En los albores del universo, antes de que el mundo fuese mundo y la existencia se abriese paso por la creación, no había nada. Era una nada infinita, palpitante, hirviendo de posibilidades y de universos esbozados. La nada se extendía más allá de cualquier tipo de percepción, cruzando dimensiones, realidades y universos. La nada era todo, y a la vez, no era.
Y de repente, la nada dejo de ser nada. Y simplemente existió.
El pasado fue, y por su simple existencia, el universo y las infinitas dimensiones de realidades iniciaron su largo y eterno camino de la existencia. Al existir un pasado, al retirarse la nada y abandonar al universo lejos de su cálido abrazo, la realidad empezó a existir. El pasado obligó a la realidad a crear vida para poder alimentar su ávida necesidad de tener un origen, y así es como nació el universo: para saciar la sed de un mecanismo imparable.
Es en esta inexorable búsqueda de posibilidades que pudiesen crear un pasado en el que nació el presente. Al contrario que el pasado, el presente no era más que el aire que sostiene el colibrí o el cauce del río que contiene el agua. No tenía ninguna sed ni ninguna necesidad, su único cometido era sostener la existencia, darle un propósito y dejarla fluir hacia su curso natural, el pasado. Gracias al presente, la materia tomó forma, las fuerzas elementales surgieron con rabia primitiva a rellenar los confines del universo.
Y en este caldo de cultivo, en esta olla primigenia de vida y muerte, surgió el futuro. Futuro no tenía la avidez insaciable del pasado ni la neutralidad infinita del presente: el futuro era el caleidoscopio de posibilidades del mañana, la fuente de crecimiento, la búsqueda del propósito. Futuro le dió sentido a la existencia, le dió una razón. Y así es como Pasado, Presente y Futuro, fueron y el universo se creó.
Pero la existencia, en su aleatoriedad y su sinfín de posibilidades, dió a luz a una vida que sobrepasaba el entendimiento del tiempo: las criaturas humanoides. Dotadas de consciencia propia, habían heredado de alguna manera la capacidad de atesorar el pasado, vivir el presente y poder soñar con el futuro. Ninguna criatura viva alcanzaba semejante potencial, e hicieron algo que alteró para siempre el curso de la existencia: hizo que Pasado, Presente y Futuro cobrasen consciencia de sí mismos. Quizás un hecho esté ligado al otro, quizás las criaturas humanoides no son un capricho de la vida sino un remanente inconsciente del tiempo, nunca lo sabremos. Pero el mismísimo tiempo se hizo verbo y adoptó un nombre: Urd, Verdandi y Skuld.
Como entes incorpóreos, se dedicaron a estudiar esos extraños seres pensantes, que no sólo entendían el concepto del tiempo, sino que además lo medían, aprisionaban y explotaban para sus propios fines. Los tres vértices del tiempo bailaban entre la fascinación y la curiosidad etérea al ver como su infinitud cósmica podía verse capturada y disecada de una manera tan banal. Tal fue su fascinación que poco a poco, el ente incorpóreo conocido como tiempo se volvió carne, sufriendo la enfermedad de la humanidad: las emociones.
Adoptaron la forma de tres mujeres encapuchadas, para poder observar el mundo con discreción, pero sólo despertó el principio de un mito. El mito se convirtió en leyenda, y no hay nada como una historia fantástica para impulsar a miles de personas a través de las eras para lograr tener un encuentro con aquellas míticas criaturas conocidas como las Nornas.
Su localización no puede definirse con la simple tinta de un mapa ya que las Nornas, como el tiempo, nunca permanece en el mismo lugar. Su aparición suele ir ligada a la curiosidad y a las personas cuya línea temporal está llena de oportunos matices. De nada sirve suplicar su nombre o implorar piedad: las Nornas son impasibles e inmutables. Solo algo puede perturbar su etérea neutralidad: los diversos intentos de asesinato que han sufrido con el paso del tiempo. La naturaleza humana, esa misma fuente de luz y oportunidades aleatorias que las atrae es capaz de destruirlas. Pero solo su forma física, que vuelven a recuperar tarde o temprano. Su venganza es implacable y justa, como el paso del tiempo. Es por eso que nadie recuerda su rostro: es inmutable y cambiante.
Muchos han acabado topándose con las Nornas, aunque en realidad, son las Nornas las que se han topado con ellos.
Uno de aquellos elegidos fue el joven Illia, que recorría el bosque a la luz de una antorcha con paso firme, mirando a su alrededor impaciente. Pasó por un claro en el que se erigían tres altos dólmenes, tallados y colocados en ese lugar desde tiempos inmemoriales. El joven se detuvo para reorientarse y dió un paso atrás asustado al darse cuenta que las piedras se habían convertido en tres damas de blanco encapuchadas.
– Sois acaso… a las que llaman… ¿Las Nornas?
– Lo fuimos – dijo Urd.
– Lo somos – dijo Verdandi.
– Y siempre lo seremos – sentenció Skald.
– ¡Gracias al Titán! Me ha guiado hasta aquí el gran Archimago Theodus, el consejero real. Al parecer ha acudido a vosotras en el pasado, y esperaba que… – empezó a suplicar Illia.
– Recordamos al Archimago. Y recordamos la caída de su familia – dijo Urd.
– Y recordamos el precio que tuvo que pagar y que seguirá pagando para siempre – dijo Skald.
– ¿Quieres tú pagar el precio de conocer tu destino? – preguntó Verdandi.
– No puedo echarme atrás y estoy desesperado. No soy un guerrero, pero me están empujando a serlo. No le queda mucho tiempo al Rey Rodrigo I, y mi padre pronto ocupará su trono. Muy pocos aprueban esta sucesión y puede que estalle una guerra civil. Temo tener que luchar contra mi propia familia. Yo sólo deseo estar con mi amadísima Cassandra…
– ¿Deseas saber cuál es tu futuro, joven con la sangre de reyes? El simple hecho de saberlo podría cambiar la propia realidad – dijo Skald.
– ‘¡No me importa! Yo… no puedo dejar de tener terribles pesadillas en las que me alejo de Cassandra y caigo en un abismo sin fin. Ansío la paz y la tranquilidad.
– Has tenido una vida cómoda y tranquila, llena de lujos y caprichos. – recordó Urd.
– Estáis pisoteando las oportunidades que os brinda Rodrigo I con vuestra pasividad y acomodamiento – sentenció Verdandi.
– Y recogerás el fruto de lo sembrado muriendo por tus heridas después de la futura guerra que tanto temes – finalizó Skald sin ningún rastro de emoción.
El silencio recorrió el claro acompañado de una leve brisa. La antorcha chisporroteaba en la mano de Illia.
– ¿Cómo? ¿Me estáis diciendo que voy a morir por culpa de una estúpida guerra civil? ¡Lo sabía! ¡Sabía que un destino aciago me esperaba! ¿Hay alguna manera de impedir este trágico final? Oh, Cassandra…
– Hay una manera. Siempre la hay. Pero hay también un pago – dijo Urd.
– Los humanos nunca consideráis el pago. Pero es elevado – recordó Velandris.
– La consecuencia de esta decisión te provocará una pérdida de memoria. Vivirás, pero no como te imaginas y sin recordar tu pasado.
– ¿Lo olvidaré todo? ¿Incluso mi amor por Cassandra? – preguntó relamiéndose los labios, sin creerse todavía que estaba negociando por su vida.
– Así es. Ella misma te salvará la vida, a un muy alto precio.
– ¿Morirá? – preguntó con voz temblorosa.
– No, no morirá. Pero anhelará la mortalidad, como una abeja anhela la miel.
– Nada podrá superar nuestro amor. Si mi decisión nos permite sobrevivir a ambos, todos precio me parece pequeño – dijo con fingida decisión, aunque la duda aleteaba a su alrededor. Lo cierto es que le aterrorizaba morir.
Las tres damas se cogieron por las manos y las alzaron hacia la pálida luna. Una a una, pronunciaron una terrible profecía.
– El pasado es inmutable, y a pesar de ello, un joven acomodado ha decidido luchar contra su destino. Pero el universo es y fue, por lo que no se puede huir del destino – dijo Urd.
– Pero sí que se puede elegir el camino que lleva hacia ese destino. Y el joven ha elegido el camino del sufrimiento y el olvido para esquivar el beso de la muerte – dijo Verdandi.
– Su amada compartirá la carga y pagará los intereses de esa decisión, mientras su amado sin recuerdos ayudará con sus propias manos a los inocentes – finalizó Skald.
– Lo que fue, será, y lo que ha sido, morirá – exclamaron las tres con un fogonazo de luz. Illia cerró los ojos con fuerza, y cuando logró abrirlos de nuevo, tres piedras silenciosas se erigían en el centro del claro.
Illia se arrebujó con fuerza en su capa, tiritando a pesar de que la temperatura era agradable. Sabía que su amada podría con todo, y no le importaba pasar su existencia ayudando a la gente con tal de evitar la muerte. Pero le inquietaba el hecho de que fuese Cassandra quien pagase los intereses de esta decisión.
Los mortales solían menospreciar el pago por conocer su porvenir. Pero todas y cada una de las veces, era mucho mayor que la primera opción que les tenía deparado el destino. Y ésta en concreto, marcaría el futuro de Calamburia y del propio Inframundo.