142 – LAS VENTANAS DEL TIEMPO III: EL CORAZÓN DE LAS DUNAS

Los Inventores viajaron por el tiempo sin control, ya que una fuerza tan poderosa no se puede controlar sino simplemente encauzar. Y vieron acciones que jamás tuvieron testigos, escucharon conversaciones que no estaban destinadas a ellos y sobretodo, descubrieron la verdad entre la luz y la oscuridad. Este relato es un fragmento de lo que vieron, pero muchas ventanas se abrieron en esta aventura.

Muchos habitantes de Calamburia nunca han visto la Torre de Skuchaín en persona. Y muchos se sorprenderían al saber que más allá de sus verdes bosques, que la rodean como un anillo de protección, el desierto de Al-Ya-Vist se extiende hacia el horizonte. En el corazón de ese desierto residen los Nómadas, antiguos descendientes del clan del Escorpión, un grupo de Salvajes que descendieron de las frías montañas y se acostumbraron al árido clima. Atrapados entre la Puerta del Este y la Torre Arcana, este noble y belicoso pueblo lleva generaciones frenando sus ansias expansionistas, rugiendo de frustración. Pero su nuevo auto-proclamado líder, el Escorpión de Basalto, tenía otros planes en mente que no incluían la guerra, sino movimientos mucho más sibilinos y más rentables a largo plazo.

Pero volvamos a Skuchaín. En una pequeña sala, Félix el Preclaro, el Erudito más joven y prometedor de la Torre, entra de la mano de una Zora Von Vondra en plena flor de la madurez.

– Siéntate aquí, querida. Lejos de ese atajo de gorriones atolondrados que te estaban ahogando.

Ella se sentó con gracilidad en un sillón mientras se abanicaba con fervor.

– Ay, eres tan amable Félix. Huir por entre las dunas me ha agotado y tanta gente haciéndome preguntas al llegar aquí, cuando sólo quería un vaso de agua. Estas nauseas por el viaje me están matando.

Félix le tendió solícito un vaso de agua. La marquesa de Sí a Huevo de Abajo bebió con largos sorbos. El Erudito la contempló con una extraña sonrisa en los labios.

– Eres aún más hermosa que lo que transmitían tus cartas. No solo tu caligrafía es bella, también tú lo eres.

Zora le miró por entre sus largas pestañas, retirando la vista de manera coqueta.

– Y tú eres un zalamero. Ojalá me encontrase mejor para poder devolverte esos ardientes piropos. Pero no sabes lo que he sufrido estos meses. ¡El cautiverio de la mano de Arishai, el Escorpión de Basalto! Ese monstruo pretendía mantenerme de rehén para negociar con la corona – espetó bufando, mientras sus manos estrujaban la falda con ira.

– Verte llegar a caballo, entrando al galope en los establos de la Torre… ha sido una visión que podría haber sido plasmada en un cuadro – aseguró Félix, todavía con una extraña sonrisa en la cara.

– Solo tú puedes ver lo bello de esta situación.

– Pero no eres lo que esperaba por dentro. Tus misivas me hablaban de una persona sincera, bondadosa y buena. Y en cambio, veo que ocultas cosas. No es un buen principio para un matrimonio – explicó Félix, dándose la vuelta y mostrando una fría espalda.

– ¿Cómo? – preguntó Zora.

– Quizás has logrado engañar al resto de eruditos ahí fuera con tu fantasioso cuento, pero yo no te creo. Los Nómadas no toman prisioneros para negociar: los ejecutan en el acto. Si hubieses estado prisionera tus ropas no estarían en tan buen estado. Estarías en los huesos. Probablemente con marcas de tortura. Mientes, Zora – la voz de Félix parecía enumerar una lista de ingredientes para crear una poción. Nada había de cálido en él.

– Félix, te juro que ésta es la verdad: yo vine en una comitiva para conocerte en persona y desposarnos. ¿Quieres saber por qué estoy en tan buen estado? Me mantuvo bien alimentada porque me forzó – Félix se dio la vuelta, pero no parecía sorprendido – ¿Acaso crees que me estoy inventado algo así? ¿Cómo te atreves?

– Esas náuseas que te han dado no son por una dura cabalgata en el desierto. No tienes ningún síntoma de un golpe de calor. Estás embarazada. Habéis tenido que estar muy entretenidos durante estas últimas semanas – comentó de nuevo con una extraña sonrisa en el rostro.

– ¿Embarazada? ¿Yo?

– Vete a ver a los Sanadores si quieres. Pero reconozco los síntomas. No pienso casarme con una mujer embarazada por otro hombre.

– ¿Vas a osar rechazarme? ¿A mí? No seas necio. Ambos sabemos que en este matrimonio no había amor, sino conveniencia. Todas esas cartas eran simples palabrerías que escondían lo importante. ¡Piensa en lo que podríamos lograr juntos!

– Probablemente, grandes cosas. Pero me niego a hacerlo a cambio de mi honra. Soy algo más que un simple peón, Zora. Ahora lo veo claro. Por desgracia, tarde – la sonrisa había desaparecido de su rostro. Ya solo quedaba tristeza y resignación.

Zora le miró fijamente mientras se levantaba despacio de la silla. Se encaró a él, con los ojos chispeando de furia.

– ¿Así que no soy lo suficientemente pura para ti? Pues tendré esta descendencia, lo quieras o no. No necesito un hombre para volverme la mujer más poderosa de Calamburia. Y el hijo que nazca de mi vientre será mi mano ejecutora y hará cumplir mi ley.

– Ten cuidado con los sueños, Zora. A veces se hacen realidad, pero no de la manera que quisiéramos. Bien lo sé yo.

– ¡Crees que sabes mucho, Erudito! Pero no sabes nada.

– Será sanguinario y vengativo. Y se vengará de los hombres cortos de miras como tú. Yo me aseguraré que así sea. Primero practicará con Hortelanos y luego…con toda Calamburia – sentenció Zora mientras se dirigía furiosa hacia la puerta. Justo antes de accionar el pomo, se quedó quieta, y tras unos segundos se dio la vuelta -. Quizá Arishai me tomó sin mi permiso, pero él fue muchísimo más hombre de lo que serás tú jamás. Él me hizo sentirme humillada, sí, pero también me hizo sentirme mujer. Dudo que tu logres hacer sentir así a alguien nunca.

– Estás enferma – contestó el Erudito, abriendo los ojos, incapaz de creer lo que estaba oyendo.

– ¡Oirás hablar de mi hijo, Félix el Preclaro! ¡Todos lo haréis!