156 – RETORNO A LA TIERRA I

–Lo que deseo es que toda Calamburia despierte de su dulce sueño, pero sólo para sumergirse de por vida en un Reino de Pesadillas. Un lugar donde todos sus temores se hagan realidad, una noche eterna donde la oscuridad y el terror campen a sus anchas y atormenten a las tiernas y débiles mentes de todos los que pueblan esta tierra.

De pronto se hizo el silencio en la arboleda de Catch-Unsum. Eme, el que tanto había luchado contra la oscuridad, acabó sucumbiendo a ella. El bosque empezó a desaparecer en una densa nube negra cargada de azufre. Seis relámpagos de diferentes colores cayeron sobre el mago con un estruendoso rugido y lo elevaron por encima de los árboles. Artemis echó a correr, pues sabía lo que el tenebroso mago planeaba y necesitaba buscar ayuda. Los calamburianos también huyeron aterrorizados, perseguidos por los oscuros brujos. Sólo quedó Eme, un nuevo receptáculo de la Oscuridad. 

Tras acabar el ritual el mago se desmayó sobre el tocón del primer árbol. A su lado se movía inquieto un viejo amigo; una antigua criatura voladora con forma de pelusa que de tantos problemas le había sacado cuando aún estudiaba en la torre arcana.

Después de una dura travesía Artemis vislumbró la silueta de la mágica torre. Aún había esperanza. Apretó el paso con renovadas fuerzas hasta llegar al portón donde Minerva lo esperaba. Aquella mañana el mágico laúd del trovador había empezado a entonar una preciosa marcha que llamaba a la lucha. Sin duda había notado la inminente llegada de su intérprete. La erudita recibió al viajero, le ofreció un puchero de jabalí y una jarra de vino. Una vez hubo comido y reposado, los dos se dirigieron al despacho de su anfitriona para hablar. 

Durante más de dos horas Artemis le relató los terribles sucesos que había presenciado: cómo Eme lo raptó e intentó matar a los hermanos Flemer, cómo éstos inventaron una máquina del tiempo con la que hicieron desaparecer a las guardianas del Inframundo, cómo el brujo los transportó a la arboleda de Catch-Unsum y cómo utilizó la esencia de la divinidad para sumir al continente en una pesadilla sin fin.

Minerva se alarmó. Ella había hablado con  Teslo y Katurian acerca del diseño del artilugio y, según sus planes, los hermanos deberían haber vuelto al faro hacía una semana, pero no lo habían hecho. No lograba contactar con ellos. Se esperaba lo peor. 

Los profesores de magia Férula y Gónagan irrumpieron alarmados en el despacho de Minerva. Gónagan había tenido una premonición acerca del final del V Torneo y, como de costumbre, había acertado.

–Minerva –dijo Férula– ¡si eso es verdad tenemos que actuar cuanto antes! Las brujas no tardarán en venir a Skuchaín. Al fin y al cabo, es aquí donde se canaliza la magia de la Aguja de Nácar y a donde llega la esencia más pura. ¡Estamos todos en peligro!

–Tienes razón –convino la erudita–, pero tenemos que actuar con cautela. Vosotros os encargaréis de la seguridad de la escuela mientras nosotros buscamos una solución. Por favor, mandad llamar a Félix, Calum, Baufren y mis sobrinos.

La pareja salió a toda prisa a cumplir las órdenes de Minerva. Skuchaín nunca había caído bajo el yugo del mal y no lo haría bajo su mando.

La erudita y el trovador se quedaron en el despacho consultando viejos tratados de magia en busca de una solución, pero los dos sabían que ésta se encontraba lejos del mundo terrenal. 

Tal era su abstracción que ni siquiera se percataron de la llegada del preclaro, el alquimista y el duende mayor.

–¿Nos has llamado? –preguntó Félix

–Sí. Tenemos un problema y necesitamos vuestra ayuda y la del Libro de la Sabiduría –declaró la erudita.

–El libro está en el lugar al que pertenece alejado de las codiciosas manos de los calamburianos. No permitiré que salga del mundo de los duendes –sentenció Baufren.

–Venerable duende –intervino Artemis– se trata de una emergencia. Eme ha absorbido la Oscuridad y temo que pueda absorber parte de la esencia de los grandes demonios. Necesitamos extraer la oscuridad de su alma.

–¡Eso es imposible! –exclamó el alquimista– Están encerrados en el báculo de Kashiri y sólo un poderoso ritual los podrá liberar.

–Temo que la emperatriz haya muerto –aclaró el músico–. Yo mismo vi cómo los inventores luchaban contra las guardianas y las hacían desaparecer.

–No puedo sacar nuestro libro sagrado sin asegurarme de que esté a salvo. 

–Lo entendemos –afirmó Félix–, no utilizaremos el libro hasta el último momento. Lo primero es encontrar a Eme. ¿Podréis encontrarlo los duendes? Podríais usar el poderoso imagitarro para que duerma.

–¿Y en qué puedo ayudar yo? –preguntó Calum–. ¿Sabéis ya dónde encerrarlo?

–Eso es. Félix y yo hemos estado estudiando en secreto la piedra donde Eme encerró a Sirene. Necesitamos que la prepares, ese será el receptáculo.

En ese momento entraron en la sala los tres hermanos y sobrinos de Minerva: Periandro, Aurora y Carmelida.

–Aurora, que bien que hayas llegado. -exclamó Callum-. Me serás de gran ayuda analizando la piedra. Erudita Sybilla, nos pondremos con ella de inmediato y…

 –No –interrumpió Minerva–. Necesitamos ser mucho más rápidos. Aurora irá con Carmélida y Periandro a buscar a Eme y en cuanto lo encuentren y tengamos todo listo les enviaremos la piedra y ellos mismos harán el ritual. Es más rápido y seguro de esta forma.

–Está todo claro. Nos avisaremos con cualquier noticia –sentenció Félix.

Salieron todos del despacho y empezaron con los preparativos del plan de los eruditos.

Mientras tanto, una nueva tragedia se fraguaba en Cuna de Oscuridad, donde Aurobinda y su séquito buscaban sin descanso el báculo de la desaparecida emperatriz.

–¡¿Cómo que no sabéis dónde está!? –gritó Aurobinda–. ¡Estoy rodeada de ineptos! Ya lo decía mi hermana, que Eme era el único brujo con un atisbo de inteligencia. Es un báculo con seis demonios dentro. ¡No puede pasar desapercibido!

–No funcionan los cristales negros –se disculpó Caila–. No podemos percibir su magia. No lo entiendo, mi señora Aurobinda, nunca han fallado los fragmentos del espejo oscuro donde conocisteis a la oscuridad.

–¡¿No lo entendéis?! ¡Necesitamos el báculo!

–Mi Señora de los Cuervos –saludó Ménkara irrumpiendo en la biblioteca escoltada por dos cuervos– ¡Lo hemos encontrado!

Ménkara agitó su varita y con un rápido movimiento las lúgubres aves perdieron su plumaje y se transformaron en dos niños. Tras años de experimentos, Aurobinda logró crear un hechizo para transformar a los niños en yatagarami; poderosos cuervos oscuros que se sometían a la voluntad de su señora. Zabyty y Nakali fueron los primeros en superar los experimentos. Al no tener familia, su alma era muy vulnerable y nadie los buscaría. Desde su transformación se habían convertido en los más hábiles espías de la bruja. Sobrevolaban rápidamente los vastos campos de Calamburia. Nada escapaba a su vista ni, por ende, a la de su señora.

Los dos niños explicaron que los cristales de Caila habían reaccionado en las puertas de las Cuevas del Rechazo por lo que no había duda de que el báculo se encontraba en lo más profundo y oscuro del Inframundo.

–¡Perfecto! –exclamó la bruja con una maquiavélica sonrisa en los labios– Ahora sólo falta traer a Eme y coronar a una nueva emperatriz para el Inframundo. ¡Tesejo! ¡Ménkara! Buscad una nueva guardiana. Una mujer simple a la que nadie eche de menos. Caila quedate en Cuna de Oscuridad e informa a nuestros aliados del mundo faérico. ¡No metáis la pata!

–No, mi señora –respondieron los jóvenes brujos al unísono.

Aurobinda salió de la habitación seguida de cerca por su discípula y los dos niños convertidos de nuevo en cuervos.