104. EL MUNDO DE LOS DUENDES

Mucho se ha teorizado sobre el origen de los Duendes. Su creación siempre ha estado unida a un Impromago, desde que Theodus invocó a su Duende. Pero en realidad, estas criaturas existen desde hace mucho, mucho tiempo.

Es difícil situarlos en una cronología exacta, ya que los testimonios orales y los pocos documentos escritos sobre ellos son cuanto menos confusos. La naturaleza alocada y caótica de estas criaturas hace que sea casi imposible llevar un registro de su origen, no digamos ya de sus características morfológicas. Algunos parecen heredar los rasgos de los Impromagos que los invocan, otros el carácter y otros la verdad es que nadie sabe muy bien de dónde salen.

Los Eruditos defienden que los Duendes son la materialización de energía desatada que chocan entre sí en una lejana dimensión paralela y que toman forma cuando son traídos a este mundo. Si bien es cierto que provienen de otra dimensión, lo que desconocen Felix y Minerva es que es un mundo muy real y con una gran importancia.

Cuando los Duendes no tienen ninguna  tarea encomendada (que no suele ser a menudo porque nadie confía que la vayan a hacer realmente), se retiran a la dimensión de la que provienen, El Mundo de los Duendes.

En este extraño lugar, la vegetación crece sin control y no parece seguir ningún tipo de patrón lógico, tanto en forma como en color. Los arbustos multicolores se multiplican por doquier, y los árboles adoptan formas tan disparatadas como botas, barriles o cucharas. No existe la luz del sol, ya que una cálida penumbra recubre el firmamento, pero la vegetación brilla con enigmáticas luces que iluminan con un halo de misterio todo ese batiburrillo de colores.

El Mundo de los Duendes es además un portal a muchos otros lugares, por el que los Duendes son aspirados sin control o a veces simplemente saltan dentro a dar un paseo porque se aburren. Es un cruce de caminos entre distintas dimensiones y por entre su excéntrica vegetación se puede encontrar todo tipo de criaturas inimaginables.
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Los Duendes no tienen ningún atisbo de orden ni de leyes, pero sí un libro que explica cómo ser un buen Duende: El Libro de la Sabiduría. Este no es un libro normal y sólo los Duendes Mayores más experimentados pueden llevarlo. Se trata de una enciclopedia viva, que se actualiza por arte de magia constantemente y que ha dado lugar a numerosos debates filosóficos sobre su origen entre los Duendes Mayores. Lo cierto es que es posible que llegase por algún portal, o quizás su creación está unida a la de los Duendes. Nadie lo sabe y probablemente, nadie lo descubra nunca.

En él, además de cientos de hechizos menores e infinitas maneras de decorar un gorro de Duende, se esconde la receta de la Esencia de los Sueños. Se dice que Defendra, cuando era una joven Impromaga con un brillante futuro por delante, inventó una pócima para mejorar el sueño de los habitantes de Calamburia. La joven cayó finalmente en las garras de la Oscuridad, junto a su hermana, pero los Duendes se apropiaron de la receta y se asignaron a ellos mismos la tarea de expandir la Sustancia de los Sueños a través de todos los portales hacia otros mundos.

Justamente ese día, un trío de Duendes se dirigía a realizar su cometido como todas las anteriores veces. Se trataba de Duende Mayor Teo y de los dos Duendes aprendices Seneri y Eneris. Teo miraba a su alrededor con desconfianza mientras Seneri saltaba entre los matorrales y Eneris sujetaba la Esencia de los Sueños con una mueca de concentración.

– Muy bien, tenemos el Libro de la Sabiduría, el Imagitarro con la Esencia de los Sueños… ¡Todo va bien! Hoy presiento que va a ser un buen día – dijo satisfecho Teo.

– Jo, que aburrido Duende Mayor. Yo lo que quiero es aventuras y salvar a monstruos de malvadas princesas – dijo Seneri mientras empezaba a trepar por torpeza por un tronco.

– ¡Yo quiero cazar gusarajos! – dijo Eneris desviando la atención del frasco y mirando a su alrededor como si lo viese por primera vez.

– ¡No os desconcentréis! No pienso volver a crear el Imagitarro de la nada como la última vez. Esta vez llegamos, destapamos el frasco, hacemos nuestro trabajo y nos vamos – dijo gruñón el Duende Mayor.

Ambos Duendes suspiraron con pesar mientras andaban arrastrando los pies a su destino. Más la vegetación empezó a cambiar sutilmente, sin que ninguno de ellos se diese cuenta. Las luces se fueron apagando poco a poco y los arboles empezaron a adoptar tonos de grises según iba caminando.

– Duende Mayor… – empezó a decir lastimeramente Seneris.

– ¡Silencio! Estoy consultando el Libro de la Sabiduría para ver si me estoy dejando algo – digo concentrado Teo mientras hojeaba las páginas del grimorio.

– Pero es que… el bosque está raro – dijo Eneris temblando ligeramente y abrazando el Imagitarro.

– ¡Vosotros sí que vais a estar raros si no cerráis el pico! – les ladró el anciano Duende.

Un grito desgarrador irrumpió en el silencio del bosque y puso aún más de punta sus orejas. Teo levantó la vista con la respiración acelerada y miró a su alrededor.

– ¡Por las barbas del Archimago! ¡El bosque! ¿Por qué no me habéis avisado?

– Lo hemos hecho pero…

– ¡Silencio! ¡Detrás de mí!
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El grupo empezó a avanzar en fila india mientras Eneris y Seneri se tropezaban entre ellos mientras luchaban por colocarse tras su mentor. Siguieron caminando entre la grisácea maleza, hacia el origen del grito. Y entre las hojas de los arbustos, vieron un espectáculo dantesco. Se trataba de un árbol con forma de oso de peluche recubierto de zarzas que lo atravesaban por doquier. En su base, se hallaba un Duende tirado en el suelo con una sombra por encima que resoplaba y gruñía. Cuando se acercaron un poco más, la figura se giró con rapidez y reveló una cara manchada por líquidos multicolores y una sonrisa malévola. El Duende del suelo se hallaba abierto en canal y de él manaba un arcoíris de fluidos y magia que se derramaba por la tierra.

– ¡Oh! Más Duendes. Se me empezaba a abrir el apetito – dijo Defendra, la Caricia de la Ortiga.

– ¡Duende Mayor! ¡Es la Malvada Bruja Defendra! – dijo Seneri adoptando una ridícula postura de boxeo.

– ¡Esta vez no nos robarás el Imagitarro! – dijo Eneris mientras abrazaba con más fuerza el frasco.

– Ay mis pequeños Duendes. La Esencia de los Sueños ya no es suficiente para acallar las voces que susurran en mi cabeza. Antes era lo único que me permitía tener recuerdos bonitos y agradables, pero parece que ya no funciona. No sabéis lo que son siglos de confinamiento en la más absoluta oscuridad. Me hice muchos amigos, con muchos dientes, pero me están empezando a incordiar un poco– dijo incorporándose y secándose la boca con una de sus mangas. Dejó caer el colorido sombrero que sujetaba con la otra sobre el cadáver de su víctima -. Me he cansado de escucharlas, son aburridas. Lo que necesito para que se callen es una magia más pura, más esencial: vuestra energía vital. ¡Os tendré que matar!

– ¡No te saldrás con la tuya, Defendra! Traigo conmigo el Libro de la Sabiduría y en él está la manera para derrotarte – dijo Teo mientras hojeaba frenéticamente el Libro.

– Basta de juegos. Tengo mucha hambre y no pienso dejar que me arruines la fiesta, vejestorio – dijo mientras agitaba la mano. El Libro se cerró de golpe y por más que el Duende forcejeó, no pudo abrirlo-. Además… ¿Tú eres la creación de mi hermano, verdad? ¡Va a ser un placer devorarte! Espero que sepas a caramelo.

Con un grito, Seneris saltó en el aire y trató de atacar a Defendra mientras unas chispas multicolores salían de su mano. Un tentáculo de zarzas cobró vida y azotó al Duende en medio de su salto, lanzándolo dando tumbos por la vegetación con patéticos ruidos de bocina.

– ¡Seneri! ¡No! Me las pagarás – dijo Eneris dejando el Imagitarro en el suelo y ajustándose el sombrero en la cabeza. Agitando los brazos como una posesa, corrió hacia la Bruja. Esta empezó a reírse a carcajadas mientras las zarzas brotaban del suelo y aprisionaban a la pequeña Duende, que se escondió dentro del gorro para no acabar aplastada.

– Ahora es tu turno, viejo. Espero que con los años la magia de mi hermano que está en ti no haya perdido sabor – dijo relamiéndose y canturreando la hermana de Aurobinda.

Sus ávidos pasos se vieron interrumpidos por un sombrero púrpura que salió volando de la maleza. El sombrero impactó contra la Bruja y ante todo pronóstico, la lanzó de bruces contra sus zarzas. Lejos de caerse al suelo, el sombrero volvió volando a la mano extendida de su dueño, que se hallaba ahora cerca de Teo.

– Cuanto tiempo sin verla, Ama – dijo el Duende Mayor recién llegado.

– Baufren… – dijo la Bruja, escupiendo sangre de Duende al suelo.
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– Has llegado demasiado lejos esta vez. Y me has obligado a salir de mi exilio – dijo el venerable Duende, manteniendo una pose erguida.

– ¡Uno de mis juguetes quiere jugar! Pensaba que habías huido a otra realidad, te eché mucho de menos Baufren. Me habrías hecho tanta compañía, en la oscuridad – dijo torciendo los labios en un mohín caprichoso- . Ahora disfrutaré mucho comiéndote.

– Me escondí porque no soportaba en lo que os habíais convertido. Hubo una vez que habría sacrificado todo por vosotras, mi familia. Yo fui el que transmitió la receta de la Esencia de los Sueños, para que vuestro recuerdo antes de ser corrompidas nunca se olvidase. Pero no puedo permanecer más en la sombra y dejar que tortures a los míos. Ellos son ahora  mi familia, y aunque me creasteis… reniego de vosotras – sentenció sujetando su sombrero con firmeza.

– Ooooh, ¡Qué discurso tan maravilloso! Creo que no te mataré, te voy a convertir en estatua para poder recordar siempre al juguete que intentó rebelarse. ¡Será divertido! – dijo Defendra mientras empezaba a dar saltitos y salmodiar por lo bajo.

– No subestimes el poder del sombrero de los Duendes. Existen desde mucho antes que vosotras – dijo Baufren escudándose tras su sombrero.

Entre risas, el cuerpo de Defendra empezó a relucir con un verdoso fulgor y una energía crepitante se concentró en sus manos mientras las zarzas se resecaban y descomponían. Concentrando toda su maligna energía, la lanzó contra el Duende que ella misma y su hermana habían invocado tantos años atrás. Pero un grito hendió el aire como un cuchillo.

– ¡Es el momento de Seneri! ¡Podeeeeeer…..DUENDE! – dijo una voz inconfundible.

De entre los matorrales surgió el desgarbado Duende, saltando como nunca lo había hecho y sujetando su sombrero como un escudo para interceptar el rayo de energía maligna. El rayo rebotó contra su cuerpo y salió despedido hacia Defendra, que abrió los ojos como platos y trató de defenderse. Un fogonazo deslumbró el claro del bosque. Cuando la luz se disipó, Baufren pudo ver como Defendra se había convertido en piedra, fijada para siempre en una pose de estupor e incredulidad. El sombrero de Eneris empezó a dar saltos y con un sonoro ¡Plop!, Eneris emergió de él, corriendo hacia su compañero duende.
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– ¡Seneris! ¿Estás bien? – dijo la pequeña Duende preocupada.

– Siento unas cosquillas graciosas en las piernas – dijo con una sonrisa torcida, recogiendo su sombrero del suelo. Sus piernas estaban convirtiéndose en piedra a toda velocidad -. ¡No os olvidéis de abrir el Imagitarro en el portal para que la gente pueda tener sueños felices!

– ¡No! ¡No me dejes sola! ¿Con quién jugaré ahora? – dijo mientras las lágrimas multicolores caían a chorros por la cara de la joven Duende -. ¿Cómo voy a cuidar de Eme sola?

– Tú solo asegúrate que coma mucho y que no se duerma. Y no te preocupes, nunca estarás sola, ¡hay muchos niños con los que jugar! ¡Ah! Tendrás que asegurarte que Duende Mayor Teo no sea tan serio si yo ya no estoy. Se pone un poco pesado con su Libro, pero sólo quiere un abrazo– su voz parecía animada pero sus ojos estaban tristes, sabiendo lo que le esperaba. La piedra iba ascendiendo a toda velocidad por su pecho, dificultando sus palabras –. Dile a mamá que siempre estaré en sus sueños. Ojalá… tuviese… un caramelo.

Y con esas últimas palabras, mientras adoptaba su clásica pose sujetándose el sombrero en la cabeza, su rostro se convirtió en piedra y no volvió a hablar nunca más. Sin embargo, y sin ningún tipo de explicación, el sombrero brilló recuperando sus vivos colores y la estatua empezó  a recubrirse de liquen hasta quedar totalmente cubierta por una alegre vegetación.

Baufren se acercó a Teo y le ayudó a incorporarse. Mirando  fijamente a la estatua de su pupilo, el Duende empezó a pasar las hojas del Libro frenéticamente, mientras balbuceaba palabras inconexas. Baufren apretó los dientes y apartó la vista, colocándose con firmeza su sombrero en la cabeza.

– ¡Duende Mayor Teo! – dijo Eneris llorando, mientras corría hacia su mentor, que se aferraba al Libro y pasaba las páginas por puro reflejo. Sus manos temblaban -. ¡Tú siempre dices que en el Libro está la solución a todos nuestros problemas! ¡Tienes que arreglar a Seneris!

– Lo siento – dijo el anciano Duende, levantando la mirada con los ojos llenos de lágrimas. Parecía más viejo y cansado que nunca -. Por primera vez, no encuentro la respuesta en el Libro.

El Mundo de los Duendes es un lugar extraño, caótico, y con muchas luces misteriosas y multicolores. Pero ese día, una luz especialmente loca y brillante…

Se apagó.

103. CUANTO MÁS BRILLA LA LUZ…

…MÁS GRANDE ES LA SOMBRA

El bosque de la desconexión. Un lugar en el que las fronteras entre los vivos y los muertos parpadea hasta volverse imperceptible. Un bosque en el que poco queda ya de natural y las almas revolotean como macabras mariposas. Hogar de zíngaros, de alimañas y los residuos de pesadillas de los apacibles Calamburianos que descansan en sus camastros.

Cuentan las canciones infantiles, que en la Noche de los Muertos, hasta el alma más pura puede ser mancillada hasta ser convertida en un sumidero de maldad. Y en el Bosque de la Desconexión, todo existe para que esta conversión sea aún más sencilla. Las ramas de los arboles esqueléticos se alzan hacia el cielo suplicando piedad, pero nadie responde a su mudo grito. Las telarañas cuelgan como sudarios de sus copas y una tenebrosa niebla viste sus troncos.

Pero hay un claro dentro de ese bosque que es evitado hasta por los más valientes Zíngaros. Según las más oscuras leyendas, sanguinarios demonios fueron invocados en ese mismo lugar y las piedras ahí esparcidas son los restos de monolitos que marcaban los bordes del ritual de invocación. Pero esa noche, algo quizás peor que esos demonios se hallaban ahí reunidos.

– Sé que tenemos nuestras diferencias – dijo Aurobinda, moviendo su báculo y abarcando a todo el grupo con la mirada -. Pero es el momento de dejarlas de lado para perseguir un mal mayor.

– No sé qué es lo que me contiene de abalanzarme sobre ti e inmolarte en este preciso instante – siseó Kashiri, la Guardiana del Inframundo

– Me resulta extraño que el nuevo perrillo faldero de la realeza nos reúna en un mismo punto. He venido por si había diversión, pero si hay cualquier problema os prometo que he venido preparado…para todo – dijo Van Bakari frotándose las manos.

– ¡Já! Nadie podría planear una emboscada en nuestro propio reino. Este bosque es nuestro hogar, nada puede ocurrirnos – se jactó Kálaba, la más poderosa entre los Zíngaros.

– Salvo porque fue en este mismo bosque en el que los Impromagos acabaron con vuestro Patriarca. ¿Cómo se llamaba? ¿Arnaldo? – dijo con voz despectiva Ventisca, el Avatar del Caos.

– ¡Sigue vivo! Pero eso no es de tu incumbencia. ¿No deberías preocuparte por que tu otra mitad campe a sus anchas ayudando a los Seres del Aire? Quizás debería leerte la mente para ver cuánto poder te queda después de haber perdido una parte de tu ser – dijo Adonis mientras sacaba sus orbes y los hacía girar en su mano de manera hipnótica.

– No habléis de diferencia de poder, Zíngaros, o quizás probéis toda la ira del inframundo – dijo Kashiri agarrando su báculo.

– ¡Parece que sí que se va a montar una fiesta! ¿Os importa si miro de lejos? – dijo animadamente Lord William.

Mientras la discusión empezaba a subir de volumen y las manos de todos los presentes se dirigían hacia sus báculos y otras siniestras armas, unas zarzas empezaron a acumularse alrededor de un árbol creciendo a una velocidad espeluznante. La vegetación invasora recubrió el árbol y ahogo la poca vida que quedaba de él. Con un crujido, las zarzas se abrieron y emergió Defendra, la Caricia de la Ortiga.

– Se acercan hermana. ¡Esto es casi tan divertido como cazar Duendes! – dijo dando saltitos de emoción, ajena a la tensión que impregnaba el ambiente.

– ¡Basta de discusiones! – dijo Aurobinda, acallándolos a todos con un golpe de su báculo -. Como he dicho, esta no es la noche para solucionar nuestras rencillas. Os traigo un regalo. La posibilidad de hacer algo tan deliciosamente maligno que sé que no vais a poder siquiera resistiros.

– ¡Regalos! Es curioso, suelo hacerlos yo, y con muchos intereses, pero estoy dispuesto a escuchar ofertas – dijo Van Bakari mirando alrededor.

– Dudo que tengáis un propósito altruista – dijo Kálaba entrecerrando los ojos.

– Así es. Yo, Aurobinda, la Señora de los Cuervos, he sido derrotada. Esa derrota me sigue humillando día tras día, pero si no puedo conseguir la victoria con fuerza bruta, usaré otros medios más…sibilinos.

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El silencio llenó el claro. Había captado toda la atención de sus asistentes. Todos habían sufrido algún tipo de derrota en el pasado y estaban ávidos de venganza.

– Os traigo a dos paladines de la luz. A dos defensores de la paz. A dos racimos de flores que pisotear en el barro. Una oportunidad de dar forma a nuestro futuro, desde las sombras.

– ¿Aquí? ¿En medio de nosotros? ¿Y por qué vendrían a este bosque perdido? – dijo Lord William bufando con desprecio.

– Porque no nos hemos mantenido de manos cruzadas. Mi hermana y yo hemos ido extendiendo nuestros zarcillos de maldad de la manera más sutil posible y os aseguro que ha dado más resultado que vistosos combates y secuestros Elementales.

– Deja de tenernos en ascuas, tengo muchas almas que torturar. Escúpelo ya – dijo cortante Kashiri.

– ¡Son los Impromagos! ¡Los Impromagos vienen hacia aquí, están a punto de llegar! – dijo Defendra, con voz chillona de emoción.

Todos aguantaron la respiración y recordaron como los Impromagos se habían entrometido en sus planes de una manera u otra. El recuerdo de sus derrotas volvió de manera vívida y empezaron a discutir entre ellos.

– ¡Matémosles!

– ¡Arranquémosles el corazón!

– ¡Despellejadlos!

– ¡Muerte!

– ¡Quiero su alma!

En medio de ese batiburrillo de gritos y amenazas, dos manchas naranjas entraron en el claro y avanzaron hacia el grupo. El color de sus capas destacaba entre el tenebroso ambiente del bosque, como si de antorchas se tratase. Sirene avanzaba a largas zancadas y Eme se movía con pasos torpes como si no supiese donde estaba.

– ¡Silencio! Adelante, Sirene, pequeña. Acercaos sin miedo – dijo Aurobinda, sonriendo malévolamente.

Ambos Impromagos se detuvieron en medio del grupo. La cara de Sirene vaciló un poco, como si alguien luchase en su interior por recuperar el control. Estaban rodeados de caras malignas, contraídas de rabia que a duras penas contenían para no abrirlos en canal ahí mismo.

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– Sirene está bajo mi control desde que recibió nuestro peculiar colgante. Pero no podré mantener el control mucho tiempo y menos con la influencia de ese estúpido chico con mi hermano en su interior. Necesito todo vuestro poder combinado para poder sellar sus consciencias en lo más profundo de su ser y sacar la personalidad maligna que habita en el interior de todas las criaturas.

Todos los presentes se pusieron a pensar las posibilidades mientras se relamían del ansia de poder extinguir un rayo de luz de este mundo.

– Usemos las habilidades de cada uno de vosotros para destruir su inocencia, corromperlos y conseguir unos aliados que nos permitirán derrotar a todos nuestros oponentes desde dentro. Sus paladines, sus defensores, ¡se convertirán en sus verdugos! Adelante, compañeros, empezad a salmodiar, maldecir, corromper… ¡CONDENAD SU ALMA!

Todos los integrantes abrieron el círculo y empezaron a hablar en lenguas prohibidas y misteriosas. Van Bakari, con la ayuda de Lord William, fue colocando fetiches obscenos en el suelo mientras las almas emergían de la tierra y revoloteaban a su alrededor. Kashiri abrió con un golpe de sus talones una fisura que llevaba al inframundo del que emergieron los más viles vapores. Los Zíngaros empezaron a realizar complejos gestos con las manos conjurando una magia oscura y prohibida. Por último, las Brujas se cortaron los brazos con un pequeño cuchillo y empezaron a escupir palabras ininteligibles por la boca mientras un vórtice de oscuridad se reunía alrededor de sus cabezas.

Sirene se mantenía en medio del claro, debatiéndose con espasmos, con su lucha interna en pleno apogeo. Algo pareció ganar durante unos segundos ya que gritó:

– ¡Eme! ¡Tenemos que hacer…! – y enmudeció de golpe, con la cabeza torcida y una sonrisa aviesa en la mirada.

Más pareció suficiente para despertar a Eme de su estupor, el cuál empezó a mirar a su alrededor con gestos desencajados. Dando frenéticos manotazos, buscó su varita por todo su cuerpo, pero era demasiado tarde.  Cuando consiguió empuñarla, los villanos terminaron sus oscuros rituales.

Una avalancha de almas se precipitó sobre ellos como si fuese una sustancia pegajosa mientras Van Bakari reía a carcajadas. Ventisca precipitó un vendaval venido del inframundo que los atravesó de lado a lado haciéndoles arquear las espaldas. La magia oscura de los Zíngaros se introdujo por sus gargantas abiertas como si fuese un ponzoñoso manantial infinito. Por último, las Brujas soltaron su poder y una bola de oscuridad perfecta se materializó alrededor de los Impromagos, que levitaban a escasos centímetros del suelo mientras las almas, el viento y el poder recorría su cuerpo cual gusanos. La esfera negra los recubrió y selló tan aberrante ritual.

La calma volvió al claro, solo molestado por los lamentos de almas en pena y el susurro de Ventisca entre los árboles.

La esfera negra crujió como un huevo y se fue resquebrajando. Los pedazos cayeron al suelo, dejando entrever las dos siluetas cubiertas de inmundicia que se empezaron a levantar trabajosamente. Sus sonrisas maníacas y el brillo de locura de sus ojos indicaban que aunque su aspecto exterior no había cambiado, el interior era un pozo de oscuridad que nunca jamás podría volver a ser iluminado.

Eme y Sirene se incorporaron y miraron a sus antiguos enemigos. Todos les sostuvieron la mirada, preparados a atacar y matar si todo había fallado. Pero entonces, empezaron a escuchar un sonido perturbador, estridente e imposible: una risa. Eme se estaba riendo, con una risa maníaca despojada de toda felicidad pero imposible de refrenar. Sirene le miró con un brillo maligno en los ojos y empezó a reírse por lo bajo, cada vez más fuerte. El resto de sus enemigos empezaron a reírse suavemente, cada vez con mayor volumen. Eme arqueó la espalda y rió rugiendo hacia el firmamento, coreado ya por fin por todos los presentes, con un conjunto de cacareos, risitas obscenas y demás ruidos guturales que ascendieron hacia el cielo e hicieron que las estrellas se apagasen.

En esa Noche de los Muertos, los recién nacidos rompieron a llorar, muchos despertaron con sudores fríos e innumerables cosechas se echaron a perder. Un nuevo mal había llegado a Calamburia y la misma tierra lo sentía.

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102. LÁGRIMAS DE SANGRE

– ¡Lejos quedan las rencillas entre la realeza de Calamburia! ¡Ahora que ha vuelto la estabilidad a los Elementos, empieza una época de paz!

La voz regia y primitiva de Dorna resonó por las paredes del Salón del Trono del Palacio de Ámbar. Toda la realeza ahí presente aplaudió cortésmente, asintiendo con la cabeza. Lo cierto es que las Esencias de los Elementos habían sido controladas y todo había vuelto a su lugar. Pero en Calamburia, cuando el polvo se posa tras la batalla, el paisaje cambia y las alianzas permutan con peligrosa frecuencia.

– ¡Así es! ¡La Corona vuelve a estar unida! Sé que muchos aún acudís a mí en busca de consuelo, pero os digo que doy todo mi apoyo a la Reina Dorna y a su recién nacido hijo – dijo orgullosamente Sancha III, la venerable anciana que tejía sus hilos en la sombra -. Los susurrantes rumores que señalaban a los Salvajes como una presencia invasiva y que habían conspirado para seducir al Rey Comosu y ocupar el trono han resultado ser mentira. ¡El linaje pervive, más fuerte que nunca!

Los asistentes se miraron de reojo entre ellos. La idea de que los Salvajes no pertenecían a la corte seguía germinando en sus cabezas, ya que a sus oídos habían llegado muchos rumores e historias. Pero lo cierto es que si la Reina Madre los desmentía, debían de ser falsos.

Toda la corte se hallaba ahí reunida. Impromagos, Eruditos, Trovadores, nobles mayores y menores. Incluso las Marquesas miraban de reojo a sus adversarios, como si fuesen a morder a alguien en cualquier momento.

– Ahora, procederemos a bendecir al niño para expulsar la maldición con la que lo marcaron las Brujas. Mi hijo será dueño de su propio destino – dijo Dorna alzando la barbilla.

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Mientras Corugan se acercaba al niño para realizar el ritual, Sirene miró de repente intranquila a su alrededor.

– Eme, presiento que algo terrible va a pasar. ¡Tenemos que hacer algo! – dijo con un susurro nervioso.

– Pero, ¿El qué? ¿Qué va a pasar? – dijo Eme mirando con los ojos como platos alrededor suyo.

El colgante de Sirene relució como un brillo oscuro y una sonrisa inquietante se congeló en su rostro.

– Tienes razón. Serán solo cosas mías – dijo con una risita.

Corugan trazó un complicado símbolo en el suelo con una piedra porosa imbuida con el poder de la tierra y empezó a salmodiar. Los nobles de la sala se removieron nerviosos antes el despliegue de primitiva magia. Ese tipo de rituales no eran habituales en la Corte del Palacio de Ámbar, pero el mundo estaba cambiando.

Mas no fue el ritual lo que perturbó el silencio de la sala, sino un terrible cañonazo que sacudió las paredes del castillo. Un enorme griterío resonó tras las puertas del Gran Salón, que se abrieron de un portazo. Tras sus destrozados goznes, una horda de aguerridos bucaneros, de piratas malcarados y de toda clase de oportunistas inundó la sala como si de una marea se tratase. El Salón del Trono se convirtió en un campo de batalla por la supervivencia, obligando a los nobles a recordar rápidamente sus lecciones de esgrima si no querían morir. La guardia personal de la Reina Dorna formó a su alrededor un perímetro defensivo, pero no contaban con vigilar las alturas.

Colgando de un pendón como si fuese una liana, Efrain Jacobs, el Ladrón de Barlovento, aterrizó con una pirueta sobre el Trono de Ámbar, adoptando una pose heroica y ensuciándolo con sus sucias botas manchadas de sangre y barro.

– ¡Marineros de agua dulce! ¡Anguilas Miserables! ¡La Nación Pirata de Calamburia reclama este trono por derecho de sangre y por la bendición del Titán!

Los piratas rugieron al unísono y redoblaron sus esfuerzos, envalentonados por la cantidad de ornamentación dorada que observaban sus codiciosos ojos. Un destacamento de salvajes apareció por uno de los arcos y se unió a la refriega.

– ¡No! Los salvajes somos los descendientes directos del Titán, y lucharemos por preservar esta tierra de cualquier ataque. Este reino pertenece a mi hijo – escupió Dorna sacando los dientes. Sin mirar siquiera, tendió su hijo a Sancha III, quién lo cogió con cuidado, arropándolo entre sus pieles y retirándose por una puerta trasera con sorprendente velocidad.

Dorna arrancó una lanza de uno de sus guardias y cargó contra Efraín, que paró el golpe con su sable. Mientras, Corugan sacó una bellota de entre sus numerosas pieles y empezó a salmodiar. Apuntó hacia el viejo pirata y alzó la mano. Una bola de luz cayó del techó interponiéndose por los pelos con el haz de magia del chamán.

Mairim se incorporó de un salto, sacudiéndose el polvo del pelo. No mostraba ningún rasguño, a pesar de la caída y de haber detenido el hechizo del sorprendido Salvaje. La marca del Titán brillaba con luz cegadora en su hombro.

– Jope, tito, ¡me tropecé y me caí! ¡Yo quería ser sigilosa y sutil como una Zíngara! – dijo pateando el suelo enfadada. Se giró haciendo un mohín con los labios, hasta que se fijó en Corugan, que salmodiaba de nuevo – ¡Ooh! ¡Alguien quiere jugar! ¡Qué suerte!

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La joven pirata se abalanzó con una velocidad espeluznante y descargó un aluvión de golpes sobre el desdichado Corugan, que trataba de desviarlos con su báculo a duras penas.

El Salón del Trono era un buque de guerra invadido por centenares de alimañas marinas. Los piratas luchaban usando las técnicas mas harteras que estaban en su mano, mientras se enfrentaban a los soldados-patata de las Marquesas, y los golpes de pala de los Enterradores, que también estaban por ahí viendo como sus negocios empezaban a crecer sustancialmente.

Pero el mar es veleidoso e incontrolable. Las mareas van y vienen y lo que parece un día soleado puede volverse en una agitada tormenta. Y así fue como empezó. Primero fue el más cobarde de ellos, que se dio la vuelta y huyó. Otros le miraron de reojo, pusieron precio a su vida y se dieron cuenta de que no valía tanto y huyeron tras él. Y así, poco a poco, los bucaneros más peligrosos pero también los más rastreros, empezaron a huir, pensando en el botín de tapices y cuadros que les esperaban en los pasillos del palacio, de camino a su libertad.

– ¡No! – gruñó Efraín mientras devolvía los golpes con furia, haciendo retroceder a Dorna -. Malditas pirañas, cucarachas, aves de rapiña, bastardos sin honor, ¡volved aquí!

Pero era inútil. Alguien había destapado el peor sumidero de Calamburia y toda la inmundicia de los mares se diluía por los pasillos, huyendo del combate y arrancando todo lo que no estuviese clavado en el suelo.

Efraín apartó la reina de un empellón agarró a su sobrina por el brazo, impidiéndola lanzarse ella sola contra todos los guardias.

– ¡Esto no acaba aquí! ¡Somos como la marea! ¡Volveremos a erosionar las paredes de este castillo hasta derrumbarlo! ¡El Trono nos pertenece por derecho de sangre! Mi pequeña Mairim es la hija bastarda de Petequia. Ella será la futura reina, ¡aunque tenga que pasar a todo Calamburia por la quilla para conseguirlo! – dijo Efraín rugiendo. Cogiendo una bolsita de su cinto, la lanzó contra el suelo. Debía contener pólvora y algún tipo de reactivo ya que explotó expandiendo una nube de escoria que hizo toser a los guardias y les obligó a taparse los ojos. Una vez que se empezó a disipar, solo quedaban los ecos de los gritos de Mairim por los pasillos.

– ¡Era mi trono, tito! ¡Mío, mío, mío! ¡Tendré que matarles a todos por no querer jugar conmigo!

La corte de Calamburia miró confusa a su alrededor, mientras el polvo volvía a posarse en el suelo. Muertos y heridos recubrían el suelo y todo el mundo parecía manchado por fluidos de dudosa procedencia.

Pero había alguien que relucía. Se trataba de Sancha III, sentada en el trono, con la antigua Reina Urraca, erguida a su lado, vistiendo un deslumbrante vestido rojo. Su voz vieja pero poderosa cruzó la sala como una flecha.

– Mis peores sospechas se han cumplido. A pesar de que deposité mis esperanzas en la sangre nueva, nada bueno podía salir de un pueblo primitivo en la que la traición y el combate es la base de su gobierno.

– Sancha… ¿Dónde está mi hijo? ¿Qué has hecho con él? ¿DÓNDE ESTÁ? – dijo Dorna, mirando alrededor como un furioso león enjaulado. Los guardias la rodearon y empezaron a arrinconarla con sus lanzas.

– Tu hijo, la sangre mancillada de nuestro linaje, está a buen recaudo. Yo misma y mi hija, auténticas herederas del trono, lo criaremos y lo educaremos con sabiduría y templanza para que se convierta en un gran monarca. No puedo permitir que una traidora que ha abierto las puertas a la Nación Pirata siga haciéndonos bailar a su son.

La corte empezó a murmurar y susurrar. Sus temores se veían confirmados. Los Salvajes no eran de fiar y habían encontrado aliados igual de primitivos que ellos para poder acaparar aún más poder. Todo el mundo lo había sospechado.

– ¡Miente! ¡Esto es una confabulación! ¡Demuéstralo en un combate en solitario! – aulló Dorna, cada vez más arrinconada por las lanzas. El resto de la  Guardia Real iba desarmando a los Salvajes y matando a los que oponían resistencia.

– Guerra. Violencia.  Lucha. Es todo lo que entendéis los Salvajes. Yo traigo una época de civilizada paz a Calamburia. A partir de hoy, volveremos a las antiguas tradiciones. La fuerza de la vieja sangre volverá a insuflar vida al cuerpo marchito de Calamburia.

Una sombra emergió de detrás del Trono de Ámbar y tomó la forma de Aurobinda, que miró a todos con una plácida sonrisa. A su lado se colocaron ambos Impromagos, con un confuso Eme que miraba atontado a la distancia.

– La Corona quiere agradecer a Skuchaín por su gran apoyo en toda esta crisis. Es por eso que me complace anunciar que la Torre Arcana va a disponer de una nueva profesora. Aurobinda ha recuperado la Esencia de Fuego y ha demostrado estar terriblemente arrepentida por sus pasados actos. No ha logrado encontrar el paradero de su hermana, tememos que haya sido atacada por el chamán Corugan – dijo con voz grave Sancha, mientras Corugan miraba a su alrededor mientras otros salvajes le contenían, gritando palabras absolutamente inteligibles pero sin duda muy agresivas.

– Es posible que se haya refugiado en el mundo de los Duendes para curarse las heridas. Estoy muy apenada por la desaparición de mi hermana, siempre tan frágil. Después de nuestra merecida derrota, nos hayamos muy debilitadas y no podemos oponer resistencia a nadie. Trataré de ser una profesora digna del noble linaje de mi hermano – dijo apenada, Aurobinda.

Los murmullos y los susurros crecieron como si les hubiesen dado alas. Corugan parecía perfectamente capaz de haber cometido semejante crimen, se le veía totalmente descontrolado. Y Dorna manchada de sangre y siseando de furia parecía un animal rabioso, sin duda. Aurobinda en cambio, era la misma imagen del arrepentimiento y la humildad. Estarían mejor sin esos Salvajes. Volver a la seguridad de la tradición era probablemente lo mejor que podía pasar. Urraca dio un paso y se dirigió a sus súbditos:

– Fui expulsada de este trono por la fuerza. He vivido en las calles y he sentido la miseria del pueblo de Calamburia. He oído sus gritos de dolor y he sentido en mis carnes la humillación. Pero vuelvo al sitio que me corresponde y pienso arrancar cualquier mala hierba que ose amenazar el trono. Pisotearé las alimañas y los enemigos de la corona, aunque sea lo último que haga. Una vez más, noto la larga mano de mi traicionera hermana mancillando todo lo que toca, ayudada por el envidioso de mí marido. Este niño, su podrido legado, será purificado y un ejemplo a seguir para toda Calamburia: redención o muerte.

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Aquella fatídica sentencia se unió a los cientos de susurros que aleteaban sin control, hormigueando por las paredes y perturbando las mentes de los presentes.

– Os daré ventaja antes de cazaros como a perros. Expulsadlos del castillo. Tenéis hasta la caída del sol para encontrar refugio. Una vez llegada la noche, encenderemos las antorchas y perseguiremos a cualquier zarcillo de barbarie y rebelión que ose ensuciar nuestra noble nación. Desapareced de mi vista – dijo con infinito desprecio Sancha III aferrándose al trono con sus manos como garras, similar a una enorme ave de carroña.

Y finalmente, cayó la noche como un pesado sudario. Y Calamburia lloró.

Lloró lagrimas de sangre.