-Nox significa noche –recuerda Sergei, mirando hacia las estrellas.
Las vistas de Instántalor son fabulosas desde su posición, sentado delante del rosetón de la catedral. Los edificios se extienden hasta donde alcanza la vista; más allá, el río, cuyo trazo serpentino se aleja hacia las marismas. Al otro lado, la ciudad finaliza en el puerto, donde un centenar de mástiles sobresalen como las costillas de una bestia prehistórica.
-Nox significa noche –las palabras se repiten en su cabeza. Quizás la frase más importante de toda su vida.
Sonríe al recordar la primera imagen de su niñez. Es perturbadora, extraña… no tiene sentido. Se ve a sí mismo tumbado en el bosque, desnudo, empuñando una espada cuyo nombre aparece cincelado en los gavilanes: La falange del Titán, un nombre de espada demasiado heroico para pertenecer a un niño de quince años. Le resulta curioso que aquel, su primer recuerdo, resulte tan paradójico. No sabía cómo se llamaba, y sin embargo sí conocía el nombre de aquel arma; la misma que aún utiliza. Tantos años a su lado, y no se ve ni una mella en su filo. No es una espada corriente, sin duda.
Era primera hora de la mañana cuando despertó en el bosque, quince años atrás. El sol aún no había disipado el rocío, y los pájaros comenzaban a desperezarse. Fue su trino lo que le despertó, junto al doloroso entumecimiento de sus músculos.
Se puso en pie de un salto, aterrorizado. Todo le daba vueltas, pero era más aplastante la ausencia total de recuerdos; la constante incógnita de saber quién era, y qué le había llevado hasta semejantes circunstancias. Observó el cielo, los escasos rayos que se filtraban a través de las copas de aquellos árboles gigantescos. Luego buscó por el suelo algo que le sirviera de pista: huellas, prendas de ropa… halló un pedazo de papel. Estaba hecho una bola, como si alguien lo hubiera guardado en su puño con fuerza. Sólo había una frase:
Nox significa noche.
Aquello le perturbó todavía más. ¿Por qué esa frase? ¿Qué quería decir? ¿Se refería a él? No tuvo tiempo de meditar mucho sobre aquello; media docena de gruñidos le devolvieron a la realidad. Advirtió que le rodeaban miradas encendidas, escrutándole tras los arbustos.
Una manada de lobos.
Agarró su espada con ambas manos y se puso en guardia. Al momento, notó que los músculos se le tensaban con un hormigueo familiar, casi satisfactorio. Había alzado aquella espada en el pasado. Sabía cómo hacerlo.
Los lobos atacaron. Sergei sintió miedo, pero al instante aquella sensación desapareció empujada por un acto reflejo. Tomó la espada, y de dos estocadas mató a dos animales. Los otros cuatro se quedaron a cierta distancia, sopesando al enemigo. Sergei se sorprendió haciendo gala de unos reflejos sorprendentes. Realizó un par de filigranas y se preparó. Los lobos estaban a punto de abalanzarse, lo sabía.
Atacaron coordinados, aprovechando sus puntos ciegos pero, de nuevo, volvió a defenderse con éxito. Mató otros dos sin que llegaran a rozarle. Los restantes escaparon con el rabo entre las piernas.
Entonces Sergei se observó. Todavía se hallaba en guardia, con su cuerpo impregnado de sangre ajena y jadeante. Había derrotado a los lobos, pero aún no se encontraba a salvo. Había alguien más allí. Alguien…
Se volvió, preparado para un nuevo combate. A su espalda esperaba un hombre de mediana edad. Su mirada era reposada, pero Sergei adivinó en ella la experiencia de quien se ha enfrentado muchas veces al dolor. Vestía un sobretodo que cubría sus ropas, y que dejaba ver, muy de soslayo, el pomo de su espada.
-Eres bueno –dijo aquel hombre-. Pero no lo suficiente. Seis lobos no son un enemigo digno. No para ti.
-¡¿Quién eres?! -Sergei ya se preparaba para un nuevo enfrentamiento.
-¿Y tú?
El aludido apretó los dientes.
-No lo recuerdas, ¿verdad? –el extraño distendió los labios en una sonrisa.
-¿Me has hecho tú esto?
-No, pero no es la primera vez que lo veo.
-¿Qué quieres?
-Entrenarte.
-¿Por qué?
-Porque yo también desperté en el bosque, desorientado, hace exactamente quince años.