(continuación de La Canción Prohibida. Parte 2 )
…. Presa del Escorpión de Jade, Zora no tuvo más remedio que variar su rumbo. El general de los nómadas la condujo hasta su campamento, ubicado en el centro de un exuberante oasis. La marquesa temió que aquel hombre fuera a dejarla atada a un poste, y permitir que los buitres y otras alimañas pretendieran su carne.Sin embargo, nada de aquello ocurrió. Antes bien todo lo contrario; desde un principio, el general la invitó a una de sus más lujosas tiendas, y no puso ni un grillete en sus muñecas. Zora fue tratada con el honor que merecía su título.
-¿No temes que me escape? –se atrevió a decir.
-Puedes escapar –respondió el general-, pero te aguardan varias jornadas de duna tras duna y sol implacable. Si crees que puedes soportarlo, adelante, huye.
Aquello convenció a Zora de que Arishai la tenía a su disposición, y que aunque lo pretendiera, no habría medio para escapar… ¿o sí?
A lo largo de su cautiverio, Zora empezó a elaborar un plan de huida. Ella, con toda seguridad, moriría en el desierto si escapaba sola, pero quizás uno de los nómadas de Arishai pudiera ayudarla, guiándola por el desierto hasta la torre de Skuchain. Así pues, comenzó a dar largos paseos por el campamento, a relacionarse con los hombres que allí descansaban, y a probar su lealtad.
Un día, es Escorpión de Basalto visitó su tienda.
-Mis hombres me han dicho que hablas con ellos, y que procuras tentarles para escapar.
Ella no quiso ocultar más tiempo sus intenciones.
-¡Así es! ¡Este lugar me repugna! ¿Para qué necesitas mi presencia?
Una sombra apareció en la mirada del general. Era la presencia de una resolución, o más bien un deseo, que llevaba mucho tiempo creciendo en el centro de su pecho.
-Te mostraré por qué te retengo.
Entonces se abalanzó contra la Marquesa. Ella intentó resistirse, pero nada pudo hacer contra la fuerza del nómada. Arishai arrancó sus ropas, y allí, en aquella tienda, la tomó.
-Ahora puedes marcharte, si es lo que deseas –dijo el general, después tras haber yacido con ella-. Te daré guías que te acompañen.
Quiso decir que sí, pero en aquel instante, la Marquesa notó la punzada de la duda. Odiaba aquel lugar, el calor, la sequedad, la ausencia de vida… y odiaba a su captor. Pero en el fondo de su corazón había un secreto deseo, una necesidad de continuar a merced de aquel hombre, y de dejarse hacer.
Quizás por eso, cuando Arishai regresó a su tienda la noche siguiente, Zora le aguardaba.
Los encuentros se sucedieron durante semanas, y tras cada uno de ellos, la Marquesa sentía que odiaba y amaba al general cada vez más, siempre a partes iguales. No era capaz de que un sentimiento se impusiera al otro, pues aunque aquel hombre había logrado hechizarla, su deber, su orgullo y sus objetivos terminaban por imponerse. Y así, una noche como cualquier otra, en la que Arishai acudió a su tienda, ella ya no estaba. Había logrado sobornar al fin a uno de sus hombres y escapado a Skuchain. El Escorpión de Basalto podría haberla perseguido, pero no lo hizo. Ella había elegido.
En Skuchain, Zora contó su aventura a Félix, el preclaro. Su relato aterró a los eruditos que se atrevieron a escucharlo. Al finalizar, Félix prometió que nada malo volvería a ocurrirle… hasta el momento de la boda.
Aquella última frase hizo que Zora sintiera nauseas. Un sabor metálico se aposentó bajo su lengua y se extendió por toda la boca en una invitación al vómito. Muchos de los eruditos que la rodeaban la creyeron enferma, atacada quizás por alguna fiebre del desierto; pero Félix no tardó en deducir lo que sucedía en realidad. Llevándosela aparte, en sus aposentos, le confesó:
-La boda no se celebrará.
-¿Cómo que no? Soy una mujer saludable. Esto no es más que un pequeño contratiempo.
-Sé que eres una mujer saludable, pero no habrá boda.
-¿Por qué?
-Estás embarazada.
Y así, en apenas un día, Zora fue despedida de Skuchain bajo la compañía de nuevos sirvientes y matronas. Habría podido abortar en el desierto; nadie lo habría sabido jamás. No obstante, una parte de ella deseaba al hijo del general, el único recuerdo que le quedaba de un amor tan encendido como el sol que abrasaba Al – Yavist. Odiaba aquel bebé, y al mismo tiempo, lo necesitaba creciendo en su interior. Otra vez aquella dicotomía.
De este modo, nueve meses después nació Melindres. La niña tenía la característica piel blanquecina de la nobleza, pero por sus venas corría la sangre de un guerrero nómada. Desde el primer momento, Zora la aborreció. Puso a su cargo una docena de sirvientes que la cuidaran, pero hizo construir una torre junto a su palacete, donde la niña permanecería encerrada hasta que tuviera con quién casarla. Ella era la viva imagen de su fracaso; sus planes se habían esfumado. La Reina no deseaba un niño que fuera mitad nómada, y además, nunca volvería a confiar en Zora para emparentar su descendencia con la suya. Aquello se había terminado para siempre, y Melindres era la encarnación de su derrota.
Entretanto, El escorpión de Basalto preparaba su ataque a occidente. Por aquel entonces se había transformado en un poderoso líder, capaz de aunar a todas las tribus nómadas bajo un mismo estandarte. Dice la canción de los trovadores, ésa que no puede cantarse a cualquiera, que el general Arishai, en el fondo, planeaba conquistar occidente para buscar a Zora, raptarla y volver a conducirla a su tienda; que nada le importaban las conquistas de tierra ni de reinos, sino volver a recuperar la prisionera a la que intentó transformar en invitada y esposa. De cualquier forma, su ataque estaba en curso. Nadie sabía nada sobre estos planes… salvo la propia Zora.
Cuenta la canción, que mientras yacieron juntos, Arishai reveló a la Marquesa que pretendía hacerse con Calamburia algún día. Por aquel entonces aquello no era más que un sueño, una pretensión sin atisbos de realidad. Arishai, en realidad, vivía feliz en el desierto. Sin embargo, cuando la Marquesa regresó a su tierra, narró a la Reina todo lo que Arishai le había contado. Urraca, tan previsora como siempre, envió espías que observaran los movimientos de los nómadas, hasta confirmar que aquel sueño irrealizable era ya una realidad.
Así pues, Urraca tuvo tiempo de preparar una defensa antes de que se produjera la invasión de los nómadas. Así pues, reforzó la puerta del Este con tropas de toda Calamburia, y aguardó.
Aquellas noticias llegaron pronto a oídos de Zora. La batalla se preparaba, y los nómadas estaban a punto de ser sorprendidos por todo un ejército de soldados; muchos de los cuales habían sido reclutados desde sus propias tierras. En su interior volvió a revolverse el odio y el amor por igual. Deseaba con todas sus ganas que el Escorpión de Jade recibiera su merecido, pero por otro lado no podía imaginar su muerte. Por ello tomó una secreta decisión.
Mientras firmaba documentos para enviar más tropas a la defensa de la Puerta del Este, Zora llamó a los zíngaros y les propuso un trato: ella dejaría de molestar las lindes de su bosque, muy reclamadas por los terratenientes cercanos, si a cambio ellos salvaban la vida de Arishai.
Para lograr esto, Kálaba le ofreció un místico recipiente. Una botella, en cuyo interior permanecía encerrado un djinn, una suerte de genio. Si Zora dejaba salir al genio, éste iría en ayuda de Arishai.
En la soledad de sus aposentos, y mientras la batalla se libraba contra los nómadas, Zora destapó la botella. El genio de su interior apareció, presentándose como Jan Ákavir. La Marquesa le suplicó que salvara la vida de Airshai, pero que jamás le dijera quién le enviaba. El genio voló raudo hasta el desierto; halló al Escorpión de Basalto tendido sobre las dunas, moribundo y derrotado, y le salvó la vida.
Ésa es la razón por la que hoy puede verse a Arishai en compañía de Jan Ákavir. Entretanto, la Marquesa continúa en su palacio, rememorando los días de su aventura en el desierto, y las manos del general en contacto con su piel.
Éste es el relato de la famosa canción prohibida de los trovadores. Ahora que la has leído, ahora que la conoces, guárdala en secreto. Pues se dice que si Zora escucha un solo renglón de esta historia, decapita al valiente que lo haya pronunciado.