Algo que Laurencia no podía creer, durante su estancia en el Inframundo, fue que hubiera hecho tantos amigos.Pensaba, inconsciente de ella, que sólo hallaría almas en pena lamentándose por no poder dedicarse a los placeres mortales. En su lugar, Laurencia pudo conocer a algunos de los grandes héroes de Calamburia, entre los que destacaba el maestro Den Shiao Khan.
Allí, en las oscuras y frías cavernas de las profundidades, el maestro reveló a la famosa beoda que, en realidad, él estaba muerto con sentido. ¿Y qué podía significar eso? La muerte era el más inútil de los estados. No tenía sentido, se viera por donde se viera. No obstante, el Den Shiao tenía las cosas muy claras. Con una media sonrisa, le explicó a la borrachina que, como miembro de una raza antiquísima, era capaz de vislumbrar las hebras del futuro. Y cuando uno comprende el suceder del destino, puede saber si es mejor permanecer vivo o muerto.
Pero aquella explicación seguía sin entrar en la cerviz de Laurencia. Para ella, morir no era provechoso, de modo que el Maestro tuvo que explicárselo en detalle.
Uruyumi y él, habiendo emergido de las profundidades de su olvidado reino, habían puesto rumbo a la arboleda de Cath – Unsum para participar en el torneo. Su esperanza era recuperar la Esencia de la Divinidad para devolver a su extinta raza parte de la notoriedad pasada. Las posibilidades de triunfar eran elevadas. Los dos habían entrenado durante mucho tiempo, y conocían habilidades improvisatorias que no estaban al alcance de todos los mortales. Sin embargo, cuando el futuro se mostraba prometedor, el maestro Den Shiao tuvo una de sus frecuentes visiones del futuro.
En su visión, un acontecimiento trágico amenazaba con desestabilizar todo el continente: una vorágine de caos y desconcierto, que acabaría con la vida de muchos y que, de no ser detenida a tiempo, destruiría el mismo tejido de la realidad.
¿Cómo detenerla? Ni siquiera el maestro conocía esta respuesta, pero quizás algunos de los sabios de su raza, aquéllos le llevaban miles de años muertos, sí supieran qué hacer.
Ahí estaba la razón, el sentido de todo, la forma de hacer de la muerte algo provechoso. Den Shiao Khan se había quitado la vida -y renunciado así a su participación en el torneo- para visitar a los Hijos del Dragon fallecidos y preguntarles cómo detener el Maelström que se avecinaba. Allí continuaba, en el Inframundo, esperando obtener una respuesta.
El asunto era complejo y grave, muy grave. Pero ¡ay!, En el fondo, a Laurencia no le interesaban tales acontecimientos. La muerte era para ella mucho más grave, ¿y no era mejor resucitar, aunque fuera durante unas pocas horas? Disfrutar el momento, vivir un segundo… sí, un segundo tan solo. ¿Qué más podía importar si el mundo iba a terminarse? Lo que interesaba era disfrutar al máximo, sin importar cuánto le quedar a la tierra de Calamburia.
De modo que, por desgracia, Laurencia no prestó atención a las palabras de Den Shiao, pues para ella no había sentido para tal sacrificio. Y así seguiría, sin entenderlo hasta que, semanas después, tuviera que sacrificar su vida por la de su hermano Drawets.