-¡Llamad a los trovadores! –se escuchaba por todo el palacio de Ámbar- ¡Llamad a los trovadores, el rey Comosu solicita otra canción!
La noticia volaba por los pasillos, las cámaras, los establos y los jardines. Recorría el recinto amurallado y aún más allá.
-¡El rey Comosu solicita otra canción de los trovadores!
Y se extendía de boca en boca. Pasó a los cocineros y a los cocheros; a los limpiabotas, sastres, palafreneros, chambelanes y pajes. Todos repetían lo mismo, hasta que al fin, la noticia alcanzó los oídos de los trovadores.
Olazir y Artemis se hallaban, como de costumbre, paseando fuera de los límites del palacio, salvando una a una las suaves colinas que lo rodeaban. Les gustaba ir allí de cuando en cuando, pues el solaz de la brisa primaveral, el tacto del rocío en la hierba y los intrincados escorzos de los árboles les inspiraban nuevas melodías de amor.
-¡El Rey desea otra canción! –escucharon que traía el viento; y luego, más de cerca, les fue transmitido por uno de los jardineros.
-El rey Comosu quiere otra canción –les dijo con una reverencia.
-¡¿Otra más?! –Artemis reaccionó ofendido –Ni siquiera ha tenido tiempo de disfrutar la anterior.
-Hace sólo un día que declamamos frente a Su Majestad –señaló Olazir-. ¿Cómo es posible que ya desee otra?
El jardinero se encogió de hombros. Los dos trovadores suspiraron a un tiempo.
-Qué remedio nos queda sino volver a componer –dijo Artemis.
-¿Tienes algo en mente, compañero? –quiso saber Olazir.
-Algo podemos inventar, de camino quizás.
-Pues de camino inventemos, y a ver qué se nos viene a la cabeza.
Hasta el palacio no habrían ni doscientos metros, pero los dos trovadores más famosos de Calamburia no necesitaban más para componer una nueva canción. Cuando cruzaron las puertas ya estaban dando los toques finales a su obra, y apenas pisaron el salón del trono, Artemis rubricó el punto y final.
El rey Comosu esperaba con gesto de hastío, de supremo aburrimiento. No se sentaba en el trono, sino que más bien se dejaba caer. La corona le resbalaba a un lado de la cabeza, como si le estuviera grande, y las ropas le colgaban de modo descuidado, sin elegancia. A su alrededor danzaban media docena de saltimbanquis; otros tantos bufones hacían payasadas de todo tipo, pero ninguno captaba su atención. Sólo cuando vio a los trovadores, el Rey cambió su faz.
-¡Os he hecho llamar! –gritó, con aquel tono de niño mimado-. ¿Dónde os habéis metido!
-Componiendo, mi Rey –Artemis hizo una reverencia-. Y para componer es necesario salir al exterior, disfrutar de la vida y la naturaleza, y del amor… cuando hay oportunidad.
-¡Bobadas! –Comosu hizo un aspaviento- El exterior es aburrido. He vivido muchos años ahí fuera, no quiero volver a ver un árbol jamás. El palacio es mejor. Me conformo con los paisajes que vosotros podáis describirme. ¡Adelante, cantad!
Comenzaron los dos trovadores su última canción, pero apenas habían declamado los dos primeros versos, Comosu alzó la mano para que se detuvieran.
-No me gusta –dijo, arrugando el entrecejo.
Los dos trovadores se miraron antes de que Olazir dijera:
-¿No os place, Majestad?
-No, ese comienzo se parece a la canción que me compusisteis la semana pasada.
El Jilguero del Norte tragó saliva.
-Es… es frecuente valerse, de vez en cuando, de un recurso literario en toda canción. Algo que introduzca…
-¡Basta! –Comosu se levantó de un salto- No me interesan vuestras excusas. Quiero que cadacanción suene diferente a la anterior. Totalmente distinta, ¿comprendéis? Todo me aburre dentro de palacio. ¡Todo! Y no puedo permitir que me canse tanto como me cansaba el exterior. Ahora soy el Rey, y debo acostumbrarme a estas paredes. Así pues, debéis entretenerme con vuestra originalidad. Si falláis, ¿para qué os necesito? Tal vez sirváis para otros menesteres… no sé… puedo torturaros…
-¡No será necesario! –reaccionó Artemis- No hay problema, majestad. Tendrá una canción diferente; distinta del todo. Denos unos minutos.
-¡Minutos! Eso es demasiado tiempo. Contaré hasta diez, y para entonces tendréis una canción nueva para mí.
-Pero Majestad –se disculpó Olazir-. Componer una nueva trova en diez segundos es algo que…
-Es algo que podrán hacer los mejores artistas de Calamburia –cortó Comosu-. ¿verdad? No dudo de vuestra creatividad, de modo que comenzaré a contar. Uno….
Los dos trovadores se miraron.
-Dos…
-Doscientas canciones –susurró Olazir a su compañero-. Le hemos compuesto doscientas canciones al Rey. ¿Cómo hacer una que no se parezca a ninguna de ellas?
-Tal vez, si usamos los recursos de las primeras, no recuerde cómo estaba compuesta.
-Tres…
-¿Y arriesgarnos? –Olazir apretó los labios- Puede que el Rey no tenga demasiadas luces, pero no dudo de su crueldad. Si por casualidad la recuerda, estamos perdidos.
-¿Compondremos algo nuevo? ¿Desde el principio?
-Desde el principio. Nuevo del todo. En diez segundos.
-Cuatro…
-¡Nos quedan seis segundos, querrás decir! –declaró Artemis.
-¡Pues a ello!
Desenfundaron sus plumas, extendieron el pergamino y comenzaron a escribir, tachar y silabear.
-¡Siete…! –grito Comosu; le divertía tanta presión.
Los trovadores rimaban, buscaban sinónimos, antónimos y figuras retóricas.
-¡Nueve!
Afinaban instrumentos, aclaraban la garganta…
-¡Diez! ¡Cantad!
Y cantaron la canción más novedosa, animada, evocadora y deleitosa que se haya escuchado jamás. Cada verso parecía en sí mismo una composición única, y cada rima era más original que la anterior. Los recursos jamás se habían escuchado antes, ni la melodía que acompañaba la letra. Cuando finalizaron, no sólo el Rey tenía la boca abierta, sino los bufones y saltimbanquis que se habían pasado la mañana intentando entretenerle. Prorrumpieron todos en una estruendosa ovación; los dos trovadores respondieron con una elegante reverencia.
-Bravo –dijo Comosu-. Me habéis divertido. Mi enhorabuena. Podéis marchar… hasta mañana.
Olazir y Artemis se secaron el sudor de la frente, se despidieron con una genuflexión y abandonaron la cámara.
-Mañana querrá una composición nueva –el Jilguero del Norte señaló lo evidente-. No podremos continuar con este ritmo para siempre.
-Tal vez deberíamos plantearnos la huida.
-Jamás pensé que diría esto, compañero, pero tengo miedo de componer mi próxima canción trovada.