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JAQUE DE DAMAS II
En las inmediaciones de la Torre de Skuchaín el duende Baufren hacía grandes aspavientos a Grahim, el prefecto y recién nombrado profesor en prácticas que no dejaba de rascarse la cabeza con la punta de la varita, confundido.
―Vuélvamelo a repetir, Duende Mayor y, si puede ser, más despacio para que pueda asimilarlo ―expuso el mago tratando de serenar a su compañero.
―¡El flujo de magia está en peligro! ¡Calamburia está en peligro! Qué digo Calamburia, ¡todos estamos en peligro! ―estalló desesperado dando tremendos saltos a pesar de su avanzada edad.
Anaid y Tasac, dos jóvenes impromagos, irrumpieron en la escena corriendo apurados, con sus capas naranjas ondeando al viento. Anaid, la más responsable de los dos, se dirigió a su superior.
―Este… profesor Grahim… ―expuso con contenida ansiedad.
―Ahora no, Anaid. ¿No ves que estoy ocupado? ―la reprendió si dejar de mirar al duende―. ¿Y podría ser más específico? Kórux me ha enviado… bueno, nos ―dijo señalando a recién llegados sin mirarlos― ha enviado para ver si podíamos solucionar el problema. Desde que quedaron finalistas en el torneo ―añadió a modo de confidencia mirando con complicidad al duende mayor― Kórux me los mete hasta en la sopa. Dice que son un valeroso activo, pero lo cierto es que a mí me parece que…
―Profesor… los… están llegando los… ―titubeó Tasac intentándolo él esta vez. Los jóvenes estaban cada vez más agitados.
―Impromagos, ¿es que no véis que están hablando los mayores? ―les reprendió sin alzar la vista mientras seguía metido en su conversación―. Veamos, Baufren, ¿qué es eso de la desviación de la energía de los canales mágicos? Se supone que la magia fluye sin más, como siempre ha fluido, ¿no?
―Bueno, eso no es del todo exacto… digamos que hay un equilibrio que une el Mundo Faérico a este. Es algo que idearon Theodus y Öthyn, el primer Druida Supremo ―añadió sin querer entrar en detalles―. No conozco los pormenores del procedimiento, pero lo que sí percibo es que algo o alguien está usando las artes oscuras para alterar el flujo, ¡y eso es peligrosísimo! ¡Podría haber otro cataclismo!
―¡Profesor, sabemos quienes son! ―afirmó Tasac.
―¡Profesor en prácticas! ―matizó remarcando sus palabras―. ¿Y qué vais a saber vosotros? ―preguntó inquisitivo mientras los miraba por primera vez cruzando los brazos con gesto severo.
―Los hemos localizado con el hechizo detectio irredentis ―declaró Anaid orgullosa de sí misma―. Es cosa de los magos oscuros. No cabe duda.
―El caso es que mi sentido de duende percibe algo parecido… ―añadió Baufren―. Parece que alguien está usando la oscuridad para desviar el flujo de magia, vete a saber con qué oscuro propósito.
―Oh, en ese caso… ―admitió finalmente Grahim mesándose su pelirroja barba.
―¡Cuidado, se acercan! ―anunció de repente la joven al oír los pasos de su enemigos―. ¡Invisibilitas totalis! ―añadió con un gesto sucinto de su varita, protegiendo a todos con un manto de invisibilidad.
―¡Oloris neutralia! ―exclamó Tasac a su vez poniendo en marcha un segundo mecanismo de enmascaramiento que impedía que el enemigo los rastreara por el olfato. Anaid le sonrió orgullosa: hacían muy buen equipo y ambos lo sabían.
―¿Dónde habéis aprendido a hacer eso? ―exclamó sorprendido el profesor en prácticas .
Antes de que pudieran contestar, todos se quedaron en silencio, atónitos. A lo lejos se acercaba el mismísimo Drëgo, el druida, charlando amistosamente con Tesejo, uno de los brujos tenebrosos y Érebos, uno de los consejeros umbríos. ¿Qué clase de conciliábulo era aquel? ¿Y qué retorcidos y oscuros propósitos ocultaba?
―Drëgo conoce el lugar exacto donde se puede absorber la cantidad precisa sin levantar sospechas… —dijo el druida en tono complaciente, su voz impregnada de satisfacción—. Enhorabuena Caila por robar de la mismísima torre arcana el báculo del Druida Supremo para Drëgo. Un paso fundamental para completar nuestros planes.
Hizo una pausa, disfrutando del momento antes de añadir:
―Drëgo acaba de entregar el anillo a los unicornios, el que Aurobinda le confió. La maquinaria empieza a moverse. Todo está en marcha. Si los planes de Drëgo con Aurobinda siguen avanzando este ritmo, los experimentos pronto estarán completos y el flujo mágico se teñirá de oscuridad.
Drëgo sonrió con una satisfacción inquietante.
―Sí, todo va exactamente como Drëgo lo había previsto.
―No puedo creerlo, ¡Drëgo, el druida, es un traidor! ―susurró Grahim atónito.
―Siempre sospeché de él ―dijo Anaid mientras miraba con inquina al traicionero aprendiz de Öthyn.
―Hasta su olor resultaba sospechoso ―añadió Tasac―, por mucho que se esforzase en taparlo con esa colonia. Huele a oscuridad. Se lo dijimos a Minerva, pero nos reprendió duramente. Dijo que la gente tenía prejuicios con Drëgo solo porque era de la casta Ténebris, pero que había servido fielmente a la Corona y a la torre.
―De hecho, llegó a insinuar que era todo un héroe, especialmente en la resolución del problema del último cataclismo, tras la muerte del Druida Supremo ―explicó Anaid mostrando cierto resentimiento―. Me gustaría ver la cara de Minerva ahora.
Aquellos oscuros personajes seguían al druida que, aparentemente, les estaba guiando hacia algún lugar específico.
―¿Y dónde es exactamente el sitio, Drëgo? ―preguntó Érebos, el consejero de pelo plateado, mientras buscaba alguna señal en el suelo.
―No lo pronuncia bien, señor consejero. Mi nombre es Dreeego. ―le corrigió con profundo respeto.
―¿Dreeego? ―tanteó él tratando de pronunciarlo correctamente.
―No, no, es Dreeeeego ―dijo alargando aún más la “e”.
―Bueno, sea como fuere, centrémonos en nuestra misión. Estamos cerca de la torre arcana y hay que dar el golpe antes de que esos mequetrefes de naranja nos encuentren ―le apremió Érebos mirando en derredor con desconfianza.
―Impromagos, ¡que mal visten! ¡Y qué tontos son! ―lanzó Tesejo con su habitual soberbia dibujando en su rostro una sonrisa de superioridad.
―No como tú, ¿verdad Tesejo? Que siempre que te encuentras con ellos les das una soberana paliza ―le recriminó el consejero con su lengua viperina haciendo que el mago se viera obligado a agachar la cabeza.
―Aquí; es exactamente aquí ―interrumpió Drëgo visiblemente emocionado―. Bajo el suelo, hay una arteria mágica. Si pincháis aquí vuestras varitas, absorberéis la cantidad necesaria de…
―¡Revelatio totalis! ―gritó de pronto Grahim rompiendo el hechizo de invisibilidad―. ¡¿Qué está pasando aquí, Drëgo?! ¡¿Qué haces con estos traidores?! ―añadió con gesto acusador― Nunca me fié de tí: los tramposos hacen trampas siempre.
―Drëgo solo pasaba por aquí, Grahim no tiene que preocuparse por Drëgo ―trató de excusarse el druida―. De hecho, ya estaba volviendo al Reino Faérico… Drëgo tiene muchas damas de colores a las que aconsejar…
―Pues nos preocupa ―espetó Anaid―, porque de todos es sabido que los amigos de nuestros enemigos… ¡son nuestros enemigos!
―¿Pero cuándo te he dado permiso yo para que digas la frase molona? ―la reprendió Grahim con mirada de indignación―. Uy que la próxima vez te quedas en casa…
―Ahí ha tenido razón el profesor, Anaid ―convino Tasac sumándose a la indignación―. Hay una jerarquía, una antigüedad…
―Lo siento profesor, yo no pretendía… ―se disculpó profundamente avergonzada.
―Pues la impromaga no está mal… ―murmuró Tesejo pensando en voz alta―. Hola guapa ¿eres nueva? ―añadió seductor mientras ponía ojitos a su enemiga.
―Por favor, Tesejo ―le reprendió Érebos poseído de repente por una profunda vergüenza ajena―, no confundamos el mal con la grosería, ten algo de dignidad.
El mago oscuro agachó las orejas nuevamente: definitivamente no estaba siendo su noche.
―Muy bien, habéis cazado a Drëgo. Drëgo ha sido descubierto ―reconoció el druida encarándose al cuarteto mágico―. Pero ya no importa, Drëgo ha robado suficiente magia del Entremundo para poder enfrentarse a vosotros.
―¡No te saldrás con la tuya, druida corrupto! ―gritó Baufren quitándose su inmenso sombrero, de cuyo interior emanaba una brillante energía azulada. Por experiencias pasadas, tras ser creado por las mismísimas brujas, reconocía rápidamente a los que habían sido seducidos por la oscuridad y la codicia. Era la única cosa que le hacía perder realmente los estribos. El Duende Mayor metió la mano en el gorro y la energía emergió de él tomando la forma de un conejo espectral. El mágico animal saltó de su mano y corrió directamente hacia Drëgo. Tesejo lanzó un par de rayos tratando de contrarrestar el ataque, pero su agilidad superaba la puntería del ténebris. El animal alcanzó en pocos segundos la posición del enemigo y se inmoló, estallando con la fuerza de un barril de dinamita, junto a la mano con la que el druida sostenía su varita. Por suerte para ellos, Érebos había invocado a tiempo un muro de oscuridad pura que los protegió del impacto. Sin embargo, la explosión produjo que esa misma barrera se derrumbara volviendo a dejar a los villanos al descubierto.
―A los pequeñajos dejádmelos a mí ―dijo Tesejo con una media sonrisa de superioridad.
―Ten cuidado, fueron finalistas del torneo ―le advirtió el consejero umbrío mientras trataba de concentrarse en su siguiente invocación…
―También lo fui yo ―sonrió el brujo tenebroso con suficiencia poniendo su varita en posición de batalla.
―Y perdiste contra una pareja de patatas, ¿es tengo que recordártelo todo? ―le espetó cortante Érebos.
―Ahora que lo pienso ―reflexionó Grahim con una sonrisa irónica recordando su propia participación en el torneo―, los impromagos tenemos una extraña tendencia a quedar segundos en el torneo. Es como si el Titán nos estuviera diciendo: «Eh, sois buenos, pero no tan buenos». ¿O quizá el Titán quiere mandarnos un mensaje más profundo?
De pronto, una nueva carga del brujo tenebroso lo sacó de su ensimismamiento. Tesejo, haciendo oídos sordos a las advertencias de Érebos, se abalanzó sobre los dos jóvenes impromagos a la vez; pero a ellos les bastó una mirada cómplice para saber cómo reaccionar. Anaid arrojó al aire su varita en un tiro parabólico, haciendo que sobrevolara la cabeza del enemigo; acto seguido, Tasac pronunció su hechizo.
―¡Mastilis inflatio!
Ante los atónitos ojos de la concurrencia, la varita de Anaid ―aún en el aire―, se convirtió en un inmenso tronco de roble y cayó sobre su atacante aplastándolo y dejándolo fuera de combate.
―Luego dirá que no se lo advertí… ―apuntó Érebos más hastiado que decepcionado. Acto seguido, dedicó una sonrisa sádica a sus rivales―. Pero ahora solo tenéis una varita, impromaguitos.
El consejero señaló con el dedo índice a Anaid que, desarmada como estaba, no pudo hacer nada contra el dardo de oscuridad que la lanzó por los aires. Grahim detectó el punto ciego del consejero y lanzó un feroz ataque en forma de rayo de luz que emanó de la punta de su varita. Érebos no tuvo oportunidad de defenderse; cayó al suelo algo aturdido.
―Aún tenemos dos varitas, consejero… ―sonrió satisfecho el profesor en prácticas.
―Nosotros también tenemos varitas, Grahim ―sentenció Drëgo enseñando sus dientes blancos en una sonrisa macabra mientras alzaba una extraña varita que lucía con un brillo especial―. Y además, con mucha energía acumulada; toda la que Drëgo ha podido robar del Mundo Faérico.
El druida lanzó un inmenso rayo que entrelazaba la magia faérica con zarcillos de pura oscuridad. Grahim recitó un hechizo de protección junto a Tasac, pero el nuevo poder de Drëgo parecía inagotable.
―¿De dónde habrá sacado tanta energía? ―preguntó Grahim haciendo un esfuerzo por contener el inmenso flujo de la magia.
Por suerte, el duende mayor pudo intervenir a tiempo, justo antes de que el rayo de Drëgo los aplastara. Sacó de su sombrero una humilde manzana y la arrojó a los pies del druida. Luego, se lanzó al suelo tapándose los oídos. La fruta produjo una explosión que lanzó a su enemigo por los aires interrumpiendo su furibundo ataque.
―Por poco ―suspiró Grahim secándose el sudor con la manga.
El corrupto druida se levantó y, sacudiéndose el polvo de la ropa, gritó:
―Drëgo volverá cuando haya acumulado aún más magia robada, ¡y entonces será invencible!
―Las sombras siempre encuentran la forma de regresar —advirtió Érebos mientras se recuperaba del golpe— y más ahora que tenemos amigos en el otro lado —añadió señalando al druida.
Mientras Grahim, Baufren y Tasac trataban de ayudar a Anaid a levantarse, Drëgo invocó un portal en un abrir y cerrar de ojos. Érebos apartó el tronco que mantenía a Tesejo inmóvil con una onda de oscuridad y ayudó al brujo a meterse por el portal. El druida los siguió, no sin antes lanzar una mirada cargada de odio a los impromagos.
―Volveremos a vernos ―dijo masticando las palabras.
―No lo dudes, Drëgo ―sentenció Grahim.
―Rápido impromagos ―les apremió el Duende Mayor―. Hay que avisar al Archimago de lo que ha pasado aquí. La Oscuridad está manipulando los flujos de energía que unen los dos mundos: el faérico y Calamburia.
―Y el druida estaba con ellos… ―reflexionó Tasac rascándose la cabeza.
―Hay que avisar a la Dama Blanca para que organice a las demás damas del Reino Faérico —dijo Grahim preocupado—. Solo ellas pueden actuar con rapidez antes de que Drëgo pueda causar más estragos.
―Y habrá que tener cuidado con todos los simpatizantes de los druidas —añadió Tasac—. En el Reino Faérico siempre han sido figuras de reverencia, poder y benevolencia. Son como los guardianes absolutos de la magia y, sin ellos, muchos creen que no podrían sobrevivir. Los veneran casi como salvadores, pensando que jamás podrían corromperse. Pero si Drëgo ha caído, no sabemos cuántos otros podrían seguir el mismo camino oscuro.
―Eso me da muy mala espina ―convino Anaid mientras se acariciaba la espalda dolorida por el golpe―. ¿Se habrá corrompido el guardián del equilibrio del Mundo Faérico? Controlar el flujo de la magia entre los mundos es muy tentador…
―No sería raro ―sentenció Baufren recordando el pasado―. Torres más altas han caído. Válgame el Titán que algo sé sobre eso: yo mismo vi hace años cómo mis creadoras, las mismísimas hermanas del Archimago Theodus, se convertían en seres malignos.
―¿Nos vamos o nos quedamos aquí escuchando lecciones de historia? ―les apremió Tasac.
―Esta juventud ya no respeta nada… ―bromeó Grahim dedicando una sonrisa cómplice al duende mayor.
Finalmente, todos, doloridos pero vivos, comenzaron a caminar rumbo a la Torre de Skuchaín con la misión de llevar a Kórux las nefastas noticias.