…LAS PROFUNDIDADES
-¡Mi Rey! –llamó Olazir, el arpa temblaba en sus manos- Las hordas de Kashiri han atravesado los muros. ¡El palacio de Ámbar va a caer!
Comosu I había cambiado desde que ascendió al trono. De cara al público parecía un muchacho malcriado y orgulloso, pero en privado Comosu se mostraba extrañamente resolutivo. Era como si fuera otra persona. Sin embargo, sus decisiones, pese a realizarse de un modo consecuente y maduro, terminaban favoreciendo al bando de Kashiri. Casi todos ignoraban que Comosu era preso de una poderosa sugestión, que Kashiri le dominaba en sueños, y que le ordenaba planes que terminaran favoreciendo a su ejército del mal.
En este caso, Comosu había concentrado sus tropas contra el bando de los Rebeldes. Arishai y la Marquesa Zora peleaban con todas sus fuerzas intentando tumbar las barreras mágicas levantadas por Impromagos y Trovadores, pero por otro lado, el lado sur del Palacio de Ámbar se hallaba casi desprovisto de toda vigilancia. Allí Comosu no había dejado más que una pobre guardia capitaneada por los Eruditos quienes, enfrascados en sus múltiples diatribas, apenas se dieron cuenta de que el enemigo se les colaba.
El plan de Kashiri se había iniciado desde la misma coronación del Rey. Apenas hubo ascendido al trono, los mercenarios le inocularon un potente sedante. Entonces, la Emperatriz Tenebrosa rompió la barrera onírica y se adentró en sus sueños. A partir de entonces, era ella la que hablaba por su boca cuando Comosu dictaba cualquier mandato.
-Concentrad las fuerzas contra el ejército del Escorpión de Basalto –dijo el Rey-, los eruditos sabrán contener a Kashiri.
-¡Pero mi rey! –protestó Olazir.
Comosu detuvo sus palabras con un veloz movimiento de su mano.
-No te atrevas a cuestionar mis órdenes.
El trovador se alejó cabizbajo. Era evidente que presentía la derrota.
Seis horas de batalla después, el palacio cayó.
-Saludos, rey Comosu I –saludó Kashiri con sorna, cuando sus huestes atravesaron las puertas del salón del trono.
El rey aguardaba sentado junto a Dorna. Sólo la salvaje parecía molesta por la derrota. Ambas mujeres quedaron una junto a la otra, observándose. Kashiri, con una media sonrisa que evidenciaba su placer por el triunfo; Dorna, impertérrita, se negaba a mostrar debilidad.
-No mantendrás tu reinado durante mucho tiempo –amenazó la salvaje-. Los ciudadanos de Calamburia no lo permitirán.
-Sé que no lo permitirán –rió Kashiri-, pero mi plan no termina aquí. Me he asegurado un reinado de mil años, nadie podrá arrebatarme el trono. ¿Quieres saber cómo?
Señaló con su báculo a las puertas de la sala. Los Hijos del Dragón aguardaban allí. Eran tres.
Al momento, la tierra quedó cubierta por una sombra gigantesca. Un escalofrío reptó por la columna de los que se hallaban en palacio. Kashiri reía.
-¡Escuchad, mortales! –anunció, alzando su báculo- He hallado al Tercer Hijo del Dragón, Okura Rensin. Gracias a él, he despertado un verdadero dios. ¡Inclinaos ante el milenario Dragón de Calamburia!
Se escuchó un rugido tan poderoso, que los mismos muros se estremecieron. El Dragón sobrevolaba el palacio. Era monstruosamente grande, tanto como una montaña. Dio un par de pasadas y escupió una catarata de llamas y magma. Kilómetros de tierra quedaron incinerados en un segundo.
-¡El Dragón me obedece sólo a mí! –se carcajeó Kashiri-. Con él, nadie osará desafiar mi poder.
Volvió a reír y, con un brusco movimiento de su báculo, lanzó a Comosu fuera del trono. Fue entonces cuando el joven salió de su hipnosis, y comprendió cuánto se había parecido su reinado al que su padre Rodrigo mantuvo en el pasado.
-¡Fuera de mi palacio! –Kashiri agitó una mano, dirigiéndose a los que habían sido sus enemigos; sus huestes se encargaron de expulsarles.
En un momento, hombres y mujeres que se habían enfrentado en la Contienda de las Tres fuerzas se convirtieron en esclavos de un poder superior. Comosu y Dorna también se mezclaron como uno más entre el pueblo, dispuestos a un peregrinaje donde no alcanzara el poder del Dragón… algo que parecía imposible.
-¿Qué haremos ahora, mi señor? –preguntó Olazir, buscando el consejo del Rey, como había hecho durante la guerra, mientras un éxodo de miles de personas transitaba sin rumbo fijo.
-No lo sé –esta vez, Comosu respondía desde su propia sinceridad.
Fue entonces, cuando toda esperanza parecía perdida, que apareció alguien a quien nadie esperaba: Corugan.
El poderoso hechicero se mostró en lo alto de una colina, como si supiera que los peregrinos pasarían por allí. Cuando Dorna llegó hasta él, ilusionada y con muchas preguntas sobre cuál había sido su paradero, el salvaje pronunció una de sus frases ininteligibles.
-¿Qué ha dicho? –quiso saber Comosu.
-Que hay una forma de vencer al Dragón. Él la conoce, se la han revelado desde -dudó antes de continuar-… Desde el futuro.
-¿Desde el futuro?
-Ha viajado a un futuro en el que el Dragón ha devastado la tierra, pero sabe cómo evitarlo.
-¿Qué tenemos que hacer? –Comosu se aproximó al salvaje- Di lo que sea, cualquier cosa, y lo haremos.
Comosu formuló una sentencia y señaló al horizonte, en dirección hacia la arboleda de Catch – Unsum.
-El Titán –tradujo Dorna-. Dice que hay que despertar al Titán.