Amanece en la Puerta del Este. El sol, grande y rojo, asoma en el horizonte e ilumina una sucesión infinita de dunas. Cada duna parece idéntica a su vecina, pero Adonis les ha puesto nombre a todas: Margarita, Reana, Tara, Adoncia… nombres de mujeres, de todas y cada una de sus amantes. Así, cada duna le trae a su recuerdo un instante de pasión. Es una pena que no tenga una vista más afilada, aún le quedan nombres de mujeres que no tienen su respectiva duna.
En el otro extremo de la Puerta, Quasi se balancea adelante y atrás, al tiempo que centra su atención en el amanecer, en cómo el cielo se pinta de lapislázuli. Sólo una nube peregrina lo mancha; es pequeña y raquítica, y amenaza con desaparecer a medida que avance la mañana.
-Quasi, ¿sabes lo que opino? -dice Adonis.
Pero no ha movido los labios. Ambos porteros llevan tantos años juntos que han establecido un vínculo telepático. Se comunican a través de sus pensamientos.
-¿Qué opinas sobre qué? -responde Quasi, sin dejar de observar la quietud del cielo.
-Creo que el cielo y el desierto son como nuestras relaciones. A mí me faltan dunas para bautizar a todas mis amantes, y tú…
-Yo tengo una nube. Mi nube.
-Una sola, Quasi.
-No necesito más.
Quasi se tambalea adelante y atrás, con una media sonrisa titilando en sus labios. Adonis le mira de reojo, tuerce el gesto y le envía un pensamiento:
-¿Por qué no me dices de una vez quién es tu enamorada?
-No importa. Ni siquiera ella lo sabe.
-Pues tendrás que declararte algún día. ¿Y si ella no te ama?
-No importa.
-¡Claro que importa! Quasi, si no te ama, tus fantasías se esfumarán, igual que le sucederá a esa nube cuando el sol esté en lo más alto.
-No importa.
Adonis resopla. Es el único ruido que se escucha en la soledad de sus guardias.
-Yo podría ayudarte, aconsejarte. Incluso podrías abandonar el puesto durante unos días para visitarla.
-Sabes que eso es imposible -Quasi arruga el entrecejo al pensar estas palabras-. Si abandonamos este lugar dejaremos de tener privilegios. Entre ellos el don de la longevidad. En cuanto nos alejemos unos metros de la Puerta, envejeceremos a toda velocidad.
-¿Y no merece la pena por conocer los deseos de tu único amor? ¿No quieres verla?
-Adonis, no importa.
-Ya, siempre dices que no importa.
-Porque no importa.
Se hace el silencio en sus mentes y el día avanza. El sol asciende y se coloca en lo más alto, mientras las temperaturas se vuelven insoportables. En la puerta, Adonis y Quasi parecen inmunes al calor. Continúan en sus sitios, sin nada mejor que hacer que observar un paisaje desprovisto de vida. Peregrinas ráfagas de viento elevan arreboles de arena entre las dunas, y entretanto, en el cielo, la solitaria nube resiste. Quasi no le quita ojo. Adonis, por su parte, lleva con la mirada entornada un buen rato. Se centra en la lejanía.
-Quasi… -llama en sus pensamientos.
-¿Qué pasa, Adonis?
-¿Te has preguntado qué sucedería si nos atacara una tribu de bárbaros?
-Llevamos aquí más de cien años y jamás ha sucedido nada igual. Por esta puerta no entra nadie. Casi todos los comerciantes utilizan las rutas marítimas.
-Ya pero, ¿y si un día atacan un montón de bárbaros?
Quasi mira a su espalda. Las enorme Puerta del Este fue diseñada para contener los ataques de las tribus nómadas. Mide casi cuarenta metros de alto. Los dos porteros llevan custodiándola desde su construcción, hace más de un siglo. Por ejercer su trabajo, ambos han sido premiados con el don de la longevidad. Eso sí, nunca, bajo ninguna circunstancia deben abandonar su puesto. De lo contrario, el hechizo se desvanecerá y envejecerán a toda velocidad.
-Adonis, escucha. Si atacan los bárbaros tendremos que contenerlos. Para eso llevamos aquí tanto tiempo. Es nuestro trabajo, ¿no lo recuerdas?
-¿Cómo vamos a contener una tribu de bárbaros? Sólo somos dos.
Turbado, Quasi desvía la mirada.
-Pues sí -piensa-, somos… somos dos nada más.
-¿Nosotros solos contra una tribu de bárbaros? Quasi, nos machacarán si aparecen por esas dunas.
Quasi mira hacia el desierto. Ahora parece asustado.
-Adonis, ¿qué hacemos si vienen?
-Tendremos que luchar, claro.
-¡Nos matarán!
-Bueno, hemos vivido más de cien años. Eso es más de lo que puede permitirse la mayoría de las personas. Podemos morir tranquilos y sabiendo que hemos aprovechando nuestras vidas.
-¿Aprovechado? ¡Si no nos hemos movido de aquí!
-Es cierto, Quasi. No nos hemos movido de aquí. Pero yo sí he aprovechado para extender mi fama de amante sin parangón. Las damas vienen a visitarme, a comprobar de primera mano mis encantos. En cambio tú, ¿qué has hecho? Nada, Quasi. Absolutamente nada, ni siquiera declararte a ese único amor que tienes.
De repente, Quasi entiende la treta.
-De modo que era eso, ¿verdad, Adonis? Has querido meterme miedo para que te confiese la identidad de mi amada.
-¿Por qué no me dices de una vez quién es? Puedo ayudarte, de verdad, Quasi.
-No importa.
-¡La perderás! Se esfumará, tarde o temprano.
Sin embargo, la nube sigue ahí, resistiendo. Quasi lanza una mirada cómplice a sus bolutas; aunque, de inmediato, regresa su atención al desierto.
-Adonis…
-¿Qué?
-Sé que lo has dicho para sonsacarme, pero… ¿y si fuera cierto? ¿Y si atacan los bárbaros?
-Pues, no sé. Ya pensaremos en algo.
-A mí no se me ocurre nada.
Adonis tarda unos segundos en responder.
-A mí tampoco.
El día toca a su fin y la tierra se pinta de tonos cobrizos. En la Puerta, Adonis y Quasi disfrutan de algo de sombra, pues el Sol queda a sus espaldas. En el desierto bajan las temperaturas y empieza a soplar un viento frío procedente del sur.
Quasi entra en la pequeña garita que les sirve de hogar y vuelve con dos levitones.
-Quasi -piensa Adonis mientras se abriga-, ¿te has parado a pensar qué habrá más allá del desierto?
-La torre de Skuchain, donde estudian los Impromagos.
-Ya, ya… pero ¿y más allá? ¿Qué hay?
-Pues… creo que nada.
-¿Nada de nada? Algo tendrá que haber, Quasi.
-No sé. ¿No teníamos un mapa de Calamburia en alguna parte?
-Lo que quiero decir, Quasi, es si no te gustaría averiguarlo por ti mismo. Nunca nos movemos de aquí.
-Espera, ya sé por dónde quieres ir, pero esta vez no vas a engañarme. Quieres convencerme de que no estoy aprovechando mi vida. Pero sí la aprovecho. Estoy aquí, en la Puerta, y es donde quiero estar. Me conformo con eso.
-Tú te conformas con mirar nubes. ¡Pero yo te hablo de disfrutar del amor, Quasi! ¡Vive, experimenta las caricias de las mujeres! Mira, ya sé que abandonar tu puesto puede ser un suicidio, pero podemos arreglarlo. Escribiremos una carta a tu amada y le pediremos que venga a visitarte, igual que hacen las mujeres que desean conocerme. Le daremos la carta al próximo comerciante que veamos, ¿Qué ta parece?
-No es necesario. Ya te he dicho que me conformo con lo que veo.
-¿Esa nube?
-Sí, esa nube.
-Quasi, no te comprendo. Llevamos años juntos y no te comprendo.
-La nube sigue en su sitio, Adonis.
-Mañana ya no estará. El Sol la disipará.
-Es posible. No importa.
-¿Por qué? ¿Por qué no importa?
Pero Quasi no dice nada. Sigue observando aquel pedazo de algodón sobre un cielo cobrizo. La nube no se ha movido de su sitio en todo el día, y no lo hará. Hoy no.
Justo sobre ella, y si uno agudiza la vista, puede verse un templo de corte clásico. Una suerte de gigantesco panteón que sobrevuelan cientos de seres de ropas níveas. Adonis, tan centrado en contar sus dunas, no se ha dado cuenta de este detalle. Pero Quasi lleva todo el día mirándoles volar de un lado a otro. Se preparan para bajar a tierra, seguro. Quién sabe con qué elevadas intenciones.
Quasi solo les vio de cerca una vez, cuando era niño. Sin embargo no necesitó más para enamorarse. Desde entonces no ha dejado de recordar a su amada, y no ha tenido otro amor, ni lo ha necesitado, pues la belleza de su aisea, como se les llama a los Seres del Aire, supera a la de cualquier mortal.
Poco le importan las dunas, y cuántas haya en toda la tierra de Calamburia. Él sonríe observando su nube, con la esperanza de que los aiseos vuelvan a descender. Quién sabe si, por un azar, su amada estará entre ellos.
Pero aun si no descendiera, si esta vez no le toca a ella visitar los reinos terrestres, Quasi continuará esperando, beneficiándose de la longevidad que le proporciona la Puerta del Este para aguardar hasta el día de su anhelado reencuentro. Quizas pasen días, años o centurias enteras…
En realidad, no importa.