– ¡Es el mayor hombre que ha existido jamás! ¡Su porte es imponente, su figura destaca por encima de las demás, la firmeza de su barbilla es legendaria! – proclamó Pierre Leblanc, apoyando su pierna sobre un tocón del bosque, mientras apuntaba con su espada hacia el cielo- ¡Debes haber oído hablar de él! Es imposible no conocer a la persona más sabia y valiente de Calamburia.
– Los asuntos mundanos de los mortales no interesan al pueblo de los Aiseos –comentó distraída Galerna, mientras hacía volar un diente de león de una mano a la otra.
– ¡Su nombre es susurrado por el viento! ¡Los árboles se inclinan a su paso! – exclamó indignado el Hombre del Rey, mientras se giraba hacia su distante interlocutora.
– Te aseguro que el viento cuenta muchas cosas, pero jamás me ha hablado de ese tal Rodrigo.
– ¡Ah! ¡La fatalidad! La confabulación de la antigua Reina Urraca ha llegado más profundo de lo que pensaba – dijo apesadumbrado, mientras envainaba de nuevo su estoque.
– Los Aiseos no tenemos reyes como tal, disponemos de un Consejo de Sabios que permiten tomar decisiones en común. Pero qué se puede esperar de bárbaros como vosotros…
– ¡El Rey Rodrigo V era justo y sabio! Pero cayó en una maraña de intrigas, magia y traición que entretejió la malvada Reina Urraca. ¡Debería haberse casado con Petequia y guiar Calamburia hacia un paraíso de armonía!
– ¡Me cansan tus exaltados discursos!- le interrumpió Galerna, presa de ira- ¿Acaso no crees que no estoy enojada con mi situación? Estoy aquí, separada de mi familia, junto a un humano con ínfulas, en vez de estar con mi hermana Brisa. Justo cuando lográbamos recuperarla, esas malditas Brujas nos separaron.
Terminó mascullando su discurso, mientras atrapaba el diente de león con una mano y lo estrujaba.
– ¡No hay maldición que derrote una unión poderosa! Humano y Aiseo, espada y tormenta, ¡eso somos nosotros! Una unión imparable, un dúo de leyenda, ¡una pareja ganadora! –declamó mientras tendía la mano hacia el Ser del Aire.
Con un leve gesto, Galerna levantó una ventolera que hizo agitar la capa del Pierre en todas las direcciones, hasta que se le enroscó por la cara y le hizo tambalear.
– Mi familia ya ha caído muy bajo como para mancillar su nombre juntándome con un… con un fracaso de mortal. Ya hemos descansado suficiente. Salgamos de este estúpido bosque, anhelo el cielo despejado
Se incorporó, alejándose del confundido espadachín.
A cientos kilómetros de distancia, cruzando ríos, montañas y un gran mar, otro de los Hombres del Rey caminaba con garbo por una playa aparentemente desértica. Detrás suya se afanaba por seguirle Katurian, mientras echaba miradas a su embarcación, anclada en la bahía.
– ¿Seguro que es buena idea dejar mi barco así, sin protección? Todavía no he terminado de hacer los arreglos al motor de vapor, es algo bastante experimental – declaró nervioso el inventor, rascándose la cabeza.
– ¡No temas, buen Katurian! La suerte está de nuestro lado, y la única persona que vive en esta isla no tiene interés alguno en tus invenciones- explicó Balian, mientras andaba con garbo, dejando atrás a su nervioso acompañante-. Pero ha sido una suerte contar con tu ayuda, nunca había navegado tan raudamente por el mar. ¡Tu invento es un auténtico hallazgo!
– Bueno, aún faltan ciertos retoques. Sin duda Teslo habría visto lo que falla, pero de nuevo, no está aquí –dijo apesadumbrado el inventor-. La maldición de estas llamadas Brujas me recuerda mucho a algo que ya sufrimos, quizás han aprovechado restos residuales del Caos del Maelstrom para alimentar su magia oscura. Debería estudiar este fenómeno más en detalle…
-¡Ah! ¡Por fin! – le interrumpió el espadachín, totalmente ajeno al monólogo de su compañero- ¡Nuestro destino!
Entre las palmeras y la vegetación del borde de la playa, asomaba una pequeña casa construida con maderos y restos de naufragio. A su alrededor, botellas de diversas formas se acumulaban en la playa. La pareja se acercó a la puerta y Balian llamó con pomposa educación.
El silencio fue la única respuesta. Sin escuchar los susurros de Katurian que suplicaban precaución, el Hombre del Rey abrió la puerta de un brioso empujón y se adentró en la pequeña cabaña.
El interior estaba repleto de oscuras sombras, interrumpidas por hebras de luz que se colaban por las cortinas. El suelo estaba cubierto de botellas y un olor a alcohol rancio llenaba la atmósfera. No parecía que nadie viviera allí, entre tanta basura y desorden. Pero de pronto, una sombra habló:
– Hacía mucho tiempo que no recibía visitas. Últimamente no he sido la mejor de las compañías –dijo con un toque de sarcasmo una voz de mujer, ligeramente gangosa, probablemente por el alcohol.- ¡Pero adelante! Poneros cómodos, si es que podéis.
– Mi señora, mi nombre es Balian –dijo el espadachín-. Probablemente se acuerde de mí, era…
– Sé perfectamente quien eres, hombrecillo – le interrumpió la voz, irritada -. Un amigo de los piratas y a la vez, un fiel defensor de las causas perdidas.
– ¡Mi señora, nada está perdido aún! Con su ayuda podríamos encontrar al Rey Rodrigo V y volver a ocupar el trono de Calamburia. Usted lo conocía más que nadie.
Tras unos breves segundos, la oscura sombra se precipitó hacia adelante con un borrón de movimiento, dejando lo que parecía una fusta de cuero rozando la barbilla del guardia.
– ¡No me digas lo que debo hacer, hombrecillo! Huí de esa realidad hace mucho tiempo, ya no soy la que era. Así que no te metas donde no te incumbe y déjame con mi desdicha, o te enseñaré lo que puede hacer una mujer que lo ha perdido todo.
Balian tragó ruidosamente, mirando aquella fusta como si fuese la punta de una espada. Entretanto, Katurian se concentraba intensamente en una mancha de la pared, tratando de hacer caso omiso de la escena.
– ¡Por favor! Estamos desesperados. No hace falta que participe directamente en el conflicto, solo tiene que decirme dónde puede ocultarse nuestro amo y señor.
– ¡Já! ¿Sólo es eso? Que poco le conocéis. Está con lo único que le dio cordura en sus épocas más oscuras. El único brillo de conocimiento que tuvo, que lo acercó al recuerdo que yo tenía de él, cuando era lanzado y decidido – suspiró con amargura la voz-. Está con su barco, ¡el Arca del Rey Rodrigo! Surcando los mares, perdido, tratando de descubrir qué es real y qué es una ilusión de mi malvada hermana.
– ¿Vagando sólo por el mar? ¡Es mi deber encontrarlo y devolverle la cordura, me cueste lo que me cueste!
– Ya tienes lo que querías. ¡Ahora largo de aquí! Déjame con mi destino, con el extraño sentido del humor del Titán.
– ¡Pero, mi señora!
– ¡LARGO! Fuera de aquí, metomentodos, haraganes, interesados, hipócritas, fantasmas… – dijo mientras les arrojaba botellas y desperdicios de todo tipo.
Inventor y Hombre del Rey salieron a trompicones de la cabaña, tratando de evitar la lluvia de objetos y el torrente de insultos provenientes de Petequia, la Desterrada. Mientras caminaban presurosos alejándose de la escena, no dijeron palabra alguna. El tiempo no trataba bien a todos los Héroes de Calamburia.