En un abrir y cerrar de ojos, una de las pequeñas salas de Eskuchaín se convirtió en la antesala al inframundo. Lo único que se interponía entre tanto caos eran dos pequeños duendes y un aterrorizado y cobarde Impromago.
– ¡Impromago! Nos vemos las caras de nuevo, tal y como predijeron las cartas – se regodeó Kálaba.
– Pero… ¿Cómo habéis cruzado las barreras mágicas de la Torre? ¡Son impenetrables, Sirene las revisa cada poco tiempo!
-Hemos detectado un cambio en las defensas. No sabemos qué lo ha provocado, pero hemos detectado un agujero en el campo de magia que protege esta torre. ¡Ahora nada impedirá nuestra venganza!
Las figuras del semicírculo estallaron en múltiples risotadas atronadoras, sin el menor ápice de alegría en ellas.
– Oye Eneris, ¿tú crees que ese cristal tan brillante en lo alto de la torre tiene algo que ver?
– No lo sé, Seneri. Déjame que lo saque –masculló el Duende, rebuscando en sus bolsillos- ¡Ah! Pues no, brilla como siempre. ¡Guau…!
Los dos Duendes se quedaron embobados mirando una pequeña gema que flotaba sobre sus manos, rodeada de luces multicolores.
– ¿Pero qué habéis hecho? ¡Locos! ¡Esa es la piedra que genera el campo de magia de Eskuchain! – exclamó con voz aguda Eme, presa del pánico- ¡Nos habéis condenado!
-¡Jo!, no será para tanto –dijo Eneris con voz quejumbrosa –. Y es tan brillante y bonito… ¡Estaba abandonada ahí arriba!
– ¡No! ¡Nos protegía de cosas como ésta!
– ¡Basta de balbuceos! Es hora de descubrir todos vuestros secretos. ¡Adonis! Da uso a tus poderes telepáticos. Yo me encargo de estos insectos.
Kálaba empezó a entonar un cantico en una lengua extraña. Una mano invisible apartó a ambos Duendes de un plumazo, lanzándolos contra una estantería llena de libros. Adonis, sin perder su inquietante sonrisa, se abalanzó sobre Eme y le sujetó la cabeza con las manos.
– Me… perteneces –le susurró con una sonrisa maniaca.
Eme se arqueó con un grito mudo y empezó a temblar. El Zíngaro abrió los ojos de sorpresa y apretó con más fuerza las manos. Tras unos segundos, soltó a su víctima, dejando que se derrumbase en el suelo.
– Kálaba… los antiguos relatos de los Zíngaros decían la verdad. Las canciones que se cantan en la oscuridad del bosque a la luz de la hoguera son ciertas: las Brujas existen. Y sé cómo traerlas aquí. Sólo necesito… un espejo.
– ¡Por fin! ¿A qué esperáis, atajo de gandules? ¡Rápido!
El resto de Zíngaros empezaron a rebuscar por toda la biblioteca. Finalmente, trajeron arrastrando entre gruñidos y sudores un enorme espejo al centro de la sala.
– Muy bien, pequeño Impromago. Es hora de que afrontes tu reflejo. ¡Y tu destino ¡
Adonis, agarrándole la cabeza de nuevo, le obligó a mirar fijamente el espejo. Eme contempló aterrorizado su propia figura temblorosa. Trató de apartarse, pero las manos del Zíngaro eran como cepos implacables. Éste comenzó a salmodiar en una lengua oscura y prohibida, que mezclaba sus antiguas habilidades de Portero de Calamburia con la más peligrosa de las magias negras.
– Hijas de la Oscuridad…embajadoras del Vacio…hermanas del Archimago más poderoso que ha hollado esta tierra…caricia de ortigas y señora de los cuervos… ¡Yo os convoco! ¡Defendra! ¡Aurobinda!
Nada ocurrió durante unos tensos instantes. Sólo se escuchaba el jadeo desesperado de Eme. Hasta que, de pronto, unas terribles y malignas carcajadas resonaron por toda la torre. La superficie del espejo se tornó líquida, como si se tratase de un fétido y oscuro mejunje de lo más profundo del pantano. Las risas aumentaron de nivel y se tornaron histéricas. Dos formas empezaron a atravesar el espejo mediante espasmódicos movimientos, tratando de romper la pegajosa superficie. De pronto, como si se hubiese tratado de una enfermiza pompa de jabón, ésta se rasgó y dio paso a dos figuras envueltas en capas de color rojo y verde.
– ¡Ah! El dulce olor de la libertad –dijo Defendra.
– Si, hermana. El olor a cosas que aún no han sido mancilladas…y rotas – afirmó Aurobinda, mirando a su alrededor con avidez.
Kálaba dio un paso hacia delante, abriendo los brazos para acoger a sus invitadas.
– ¡Hermanas de la magia oscura! Os doy la bienvenida. Me llamo Kálaba.
–Saludos, Kálaba -dijo muy ufana Defendra, y luego, señalando a Eme, añadió –pero mira qué tenemos aquí. ¿Un cachorro de Theodus? Reconozco nuestra marca arcana, hermana…
Eme se encogió mientras murmuraba el nombre de Sirene, tetanizado por el miedo. De pronto, de un montón de libros de la sala surgieron un centenar de chispas. Con una explosión de fuegos artificiales, los dos Duendes dieron una enorme pirueta cruzando de un lado a otro, derribando un par de Zíngaros por el camino.
– ¡Cuando la oscuridad acecha a nuestro amigo…!- dijo Eneris
– ¡Es cuando más fuerte pegamos al enemigo! –concluyó Seneri
Al aterrizar, ambos tomaron una pose triunfadora junto al Impromago.
– Deliciosos. Huelen a magia blanca. ¿Se podrán comer, hermana? – preguntó ávidamente Aurobinda.
– Probablemente sí. Y decidme, pequeñuelos. ¿Qué pensáis hacernos exactamente? – agregó con fingida inocencia Defendra.
Ambos Duendes miraron a su alrededor, fijándose en cada detalle de la habitación. Y rascándose la cabeza, respondieron:
– ¡Eme os vencerá! – Exclamaron ambos a la vez.
Todas las miradas se giraron para mirar al joven Impromago. Con una voz temblorosa contestó:
-¿Eh? ¿Yo?