– ¡Brindemos, camaradas! ¡Quiero ver vuestras barbas cubiertas de espuma! – gritó EfraÍn a los enfervorecidos parroquianos de la concurrida taberna.
El local se hallaba completamente abarrotado de aguerridos filibusteros que cantaban, gritaban e insultaban a sus vecinos mientras hacían chocar sus enormes jarras. Su contenido era incierto, pero se dice que aquel brebaje estaba compuesto por baba de tritón, jugos de Semillas del Leviatán, lágrimas de duendes, restos de pociones de Skuchain y ron. Las medidas exactas hacen ya parte de la leyenda.
– ¡Hermanos de sangre y sal! ¡Es hora de que vuelvan a temernos, y no sólo a través de los océanos, sino por tierra firme!
Todos corearon con fuerza emitiendo rugidos ininteligibles, probablemente sin saber qué estaban apoyando exactamente, pero demonios, lo iban a hacer con mucho entusiasmo.
– ¡El trono está débil! ¡La antigua monarquía de Calamburia ya no puede contenernos ni hacer valer su fuerza! ¡Pero nosotros somos más fuertes que nunca!
Aporrearon las mesas con sus gigantescas manos callosas. Muchos de ellos ni siquiera sabían cuál era el nombre y la dinastía de quienes ahora reinaban, pero poco importaba. La bebida seguía fluyendo y todo el asunto olía a botín, saqueo y pillaje.
– Y podemos optar a él por derecho. ¡Mairim, mi sobrina, tiene sangre real! Ha demostrado ampliamente su apoyo a la causa pirata y tiene madera de líder. ¡Literalmente, ha nacido para ello!
Todos corearon con fuerza el nombre de Mairim. La susodicha se levantó a trompicones de una mesa, para saludar con entusiasmo con la mano. Las voces aumentaron de volumen hasta hacer temblar las vigas del techo, y presa de emoción, empezó a dar saltitos y vueltas sobre sí misma. Sin querer, atizó un manotazo a un pirata y lo mandó volando por toda la estancia hasta incrustarlo contra la barra de la taberna.
El silencio invadió la sala, enmudeciendo a decenas de curtidos bucaneros.
– Uy. ¡Lo siento! Mi mami dice que a veces no controlo mi fuerza – dijo ella sonriendo y ajustándose el sombrero.
Al unísono, todos los piratas irrumpieron en gritos y rugidos, alabando la fuerza de la muchacha. Efraín Jacobs soltó el aire que había estado conteniendo, preparándose para el desastre. Los ánimos de aquella turba eran tan veleidosos que podían cambiar en cualquier momento. Se estaba agarrando a un clavo ardiendo y estaba claro que confiar en el liderazgo de Mairim era como darle un cañón a un niño, pero no le quedaba otra opción.
– ¡Buscaremos la esencia del Agua! ¡Fingiremos plegarnos a sus deseos! Pero mientras, tenemos que preparar nuestro golpe de estado. Debéis tomar posiciones en los puntos estratégicos. ¡Debéis prepararos para luchar!
Aquella era una palabra que las embrutecidas mentes de los piratas podían entender a la perfección. La promesa de sangre y botín era su única motivación.
– ¿Y qué hay del antiguo Rey Rodrigo? ¿No vais a contar con su apoyo? – dijo una voz altiva y totalmente fuera de lugar.
La multitud se giró inquisitiva ante los recién llegados. Se trataba de dos soldados vestidos con el tabardo que lucía el emblema del Rey Rodrigo V, el Perturbado.
– ¡Tenéis agallas para venir a la peor taberna de la Isla Kalzaria, hogar de piratas sin corazón ni honor! Muchachos, no sabéis lo que habéis hecho. ¡Aquí la monarquía no es bienvenida! – espetó Efraín con una sonrisa cruel.
– ¡No me asustan tus amenazas, Jacobs! Tengo tanto derecho a estar aquí como tú. ¡Derecho de sangre! – dijo Balian, mientras devolvía la mirada a todo el que osase mirarle. Y lo cierto es que era la taberna entera.
– No es la primera vez que venimos a este antro de perdición – dijo Pierre mirando por encima del hombro con una leve mueca -. Y tampoco somos muy amigos de la actual monarquía.
– ¡Es verdad, es el hijo del viejo Cara Partida! – gritó alguien, señalando a Balian.
La turba entera empezó a murmurar. Los piratas tenían una vida llena de emociones y no era raro que fuesen sembrando bastardos a su paso. Uno más, uno menos ¿Qué importaba?
– ¿Y bien? No abuséis de mi paciencia, porque, sangre pirata o no, ¡os ensartaré con mi sable si me hacéis perder el tiempo!
– El Rey Rodrigo V, el verdadero Rey y no ese impostor Comosu, vaga por los mares en busca de redención por lo que le hizo a su amada Petequia.
Algunos piratas asintieron con gesto grave. Muchos conocían a Petequia por sus excesos en la isla Kalzaria y era más cruel y sanguinaria que cualquiera de los hombretones ahí reunidos. A pesar de ser un miembro de la realeza, se había ganado el respeto de esos despiadados asesinos y al fin y al cabo, Mairim era su hija.
– ¡El pueblo le conoce! ¡Lo ama! Aún siguen recordándolo como la más bella persona que ha reinado por todo Calamburia – exclamó Pierre con aire soñador.
– Dudo mucho que sea así. El pueblo llano es como una hoja mecida por la tormenta, vienen y van sin ningún tipo de control – escupió Efraín -. ¡Nosotros cabalgamos las tormentas!
– Es quizás demasiado tarde para su reinado y su hijo, el Rey Comosu, ha perdido el juicio y nada se puede hacer por él. Pero nuestro noble y gallardo corazón late al unísono con el de nuestra Majestad, y estoy seguro que apoyaría a la hija de su amada.
– ¡Oh, sí! ¡Quiero conocer mi nuevo tito! – dijo entusiasmada Mairim mientras daba palmas.
Si algo se le da bien a un pirata es timar, engañar y regatear. Diferentes planos y estrategias surcaron la cabeza del Ladrón de Barlovento a toda velocidad mientras calculaba las pérdidas y las ganancias.
Finalmente, con un brillo de codicia en los ojos que todos supieron identificar y que sólo podía significar un jugoso botín para todos, respondió sonriendo:
– ¡Los enemigos de la actual monarquía son nuestros amigos! Adelante, muchachos, adelante, siempre hay sitio para más brazos fornidos en nuestra tripulación.
Los mismos asesinos sedientos de sangre que estaban dispuestos a destripar a los recién llegados los recibieron con aplausos y golpes de jarra en las mesas. Las mujeres les lanzaron besos desde los balcones y llenaron sus manos de aquel brebaje que hacía llorar los ojos. Ya eran hermanos piratas para siempre, aunque ese era un concepto temporal que podía cambiar tan rápido como la marea.
Efraín Jacobs contempló complacido la multitud de borrachos pendencieros. Eran la peor escoria que había surcado jamás los mares, y sabía que al menor contratiempo, lo traicionarían y lo pasarían por la quilla. Pero ahora, ese amasijo de bajezas humanas comía de su mano y de la promesa de los suculentos botines del palacio, y por ahora, era suficiente.
¿Acaso la vida de un pirata no era siempre vivir al límite, como si estuviese caminando por el palo mayor? ¡Eso es lo que le hacía sentirse vivo! Aunque a veces, solo a veces, soñaba con ser un Hortelano, pasando los días arando la tierra y limpiando tubérculos.
Una mesa pasó volando delante de sus narices y se estrelló contra una ventana, generando una salva de aplausos y enfurecidos insultos.
Diantres, cómo necesitaba una jarra de esa espumosa sustancia.