87. EL ALMA DE LA TIERRA

Algas, desperdicios y todo tipo de restos putrefactos flotaban en las aguas de las marismas. Los arboles tapaban la luz del sol, creando un microclima de pegajosa humedad en la que una apestosa neblina dificultaba la visión. Largas y espesas lianas colgaban de las ramas como sudarios, entorpeciendo el paso de los escasos visitantes de esas envilecidas tierras.

Pero esta vez, no se trataba de un aventurero perdido o de un alma descarriada. Una barca dorada recorría con parsimonia la profundidad de las marismas. Su proa cortaba con eficacia las apestosas aguas. Hortelanos sudorosos la impulsaban usando los remos como pértigas. Sentada en un lujoso trono dorado, la Marquesa Zora Von Vondra miraba con desagrado a su alrededor, frunciendo la boca con asco. Dos forzudos Hortelanos la abanicaban rítmicamente, mientras se ocupaban en despejar las lianas a su paso.

La extraña comitiva fue abriéndose paso por las oscuras aguas de las marismas. Cada vez se adentraban más profundamente en el pantano, ahí donde ni siquiera las miserables criaturas se atrevían a pisar.

 

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La barca se detuvo junto a un destartalado muelle. Su fulgor dorado se hallaba un poco más apagado, debido a la mugre acumulada por su largo viaje. Zora bajó al muelle siempre vigilada atentamente por sus siervos, pero ella no les prestaba atención. Su mirada se encontraba fija en la mansión al final del muelle. Se trataba de una antigua casa, de varios cientos de años de edad. Sus grandes ventanas se hallaban tapiadas o rotas y faltaba una de las grandes columnas que coronaban la entrada. La casa parecía inhabitada, salvo por el hecho de que alrededor suyo, varias antorchas brillaban con una fantasmagórica luz violeta.

El grupo emprendió la marcha con la Marquesa a la cabeza, andando con firmeza y tratando de evitar el barro del camino. Fueron ascendiendo la leve colina, hasta llegar a las sombras de las gigantescas columnatas. Al plantarse frente a las puertas, estas se abrieron lentamente con un leve crujido, como por arte de magia. Zora puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua con desagrado. Con largas zancadas, se adentró en la casa, seguida por su grupo de cada vez más temerosos hortelanos.

El interior de la casa también estaba hecho un auténtico desastre, pero velas de todos los tamaños, brillando con aquella inquietante luz violeta, iban indicando un camino hacia uno de las habitaciones. Se trataba de una sala de baile gigantesca, con un agrietado suelo de mármol. Una ruinosa araña de cristal estaba medio colgada del techo, en peligroso equilibrio. Al fondo de la sala, un enorme sillón de espaldas frente a una chimenea proyectaba una larga sombra. Cientos de velas se acumulaban en las paredes y parecían llenar la oscuridad en vez de disiparla.

– ¡Llega tarde, señora Von Vondra! – dijo una voz desde el refugio de su gran sillón. Parecía estar divirtiéndose-.Supongo que estaba disfrutando de las vistas.

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– Créeme Bakari, venir aquí es como tener que pisar la corte del Trono de Ambar: ambos oléis a cloaca.

– ¡Oh! ¡Pero para mí es un halago! Se pueden encontrar tantas cosas útiles en las cloacas… se sorprendería de saber lo que la gente tira.

– No he venido para tener una distendida charla, embustero.

– Duras palabras, querida. ¡Duras palabras! Espero que hayas cumplido tu parte del trato.

– Por supuesto. Los Von Vondra siempre cumplimos lo pactado – dijo ella, con furia contenida.

– ¡Eso tengo entendido querida! Eso tengo entendido – le respondió el otro con una risa entre dientes. Chasqueó los dedos y se dirigió a un lugar oscuro de la pared-. Ya sabes lo que tienes que hacer, William.

Lo que parecía una sombra inmóvil junto a la chimenea cobro vida y empezó a andar con pasos ortopédicos. Se dirigió con su extraño andar hacia Zora, con un brazo extendido de manera poco natural. La Marquesa retrocedió solo un paso, mostrando de nuevo una mueca de desagrado, con un extraño brillo de pesar en los ojos.

– ¿Crees que te puedes reír de mi haciéndome interactuar con este…monstruo? – preguntó, escupiendo las palabras con desprecio.

– ¡Por favor, querida! ¡Ambos somos socios! Hablar con William es como hablar conmigo.

La figura se detuvo frente a la mujer, con su brazo rígidamente extendido. Sus elegantes ropajes se hallaban mohosos y destrozados, como si hubiesen pasado casi cien años sobre el cuerpo de su portador. La cara de la figura se hallaba envuelta en sombras, pero se podía apreciar una palidez casi cadavérica en sus facciones.

– Padre. Siempre es un placer volver a ver a la familia – le dijo Zora suspirando, mientras le tendía un arrugado pergamino.

La figura ni se inmutó. Agarró el pergamino con fuerza, girándose torpemente y volviendo junto al sillón. Se lo tendió a la misteriosa persona que ahí se sentaba, la cual la cogió extendiendo una mano llena de anillos y abalorios.

– ¡Ah! Maravilloso. Me costará un tiempo descifrarlo y obtener los hechizos y salvoconductos necesarios, pero esto sin duda es un gran paso hacia adelante. Gírame, William, hazme el favor.

Lo que una vez fue William Von Vondra volvió el sillón hasta dejarlo de frente a la Marquesa. En él se sentaba una turbia figura, con sus ropas oscuras llenas de abalorios, calaveras y exóticos fetiches. Su cabeza estaba coronada con un sombrero de copa y su cara, tapada por una inquietante máscara con forma de una demoniaca calavera.

– Espero que esto signifique el final de la deuda que mi familia contrajo contigo, monstruo. Creo que es más que suficiente para saldarla de una vez por todas – dijo Zora, sin parpadear ante la figura de su interlocutor.

El desconocido rió con todas sus fuerzas, una risa estridente y entrecortada. Se interrumpió súbitamente, como si nunca hubiese ocurrido.

– Querida, vuestra familia ha disfrutado de muchos de mis favores. Y yo, el honorable Van Bakari los he dispensado con suma eficiencia. ¿Acaso tus tierras no siguen reluciendo con verdor en estos tiempos difíciles? ¿Acaso tu descendencia no goza de una antinatural salud? ¿Es posible que todos los posibles detractores y las familias de las víctimas de tu sobrina han sido acallados con la máxima celeridad….para siempre? – preguntó grandilocuente, agitando las manos y haciendo tintinear sus abalorios.

– Esto es chantaje. No es lo acordado. ¡Y no se chantajea a una Von Vondra! – siseó furiosa la Marquesa.

– Creeme, sé exactamente lo que hay que hacer con los Von Vondra. ¿Verdad socio? – dijo girándose hacia William-. Oh disculpa. Siempre se me olvida.

Sacó una cajita de ébano, la cual, al abrirla, mostró una perla que relucía con una luz púrpura.

– Es cierto, Bakaris – dijo la figura con una voz sorprendentemente clara-. Los siento, hija mía. Los negocios son los negocios. Yo hice un pacto en su momento y sabía el precio. Tú también deberías saberlo.

– ¡Tú ya no eres un Von Vondra! ¡Eres un monstruo de la naturaleza! ¡Eres una aberración!¡Eres…! – empezó a gritar Zora, perdiendo el control por primera vez.

– ¡BASTA! – gritó Van Bakari, cerrando la cajita de golpe y haciendo que todos los temerosos sirvientes de la Marquesa salieran corriendo en desbandada hacia la salida de la mansión-.No tengo tiempo para riñas familiares. Por eso tengo a toda mi familia colgando del cuello. ¡Já!

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Volvió a reírse con histéricas carcajadas mientras las velas titilaban tenuemente y la Marquesa era dolorosamente consciente de lo sola que se hallaba en ese momento.

– Estoy de buen humor – afirmó Bakari-. Por lo que te prometo una cosa, Zora: pronto no necesitaré tus servicios. Pronto dejaré de rebajarme a buscar migajas en las cloacas. Pronto dejaré de mendigar por las almas de los poderosos. Mi objetivo es algo mucho más grande, mucho más que el alma de un héroe o la de un rey. Mi próximo objetivo es el alma de la tierra misma.

– Estás diciendo…¿qué quieres robarle el alma al Titán? – susurró con los ojos abiertos Zora Von Vondra.

Como un maestro de ceremonias, Bakari se incorporó de un salto y empezó a gesticular con grandes aspavientos.

– ¡Já! Eso es poco ambicioso. Voy a por más, mucho más. Quiero la esencia de lo que existía antes del Titán. Antes que el Dragón. Lo quiero todo. Gracias a este pergamino, lograré adentrarme en el Templo de los Elementos y obtendré el alma de las fuerzas más primitivas de Calamburia. La fuerza de los cuatro elementos. ¡La misma esencia de la creación! Y seré… ¡IMPARABLE!

Empezó a girar y saltar sobre sí mismo mientras las velas se agitaban y caían a su alrededor sin apagarse ni empezar incendio alguno. Las carcajadas recorrieron los pasillos de la mansión saliendo por las ventanas, hasta rebotar por las copas de los árboles muertos, recorrer las lianas moribundas y hundirse en las putrefactas aguas de las marismas.