.
—Exacto —añadió Xanthara, la inteligente súcubo, con su rostro pálido y los ojos muy abiertos—. Recuerdo que fue idea mía, hace milenios. Hartos de pasarnos la eternidad seleccionando las almas más puras y luego atomentándolas y consumiéndolas, inventamos nuestra propia cosecha. ¡Un plan genial!
—Encontrar un alma, una sola, que fuera lo suficientemente pura, tierna y cándida… —apostilló Xezbet—. Y provocar en ella el desgarro definitivo de su alma.
—Lo primero —dijo Luxanna como si recordara una antigua receta de cocina— es encontrar un corazón puro.
—Lo segundo —añadió su hermana Xanthara— es hacer de él un corazón roto.
—Y la última parte de la receta, es concederle el don de la inmortalidad —concluyó Axbalor con retintín demostrando que recordaba el procedimiento al dedillo—. Descubrimos que podíamos alimentarnos durante siglos del sufrimiento de un corazón puro si se había macerado lo suficiente en el sufrimiento. Oh, es como si todavía pudiera degustarlo…
—Tengo hambre —suspiró Luxanna.
—Y yo —añadió Abraxas frunciendo su poblado ceño.
—Pero la parte más importante era la que yo me inventé —dijo Xezbet, señor del engaño, orgulloso de sí mismo, haciendo caso omiso del rugido de las tripas de sus hermanos—. Nombrar a nuestra víctima Emperador del Inframundo y vivir en su báculo absorbiendo poco a poco el sufrimiento de su alma inmortal. Podemos vivir siglos absorbiendo su esencia hasta que, sin saberlo, se vea completamente consumida y tengamos que deshacernos de ellos. Pero mientras nos son útiles, ordeñamos su sufrimiento mientras viven rodeadas de de una cárcel de oropeles sin saberse prisioneras.
—Es mejor para la pobre Emperatriz —le apoyó su hermana, la inocente Nexara que se había mantenido en silencio hasta entonces—. Y, además, pusimos fin a nuestra guerra gracias a esa gran idea. Fue lo mejor para todos —sonrió la súcubo buscando infructuosamente las miradas de aprobación de sus hermanos.
—Pero en su afán, los mortales han jugado con fuego y se han terminado quemando —culminó Abraxas tomando del suelo el Báculo de la Emperatriz—. Kashiri se ha condenado a sí misma, por lo que ya no nos sirve. Y ahora…
—Ahora ha llegado el momento de encontrar una nueva víctima, supongo —sugirió Axbalor—. Perdón, quise decir “de coronar una nueva Emperatriz”. A no ser que queramos volver a rebajarnos a atormentar almas de pacotilla todos los días, para rebañar los restos de su ordinario y vulgar dolor.
—Nadie quiere eso —dijo Xezbet—. Ha llegado el momento de encontrar una nueva alma a la que entronar.
—Cierto —convino Abraxas—. De hecho ya había pensado en ello. Pero nosotros llevamos siglos viviendo en un Báculo, no conocemos este mundo. Puede llevarnos tiempo dar con el alma adecuada.
—Altos Demonios del Inframundo, permitid que me presente ante vosotros. Soy Aurobinda, Señora de los Cuervos. Bruja y fiel sirviente de la Oscuridad.
—¿Y que te trae por nuestro reino sin ser invitada, Aurobinda? —preguntó Abraxas manteniendo las distancias.
— He sentido la presencia del báculo ante la desaparición de Kashiri. He venido a jurar lealtad a la Oscuridad que habita bajo la tierra y no he podido evitar escuchar vuestras necesidades. Necesitáis un corazón puro, ¿no es así? Yo os lo puedo proporcionar e incluso os puedo mostrar como quebrarlo de la forma más rápida y eficiente.
—Me cae bien —observó Axbalor dirigiéndose a sus hermanas.
—¿Y qué ganarías tú con ello, bruja? —inquirió Abraxas reduciendo su suspicacia.
—Mis huestes han sido mermadas. Kashiri ha sido neutralizada, mi más fiel aprendiz ya no está entre nosotros y el alma de la reina Oscura que crearon los Consejeros ha sido purificada por culpa de ese maldito Archimago. Sinceramente, las cosas no pintan bien. Pero quizás, si las cosas se arreglan en el inframundo, juntos podamos volver a poner en jaque a esos héroes de pacotilla. Necesito un nuevo ser de oscuridad que esté a la altura de Dorna. Y solo una emperatriz del Inframundo puede estar a la altura de la Reina Oscura. Dejadme ayudaros a conseguir vuestro corazón roto: vosotros ganáis, yo gano.
—Está bien, Aurobinda, llévanos ante tan suculento manjar y serás recompensada — la apremió Luxanna relamiéndose los labios.
—Mis apreciados Altos Demonios, los más poderosos íncubos y súcubos del Inframundo —respondió la bruja con una reverencia—, estoy aquí para servir. Y no temáis, vuestro secreto sobre la verdad de las Emperatrices, estará a salvo conmigo —añadió en tono amable pero pero con un brillo siniestro en los ojos.