Se dice que el Titán cayó de los cielos, en una implacable pelea contra sus hermanos y se estrelló en la Tierra de Calamburia, cambiando su geografía para siempre. Hundió montañas, desató la furia de los volcanes y agitó el mar sumiendo el mundo en el caos.
En el epicentro de su caída, fue construido el Templo de los Elementos, un lugar en el que confluyen las energías más primigenias en un terrible vórtice, controlado únicamente por la estructura del Templo y del linaje infinito e inacabable de Protectores Elementales.
En el centro de tan majestuoso templo, iluminado por fuerzas en estado puro que recorren sus paredes como impulsos nerviosos, se haya el Gran Salón de los Elementos. Su tamaño es reducido pero los rituales que ahí realiza la Sacerdotisa de los Elementos son de tamaño prácticamente inabarcabable, ya que no se dan en nuestro plano de existencia sino en otro mucho más etéreo.
Las cuatro Esencias volvían a estar en sus pedestales, controladas y reducidas por diferentes campeones de Calamburia, pero que amenazaban con estallar de nuevo en cualquier momento. Solo el férreo control de Naisha y Nimai, los actuales custodios del Templo, impedían que estas fuerzas volviesen a asolar Calamburia. La tarea de restituirlos a su estado natural no iba a ser suya, sino la de los Elegidos del Titán, la pareja que había sido tocada por la consciencia dormida del Dios de Calamburia. Desgraciadamente, la pareja que se acercaba no era el resultado de un sueño, sino de una pesadilla.
– ¡Vaya vaya! Últimamente estamos pasando mucho tiempo en este Templo. Si lo sé, me dejo una muda limpia por si acaso – dijo una voz burlona, precediendo a dos siluetas que entraron en la sala por uno de los pasillos de acceso.
Nimai se levantó abandonando su postura de meditación, empuñando sus espadas en un parpadeo.
– ¡Este no es lugar para vosotros, ladrones! ¿Es que no habéis causado suficiente mal aquí? – les espetó con rabia.
– Bueno, confiábamos en que ibais a arreglar nuestra pequeña metida de pata. ¡Y tenía razón! En un tiempo record, los nobles héroes de Calamburia han recopilado todas las Esencias y las han reunido en un mismo punto. ¡Solo falta un lazo para envolver este regalo! – dijo con sorna Van Bakari, mientras realizaba una florida reverencia con su sombrero.
– No volveremos a fallar a nuestro deber. Los auténticos elegidos estarán a punto de llegar y se encargarán de devolver la estabilidad y acabar con vuestras artimañas – dijo Naisha con solemnidad mientras adoptaba una relajada pose de combate.
– Querida, preferiría bailar contigo, pero si es pelea lo que quieres, ¡pelea tendrás! – dijo Lord William encajándose de nuevo el brazo con un sonoro chasquido.
Ambas parejas arremetieron los unos contra los otros en un parpadeo. El cuerpo descompuesto de William paró las espadas de Nimai, que impactaron con un ruido húmedo pero sin provocar ningún tipo de daño aparente. Ambos empezaron a forcejear en un macabro abrazo mientras Van Bakari recitaba guturales cánticos, toqueteando sus fetiches siguiendo un extraño patrón. Almas perdidas emergieron del suelo como un pestilente miasma del pantano y se abalanzaron sobre Naisha, que convocó una fusión de distintos elementos para servirle de escudo.
En una situación normal, los Protectores Elementales habrían exterminado a sus enemigos con un leve gesto de la mano, pero gran parte de su poder estaba centrado en contener a duras penas a los elementos. La batalla iba girando lenta e inexorablemente a favor de los Redivivos, que aprovechaban sin ningún tipo de escrúpulo cualquier ventaja que pudiesen conseguir. Solo un giro de los acontecimientos podría cambiar esta situación, aunque no es el que los Protectores esperaban.
– Horas y horas de caminata con tacones, ¿ y esto es lo que nos encontramos, hermana?
– Ay, con lo poco que me gusta la violencia…salvo cuando es para temas de alcoba, por supuesto.
Nimai se giró hacia las recién llegadas, rechazando otro golpe del Redivivos.
– ¿Vosotras? ¿Vosotras sois las elegidas por el Titán? – gritó con incredulidad.
– Créeme, querido, estamos tan sorprendidas como tú – dijo Beatricce mirando con aprensión las legiones de almas que se abalanzaban sobre Naisha.
– Bueno, supongo que los Dioses también tienen….necesidades – dijo Anabella guiñando un ojo hacia el techo.
– Naisha, estamos perdidos. ¡Pensé que el Titán enviaría a alguien con poder suficiente para controlar los Elementos! Calamburia está condenada – sentención con frustración el guardaespaldas de la Sacerdotisa.
– Ten fe, amigo mío. Siento poder en ellas. ¡Usadlo por el bien de esta tierra! – dijo entre dientes Naisha mientras se defendía del embate de sus enemigos.
– Ah, hermana, me encanta cuando suplican. Lo hace todo mucho más excitante – dijo Anabella mientras sacaba su portaespejos de su escote.
– Bueno, es hora de revelar temporalmente nuestro secretito. Ya basta de usarlo únicamente para permanecer eternamente jóvenes – dijo Beatricce imitando los movimientos de su hermana.
Abriendo delicadamente los espejos los rozaron contra su cuerpo con sensualidad y dieron un sonoro beso contra su superficie para encararlo hacia sus enemigos. Los artefactos de poder relucieron con fuerza y liberaron al torrente de almas atrapadas en ellas. Cientos de ellas, miles, todas cargando al unísono contra los Redivivos. Con la forma de caballeros, mujeres de la nobleza , pobres y plebeyos: todos los clientes que habían pasado por las hábiles manos de las dos hermanas, atacaron a la oscura pareja.
– ¡Imposible! Son… ¡almas! ¡No podéis derrotarme con mi propio poder! – exclamó boquiabierto Van Bakari.
– No, querido. Tú robas y traficas almas. Nosotras ofrecemos nuestros placenteros servicios a cambió de una porción de su esencia. Descubrirás que es mucho más poderoso y sencillo conseguir lo que quieres si la gente está relajada y feliz. Sobre todo cuando están muy relajados y susurran tu nombre.
Los Redivivos trataron de oponerse a aquel torrente de fuerza descontrolada, pero era imposible. Su especialidad era ser arteros, atacar en la sombra o cuando el enemigo estaba débil. No tenían ninguna posibilidad en un intercambio igualado.
– Querido William, me temo que tendremos que retirarnos. Aprecio mucho mi pellejo y mi ingenio como para convertirme en un cadáver. Sin ofender.
– Pocas cosas me ofenden ya, salvo la falta de fiesta. Y esto ya se ha convertido en un velatorio. ¡Volvamos a casa! – dijo Lord William, recogiendo su brazo del suelo.
– ¡Protectores! ¡No podréis vigilar siempre este Templo! Estaremos acechando, y en el momento en que os despistéis, veréis como vuestra sombra cobra vida y os apuñala por la espalda. ¡Nos volveremos a ver! – gritó Van Bakari lanzando una calavera contra el suelo. Pisándola con el tacón de su bota, desaparecieron en una nube de humo pestilente, sin dejar rastro alguno.
– Vaya. Siempre se acaba todo con decepcionante rapidez, hermana – comentó con hastío Anabella.
– ¡Elegidas! ¡No bajéis la guardia! ¡Las Esencias están despertando! – gritó Nimai, corriendo hacia los altares.
De cada uno de los pilares en los que descansaban las esencias, fueron emergiendo figuras colosales con apariencia humana. Sus siluetas similares a fantasmas relucían de energía y recordaban las figuras de las últimas personas que habían entrado en contacto con ellos. Los Avatares de los Elementos empezaron a luchar contras las interminables almas de las Cortesanas. Su estilo de combate recordaba vagamente a sus copias originales, con una silueta similar a un Salvaje gritando palabras de poder, un Trovador danzando con agilidad lanzando a filas de almas por los aires con su laúd, una Bruja tejiendo extraños hechizos en el aire y un Tritón convocando olas de aguas fantasmales contra el ejército de almas. Los Protectores Elementales murmuraban poderosos hechizos mientras recorrían la sala tocando las paredes y activando milenarios mecanismos que existían desde la creación del Templo. La sala entera empezó a bullir de energía elemental desatada, amenazando con cortar la respiración de los presentes.
Naisha se derrumbó de agotamiento y Nimai activó las últimas runas del Templo, provocando un temblor que parecía el rugido de una criatura legendaria.
– ¡Ahora, Cortesanas! ¡Lanzad todo vuestro poder!
Ambas hermanas se cogieron de la mano y enfocaron sus espejos contra los cuatro Avatares. Las paredes del Templo refulgieron con un brillo cegador y los elementos chillaron con ira. Las almas se multiplicaron como las gotas de una lluvia torrencial, como el magma brotando de un volcán, como una avalancha de tierra, como un tornado enfurecido. Superaron las defensas de los avatares y los ahogaron en un montón fantasmagórico, bloqueando poco a poco su poder.
A las afueras del templo, más allá de las nubes, ahí donde el firmamento pierde su nombre, un rayo de luz cruzó el tiempo y el espacio. Partió la realidad en dos y con un crujido monumental, cayó en picado contra el Templo de los Elementos. La energía celestial, primitiva e inigualable recorrió las paredes que absorbieron su poder como un extraño pararrayos concentrando toda su energía en el Gran Salón de los Elementos. Los Avatares fueron absorbidos por las Esencias mientras la construcción entera crujía y gemía como un Dios dormido.
Con un terrible ruido similar al de una explosión siendo succionada, el ritual terminó. Las nubes volvieron a cerrarse, los cielos se unieron de nuevo y los astros celestiales continuaron su inmutable movimiento.
La calma y la quietud volvieron a la sala. Las Cortesanas se incorporaron despeinadas y con el maquillaje corrido de la cara.
– ¡Vaya! Y yo que les digo siempre que avisen cuando pasan estas cosas, hermana – dijo jadeando de emoción Anabella.
– No importa, querida. Yo volvería a repetirlo sin duda – dijo Beatricce con los ojos aún brillantes y la respiración agitada.
Calamburia había vuelto a ser salvada in extremis. Pero sus habitantes ya estaban acostumbrados a vivir al borde de la perdición, por lo que la siguiente traición estaba a punto de ocurrir. Esta vez, nadie se esperaba las funestas consecuencias que tendrían para nuestro Reino.