El faro partido presidía en lo alto de una colina, erguido ante la inmensidad del mar. Antigua estructura construida por los marineros de Calamburia cuyo origen resulta desconocido, cayó en desuso hace decenas de años. Su imponente figura se enfrenta a los elementos, encajando el viento y la espuma con sólido estoicismo, mientras el Ojo de la Sierpe deja manar un constante reguero de espumosa agua bajo sus cimientos.
Muchos creen que ese faro cayó en desuso por la falta de navegación por la zona. Pero en realidad, es porque el faro debía cumplir otro propósito. Nadie lo sabía, pero el faro tenía que guiar a viajeros una vez más, pero no de la manera en la que había sido concebido. De hecho, nada era ya lo que parecía en este faro.
Los inventores residían en él, llenándolo con sus invenciones y cachivaches. Acostumbrados a la soledad y al grito de las gaviotas, estaban un tanto inquietos por tener a tantos invitados dando vueltas por su taller.
– ¡No, no, no, es un invento muy delicado y no testado para ningún tipo de uso! – grito Teslo, quitándo de las manos a Falgrim un enorme taladro.
– ¡Pero si es perfecto! – exclamó el minero -. Con esto seguro que podríamos excavar incluso más allá de los Huesos del Titán!
– ¡No! ¡Es una batidora multiusos! ¡No es un simple taladro! – explicó exasperado Teslo.
Mientras, un poco más allá Katurian mantenía otra conversación muy poco agradable, aunque sus invitados no tenían intención alguna de tocar nada.
– ¿Mantenéis algún registro sobre la financiación recibida por la Corona? Tengo entendido que hace poco realizasteis mejoras sobre la Flota Real – comentó Doña Constanza, mintiendo descaradamente. Como Recaudadora sabía exactamente en qué se había gastado cada Calamburo de las arcas de la Corona.
– Está claro que este sitio necesita de una mejor gestión contable. Debe saber, buen inventor, que para pequeños negocios como el suyo, la Corona ofrece un servicio de gestión contable externalizable por un módico precio, claro – explicó Don Vítulo, como si se tratase de un discurso ensayado.
Katurian palideció como si hubiese visto a la mismísima muerte. Los Inventores tenían mentes brillantes pero los detalles mundanos como el dinero o el orden les parecían tan ajenos como la existencia de tierra más allá de Calamburia.
– ¡Ah, no! Muchas gracias, nos organizamos muy bien así.
Mientras, el resto de la comitiva observaba con recelo el gigantesco taller, lleno de todo tipo de basura y genialidades. Minerva la Erudita se ajustaba las gafas mientras fruncía el gesto ante tanto desorden, acompañada por la mueca de desdén de Galerna, cuya idea de hogar es el de una nube tallada por magia Aisea. En cambio, la novicia Katrina y Brianna la Guardabosques correteaban por el taller, curioseando en ese mar de maravillas. Tras deambular un rato, llegaron a la esquina más alejada del faro. En él se respiraba una extraña quietud, como si el tiempo se detuviese, ajeno a los problemas mundanos. En una esquina descansaba un extraño conjunto de engranajes y pistones, coronado por una delicada cara humana realizada con aleaciones de cobres y diversos engranajes. Los ojos del autómata permanecían cerrados, como si estuviese durmiendo pero listo para despertarse en cualquier momento.
Cuando Katrina estaba a punto de tocarlo, una manta cayó sobre el autómata.
– ¡He dicho que no se tocan nuestras invenciones! Y menos esta – les recriminó Teslo, con los ojos desorbitados.
– ¡Es hermoso! ¿Cómo habéis hecho algo así? – preguntó Brianna.
– ¡No hemos sido nosotros! Y no funciona – dijo escuetamente mientras empujaba a las jóvenes de nuevo hacia la entrada del faro.
Todos se juntaron ante un enorme armatoste del que colgaban numerosas luces apagadas y extraños mecanismos. Parecía una puerta, pero detrás sólo había el resto del taller, por lo que parecía el más inútil de todos los cachivaches de la sala.
– ¡Gracias por venir, queridos mecenas y ayudantes, a la mayor demostración de ciencia jamás presenciada! – exclamó Katurian.
– Por lo menos en esta época – aclaró Teslo.
– ¡Aunque eso pronto también lo sabremos!
El grupo de personas ahí reunidas no compartían su entusiasmo, salvo Katrina, que aplaudió por educación.
– Inventores, no tengo mucho tiempo. Mis deberes como Directora de Skuchaín son una pesada carga y solo he venido aquí porque quiero asegurarme que esto se hace bien. Espero que las piedras mágicas que usamos para contener los portales de las lindes de Skuchaín os hayan servido de ayuda – apuntilló mientras Brianna empezaba a dibujar la máquina con sus carboncillos.
– Sí, la Corona también quiere saber si las ridículas cantidades de oro que habéis pedido han servido para algo o solo se trata de otro pozo sin fondo y sin retorno de inversión – aclaró Don Vito.
– ¡Y si nuestros minerales han sido de utilidad! He tenido que cavar muy hondo para conseguirlos – aseguró Falgrim mientras se rascaba la cabeza.
– ¡Por supuesto! – aclaró nervioso Katurian – Sin ellos no podríamos haber construido semejante milagro de la ciencia. Teslo, échame una mano anda.
Teslo agitó sus brazos como si fuese el maestro de ceremonias de un circo.
– ¡Hoy vais a presenciar un hecho insólito! Vamos a viajar en el tiempo para conocer los entresijos de la historia y de la humanidad.
– Todo eso está muy bien. ¿Pero y cómo sabemos que no vamos a crear otro Caos del Maelstrom? – inquirió Minerva.
Los Inventores se quedaron con la boca abierta, sin saber qué contestar.
– Bueno, pues… porque…simplemente, no va a ocurrir – concluyó Katurian, mirando a su hermano.
Todos suspiraron de frustración. Otra vez los inventores haciendo de las suyas. A veces sus invenciones aciertan pero otras resultan ser una auténtica catástrofe.
– Porque tendrán la esencia del propio Titán. ¡Por eso mismo! – dijo una voz.
En la puerta del faro, a contraluz, se hallaba apoyado con actitud insolente el Pícaro Drawets, sosteniendo un pequeño botellín.
– Veréis, sabéis que condeno el robo y el latrocinio con todas mis fuerzas pero al oír que estabais planeando un experimento temporal, he pensado que quizás necesitaríamos esto.
– ¿Eso es la auténtica esencia de la divinidad? – preguntó Lady Constanza.
– ¡Una gota! Apenas un dedal. Los ganadores del Torneo siempre beben con tantas ansias que a veces no la apuran del todo. Esta es una gotita que guardé de ciertos ganadores, no mucho tiempo atrás – replicó con descaro mientras hacía volar la botellita de una mano a otra -. Estoy dispuesto a cederla por el bien de Calamburia…y para que la Reina Sancha me colme de oro, por supuesto. La vida eterna no estará tan mal si me vuelvo asquerosamente rico.
– Primero veremos si todo este circo funciona. Si es así, habrá recompensas – explicó con una aduladora y falsa sonrisa don Vítulo.
Con gesto teatral, Drawets ofreció el botellín a Teslo, quién lo cogió con reverencia y observó con una de sus lupas.
– Bueno, teniendo esto en cuenta, podemos hacer unas cuantas calibraciones a la máquina. ¡Es posible que facilite las cosas!
– ¿Es posible? ¿Desde cuando la ciencia se basa en posibilidades? – bufó Minerva.
– ¡En las magnitudes en las que vamos a adentrarnos, os aseguro que la ciencia se vuelve una auténtica pieza de artesanía! Pero no os preocupéis, que lo tenemos todo controlado.
Mientras Teslo se afanaba en introducir el contenido del botellín en un matraz que burbujeaba en los costados de la máquina, Katurian pasó a explicar el viaje.
– Bien, hemos cambiado la máquina desde el último intento de salto temporal. Esta vez funcionará como un portal a otros mundos. Vosotros os quedaréis aquí presenciando todo el suceso, como si estuvieseis mirando por una indiscreta mirada por el tiempo y nosotros nos encargaremos de dar los saltos temporales desde dentro.
– ¿Vosotros solos? ¿Nó queréis más ayuda? – preguntó esperanzada Katrina.
– ¡No! Podría ser peligroso. Hay reglas y debemos respetarlas. Nuestra misión es observar los sucesos del pasado para entender el equilibrio entre las fuerzas de la Luz y la Oscuridad. Tendremos que tener en cuenta cientos de parámetros y es posible que tengamos que contactar con las mismas esencias de la Luz y la Oscuridad para ayudarnos, pero creo positivamente que podremos lograrlo.
– No he entendido nada. Pero no necesitamos entenderlo. Cuando antes empecéis, antes podremos irnos. Al menos si sale mal, os afectará a vosotros – comentó Doña Constanza.
-¿Necesitáis ya mi poder o váis a estar discutiendo tonterías de mortales todo el día? Vuestro extraño barco volador no puede despegar sin ayuda – interrumpió Galerna, irritada. Ocupando gran parte del taller, un extraño barco con demasiadas velas colocados en lugares incorrectos parecía esperar pacientemente a que un Titán lo cogiese y lo lanzase por los aires.
Teslo volvió de terminar los últimos preparativos y se giró hacia su hermano.
– ¿Listo para darle al botón, hermano? – preguntó con una sonrisa.
– ¡Por supuesto! – le contestó dirigiéndose a un interruptor.
– ¡No, ese no! – gritó Teslo
– ¿Cómo que no? ¿Cuál va a ser sino?
– ¡Siempre haces lo mismo!
Ambos hermanos se pusieron a discutir acaloradamente mientras los allí presentes se removían incómodos, esperando sinceramente que si algo salía mal afectase sólo a los inventores y no a los invitados a esta aventura.
– ¡He dicho este! – dijo pulsandolo Teslo.
– ¡No, este! – dijo Katurian pulsando otro diferente.
Con un crepitar de energía, la máquina empezó a zumbar y a temblar ligeramente. Poco a poco, las luces fueron girando, los engranajes chirriando y con un sonoro estampido, una grieta se abrió en el centro del portal.
– ¡Ha funcionado! – comentaron al unísono, sorprendidos.
– Por el Titán, que mala espina me da todo esto – dijo Minerva masajeándose el puente de la nariz.
– ¡Recordad, lo veréis todo, pero no toquéis nada! – gritó Katurian, por encima del viento que emanaba de la brecha.
– ¡Y no entréis! Podríais alterar el tejido de la realidad! – comentó Teslo.
Los hermanos subieron apresuradamente por un costado de la aeronave mientras la magia de Galerna envolvía la extraña maquinaria. Los motores de la nave empezaron a rugir lanzando auténticos torbellinos de aire y empezó a levitar. Con un hastiado movimiento, Galerna empujó la aeronave por el portal, atravesando la grieta temporal y volando a los confines del Tiempo.
Poco a poco, la comitiva se fue acercando para conseguir una vista más completa de la brecha del portal. Una sucesión de imágenes, lugares y personajes desfilaron ante sus ojos.
– Lo han conseguido – susurró Drawets.
– Espero que salgan vivos – masculló Minerva.
Y en atónito silencio, presenciaron escenas que jamás habían sido vistas en su tiempo. Pero no estaban solos, mirando por aquella indiscreta ventana temporal. La propia esencia del Pasado y el Presente y el Futuro se habían materializado junto a ellos. Urd, Skald y Verdandi miraron con atención: este viaje estaba destinado a ocurrir y ya había ocurrido antes, ya que los Calamburianos tenían un don para poner el tiempo patas arriba.
Así empezaron Las Crónicas del Tiempo.