– ¡Silencio! ¡Un poco de silencio! ¡Por favor, basta ya!
La pequeña habitación estaba abarrotada de Impromagos parlanchines, discutiendo acaloradamente. Las túnicas anaranjadas se movían de un lado a otro, y las varitas se agitaban para enfatizar argumentos. También se oían risas y algún que otro cacharro rompiéndose. En definitiva: se estaba armando un buen alboroto, tal y como era común en la escuela.
La imagen translúcida de Sirene miraba con cara exasperada al animado grupo. Dando una patada en el suelo, exclamó:
– ¡Eme! ¡Haz algo! ¡No me escuchan!
– ¿Y qué quieres que haga? –preguntó el joven Impromago.
– ¡Lo que sea!
Eme miró su varita fijamente y se remangó las mangas de la túnica. Mirando a los lados, apuntó al techo y gritó con voz temblorosa:
– ¡Ignio!
Una gigantesca bola de fuego emergió de la varita y llenó la habitación con una insoportable ola de calor. Las conversaciones enmudecieron y todos los Impromagos alzaron los ojos para ver como la bola de fuego se alzaba en el aire y se estrellaba contra el techo, provocando una lluvia de cascotes y de ceniza.
Los Impromagos se taparon la cabeza para protegerse de los proyectiles. Una vez que se aposentó el polvo, estallaron en vítores y quejas.
– ¡Ha sido increíble!
– ¡Otra, otra!
– ¡Ay!, cuando se enteren los Eruditos…
Sirene se giró hacia Eme, y poniendo sus manos en las caderas, le echó una mirada asesina por debajo de la montura de sus gafas.
– ¡Bueno, basta ya! Haced caso a Sirene, por favor. Yo no quería que esa bola de fuego fuese tan grande, de verdad – masculló Eme, mirando nerviosamente a su compañera.
– ¡Sí! Hay que aprovechar, no sé cuánto tiempo va a durar esta proyección mía. ¡Las cosas están fatal ahí fuera, no podemos perder el tiempo! – dijo Sirene, apremiante.
Los Impromagos se miraron culpables y arrastraron los pies por el suelo para formar algo parecido a un corrillo.
– El mundo fuera de la Torre de Eskuchain está hecho un desastre. No solo recibimos ataques mágicos por parte de las Brujas, sino que todos los héroes se hallan perdidos. ¡Yo misma estoy juntándome con gente rara que no sabe nada de matemáticas! – dijo alarmada Sirene, abriendo mucho los ojos.
-¡Sí! ¡Y los aprendices de Impromagos no pueden hacer sus exámenes correctamente! – dijo indignado Stucco, tratando de acomodar la gigantesca pila de libros que acumulaba bajo su brazo.
– También estamos teniendo problemas con la liberación de la Sustancia de los Sueños. Defendra se adelanta siempre a nuestros movimientos, por mucho que nos preparemos – exclamó el Duende Mayor Teo, moviendo apesadumbrado su enorme sombrero.
– ¡Debemos hacer algo! ¡Debemos luchar! – exclamó Enona, agitando furiosa su coleta.
Un coro de voces acompañó la declaración de la pelirroja Impromaga. Algunos estudiantes se remangaron las únicas y agitaron sus puños en el aire.
– ¡No, Enona! La última vez que luchamos contra los Zíngaros, Sirene murió y la mitad de la Torre fue destruida – dijo Gajo, mientras agitaba su varita rememorando la cruenta batalla.
– ¡Bah, pero al final logró resucitar, así que no importa! ¡Hay que darles una buena paliza! – continuó Enona, arengando a sus seguidores.
– Pero seguimos sin Archimago en la torre. ¿Cómo vamos a poder luchar? – dijo lastimeramente Gody, mientras se colocaba las gafas.
Todas las conversaciones enmudecieron. Era cierto, desde la muerte de Ailfrid, nadie había tomado su papel, quizás porque nadie quería asumir semejante responsabilidad.
– No os preocupéis, ¡Eme nos salvará! – gritó Eliz, emocionada – La última vez fue poseído por Theodus y nos ayudó. ¡Él es el más poderoso!
Los murmullos y conversaciones volvieron a nacer por toda la sala, dejando patente que las opiniones contradictorias estaban muy lejos de llegar a un punto en común. Interrumpiendo tan infructuosa reunión, Felix el Preclaro hizo acto de aparición.
– Disculpad, Impromagos. Hay una cierta señora que estaría interesada en participar de esta reunión, y creo que merece la pena escucharla.
– ¿Quién es? ¡Que pase, que pase! No tenemos mucho tiempo – exclamó la imagen de Sirene.
Los Impromagos más cercanos de la puerta se alejaron cual marea naranja para dar paso a una silueta oscura, con el rostro tapado por una sombrilla.
– No quería molestar. ¿Ha acabado ya el recreo? – dijo con sorna una melodiosa voz de mujer.
– ¡Preséntate!… esto, por favor – exclamó Eme.
La figura apartó la sombrilla con una floritura, y de un golpe seco, la cerró para convertirla en un elegante bastón. Ante ellos se encontraba Penélope Roslin, la Enterradora.
– Oh, solo soy una mujer de negocios que no está para nada interesada en que los muertos se levanten de sus tumbas y que la gente no fallezca. Es malo para el negocio.
– ¡Ah! ¡Te conozco! Has sido elegida por el Titán para participar en el Torneo. Estás casada con Jack el enterrador y provienes de una familia de… -dijo Sirene, adoptando un tono de sabionda.
– Sí, sí. Dejémonos ya de presentaciones, por favor – le interrumpió Penélope con un leve gesto de mano-. Mientras vosotros discutís sobre qué hacer o no, yo os traigo la solución a este molesto problema. Pero necesito vuestra ayuda, al fin y al cabo, la magia no es mi especialidad.
– ¿Cómo? ¿Y no está en nuestros libros? ¡Imposible! – dijo Sirene, indignada.
– Seguro que está, pero hay que saber buscarlo. Tú misma has entrado en contacto con ella, niña. Os hablo del objeto que podría devolver el equilibrio a todo este caos: El Orbe de la Resurrección.
Los murmullos se empezaron a multiplicar por la sala, con algún que otro “¿Qué ha dicho? ¡No la oigo desde aquí!”, dejando intranquilos a los Impromagos.
– Así es. Yo no estoy familiarizada con la magia, pero sé de lógica, y un clavo en un ataúd saca a otro clavo. Si usamos el Orbe para recuperar el control de los vivos y los muertos, debilitaremos el poder de las Brujas.
– ¡Sí! ¡Podría funcionar! ¡Es un artefacto muy poderoso, hasta resucitó a Pelusín! – exclamó Sirene, mientras aquella bola de pelusa animada aparecía de un salto encima de su cabeza.
– ¡Así me gusta! Eficacia y sensatez. ¡La clave para un buen negocio! Muy bien, que todos los voluntarios empaquen sus pertenencias, nos vamos de viaje – dijo Penélope, sonriendo satisfecha.
Al momento, todos los Impromagos empezaron a correr de un lado a otro, introduciendo los objetos más inverosímiles en sus mochilas, y preparándose para el que podía resultar el final de la maldición. Entretanto, Félix se acercó a la Enterradora y le preguntó:
– ¿Adónde tiene pensado llevarse este destacamento de Impromagos? Muchos de ellos se acaban de graduar, no creo que estén preparados.
– No se preocupe, erudito. Tómeselo como una clase extraescolar. Nos vamos al último paradero conocido de la Piedra. Sí, no ponga esa cara: marchamos de excursión al Inframundo.