– ¡Hermano, el prototipo está funcionando de manera óptima! ¡Otro triunfo de la ciencia! – gritó emocionado Teslo mientras ajustaba frenéticamente unas tuercas que empezaban a soltarse.
– ¡Efectivamente! Mis cálculos han sido precisos y minuciosos, como siempre – contestó muy satisfecho Katurian, mientras trazaba líneas en un mapa sin sentido aparente.
– ¿Tus cálculos? ¿De quién fue la idea y la aplicación de la magia del Arpa del Titán? – contestó
indignado Teslo, levantando la cabeza y clavando una mirada furiosa en su hermano.
– ¿Y quién igualó las medidas para que esa mezcla pudiese darse? ¡Sin mí, el Girocoptero sería una idea de locos y soñadores!
La discusión prosiguió por rutinas ya conocidas de acusación y contra-argumentación y fue silenciada por el viento huracanado que soplaba. El Girocóptero, un destartalado cachivache que recordaba vagamente un barco con hélices, luchaba por mantenerse estable a pesar del furioso viento que soplaba implacable. Los cielos de Calamburia se habían tornado oscuros y tormentosos debido a la pérdida de la Esencia del Aire.
Del camarote del Girocóptero surgió un extraño trio que no encajaba en aquella caótica escena. Se trataba de tres Aiseos que vestían sus ropajes más prístinos, reluciendo con su blancura y pureza, pero no tres Aiseos cualquiera.
– Nunca entenderé porque los terráneos insistís en cambiar vuestra condición de hormigas – dijo distraída Galerna, mirando el tormentoso paisaje. El viento apenas mecía sus cabellos, mientras zarandeaba violentamente la embarcación en la que se hallaban.
– Los terráneos tienen muchos sueños locos hermanita – dijo Brisa, tocando levemente su brazo – A veces son tan vulgares…
– Un poco de respeto, hijas mías. Vulgares o no, ellos fueron los que detectaron donde se halla oculta la Esencia del Aire – dijo solemnemente Bóreas, posiblemente más poderoso entre los Aiseos -. Por culpa del caos de los elementos, ya no podemos escuchar el susurro del aire en nuestros oídos. Ellos han llegado hasta donde nosotros no podíamos llegar.
– ¡Ha! ¡Así es! – dijo muy ufano Katurian – En realidad fue bastante sencillo, todos nuestros instrumentos de medición nos informaron que se estaban dando unos cambios de presión totalmente anormales. Lo que tenemos delante es el mayor cumulonimbo que se ha visto jamás en Calamburia. La lógica y la razón dictan que la Esencia del Aire debe de estar ahí.
– ¡Sin ningún asomo de duda! – ratificó Teslo -. Y ya que estábamos, hemos traído una caja tallada con runas de los salvajes y con sustanciales mejores derivadas de minuciosos cálculos. Aunque claro, primero habrá que encontrar la Esencia dentro de todo…eso.
El grupo se giró y miró hacia el horizonte, donde una masa colosal de nubes se amontonaba en el cielo, como si de un continente aéreo se tratase. Su deforme aspecto estaba coronado por rayos y truenos que tronaban de manera intermitente.
– Nosotros les llamamos Reyes del Cielo. Pero los nombres no importan – dijo con gravedad Boreas, Señor de los Vientos del Norte -. Debemos devolver el equilibrio a los elementos cueste lo que cueste. Nadie amenazará nuestro hogar. Vamos hijas mías: cumplamos nuestro deber como elegidos del Titán.
Como uno solo, las tres figuras empezaron a levitar con delicadeza, como si fuesen ligeros como la hoja de un árbol. Sus cuerpos empezaron a ascender, lejos de la embarcación ante los ojos curiosos de los inventores, que ya trataban de medir y estudiar tan portentoso don.
Los hijos de la tormenta encararon la más grande de su vida, decididos a que todo Calamburia recordase quien gobernaba en los cielos. Boreas alzó un brazo relampagueante de poder y comenzó a absorber jirones de nubes como si las estuviese aspirando. El Rey del Cielo se estremeció y empezó a girar sobre sí mismo a una velocidad creciente. Los rayos de su corona se acentuaron y se volvieron cada vez más violentos hasta que finalmente, con un estremecedor crujido, se lanzaron a toda velocidad a por el trio de delicados Aiseos.
Bóreas abrió su palma relampagueante y contraatacó con la energía acumulada, lanzando otro monumental rayo que chocó contra su adversario con un rugido atronador. La onda expansiva y la electricidad estática se propagó por el aire y estropeó algunos de los motores de la embarcación de los Inventores, que se pusieron a repararlos como dos atareadas hormigas. Pero eso ya no era preocupación de los Seres del Aire, que ya volaban muy por encima de ellos, rumbo a su destino.
El cumulonimbo palpitó de lo que podría ser rabia y lanzó tentáculos de nubes de aspecto peligroso en su dirección. Brisa los esquivaba con la gracilidad de una golondrina, mientras que Galerna amagaba giros y caídas en picado como si fuese un ave de presa. Bóreas permanecía en su sitio, cual águila imperial, encajando todos los golpes y devolviéndolos con toda la fuerza y la ira de una raza eterna.
Sus dos hijas empezaron a atacar a su vez, girando alrededor de la gigantesca nube, arrancando retazos y jirones a golpe de viento. Parecían avispas atacando a un confuso león.
Pero la fuerza de los elementos es incontrolable, y el viento caprichoso y artero. Los cambios de presión surgidos por el choque de ambas fuerzas dificultaban mucho el vuelo y estaba empezando a alterar todo el clima de los alrededores. La lluvia y el granizo empezaron a caer como afiladas agujas que todo lo atravesaban. A pesar de haber nacido entre tormentas, la naturaleza artificial de su enemigo estaba poniendo a prueba todos sus límites.
Bóreas lo supo. Y supo también que no podía poner más en peligro a sus hijas, no después de haber recuperado a Brisa de las garras de Kashiri y a Galerna de la influencia de aquellas malvadas Brujas. Cerró los ojos y extendió su conciencia más allá de los confines de su cuerpo. Dejó que su espíritu volase con el viento y buscase un foco de poder. Al estar tan cerca de la fuente, podía sentir palpitar la Esencia del Aire, pero era demasiado peligrosa. Su mirada etérea se fijó en las estrellas del firmamento y los astros. Ahí fue cuando lo vio con su ojo astral: un cometa reluciente y milenario pasaba cerca de su firmamento. Tendría que bastar.
Teslo y Katurian eran hombres de ciencia. Si no lo habían visto todo en este mundo, habían sido capaces de teorizarlo. Por ello, su sorpresa fue mayúscula cuando vieron como la superficie del cielo se veía rasgada por la caída de un elemento luminoso y brillante. Lo que parecía imposible, resultó ser durante esos segundos, cierto: un cometa había desviado su trayectoria infinita para atravesar la atmósfera y precipitarse contra la tierra. Por su trayectoria, parecía que iba directa hacia el Cumulonímbulo, y por extensión, hacia ellos. Empujándose el uno al otro, se abalanzaron sobre el timón y empezaron a girarlo frenéticamente para poder salir de la onda expansiva. El cometa prosiguió su avance con infinita lentitud, a pesar de que caía a cientos de kilómetros por hora.
El choque fue espectacular, tiñendo todo el cielo de Calamburia de una luz cegadora. Toda criatura viviente alzó la cabeza para mirar el aquel forzoso amanecer. Durante unos segundos, el mundo entero quedó iluminado por una extraña luz fantasmagórica, que fragmentaba los colores como si de un arcoíris se tratase. Y como si el tiempo hubiese sido devuelto a su lugar, la luz se extinguió para siempre, volviendo a sumir Calamburia en una tormentosa penumbra que poco a poco empezó a disiparse.
Los inventores se incorporaron trabajosamente, dando gracias a la gravedad y a los hechizos de los Impromagos por seguir vivos. Pero sus sorpresas no habían acabado, pues faltaba la más grande de todas: por encima de ellos, coronados por un rayo de sol que los iluminaba a contra luz, se acercaban los tres Aiseos.
Brisa sollozaba suavemente mientras seguía la estela de su padre. Bóreas, Señor de los Vientos del Norte, Dueño de los Cefiros y Jinete de Cometas, sostenía el cuerpo inerte de su hija Galerna con una mirada de infinito pesar. La mano de la joven relucía con una extraña luz: aferraba con fuerza la Esencia del Aire. Sabían que, de nuevo, aquellas criaturas inmortales conocidas como los Seres del Aire, habían pagado un alto precio. Lo que desconocían era el alcance de la deuda que acababan de contraer.
Más allá de la realidad, más allá del cosmos, donde sueños y esperanzas se encuentran, donde la magia vuela desatada y sin control, se encontraba un templo de proporciones ciclópeas y perfectas. Por entre sus delicados pasillos y corredores, vagaba una joven y desamparada Galerna, que miraba confusa a su alrededor. Los etéreos y blancos pasillos se veían salpicados de gráciles estatuas que representaban a diferentes Aiseos en posturas de adoración.
Finalmente, los pasos de Galerna la llevaron a una antesala presidida por un trono digno de un rey celestial. Pero en el trono no había ningún hombre: se trataba de una hermosa mujer, grácil y delicada, cubierta por finos ropajes de seda que ondeaban como si fuese el mismísimo aire. El rostro fino y armonioso de la mujer se iluminó con una cálida sonrisa tan perfecta que provocaba lágrimas en los ojos. Galerna no pudo hacer otra cosa más que caer de rodillas mientras lloraba silenciosamente, totalmente hipnotizada por la visión de aquel elevado ser.
– Bienvenida, joven Galerna. He estado vigilándote muy de cerca. Tienes valentía y una ira burbujeante en tu interior que te hará llegar muy lejos – dijo aquella criatura con una delicada voz que sonaba el rasgueo de un arpa.
– ¿Quién…qué eres? – dijo balbuceando Galerna, todavía incapaz de entender lo que veía.
– Hija mía, mi nombre es Rea. Y soy tu verdadera Diosa. Soy la Titán del Aire, encerrada aquí por los mezquinos deseos de mi hermano. Habéis estado adorando al Dios equivocado, habéis sido engañados y alejados de mi regazo. Los Aiseos sois mi progenie, mi legado y nuestro futuro. Y tú, pequeña, vas a ayudarme a cambiar mi sino.
Galerna siguió mirándola sin entender lo que decía. ¿El Titán, un dios falso? ¿Por qué entre los Aiseos no se hablaba de Rea? ¿Y por qué ella?
– No entiendo nada, mi señora. No sé si podré hacerlo – dijo estremeciéndose Galerna.
– Oh, descuida, pequeña – dijo Rea con una voz grave y seductora, como si fuese un gato a punto de saltar sobre su presa -. No necesito tu permiso ni tu voluntad para hacerlo. Los Aiseos sois todos propiedad mía.
Con un leve gesto de mano, un manto de nubes se amontonó alrededor de la joven. Empezó a gritar, pero era inútil: no se podía parar a la Titán del Aire. Los gritos de Galerna cruzaron los prístinos pasillos y rebotaron por entre las estatuas en posturas de adoración, que ahora parecían de torturada súplica. El grito se coló por entre las rendijas del templo y salió al exterior. Voló a través del tiempo y del espacio, cruzó el firmamento y abandonó la tierra de sueños y esperanza. Voló con la fuerza de un grito agónico, portado por las tormentas y ventiscas hasta rodear el destartalado Girocóptero. Mientras los Inventores sujetaban la Esencia del Aire con extrañas pinzas, protegidos con binoculares que les daban un aspecto de mosca, Brisa abrió de golpe los ojos y dijo:
– Está viva.