103. CUANTO MÁS BRILLA LA LUZ…

…MÁS GRANDE ES LA SOMBRA

El bosque de la desconexión. Un lugar en el que las fronteras entre los vivos y los muertos parpadea hasta volverse imperceptible. Un bosque en el que poco queda ya de natural y las almas revolotean como macabras mariposas. Hogar de zíngaros, de alimañas y los residuos de pesadillas de los apacibles Calamburianos que descansan en sus camastros.

Cuentan las canciones infantiles, que en la Noche de los Muertos, hasta el alma más pura puede ser mancillada hasta ser convertida en un sumidero de maldad. Y en el Bosque de la Desconexión, todo existe para que esta conversión sea aún más sencilla. Las ramas de los arboles esqueléticos se alzan hacia el cielo suplicando piedad, pero nadie responde a su mudo grito. Las telarañas cuelgan como sudarios de sus copas y una tenebrosa niebla viste sus troncos.

Pero hay un claro dentro de ese bosque que es evitado hasta por los más valientes Zíngaros. Según las más oscuras leyendas, sanguinarios demonios fueron invocados en ese mismo lugar y las piedras ahí esparcidas son los restos de monolitos que marcaban los bordes del ritual de invocación. Pero esa noche, algo quizás peor que esos demonios se hallaban ahí reunidos.

– Sé que tenemos nuestras diferencias – dijo Aurobinda, moviendo su báculo y abarcando a todo el grupo con la mirada -. Pero es el momento de dejarlas de lado para perseguir un mal mayor.

– No sé qué es lo que me contiene de abalanzarme sobre ti e inmolarte en este preciso instante – siseó Kashiri, la Guardiana del Inframundo

– Me resulta extraño que el nuevo perrillo faldero de la realeza nos reúna en un mismo punto. He venido por si había diversión, pero si hay cualquier problema os prometo que he venido preparado…para todo – dijo Van Bakari frotándose las manos.

– ¡Já! Nadie podría planear una emboscada en nuestro propio reino. Este bosque es nuestro hogar, nada puede ocurrirnos – se jactó Kálaba, la más poderosa entre los Zíngaros.

– Salvo porque fue en este mismo bosque en el que los Impromagos acabaron con vuestro Patriarca. ¿Cómo se llamaba? ¿Arnaldo? – dijo con voz despectiva Ventisca, el Avatar del Caos.

– ¡Sigue vivo! Pero eso no es de tu incumbencia. ¿No deberías preocuparte por que tu otra mitad campe a sus anchas ayudando a los Seres del Aire? Quizás debería leerte la mente para ver cuánto poder te queda después de haber perdido una parte de tu ser – dijo Adonis mientras sacaba sus orbes y los hacía girar en su mano de manera hipnótica.

– No habléis de diferencia de poder, Zíngaros, o quizás probéis toda la ira del inframundo – dijo Kashiri agarrando su báculo.

– ¡Parece que sí que se va a montar una fiesta! ¿Os importa si miro de lejos? – dijo animadamente Lord William.

Mientras la discusión empezaba a subir de volumen y las manos de todos los presentes se dirigían hacia sus báculos y otras siniestras armas, unas zarzas empezaron a acumularse alrededor de un árbol creciendo a una velocidad espeluznante. La vegetación invasora recubrió el árbol y ahogo la poca vida que quedaba de él. Con un crujido, las zarzas se abrieron y emergió Defendra, la Caricia de la Ortiga.

– Se acercan hermana. ¡Esto es casi tan divertido como cazar Duendes! – dijo dando saltitos de emoción, ajena a la tensión que impregnaba el ambiente.

– ¡Basta de discusiones! – dijo Aurobinda, acallándolos a todos con un golpe de su báculo -. Como he dicho, esta no es la noche para solucionar nuestras rencillas. Os traigo un regalo. La posibilidad de hacer algo tan deliciosamente maligno que sé que no vais a poder siquiera resistiros.

– ¡Regalos! Es curioso, suelo hacerlos yo, y con muchos intereses, pero estoy dispuesto a escuchar ofertas – dijo Van Bakari mirando alrededor.

– Dudo que tengáis un propósito altruista – dijo Kálaba entrecerrando los ojos.

– Así es. Yo, Aurobinda, la Señora de los Cuervos, he sido derrotada. Esa derrota me sigue humillando día tras día, pero si no puedo conseguir la victoria con fuerza bruta, usaré otros medios más…sibilinos.

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El silencio llenó el claro. Había captado toda la atención de sus asistentes. Todos habían sufrido algún tipo de derrota en el pasado y estaban ávidos de venganza.

– Os traigo a dos paladines de la luz. A dos defensores de la paz. A dos racimos de flores que pisotear en el barro. Una oportunidad de dar forma a nuestro futuro, desde las sombras.

– ¿Aquí? ¿En medio de nosotros? ¿Y por qué vendrían a este bosque perdido? – dijo Lord William bufando con desprecio.

– Porque no nos hemos mantenido de manos cruzadas. Mi hermana y yo hemos ido extendiendo nuestros zarcillos de maldad de la manera más sutil posible y os aseguro que ha dado más resultado que vistosos combates y secuestros Elementales.

– Deja de tenernos en ascuas, tengo muchas almas que torturar. Escúpelo ya – dijo cortante Kashiri.

– ¡Son los Impromagos! ¡Los Impromagos vienen hacia aquí, están a punto de llegar! – dijo Defendra, con voz chillona de emoción.

Todos aguantaron la respiración y recordaron como los Impromagos se habían entrometido en sus planes de una manera u otra. El recuerdo de sus derrotas volvió de manera vívida y empezaron a discutir entre ellos.

– ¡Matémosles!

– ¡Arranquémosles el corazón!

– ¡Despellejadlos!

– ¡Muerte!

– ¡Quiero su alma!

En medio de ese batiburrillo de gritos y amenazas, dos manchas naranjas entraron en el claro y avanzaron hacia el grupo. El color de sus capas destacaba entre el tenebroso ambiente del bosque, como si de antorchas se tratase. Sirene avanzaba a largas zancadas y Eme se movía con pasos torpes como si no supiese donde estaba.

– ¡Silencio! Adelante, Sirene, pequeña. Acercaos sin miedo – dijo Aurobinda, sonriendo malévolamente.

Ambos Impromagos se detuvieron en medio del grupo. La cara de Sirene vaciló un poco, como si alguien luchase en su interior por recuperar el control. Estaban rodeados de caras malignas, contraídas de rabia que a duras penas contenían para no abrirlos en canal ahí mismo.

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– Sirene está bajo mi control desde que recibió nuestro peculiar colgante. Pero no podré mantener el control mucho tiempo y menos con la influencia de ese estúpido chico con mi hermano en su interior. Necesito todo vuestro poder combinado para poder sellar sus consciencias en lo más profundo de su ser y sacar la personalidad maligna que habita en el interior de todas las criaturas.

Todos los presentes se pusieron a pensar las posibilidades mientras se relamían del ansia de poder extinguir un rayo de luz de este mundo.

– Usemos las habilidades de cada uno de vosotros para destruir su inocencia, corromperlos y conseguir unos aliados que nos permitirán derrotar a todos nuestros oponentes desde dentro. Sus paladines, sus defensores, ¡se convertirán en sus verdugos! Adelante, compañeros, empezad a salmodiar, maldecir, corromper… ¡CONDENAD SU ALMA!

Todos los integrantes abrieron el círculo y empezaron a hablar en lenguas prohibidas y misteriosas. Van Bakari, con la ayuda de Lord William, fue colocando fetiches obscenos en el suelo mientras las almas emergían de la tierra y revoloteaban a su alrededor. Kashiri abrió con un golpe de sus talones una fisura que llevaba al inframundo del que emergieron los más viles vapores. Los Zíngaros empezaron a realizar complejos gestos con las manos conjurando una magia oscura y prohibida. Por último, las Brujas se cortaron los brazos con un pequeño cuchillo y empezaron a escupir palabras ininteligibles por la boca mientras un vórtice de oscuridad se reunía alrededor de sus cabezas.

Sirene se mantenía en medio del claro, debatiéndose con espasmos, con su lucha interna en pleno apogeo. Algo pareció ganar durante unos segundos ya que gritó:

– ¡Eme! ¡Tenemos que hacer…! – y enmudeció de golpe, con la cabeza torcida y una sonrisa aviesa en la mirada.

Más pareció suficiente para despertar a Eme de su estupor, el cuál empezó a mirar a su alrededor con gestos desencajados. Dando frenéticos manotazos, buscó su varita por todo su cuerpo, pero era demasiado tarde.  Cuando consiguió empuñarla, los villanos terminaron sus oscuros rituales.

Una avalancha de almas se precipitó sobre ellos como si fuese una sustancia pegajosa mientras Van Bakari reía a carcajadas. Ventisca precipitó un vendaval venido del inframundo que los atravesó de lado a lado haciéndoles arquear las espaldas. La magia oscura de los Zíngaros se introdujo por sus gargantas abiertas como si fuese un ponzoñoso manantial infinito. Por último, las Brujas soltaron su poder y una bola de oscuridad perfecta se materializó alrededor de los Impromagos, que levitaban a escasos centímetros del suelo mientras las almas, el viento y el poder recorría su cuerpo cual gusanos. La esfera negra los recubrió y selló tan aberrante ritual.

La calma volvió al claro, solo molestado por los lamentos de almas en pena y el susurro de Ventisca entre los árboles.

La esfera negra crujió como un huevo y se fue resquebrajando. Los pedazos cayeron al suelo, dejando entrever las dos siluetas cubiertas de inmundicia que se empezaron a levantar trabajosamente. Sus sonrisas maníacas y el brillo de locura de sus ojos indicaban que aunque su aspecto exterior no había cambiado, el interior era un pozo de oscuridad que nunca jamás podría volver a ser iluminado.

Eme y Sirene se incorporaron y miraron a sus antiguos enemigos. Todos les sostuvieron la mirada, preparados a atacar y matar si todo había fallado. Pero entonces, empezaron a escuchar un sonido perturbador, estridente e imposible: una risa. Eme se estaba riendo, con una risa maníaca despojada de toda felicidad pero imposible de refrenar. Sirene le miró con un brillo maligno en los ojos y empezó a reírse por lo bajo, cada vez más fuerte. El resto de sus enemigos empezaron a reírse suavemente, cada vez con mayor volumen. Eme arqueó la espalda y rió rugiendo hacia el firmamento, coreado ya por fin por todos los presentes, con un conjunto de cacareos, risitas obscenas y demás ruidos guturales que ascendieron hacia el cielo e hicieron que las estrellas se apagasen.

En esa Noche de los Muertos, los recién nacidos rompieron a llorar, muchos despertaron con sudores fríos e innumerables cosechas se echaron a perder. Un nuevo mal había llegado a Calamburia y la misma tierra lo sentía.

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