94. UN DESENLACE ELEMENTAL

Los amaneceres siempre son un espectáculo digno de ver en Calamburia. El sol va recorriendo la oscura tierra como si de un jarabe dorado se tratase, deteniéndose en los valles más sombríos hasta llenarlos de luz y hacer brillar las copas de los árboles.

Un ave sobrevolaba el firmamento, batiendo sus alas rítmicamente, sola en medio de la inmensidad del cielo azul. Sobrevoló la etérea ciudad de Caelum, donde todos los Seres del Aire se abrazaban y daban la bienvenida a la familia por fin reunida.

Cruzó raudamente el Palacio de Ámbar, donde Salvajes y nobles de Calamburia aclamaban el nombre de Dorna y de Sancha III entre gritos y vítores.

Batiendo furiosamente las alas, pasó por encima de Hortelanos que cultivaban alegremente la tierra que se había vuelto fértil de nuevo.

Esquivó las olas del mar y de los tritones que jugaban con la espuma, ajenos al bien, el mal y los problemas cataclísmicos.

Graznó con furia al ver a lo lejos la figura de Skuchain, brillando con la luz de fuegos artificiales creados por la magia.

Finalmente, hecho un amasijo de plumas erizadas, el cuervo se posó en la entrada de una húmeda cueva. Mientras avanzaba dando saltos, se fue convirtiendo poco a poco en una persona humana que andaba cojeando y maldiciendo en todo tipo de lenguas.

—Son… ¡Felices! ¡Hermana, son felices! ¡Me están dando arcadas! – escupió Aurobinda, presa de furia.

Su aspecto era lamentable: sucia, con el pelo apelmazado por una sustancia viscosa extraña y una marcada cojera. La Reina de la Oscuridad había tenido tiempos mejores.

—Tantos meses de preparación. Tantos calderos viles derramados por el suelo de esta tierra para mantener la Maldición… ¡Para nada! ¡Todo por culpa de esos Impromagos y esos patéticos mortales con su Piedra de la Resurrección!

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—Quizás hallemos una solución en este caldero. Repasar lo que hicimos mal y poder encontrar su debilidad. Acércate hermana – dijo Defendra mientras tomaba un frasco extrañamente multicolor de una estantería.

—¡Bah! ¿La sustancia de los sueños? ¡No va a servir de nada! – espetó furibunda su hermana.

—Aún no conoces el alcance del poder de los sueños, hermana. ¡He torturado a tantos mientras dormían! ¡Oh, que placer! – dijo con la mirada perdida mientras derramaba el líquido dentro del caldero.

Ambas se inclinaron en la superficie del caldero para ver el pasado, por muy mortificante que fuese volver a ver su fracaso.

El líquido del caldero empezó a borbotear y a relucir con luces de colores. Las dos Brujas entrecerraron los ojos con desagrado pero se forzaron a mirar. Vieron cómo el aquelarre que estaban realizando en la arboleda daba sus frutos. Ellas y los Zíngaros, unidos en un poderoso hechizo que sellaría el final de la Maldición y de Calamburia.

Vieron cómo Van Bakari y su secuaz les contaban a quién habían visto merodear por la arboleda, pavoneaba como un gallo. Confirmaba las sospechas de que sus enemigos estaban muy cerca.

—Con lo calladito que estaba éste y lo provocador que se ha vuelto. A saber qué bicho le ha picado. Como lo atrape cocinaré un guiso estupendo con sus huesos —siseó Aurobinda.

Brujas y Zíngaros corrieron al encuentro de sus invasores. Impromagos, Duendes, Salvajes y una aburrida Penélope los esperaban en las lindes del bosque, listos para luchar. La carga fue inmediata, protagonizada por los Salvajes, con la Reina Dorna que ahora poco tenía de monarca y mucho de guerrera. Corugan lanzaba zíngaros por los aires con la potencia de sus gritos. Los Impromagos cubrían la retaguardia, con un Eme muy atento y una Sirene que jamás fallaba ninguno de sus hechizos. Eneris y Seneri daban saltos por el campo de batalla, lanzando chispas de colores a los ojos y haciendo burlas muy efectivas a los enfadados zíngaros. Penélope observaba la escena apoyada de brazos cruzados en un árbol, esquivando perezosamente hechizos perdidos con leves movimientos de cabeza. Pese a todos sus esfuerzos, la unión de Brujas y Zíngaros fue ganando poco a poco hasta que finalmente impusieron su fuerza.

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—Tan cerca —musitó con mirada hambrienta Defendra—. Tan deliciosamente cerca…

Ambas sisearon con furia al ver la transformación de Eme en su odiado hermano. Temblaron cuando entendieron que Sirene y los demás habían logrado extraer toda la energía de la Piedra de la Resurrección y la iban a usar contra ellas. Kálaba dirigió una mirada asesina a sus aliadas y ambas entendieron que ya no podrían esperar más ayuda de los Zíngaros.

—Malditos bastardos traicioneros. Míralos como nos escupen ahora, cuando han estado mamando de nuestro poder durante todo este tiempo— dijo apretando los puños Defendra.

—Silencio hermana. Este es el peor momento.

Con un terrible fogonazo de luz, potenciado por los hechizos de Sirene y la Piedra de la Resurrección, las sombras y la oscuridad fueron expulsadas de Calamburia como el sol abrasador del verano quema la tierra. La Unión del Mal, por fin rota, huyó por entre los árboles, cobijándose en las sombras y maldiciendo con voz aguda y aterrorizada.

—¡Basta! ¡Los mataré a todos! ¡ No quiero seguir viendo esta vergüenza, este desagravio! ¡Pagarán por esto!— Empezó a balbucear de ira Defendra, agitando sus brazos con grandes aspavientos.

—¡Un momento hermana! Esa que se acerca… ¿No es la tal Guardiana de los Elementos y su guardaespaldas?

Defendra se volvió a acercar al caldero. Vio como Nimai sujetaba a Naisha, aparentemente herida. Explicó a los victoriosos héroes que los Elementos estaban inquietos y que algo había pasado en el Templo de los Elementos.

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—¡En nuestra huida no les vimos! Conque los elementos… una energía primitiva con la que nunca habíamos contado por ser demasiado inestable— dijo pensativa Defendra, olvidada ya su terrible ira. En el reflejo del Caldero, los héroes partían apresuradamente tras los pasos de los Protectores Elementales—. Jamás pensé que nadie derrotaría las increíbles defensas de ese lugar ancestral. Se dice que está en el epicentro de la caída del Titán desde los cielos.

—Tuvo que ser una rata sucia y rastrera. Un ladrón —dijo con aire soñador Aurobinda.

—¿Una sucia rata, dices? ¿Una rata que se pavonea en exceso, quizás? Hermana acabo de tener una corazonada. ¿Podríamos alterar el hechizo para ver qué hizo la escoria de Van Bakari ese día?

—Oh, sí. Sólo debo soñarlo hermana. Tengo práctica— dijo alegremente Defendra.

El tóxico brebaje parpadeó y rieló hasta mostrar una nueva imagen, la de la mansión de Van Bakari, brillando con estallidos de poder. Chorros de fuego, aire, agua y piedras salían despedidos de sus ventanas. La casa entera parecía a punto de derrumbarse en cualquier momento. La imagen rieló de nuevo, mostrando a Van Bakari y Lord William acercándose a un gigantesco cofre que brillaba con la fuerza de todas las estrellas del firmamento y que se debatía furiosamente tratando de liberarse de sus cadenas. Tapándose la cara por la luz cegadora, Bakari tocó el cofre en el preciso momento en que éste estalló, liberando su contenido con la fuerza de mil explosiones.

Los Orbes Elementales salieron despedidos por el aire, flotando y girando sin control, chocándose entre ellos. El aire crepitaba con energía inmortal desatada, mientras el torbellino de energías seguía girando cada vez más rápido. Finalmente, con un estruendo indecible, los cuatro Orbes, Fuego, Tierra, Aire y Agua, salieron despedidos en todas las direcciones. La imagen cambió y se alejó de la mansión, mostrando cómo los Orbes salían propulsados hacia el ocaso, dejando atrás una estela de poder y cayendo más allá del horizonte y quizás, de este mundo.

 

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Tras enmudecer durante un rato, las dos Brujas miraron fijamente el caldero.

—Así que efectivamente las robó él. Pero no le salió como esperaba —dijo con tono infantil de burla Defendra.

—Una energía así de primigenia no se puede contener. Aficionados —dijo con una mueca Defendra.—- Esta es nuestra oportunidad, hermana. Podemos recuperar nuestra fuerza alimentándonos de los poderes de la creación.

—Pero hermana, estamos muy debilitadas. Tú lo estás aún más desde que volviste derrotada de Skuchaín. ¡No me mires así, es culpa tuya por ir sola! —dijo poniendo los ojos en blanco.

—Haremos lo que hemos hecho siempre. Matar, traicionar, mandar almas al infierno y alimentarnos de la esencia de nuestros enemigos —masculló furiosa su hermana.

—Si, si, lo sé hermana. Pero la Guardiana de los Elementos ya habrá convocado a los héroes de Calamburia para reunir todas las esencias de los elementos. ¡No podemos luchar contra todos a la vez!

—Exacto. Cuento con ellos para que las reúnan. De hecho es posible que hasta tú y yo echemos una mano. Y cuando estén todas juntas reunidas en un punto… ¡atacaremos con toda la fuerza que hayamos podido reunir hasta entonces!

Defendra se giró hacia la entrada de la cueva, mirando furiosa al sol naciente y la luz que invadía su oscuro refugio. Hinchándose los pulmones, gritó hacia todo Calamburia.

—¡No hay nada más ancestral que la ausencia de luz! ¿Elementos? ¡Já! ¡Antes de que todo existiese, solo existía la Oscuridad! No estamos acabadas, hermana: ¡sólo es el principio!

¿Quién ganaría esta carrera brutal hacia la posesión de las cuatro Esencias Elementales? El futuro de Calamburia estaba de nuevo en entredicho.


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