Mucho se ha teorizado sobre el origen de los Duendes. Su creación siempre ha estado unida a un Impromago, desde que Theodus invocó a su Duende. Pero en realidad, estas criaturas existen desde hace mucho, mucho tiempo.
Es difícil situarlos en una cronología exacta, ya que los testimonios orales y los pocos documentos escritos sobre ellos son cuanto menos confusos. La naturaleza alocada y caótica de estas criaturas hace que sea casi imposible llevar un registro de su origen, no digamos ya de sus características morfológicas. Algunos parecen heredar los rasgos de los Impromagos que los invocan, otros el carácter y otros la verdad es que nadie sabe muy bien de dónde salen.
Los Eruditos defienden que los Duendes son la materialización de energía desatada que chocan entre sí en una lejana dimensión paralela y que toman forma cuando son traídos a este mundo. Si bien es cierto que provienen de otra dimensión, lo que desconocen Felix y Minerva es que es un mundo muy real y con una gran importancia.
Cuando los Duendes no tienen ninguna tarea encomendada (que no suele ser a menudo porque nadie confía que la vayan a hacer realmente), se retiran a la dimensión de la que provienen, El Mundo de los Duendes.
En este extraño lugar, la vegetación crece sin control y no parece seguir ningún tipo de patrón lógico, tanto en forma como en color. Los arbustos multicolores se multiplican por doquier, y los árboles adoptan formas tan disparatadas como botas, barriles o cucharas. No existe la luz del sol, ya que una cálida penumbra recubre el firmamento, pero la vegetación brilla con enigmáticas luces que iluminan con un halo de misterio todo ese batiburrillo de colores.
El Mundo de los Duendes es además un portal a muchos otros lugares, por el que los Duendes son aspirados sin control o a veces simplemente saltan dentro a dar un paseo porque se aburren. Es un cruce de caminos entre distintas dimensiones y por entre su excéntrica vegetación se puede encontrar todo tipo de criaturas inimaginables.
Los Duendes no tienen ningún atisbo de orden ni de leyes, pero sí un libro que explica cómo ser un buen Duende: El Libro de la Sabiduría. Este no es un libro normal y sólo los Duendes Mayores más experimentados pueden llevarlo. Se trata de una enciclopedia viva, que se actualiza por arte de magia constantemente y que ha dado lugar a numerosos debates filosóficos sobre su origen entre los Duendes Mayores. Lo cierto es que es posible que llegase por algún portal, o quizás su creación está unida a la de los Duendes. Nadie lo sabe y probablemente, nadie lo descubra nunca.
En él, además de cientos de hechizos menores e infinitas maneras de decorar un gorro de Duende, se esconde la receta de la Esencia de los Sueños. Se dice que Defendra, cuando era una joven Impromaga con un brillante futuro por delante, inventó una pócima para mejorar el sueño de los habitantes de Calamburia. La joven cayó finalmente en las garras de la Oscuridad, junto a su hermana, pero los Duendes se apropiaron de la receta y se asignaron a ellos mismos la tarea de expandir la Sustancia de los Sueños a través de todos los portales hacia otros mundos.
Justamente ese día, un trío de Duendes se dirigía a realizar su cometido como todas las anteriores veces. Se trataba de Duende Mayor Teo y de los dos Duendes aprendices Seneri y Eneris. Teo miraba a su alrededor con desconfianza mientras Seneri saltaba entre los matorrales y Eneris sujetaba la Esencia de los Sueños con una mueca de concentración.
– Muy bien, tenemos el Libro de la Sabiduría, el Imagitarro con la Esencia de los Sueños… ¡Todo va bien! Hoy presiento que va a ser un buen día – dijo satisfecho Teo.
– Jo, que aburrido Duende Mayor. Yo lo que quiero es aventuras y salvar a monstruos de malvadas princesas – dijo Seneri mientras empezaba a trepar por torpeza por un tronco.
– ¡Yo quiero cazar gusarajos! – dijo Eneris desviando la atención del frasco y mirando a su alrededor como si lo viese por primera vez.
– ¡No os desconcentréis! No pienso volver a crear el Imagitarro de la nada como la última vez. Esta vez llegamos, destapamos el frasco, hacemos nuestro trabajo y nos vamos – dijo gruñón el Duende Mayor.
Ambos Duendes suspiraron con pesar mientras andaban arrastrando los pies a su destino. Más la vegetación empezó a cambiar sutilmente, sin que ninguno de ellos se diese cuenta. Las luces se fueron apagando poco a poco y los arboles empezaron a adoptar tonos de grises según iba caminando.
– Duende Mayor… – empezó a decir lastimeramente Seneris.
– ¡Silencio! Estoy consultando el Libro de la Sabiduría para ver si me estoy dejando algo – digo concentrado Teo mientras hojeaba las páginas del grimorio.
– Pero es que… el bosque está raro – dijo Eneris temblando ligeramente y abrazando el Imagitarro.
– ¡Vosotros sí que vais a estar raros si no cerráis el pico! – les ladró el anciano Duende.
Un grito desgarrador irrumpió en el silencio del bosque y puso aún más de punta sus orejas. Teo levantó la vista con la respiración acelerada y miró a su alrededor.
– ¡Por las barbas del Archimago! ¡El bosque! ¿Por qué no me habéis avisado?
– Lo hemos hecho pero…
El grupo empezó a avanzar en fila india mientras Eneris y Seneri se tropezaban entre ellos mientras luchaban por colocarse tras su mentor. Siguieron caminando entre la grisácea maleza, hacia el origen del grito. Y entre las hojas de los arbustos, vieron un espectáculo dantesco. Se trataba de un árbol con forma de oso de peluche recubierto de zarzas que lo atravesaban por doquier. En su base, se hallaba un Duende tirado en el suelo con una sombra por encima que resoplaba y gruñía. Cuando se acercaron un poco más, la figura se giró con rapidez y reveló una cara manchada por líquidos multicolores y una sonrisa malévola. El Duende del suelo se hallaba abierto en canal y de él manaba un arcoíris de fluidos y magia que se derramaba por la tierra.
– ¡Oh! Más Duendes. Se me empezaba a abrir el apetito – dijo Defendra, la Caricia de la Ortiga.
– ¡Duende Mayor! ¡Es la Malvada Bruja Defendra! – dijo Seneri adoptando una ridícula postura de boxeo.
– ¡Esta vez no nos robarás el Imagitarro! – dijo Eneris mientras abrazaba con más fuerza el frasco.
– Ay mis pequeños Duendes. La Esencia de los Sueños ya no es suficiente para acallar las voces que susurran en mi cabeza. Antes era lo único que me permitía tener recuerdos bonitos y agradables, pero parece que ya no funciona. No sabéis lo que son siglos de confinamiento en la más absoluta oscuridad. Me hice muchos amigos, con muchos dientes, pero me están empezando a incordiar un poco– dijo incorporándose y secándose la boca con una de sus mangas. Dejó caer el colorido sombrero que sujetaba con la otra sobre el cadáver de su víctima -. Me he cansado de escucharlas, son aburridas. Lo que necesito para que se callen es una magia más pura, más esencial: vuestra energía vital. ¡Os tendré que matar!
– ¡No te saldrás con la tuya, Defendra! Traigo conmigo el Libro de la Sabiduría y en él está la manera para derrotarte – dijo Teo mientras hojeaba frenéticamente el Libro.
– Basta de juegos. Tengo mucha hambre y no pienso dejar que me arruines la fiesta, vejestorio – dijo mientras agitaba la mano. El Libro se cerró de golpe y por más que el Duende forcejeó, no pudo abrirlo-. Además… ¿Tú eres la creación de mi hermano, verdad? ¡Va a ser un placer devorarte! Espero que sepas a caramelo.
Con un grito, Seneris saltó en el aire y trató de atacar a Defendra mientras unas chispas multicolores salían de su mano. Un tentáculo de zarzas cobró vida y azotó al Duende en medio de su salto, lanzándolo dando tumbos por la vegetación con patéticos ruidos de bocina.
– ¡Seneri! ¡No! Me las pagarás – dijo Eneris dejando el Imagitarro en el suelo y ajustándose el sombrero en la cabeza. Agitando los brazos como una posesa, corrió hacia la Bruja. Esta empezó a reírse a carcajadas mientras las zarzas brotaban del suelo y aprisionaban a la pequeña Duende, que se escondió dentro del gorro para no acabar aplastada.
– Ahora es tu turno, viejo. Espero que con los años la magia de mi hermano que está en ti no haya perdido sabor – dijo relamiéndose y canturreando la hermana de Aurobinda.
Sus ávidos pasos se vieron interrumpidos por un sombrero púrpura que salió volando de la maleza. El sombrero impactó contra la Bruja y ante todo pronóstico, la lanzó de bruces contra sus zarzas. Lejos de caerse al suelo, el sombrero volvió volando a la mano extendida de su dueño, que se hallaba ahora cerca de Teo.
– Cuanto tiempo sin verla, Ama – dijo el Duende Mayor recién llegado.
– Baufren… – dijo la Bruja, escupiendo sangre de Duende al suelo.
– Has llegado demasiado lejos esta vez. Y me has obligado a salir de mi exilio – dijo el venerable Duende, manteniendo una pose erguida.
– ¡Uno de mis juguetes quiere jugar! Pensaba que habías huido a otra realidad, te eché mucho de menos Baufren. Me habrías hecho tanta compañía, en la oscuridad – dijo torciendo los labios en un mohín caprichoso- . Ahora disfrutaré mucho comiéndote.
– Me escondí porque no soportaba en lo que os habíais convertido. Hubo una vez que habría sacrificado todo por vosotras, mi familia. Yo fui el que transmitió la receta de la Esencia de los Sueños, para que vuestro recuerdo antes de ser corrompidas nunca se olvidase. Pero no puedo permanecer más en la sombra y dejar que tortures a los míos. Ellos son ahora mi familia, y aunque me creasteis… reniego de vosotras – sentenció sujetando su sombrero con firmeza.
– Ooooh, ¡Qué discurso tan maravilloso! Creo que no te mataré, te voy a convertir en estatua para poder recordar siempre al juguete que intentó rebelarse. ¡Será divertido! – dijo Defendra mientras empezaba a dar saltitos y salmodiar por lo bajo.
– No subestimes el poder del sombrero de los Duendes. Existen desde mucho antes que vosotras – dijo Baufren escudándose tras su sombrero.
Entre risas, el cuerpo de Defendra empezó a relucir con un verdoso fulgor y una energía crepitante se concentró en sus manos mientras las zarzas se resecaban y descomponían. Concentrando toda su maligna energía, la lanzó contra el Duende que ella misma y su hermana habían invocado tantos años atrás. Pero un grito hendió el aire como un cuchillo.
– ¡Es el momento de Seneri! ¡Podeeeeeer…..DUENDE! – dijo una voz inconfundible.
De entre los matorrales surgió el desgarbado Duende, saltando como nunca lo había hecho y sujetando su sombrero como un escudo para interceptar el rayo de energía maligna. El rayo rebotó contra su cuerpo y salió despedido hacia Defendra, que abrió los ojos como platos y trató de defenderse. Un fogonazo deslumbró el claro del bosque. Cuando la luz se disipó, Baufren pudo ver como Defendra se había convertido en piedra, fijada para siempre en una pose de estupor e incredulidad. El sombrero de Eneris empezó a dar saltos y con un sonoro ¡Plop!, Eneris emergió de él, corriendo hacia su compañero duende.
– ¡Seneris! ¿Estás bien? – dijo la pequeña Duende preocupada.
– Siento unas cosquillas graciosas en las piernas – dijo con una sonrisa torcida, recogiendo su sombrero del suelo. Sus piernas estaban convirtiéndose en piedra a toda velocidad -. ¡No os olvidéis de abrir el Imagitarro en el portal para que la gente pueda tener sueños felices!
– ¡No! ¡No me dejes sola! ¿Con quién jugaré ahora? – dijo mientras las lágrimas multicolores caían a chorros por la cara de la joven Duende -. ¿Cómo voy a cuidar de Eme sola?
– Tú solo asegúrate que coma mucho y que no se duerma. Y no te preocupes, nunca estarás sola, ¡hay muchos niños con los que jugar! ¡Ah! Tendrás que asegurarte que Duende Mayor Teo no sea tan serio si yo ya no estoy. Se pone un poco pesado con su Libro, pero sólo quiere un abrazo– su voz parecía animada pero sus ojos estaban tristes, sabiendo lo que le esperaba. La piedra iba ascendiendo a toda velocidad por su pecho, dificultando sus palabras –. Dile a mamá que siempre estaré en sus sueños. Ojalá… tuviese… un caramelo.
Y con esas últimas palabras, mientras adoptaba su clásica pose sujetándose el sombrero en la cabeza, su rostro se convirtió en piedra y no volvió a hablar nunca más. Sin embargo, y sin ningún tipo de explicación, el sombrero brilló recuperando sus vivos colores y la estatua empezó a recubrirse de liquen hasta quedar totalmente cubierta por una alegre vegetación.
Baufren se acercó a Teo y le ayudó a incorporarse. Mirando fijamente a la estatua de su pupilo, el Duende empezó a pasar las hojas del Libro frenéticamente, mientras balbuceaba palabras inconexas. Baufren apretó los dientes y apartó la vista, colocándose con firmeza su sombrero en la cabeza.
– ¡Duende Mayor Teo! – dijo Eneris llorando, mientras corría hacia su mentor, que se aferraba al Libro y pasaba las páginas por puro reflejo. Sus manos temblaban -. ¡Tú siempre dices que en el Libro está la solución a todos nuestros problemas! ¡Tienes que arreglar a Seneris!
– Lo siento – dijo el anciano Duende, levantando la mirada con los ojos llenos de lágrimas. Parecía más viejo y cansado que nunca -. Por primera vez, no encuentro la respuesta en el Libro.
El Mundo de los Duendes es un lugar extraño, caótico, y con muchas luces misteriosas y multicolores. Pero ese día, una luz especialmente loca y brillante…
Se apagó.