Cuando su hermana Laurencia le comunicó que estaba embarazada, dos temores asaltaron al pícaro Drawets. El primero tenía que ver con la maldición de la que le hablaba su difunta tía Brígida, mujer bien aleccionada por capellanes y galenos: «los hijos que son fruto del pecado entre hermanos reciben la maldición del Titán». Algunos, afirmaba la anciana, nacían con malformaciones; otros, cortos de entendederas. El segundo temor era el implícito en el hecho de ser padre. Era consciente de que había sido padre muchas veces, pero nunca había ejercido, pues siempre había sabido correr más que sus responsabilidades. Sin embargo, en esta ocasión, Laurencia había sido clara: «No sé si el niño vendrá al mundo con cola de cerdo», dijo acariciando la botella de vino «pero si se te pasa por la cabeza dejarme sola con él, el que va a perder la cola serás tú, no sé si me explico. Conozco mejor que tú todas las tabernas de Instántalor, sabes que te encontraré».
De ese modo fue como el pícaro consiguió la patria potestad de un hijo que cumplió todos los pronósticos de capellanes y galenos. Para colmo Laurencia se desentendió del bebé alegando que lloraba demasiado y que cuando mamaba no la dejaba mamar a ella. Sin embargo, Drawets no se rindió. Se propuso ser el mejor padre posible y adiestrar a su mermado retoño para crecer como un verdadero crápula, seductor y pendenciero. Sabía que tarde o temprano lo conseguiría pues, al fin y al cabo, y gracias a la voluntad del Todopoderoso Titán, tenía toda una vida —eterna— por delante.
Tinín fue creciendo y se convirtió en chivato, ladronzuelo y chico de los recados de distintas hermandades de rateros. Bajo la atenta mirada de su orgulloso padre, terminó por devenir una pieza indispensable de los bajos fondos de Calamburia. Lejos de granjearle las burlas de los otros niños, su retorcido y rosado rabo le ha hecho ganar muchos calamburos, pues lo enseña a cambio de dinero a todo aquel que quiera pagar por contemplar lo que denomina una “maravilla de la naturaleza”. Su única ambición en la vida es convertirse en todo un hombre como su padre Drawets, el mayor pícaro de todos los tiempos a quien imita y respeta.
Un buen día, el padre llevó al hijo a un antro del puerto frecuentado por bucaneros, allí pretendía adiestrar a Tinín las artes del juego y los secretos de cómo hacer trampa sin morir en el intento. Halló un pirata de rostro embozado dispuesto a jugar con él. Sin embargo, aquel filibustero demostró ser más hábil que el pícaro con las cartas o, al menos, más rápido haciendo trampas. Los otros lo llamaban capitán C, pues se hallaba de viaje en una importante misión secreta. Al perder varias veces, Drawets contrajo una abultada deuda que no podía pagar. Como ya nadie en Instántalor fiaba al pícaro dado que su reputación le precedía, los piratas amenazaron con cortarle la mano izquierda. Cuando él suplicó por su vida, el capitán C le ofreció una salida: aceptar recibir el fardo que portaba con él sin hacer preguntas. Si aceptaba, la deuda sería perdonada y mantendría su mano. Drawets estaba familiarizado con deshacerse de bultos indeseados, así que aceptó asumiendo que sería mercancía robada de la que había que desembarazarse antes de ser cazado por la justicia. Los corsarios dejaron el fardo en la mesa y huyeron rápidamente. Justo entonces, el bulto, envuelto en mantas, empezó a llorar.
Y así es como Drawets, el pícaro, se convirtió en padre por segunda vez.
Como había sido exitoso padre de varones y nunca había criado una niña, el pícaro asumió que se trataba de un niño, a pesar de que Laurencia insistiera en lo contrario. Al nuevo retoño lo llamó Gorrión, por su pequeño tamaño y lo crió igual que a Tinín, del que rápidamente se convirtió en compinche de fechorías. Además, Gorrión demostró ser más hábil e inteligente que su hermano, lo cual llenó de orgullo a su padre, que asumió que su método de educación y mentoría iba mejorando con el tiempo. De hecho, a sus tiernos diez años de edad, Gorrión ha montado una banda de pillos, los Manos Largas, que trabajan a sus órdenes en los bajos fondos de Instántalor donde luchan por el control del territorio contra las bandas rivales: los Peces de Plata, formada por los niños abandonados del puerto, y los Perfumados, compuesta los hijos de las meretrices de la capital.
Ahora, los niños pícaros sobreviven en los arrabales de Instántalor, a base de lo que les provee la generosidad de los bolsillos ajenos. Simpáticos, famélicos y habilidosos con las manos, hacen las delicias de los burgueses con sus juegos malabares y de los borrachos de la Taberna dos Jarras con sus chistes picantes, los favoritos de Edmundo el Tavernero. Bajo la tutela de Drawets, su guía y mentor en las artes de la picaresca, se han convertido en elementos indispensables de la vida de los suburbios de la ciudad. Nadie sospecha que, tras los ropajes de niño, Gorrión es en realidad la princesa Urraca, una de las mellizas reales, herederas del trono de Ámbar, usurpado hace años por la Emperatriz tenebrosa Amunet. Sus padres, los reyes en el exilio Elora y Rodrigo VII, que tras entregar las niñas a Minerva, desconocen el paradero de sus hijas.
LOS NIÑOS PÍCAROS
Presentación
Ellos sobreviven en los arrabales de Instántalor, a base de lo que les provee la generosidad de los bolsillos ajenos. Simpáticos, famélicos y habilidosos con las manos, hacen las delicias de los burgueses con sus juegos malabares y de los borrachos de taberna con sus chistes picantes. ¡Vigilad bien vuestras pertenencias, pues han llegado los Niños Pícaros!
La pareja
Gorrión
Dulce e inteligente, se siente parte de la fauna de los suburbios, aunque, en realidad, se rumorea que por sus venas corre la sangre de la realeza. No soporta que los de su edad la llamen Urraca, ni que su tío Drawets la confunda con un niño. ¡Agitad vuestras alas ante Gorrión, Señor de las Azoteas!
Tinín
Chivato, ladronzuelo y chico de los recados, se ha convertido, por derecho propio, en una pieza indispensable de los bajos fondos de Calamburia. Fruto de un amor prohibido entre dos padres demasiado cercanos, arrastra las consecuencias de ese desliz compensando sus limitaciones con su admirable desparpajo. ¡Asombraos ante Tinín, Amo de los Callejones!