Viajar en el tiempo tiene sus consecuencias. La mente de Teslo no estaba donde debía estar: cientos de futuros y pasados se entremezclaban de forma paralela en su mente, haciéndole dudar de cuáles había vivido realmente y cuáles eran dimensiones posibles basadas en decisiones que nunca tomó o que aún no había tomado.
Recordaba vagamente a los Guardianes del Tiempo, seres ajenos al propio Tiempo y a la vez sus protectores. Recordó haber presenciado la lucha de la Luz y la Oscuridad a través de milenios, y de la existencia de Paladines de cada una de las facciones. Se sentía infinitamente viejo, aunque por fuera seguía siendo joven.
Pero estos confusos sentimientos se despejaban rápidamente al detectar que uno de esos recuerdos era muy real: Van Bakari, destruyendo la lista que habían recopilado con los nombres de los Paladines de la Luz y la Oscuridad. El avieso traficante de almas esperó a que los hermanos Flemer saliesen de la máquina para inutilizarla y destruir la lista de nombres, no sin antes revelar dos: Dorna y Kaju Daban. Dorna era por desgracia bien conocida, pero… ¿Kaju Daban? ¿Quién demonios podía ser? Calamburia era tan grande, y había tan poco tiempo…
Los acontecimientos se habían precipitado. Los Impromagos contactaron con los Inventores al enterarse de su viaje por el tiempo. Al parecer habían reunido a estudiantes fieles al ideal de Theodus y querían poner un punto y final a los Consejeros, como si de un ataque sorpresa se tratase. Katurian había quedado demasiado afectado por el viaje temporal y tuvo que quedarse en el Faro, pero Teslo no estaba mucho mejor. Siguió a la comitiva con aire ausente, dándole vueltas todo el rato al nombre de los elegidos… Kaju y Dorna… ¿Cómo saber cuál de los dos eran aliados de la Luz o la Oscuridad? ¿Qué ocurriría si viajasen a otras dimensiones para ver el futuro? ¿Qué pasaría si..?
De repente, la mirada de Teslo se enfocó. Había vuelto a divagar a causa de la enfermedad de los viajes del tiempo, y parecía que lo había hecho durante los momentos más críticos del enfrentamiento.
La mole de Cuna de la Oscuridad se erguía ante ellos. En la plaza central del grisáceo pueblo, los Consejeros sonreían mientras sus ojos rezumaban Oscuridad.
– ¿Mi hijo? ¿Mi hijo está vivo? – balbuceaba Dorna, de rodillas frente a ellos. Miraba a los lados como un animal enjaulado, debatiéndose entre suplicar o amenazar a los consejeros.
– La Oscuridad lo ve todo, Hija de los Primeros Hombres. Si aceptas nuestro regalo, accederás a un conocimiento sin límites.
Frente a ellos, Trai, Grahim y Ukho gritaban sin osar acercarse a Dorna, sintiendo su agresividad contenida.
– ¡No les escuches! – gritó Ukho – ¡Te lían la cabeza!
– ¡Es muy peligroso! – gimió Grahim mientras se tapaba las orejas.
– No interfiráis, niños. Su poder es demasiado fuerte. Es el momento de descubrir si los Salvajes merecían la extinción o aún hay compasión en sus corazones – les interrumpió Dandelion, el Elfo, con mirada pensativa.
– Esperaré pacientemente a que los Salvajes revelen su verdadera naturaleza – dijo con frialdad Niniel.
– Además, no hay mucho que podamos hacer con esos de ahí vigilando tan de cerca – señaló Drawets a un siniestro grupo que se hallaba cerca de los Consejeros: Aurobinda, Eme, Van Bakari e Inocencio.
– ¡Pero nosotros tenemos a alguien superfuerte! ¡La propia Sacerdotisa de los Elementos! – dijo emocionada Trai.
Naisha se hallaba en el suelo, con las piernas cruzadas en aparente relajación. Ligeras ondas de poder se arremolinaban a su alrededor, pero aparte de eso, nada más ocurría.
Dorna se irguió temblorosa, apoyándose en su gastada lanza.
– Si es una trampa, si es una sucia mentira, juro que os perseguiré hasta el fin de los tiempos y os arrancaré el corazón – susurró Dorna, mirando fijamente a la Oscuridad. A pesar de sus amenazas, sus ojos transmitían una tristeza sin límites.
– Dánoslo todo, Dorna. Y el abismo te lo devolverá multiplicado con creces – dijo Barastyr, mientras agitaba las manos en una rápida cadencia, abriendo un portal, que flotaba a escasos centímetros del suelo.
– No me queda nada que dar, salvo odio, soledad y venganza.
– Te aseguro querida que con eso bastará – respondió con sonrisa lobuna Érebos.
Sin mirar atrás, Dorna enderezó la espalda y con los puños apretados, cruzó el portal. Los niños gritaron impotentes mientras la Oscuridad engullía a Dorna y los Consejeros se ponían a salmodiar mientras el portal cambiaba de forma.
Naisha abrió los ojos. Levitando, se puso en pie mientras sus ojos despedían chispas de poder.
– Ha elegido. La balanza queda desequilibrada de nuevo. Es mi deber devolver el equilibrio. ¡Sufrid la ira de los elementos!
– ¡Antes tendrás que pasar por nuestro cadáver, Sacerdotisa! – sonrió malignamente Aurobinda.
– Os demostraremos nuestro poder. ¡Más poder que el que jamás habría obtenido Sirene! – gritó Eme.
– Odio pelear. ¡Es tan vulgar! – dijó Van Bakari mientras un cúmulo de almas se desplegaban a su alrededor.
Naisha apuntó con sus manos y soltó una oleada de poder que fue bloqueada por Van Bakari y Aurobinda, parándola a duras penas. Los Impromagos y Ukho se lanzaron a por Eme, quien riendo a carcajadas empezó a atormentarlos con retorcidos hechizos oscuros. Trai y Grahim lo intentaron con todas sus fuerzas, pero Eme tenía un completo control sobre la magia de Theodus y ya no conocía la piedad. Los barrió como hojas en el viento y se apresuró a ayudar a su maestra. Los Elfos, tras terminar de canalizar su poder, apoyaron a la Sacerdotisa, provocando que ambas magias, Luz y Oscuridad, chocasen en el centro de la plaza como un muro implacable de energías centelleantes.
– ¡Es demasiado tarde, pobres mortales! ¡La Oscuridad ya tiene una Consorte! – gritó Barstyr, haciéndose oír por la huracanada plaza, llena de zarcillos mágicos.
– ¡La Oscuridad ya tiene un receptáculo en esta tierra! – gritó Érebos.
– ¡Inclinaros, gusanos, ante la Reina de la Oscuridad! – gritaron al unísono.
Una forma emergió del portal. Portaba ropas que parecían las propias tinieblas. Una siniestra corona de espinas. Una mirada que quemaba, pero que no daba calor alguno. El crisol del odio y de la venganza, un pozo sin fondo de locura y desesperación. Dorna, Hija de los Primeros Hombres, descendiente de los Reyes Errantes, Líder de Clan, Reina legítima de Calamburia, Reina Traicionada y Consorte de la Oscuridad. Salvaje, Reina, paria y ahora, Paladín de las Tinieblas.
Con un golpe de su siniestro bastón, disolvió con una explosión las dos fuerzas que se estaban disputando en el centro de la plaza. Los niños salieron rodando, Naisha dejó de levitar y fue derribada al suelo y los Elfos hicieron crecer enredaderas que les protegieron de la deflagración. Teslo contemplaba todo esto con los ojos abiertos sin poder hacer nada, preso de la confusión temporal.
La maligna comitiva se arrodilló para rendir pleitesía ante la nueva Reina. Los Consejeros bajaron la cabeza en señal de respeto pero la levantaron al ver que una persona se acercaba corriendo para plantar cara al fin de los tiempos.
– ¡La Luz siempre prevalece! ¡Los héroes triunfaremos!
Dorna se giró para encararse a Ukho, frunciendo la cara con expresión de asco. Los Consejeros dieron un paso con una sonrisa sardónica.
– ¿Triunfarán como tu padre, Ukho? ¿Así son los héroes? – preguntó Barastyr.
– O quizás son unos pícaros, unos borrachos, unos mujeriegos que solo piensan en los placeres mundanos – comentó con inocencia Érebos.
– ¡Callad! ¡Mi padre es mucho más que eso!
– Tu padre es escoria. Y de la peor calaña. La Oscuridad los sabe todo, chico. Tu padre brilla tanto como el vaso sucio de una taberna, donde suele pasar sus días. Tu padre es ese despojo de ahí: nada menos que el pícaro Drawets.
Ukho miró nervioso hacia atrás. Su supuesto padre se estaba incorporando, mientras se recolocaba un brazo que se había dislocado en la caída. No parecía dolerle especialmente.
– ¡Mentís! Mi padre…. es… – trató de balbucear mientras la duda ensombrecía sus ojos.
Con un ademán, Dorna hizo flotar por el aire a Drawets y lo lanzó de bruces junto a Ukho, divertida por la desesperación del chico.
– No siempre mentimos. Y menos cuando la verdad puede destruir esa hermosa luz que portas.
Drawets volvió a incorporarse mientras escupía polvo. Trabó su mirada con el chico.
– No les hagas caso, chaval. Esta gente es así. He conocido a cientos de villanos a lo largo de mi vida, y todos tratan de destruirte por dentro. Conmigo no funciona tanto porque soy inmortal así que ya ni lo intentan. Eso y porque soy muy bueno con los juegos de palabras – dijo Drawets, con una mirada bondadosa pero de infinita tristeza -. No se lo que es ser padre, chaval. Pero si fuese el tuyo, me sentiría orgulloso por lo que estás haciendo.
Un rayo pareció atravesar a Ukho mientras miraba con los ojos abiertos a Drawets. Mientras le miraba fijamente, empezó a derramar lágrimas y a moquear, intentando con todas sus fuerzas no llorar. Las nubes del cielo empezaron a brillar con un fulgor dorado.
– Mi padre luchó contra el Leviatan, la Maldición de las Brujas, el Caos del Maelström, el Despertar del Dragón. Tú siempre estuviste ahí, Drawets. Mi único error fue pensar que mi padre, mi héroe, llevaría capa y espada – se giró hacia los consejeros, mirándolos desde abajo con lágrimas de furia cayendo por sus mejillas. Sus manos empezaron a brillar con una luz cegadora, mientras el bando del bien se levantaba del suelo y veía como las nubes se abrían y un rayo de luz caía sobre el chico -. Mi padre, Drawets es un auténtico héroe, y ahora que nos habéis juntado, ¡seremos imparables!
Una onda de luz rodeó a Ukho mientras apuntaba a los Consejeros con su espada de madera, ahora brillando con una luz justiciera. Ambos se taparon los ojos huyendo de la claridad.
Drawets se quedó mirando aquella pequeña persona que tanto se parecía a él y a la vez, tan diferente era. Se vió reflejado y sonrió, llorando él también.
– Maldita sea, hijo. Dales una buena tunda – susurró mientras apretaba el puño.
Dorna gritó de rabia, sin amedrentarse por la luz y lanzó su bastón contra la espada brillante del muchacho. El golpe resonó como un gong.
– Niniel, me temo que esto ha llegado demasiado lejos. Los Salvajes han proseguido con su camino de la destrucción – dijo Dandelion observando como la Reina de la Oscuridad intercambiaba veloces golpes con el Paladín de la Luz.
– Debemos usar el arma que nunca nos atrevimos a usar: El Sueño del Titán.
– Es arriesgado. Necesitamos el permiso de todo el Consejo de Sabios y la bendición del propio Titán.
– ¡El Consejo son ahora mismo árboles moribundos devorados por esos horribles Zíngaros! ¡Y el Titán claramente le importa poco lo que ocurre en esta tierra maldita!
– ¡Niniel! ¡No hables así!
– No es el momento de discutir. Demuestra que eres un Alto Elfo. Cumple tu deber y dame la mano.
El longevo Elfo se quedó mirando la apabullante escena de Luz contra Oscuridad. Suspirando, tendió las manos hacia su compañera y juntos entonaron una canción élfica prohibida, el mayor arma que les fue entregada de manos de su mismísimo creador: una canción capaz de dormir al corazón más furioso, a la mente más sabia, al brazo más poderoso. Uno a uno, todos los ocupantes de la plaza fueron durmiéndose, incluyendo los Elfos y su efecto se propagó por toda Calamburia. Nada, salvo el propio Titán, podría despertarlos.
La quietud volvió a llenar el aire. Solo el retozar de los animales y la brisa rompía el silencio. Salvo escasos elegidos por el Titán, el hechizo había afectado a todo el continente de Calamburia.
Dos figuras emergieron del portón de Cuna de Oscuridad.
– Mi señor, está todo despejado – dijo un misterioso enmascarado, ataviado de ropajes negros y carmesíes y un extraño bastón.
Con una pose regia, su acompañante apartó la capa y se ajustó levemente la corona.
– Excelente. Dejemos este pueblo de mala muerte y vayamos al Palacio de Ámbar. Debo reclamar lo que me pertenece por derecho – sentenció con firmeza Rodrigo IV de Calamburia.